Monday, June 23, 2008

Capítulo 17. Guerra. Parte 2

El choque entre los dos ejércitos, como era de esperar, fue fatalmente dramático para ambos bandos, de los cuales uno de ellos había sufrido la peor parte: y ese no era otro que el ejército de Varmal comandado por Agros. A pesar de su superioridad numérica, el factor sorpresa al verse atacados por aquel ejército menor en número en una formación supuestamente defensiva, les había hecho responder, después de defender a duras penas sus posiciones y haber perdido a varios de sus hombres, con un contraataque que había en un principio destrozado el flanco del ejército de Melack gracias al grito desesperado y carismático de Lúne que, pese a su juventud, parecía encarnar un gran coraje y un valor inestimable, al menos a ojos de aquellos que le acompañaban en la batalla.

Sin embargo, su fuerte sacudida fue rápidamente subsanada gracias a una hábil estrategia diseñada por Lothan y Melack, los cuales habían reelaborado el plan de batalla de forma minuciosa la noche anterior.
Pronto los jinetes de Agros, sin que nada pudieran hacer, se vieron rodeados por la caballería enemiga como si de repente hubieran caído en una prisión. Aquello desencadenó una oleada de cadáveres por parte de los caballeros de negro, que pronto se vieron severamente diezmados hasta el punto que ni los duros y ansiosos gritos e insultos de Agros pudieran hacer nada para atajar la desesperada situación.

El jefe de la Orden, entonces, decidió activar su plan de emergencia: escogió a sus mejores hombres y juntos se encaminaron a través de la encarnizada batalla, de forma precaria y peligrosa hacia Lúne para llevárselo con ellos. Pero era inútil llegar hasta él, pues ya todo su ejército se hallaba diseminado por todo, rodeado ya por centenares de los hombres de Melack que controlaban la situación a la perfección y Agros se acercó a Lúne pero no lo suficiente para poder recogerlo con su caballo, y tuvo así que trabar combate con unos guerreros que los interceptaron con violencia.

Lúne mantenía los ojos extremadamente abiertos debido a la ira que le embargaba y que le hacía golpear con rabia, desde su montura, a diestro y siniestro impactando todo el tiempo contra el aire cargado de gritos que destilaban muerte y decadencia.
Ante él se hallaba el objeto de su sed de sangre: Melack; el cual, al contrario que el joven, mantenía una actitud serena y dialogante con el nuevo brazo derecho de Agros mientras esquivaba sin esfuerzo todos sus golpes.

-Lúne, escúchame y cesa ya de luchar de una vez. Observa a tu alrededor. El ejército de Varmal está a punto de ser vencido y derrotado - espetó el archimago, con una voz dulce y paciente - Estás siendo manipulado por Agros. Él es el causante de tus visiones, Lúne, y por ende es el causante de tu dolor. Te ha llenado el corazón de mentiras aprovechándose de tu debilidad y de tus ilusiones.

-¡Maldito traidor embustero! ¡Jamás creí que alguien como tú pudiera llegar a caer tan bajo! - gritaba Lúne mientras intentaba en vano matarlo con su espada atacándole constantemente de frente y haciendo que su caballo trotara sin cesar - ¡Por tu deslealtad, por tu mezquindad y por la cobardía de haber apuñalado por la espalda a tu Señor mereces la muerte!

Junto a los desesperados e infructuosos embates del joven se hallaba Agros el cual, protegido por varios de sus hombres de confianza, se afanaba por resistir los ataques del enemigo que les superaba en el triple de hombres, haciéndoles entonces retroceder y viendo como sus probabilidades para la huída se habían reducido a cero pues, pese a qué sus habilidades eran grandiosas debido a su condición de Archimago, estaba en una situación extremadamente delicada. Su caballo ya se hallaba exhausto por haber recibido decenas de golpes de lanza, espada y maza sobre su resistente armadura. Había matado a muchos hombres de Melack pero, viéndose ya perdido y con su ejército en clara retirada, de repente se le asomaron unas lágrimas en su rostro que desprendían impotencia, rabia y desesperación a raudales.

-¡Lúne! - gritó el jefe de Varmal, girándose hacia el joven momentaneamente y con rapidez mientras seguía resistiendo a duras penas los potentes ataques del enemigo con su larga espada - ¡Jamás olvides que eres la esperanza para este mundo, aunque yo desaparezca! ¡Salva a los que puedas y huye más allá del horizonte! ¡Las piedras rosadas! - al acabar de pronunciar aquella frase, un fuerte y bien dirigido lanzazo impactó en el centro de su pecho, atravesándolo por la espalda, un golpe que lo lanzó al suelo, tirándole del caballo. Herido de gravedad, se incorporó desde el suelo levantándose con una mirada repleta de orgullo, esbozando una leve sonrisa y sin dejar de mirar al joven, que ahora no podía contener un llanto ahogado habiendo, de repente, dejado de luchar con Melack. Entonces, el archimago cerró los ojos, con la respiración entrecortada y su mano intentando retener la hemorragia que se le extendía desde el pecho y la espalda y abrió la boca pronunciando un hechizo con una lucidez que sorprendía por la gravedad extrema de su herida: un hechizo cantado de forma solemne, con dulzura y a la vez con un tono de oscuridad inherente en ella.

- Lostre-ku Andrómela mel-smirtos
Rilí oláven upústelas
¡Merió! ¡Merió sa Lamat!


Al escuchar aquel hechizo, todos los atacantes que le rodeaban quedaron paralizados, como si se hubieran visto, de repente, presa de unas letales e invisibles enredaderas que les impedían moverse. Al acabar, así, de pronunciar aquella canción-hechizo, el archimago al fín cayó exhausto de rodillas al suelo, con los ojos entornados, en blanco, con su pecho lleno de borbotones de sangre que fluían como un torrente.

-Lo...lo siento Lúne - espetó Agros, vomitando sangre - algún día...entenderás por qué lo hice...cuando vengan huye...huir...huir hacia las piedras...rosad... - y dando un último y mortífero suspiro murió ahogado en su propia sangre, cayendo de costado con sus ojos aún clavados en el joven. Así termino la vida del jefe de la Orden de Varmal, así terminaron de golpe 20 años de poder y de sacrificios, así acababa la vida de uno de los más controvertidos archimagos de la historia de la Orden, con honor, rodeado de cadáveres, incluidos aquellos que habían quedado paralizados, los cuales al morir Agros cayeron todos víctimas de un potente ataque al corazón.

Lejos de sentir lástima por su Señor, Lúne cayó de rodillas sintiendo en su mente un violento y extraño remolino que le entornó los ojos y que le hizo tener violentos espasmos y mareos. Al cabo de pocos segundos, sin embargo, sintió como si se hubiera librado de una prisión dentro de la cual había permanecido sin darse cuenta y sonrió, sin poderlo evitar, lanzando su espada a un lado.

Por fín comprendía: su poder, sus visiones, sus miedos y sus dudas. Todo ello había muerto con la desaparición de Agros. Y así, se incorporó con lentitud y, acto seguido, le dedicó una profunda reverencia a Melack el cual, triste aún por la repentina muerte de tantos hombres, muchos de ellos grandes amigos suyos que habían frecuentado su taberna, le dedicaba una sonrisa satisfecha y feliz.

-Observo en tus ojos, en tu porte y en tus labios que finalmente te has liberado del yugo de Agros, que por fín comprendes y eres consciente de tu verdadero destino y de tu propio camino - dijo con una voz profunda y queda el archimago, mientras sus hombres se abrazaban emocionados, celebrando la victoria de Varmal Verdadero, con la huída de los pocos supervivientes que quedaban entre los guerreros de Varmal que, al ver que su señor moría, se rindieron a la evidencia de la derrota. Aquella victoria se había llevado muchas vidas por delante, muchas jóvenes ilusiones.

-¿Devolveréis el Sueño Feérico a Espiral, mi Señor? - preguntó un sonriente y jovial Lúne que con admiración seguía sonriente y feliz ante Melack.

-Levántate, joven - replicó él, con gesto grave y altivo - Aunque no te lo parezca sigo siendo el tabernero de la Cabaña del Vigía y tú, mi joven y gran amigo, de veladas inolvidables.

Dicho esto, ambos se fundieron en un emocionante y efusivo abrazo.

Y, a lo lejos, pareció como si un lejanísimo ruído cobrase vida, como para celebrar la victoria de la rebelión y el abrazo de dos antiguos amigos que se habían reconciliado.

-¡Larga vida a Espiral! - gritó al viento uno de los guerreros, alzando su lanza hacia el firmamento.

-¡Larga vida a Espiral! - respondieron todos, incluyendo a Lúne y a Melack, los cuales, como dos viejos camaradas, se rodeaban el cuello con sus brazos.

Pero aquellos ruidos a los que no habían dado importancia en un principio, se transformaron en algo ya más concreto y audible.

Se escuchó un aullido muy lejano que retumbó por las montañas circundantes a la Fortaleza y, seguido a aquel extraño sonido, unos gruñidos profundos y escalofriantes eran audibles de forma que pareciera como si procedieran de las entrañas de la Tierra, haciendo temblar el suelo en una especie de leve terremoto. Como por arte de magia, todos los que habían estado celebrando la victoria cesaron de hablar y se miraron con preocupación y con temor. La tensión se palpaba en el ambiente y parecía como si aquellos sonidos fueran de cada vez más y más cercanos. Melack palideció y su sonrisa al instante desapareció dando paso a una expresión que evidenciaba en primer lugar una reflexión que temía llegar a la conclusión más evidente, y en segundo lugar, su mirada se había tornado fría y retraída, paralizada por el miedo. Los caballos relinchaban nerviosos y algunos, incluso, habían tirado a sus jinetes al suelo, enloqueciendo y huyendo hacia el lado contrario de dónde provenían aquellos tenebrosos ruidos.

-Los...los Lamat...se escuchan desde aquí...y se están...acercando - murmuró Melack, en un hilillo de voz que estremeció el silencio en qué se había sumido todo su ejército, Lúne incluido.

Y así era, los aullidos, los gruñidos y los gritos guturales parecían ya recorrer todos los bosques que los rodeaban desde la lejanía, arrastrados por un viento cargado aún por las reminiscencias eléctricas de la tormenta. Entonces, Melack apretó los puños, resignado, y desenvainó, bajo sorpresa de todos, su espada con fuerza y decisión y, espoleando a su caballo, tranquilizándole con unos golpes cariñosos en el cuello, se dirigió a sus compañeros de armas que ahora permanecían casi todos con los ojos abiertos como platos y totalmente desconcertados. Sin embargo, la mirada beligerante y preocupada de Melack les hacía temer lo peor.

-¡Formad en una escuadra defensiva de curva abierta, mis hombres! - se apresuró a exclamar con un enorme chorro de voz el archimago y, cerrando los ojos, frunciendo el ceño, siguió gritando con una voz profunda e indignada - ¡Los Lamat han sido liberados por Agros, rompiendo la magia protectora de la Fortaleza! ¡Hasta incluso después de su muerte ha demostrado su maldad! ¡Pero no lo logrará! ¡Formad ya! ¡Infantería a la derecha con formación defensiva! ¡Caballería a la izquierda, formación de triángulo atacante! - Melack, haciendo gala de su cualidad de lider, espoleaba a su caballo yendo sobre él al trote, dando instrucciones a su ejército para que se organizara de nuevo - ¡Ganamos la primera batalla, y ahora venceremos en la segunda! ¡Lúne! - fue hacia él al galope, con rapidez, y se puso a su altura. El joven no daba crédito a lo que estaba pasando y, sobretodo, al hecho que había protagonizado el ex-sumo archimago de Varmal - ¡Tu irás con tres enviados míos dedicados a ir a las casas del Oeste! ¡Si los Lamat consiguen superar nuestro muro, en el peor de los casos, hay que llevar a todas las gentes de Fortaleza a un lugar seguro! ¡Improvisad! - y, dicho esto, pudieron observar, con terror, como los bosques ya enrojecidos por la luz menguante del atardecer que parecía teñir de sangre el horizonte, se movían con violencia - ¡Corred! ¡Iros!

Lúne, a pesar de su siempre presente orgullo y de sus ganas de participar en la lucha, comprendió que su misión era casi tan importante como la batalla que se tenía que llevar a cabo y, siguiendo a sus 3 compañeros, se dirigió al Oeste, justo dónde su casa estaba situada precisamente. Conseguiría salvar a sus padres, de eso estaba convencido, pero confiaba ciegamente en Melack y su corazón restaba tranquilo. Conseguirían derrotarlos, de eso estaba convencido. De pronto, cuando ya se estaban alejando del campo de batalla, escucharon un enorme golpe y un choque frontal que retumbó como una explosión: vió monstruos de todo tipo, todos gigantescos, deformes y brutalmente fuertes, que habían impactado sobre la infantería aplastando a muchos hombres bajo sus musculosos brazos, comiéndoselos y partiéndolos por la mitad. No quiso mirar más, no quiso pensar que los Lamat podían tener ventaja...sin duda los caballeros terminarían matándolos con éxito y la infantería finalmente se defendería con eficacia, reteniéndolos contra las letales lanzas de los jinetes.

Sin embargo, lo que encontraron al llegar a las dispersas casas del Oeste, después de media hora de camino, fue algo que Lúne recordaría el resto de su vida con horror: ¡Todas las casas estaban incendiadas, derruidas, y una infinidad de cadáveres se agolpaba por todas partes, como si de repente hubieran penetrado en la Tierra de la Muerte Eterna!. Tanto Lúne como los restantes jinetes que le acompañaban intentaban hablar, pero sus palabras se talaban con tartamudeos repletos de incredulidad. Solamente una idea les venía a la mente: Los Lamat habían penetrado ya en Fortaleza por otros lados y se hallaban perdidos, sin esperanzas, sin futuro.
Sin poderlo evitar, una urgencia impregnó la mente de Lúne: sus padres...sus padres...tenía que ir a por sus padres...¡deprisa!, y sin pronunciar ninguna palabra se separó de sus compañeros, sin escuchar sus ruegos y gritos de que volviera y de que tenían que permanecer juntos pese a todo. Pero ya todo le daba igual: tenía que salvar a los suyos, pues ya no podía hacer nada por nadie visto lo que había visto al llegar a las casas.

Al llegar a su casa se encontró, por fortuna, con algo que jamás se hubiese esperado, dadas aquellas brutales circunstancias: no había señales de destrozo, ni de incendio ni de ningún intento de forzar tanto ventanas como puertas. Entonces, sin apenas tiempo de suspirar por el enorme alivio que le producía tal hallazgo, la inevitable imagen de Yume le vino rápidamente a la cabeza. Así pues, sin más dilación, tenía que sacar a sus padres de allá adentro lo antes posible hacia algún lugar seguro, y luego buscar sin tregua a la joven que había conquistado su corazón aquella única noche, sin pretenderlo, ni esperarlo.

Después de media hora de intensa búsqueda, llamándoles a gritos restreando la casa de arriba a abajo, llegó a la conclusión con una mezcla de desesperación y horror que sus padres no se hallaban en la casa y que habían desaparecido sin dejar ningún rastro visible, pues la casa permanecía intacta, sin rastros de violencia alguna.

¿Habrían huído sin esperarle? ¿Habrían fallecido por el camino? ¿O quizá habían hallado la muerte buscándole en medio de la batalla?

Todas las opciones eran muy dolorosas, pero deseaba con todo su corazón, a pesar del dolor que llevaba implícito, que fuera la segunda.

-Han huído - se dijo a sí mismo el joven con un tono de voz tranquilizador - Mi padre siempre tuvo un sexto sentido para olerse las cosas antes de qué ocurran. Sí, lo tiene. Tengo la corazonada que aún siguen con vida.

De repente, mientras estaba formulándose aquellas cábalas, alguien tocó a la puerta con fuerza y rapidez, evidenciando una gran dosis de nerviosismo. ¡Eran ellos, estaba convencido! Miró hacia los lados, extrañándose por primera vez de no ver a sus amados animales y, frunciendo ligeramente el ceño, corrió hacia la puerta con el corazón en un puño.

Al abrirla su sorpresa y su decepción fueron mayúsculas.

Nuán se hallaba en su portal, con la mirada repleta de terror. Al verle, el director le abrazó efusivamente para luego separarse de él de nuevo y colocándole ambas manos en sus hombros.

-¡Jamás hubiera imaginado que siguieras con vida, Lúne! - espetó Nuán, visiblemente emocionado, el rostro congestionado por la sorpresa y el miedo - No hay tiempo que perder, me temo que eres el único superviviente de esta zona...

-Pero mis padres, los Lamat...¿Dónde...?

Nuán le agarró por el brazo con una fuerza que el joven no se esperaba y se lo llevó con él, dejando atrás su casa.

-Ahora no es tiempo de preguntas. ¡Vámonos antes de que vuelvan! ¡Pueden sentirnos!

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