Tuesday, January 13, 2009

La Resistencia. Capítulo 4: A bordo

El aura mágica que rodeaba la entrada del pequeño puerto propiedad exclusiva de la Orden de Ciriol era muy potente. Lúne sentía en su pecho un intenso hormiguero de forma casi insoportable. Ante ellos, ante los Viajeros, Lúne, Anie y Yume, se alzaba una pequeña arcada con espirales y animales fantásticos tallados en una roca cubierta por enredaderas florecidas. Nuán y los pequeños supervivientes, salvados por él y por Lúne de las garras del fuego y de los Lamat, se habían quedado en el Palacete, puesto que Nuán se dedicaba ahora a impartirles clases provisionales hasta que se les encontrara un colegio apropiado para todos ellos.

Un hombre menudo y ceñudo, ataviado con una toja roja y bordada con elegantes broches del color de la esmeralda típica de comerciantes ricos, les observaba a todos con desconfianza.

Y no tenía por qué. El bloqueo mágico no tenía parangón en toda Espiral. Era insuperable incluso para un archimago, o aquello era lo que creía Lúne, el cual iba cogido de la mano con Yume. La joven, repleta de curiosidad ante el poderoso escudo mágico que les flanqueaba el paso, mantenía sus ojos abiertos como platos.

-No lo repetiré más - gruñó el menudo y rechoncho comerciante, paseando su mirada desconfiada sobre ellos y, sobretodo, sobre los Viajeros - no pertenecéis a la Orden y no se os permitirá pasar. Esto es todo. No me obliguéis a usar otros procedimientos menos agradables.

Ichiro bufó desanimada, alternando su mirada entre los relajados y sonrientes rostros de Hanuil y de Elrick.
Sí, Elrick, el hombre del rostro pétreo, sonreía de forma extrañamente radiante y se mantenía en silencio, pero su arrugada frente y sus ojos reconcentrados, que contrastaban con su abierta sonrisa, evidenciaban que, sin lugar a dudas, estaba usando la telepatía.
El comerciante parecía mantener esa conversación velada con él, a tenor de unos gestos silenciosos con las manos que empleaba para enfatizar sus palabras cuando hablaba en voz alta.

Al fín, su voz ronca volvió a vibrar en el extraño y cargado ambiente.

-Vuestra procedencia - miró a los Viajeros con una sonrisa torba, segura de sí misma - no deja lugar a dudas, señores míos. Pero en esos tiempos oscuros toda precaución es po...

Su rostro, como si le hubiera alcanzado un rayo, se ensombreció de pronto. Parecía estar escuchando de nuevo en silencio pero, ahora, la tez de aquel guardián de aspecto ricachón se le había enrojecido: parecía avergonzado de algo.
Inesperadamente, se dobló en una exagerada reverencia echándose con rapidez a un lado, dejando la arcada libre. Ante ellos ahora se veían unas casas coquetas, de color perla y forma redondeada, y una avenida embaldosada con diferentes colores vivos: rojos, amarillos, azules que flanqueaba un puerto con unos pocos pero grandes navíos atracados en él. Un viento muy agradable, aterciopelado, como de pinos y enzinas, les embargó a todos.

-Os pido mil perdones, mis respetados señorías. Un barco os espera para partir presto hacia la Isla - Lúne sintió como en un abrir y cerrar de ojos el bloqueo mágico había desaparecido, con gran alivio para él y su molesto hormigueo en el estómago - Kérrion os espera en calidad de invitados de honor - hizo un ademán con su pequeña y enjoyada mano indicando a los Viajeros que pasaran, de forma muy servicial.

Elrick, por fín, habló con su propia voz, regalándole al menudo ser una mirada calurosa y elegante, algo impropio en él...o eso creía Ichiro.

-No es sólo a los tres a quienes Kérrion espera - el hombretón pasó su fuerte brazo alrededor de la espalda de Lúne, con suavidad pero con firmeza - Él también viene con nosotros.

-Pe...pero...

-Él también viene - los ojos de Hanuil brillaban con un extraño fuego oscuro y penetrante.
El pequeño hombre alzó las cejas y abrió la boca para protestar, pero al instante prefirió hablar de otro modo.

-Bien, así sea - dijo, inseguro - pero los demás deberán quedar atrás. La Orden...

-Conozco mejor que tú las leyes de Ciriol, pequeño Ruko - espetó Elrick, entrando bajo la arcada junto con Lúne - no es la primera vez que vengo. Y lo sabes.

Su voz imponente y grave no permitía réplica alguna. Ruko, al ver que sabía su nombre, ya no osó decir nada más.

-Si no viene Yume conmigo, junto con Anie, no iré a esa isla - Lúne se separó de Elrick bruscamente, retrocediendo hacia atrás, con una voz poco amigable - Además, creo que alguien aquí me debe una explicación, de una puñetera vez. Os agradezco lo que hicisteis por nosotros, pero estoy harto de andar a tientas, y más con tres desconocidos que, para más Inri, no són ni de este mundo - Lúne puso los brazos en jarras, desafiante, aguantando la dura y penetrante mirada de Elrick - Y no solamente yo. Yume y Anie, aquí presentes, y los demás, están en su derecho de conocer vuestros planes para con esta Orden.

-Tiene razón - Anie asintió con la cabeza, el ceño fruncido y saliendo en defensa del joven - tenemos amigos y parientes desaparecidos o yaciendo muertos entre ruinas, destrozados. Decidimos permanecer siempre juntos, y vuestros silencios no me dan ninguna confianza. Más al contrario.

Hanuil enseñó sus dientes de alabastro con una mueca maliciosa y sarcástica.

-Hay razones suficientemente importantes - dijo el rubio viajero, entre dientes - para que Ciriol quiera dejar pasar, por primera vez en siglos, a alguien ajeno de su Orden, de Espiral. Y no hay discusión alguna en este aspecto - hizo una pausa y miró la agria mueca de desprecio y de rabia que asomaban en los grandes ojos de Lúne - Vendrás con nosotros y no harás preguntas hasta que te den permiso. Malditos humanos...se creen que a nosotros nos es ajeno el hecho de que...

-Basta, Hanuil - le cortó Elrick, con sequedad - Cuando volvamos todas las preguntas serán respondidas. El tiempo apremia. Vendrás con nosotros Lúne, pues te necesitamos y te necesitan.

El joven miembro de Varmal miró desafiante a los dos Viajeros sin cambiar su expresión airada. Ichiro, por su parte, se mantenía apartada de todos, pensativa y distraída, su mirada de miel detenida en la florecida enredadera.

-No dejaré que se me siga arrastrando como a un perro - siguió Lúne, escupiendo en el suelo con desprecio - y menos por gentes que se pasan la mayor parte del tiempo correteando entre rositas, en su maravilloso mundo, cerrándose a nosotros como si fuéramos apestados - dió unos pasos con sus pesadas botas de viajero hacia Elrick. Su tono de voz estaba envenenado - Nosotros somos los hijos de la muerte y de la guerra. Hemos visto, vivido y sufrido, en pocas semanas, cosas tan terribles que jamás lo podríais imaginar. ¿Y ahora qué? - alzó la voz, sus enormes ojos grises brillando como imbuidos en una tormenta - Ahora tenéis la desvergüenza de pretender liderarnos y, encima, no teneis intención de decirnos a qué hemos venido a esta apestosa ciudad y por qué. Si nos parece bien la propuesta, entonces iremos todos juntos, sin excluir a nadie.

Fue entonces cuando, sin poder aguantarse más, el comerciante guardián de la arcada se dirigió a él con una leve reverencia.

-Señor, con usted se ha hecho una excepción. Lo siento, pero yo sólo cumplo órdenes. Nadie más podrá traspasar el umbral.

-Bien - Lúne se dió la vuelta, dando la espalda a la arcada - entonces nuestros caminos aquí se separan.

Yume agarró el brazo de Lúne con suavidad, pidiéndole con un gesto no-verbal que se tranquilizara. Le besó con ternura y, viendo como se quedaba ante ella un poco sorprendido, le pellizcó graciosamente la naríz.

-No me seas orgulloso, Lúne. A mi no me importa, y te agradezco que nos hayas tenido en cuenta. Pero yo te esperaré aquí, y me lo contarás todo, ¿vale? Anie y yo y el resto. Te esperaremos.

El joven bufó y desvió la mirada, notando cómo Elrick ya estaba tras él, muy cerca, tanto que notaba su aliento en la nuca. Se giró bruscamente y le miró con odio.

-¿Qué? ¿Ya ibas a llevarme por la fuerza? - se colocó una mano en la vaina, amenazante. Pero, al observar la cara de reprobación de Yume, decidió caminar hacia adelante, sin mirar atrás y sin despedirse. Ni siquiera pareció escuchar la respuesta sardónica de Elrick, como le decía: "sabía que no haría falta. Hay personas con más sentido común que tú".

Estaba muy enfadado, impotente, engañado, viendo como 3 desconocidos le trazaban una linea hacia un objetivo que no conocía. Odiaba aquello, lo odiaba con todo su corazón. Apretó los puños, pasando rápidamente bajo la arcada, sin corresponder a un "lo siento" murmurado por Ichiro, avergonzada por todo lo que había sucedido. No se sentía así desde...

...no quería recordarlo.

-------------------------------

Una enorme cresta dentada apareció por debajo de la fina capa de niebla que, durante 3 días con sus noches había acompañado a los navegantes sin tregua, junto con un cielo gris y encapotado. Un ruido crepitante acompañó a la aparición de la cresta, como un ruido sordo, de sierra que subía y bajaba de intensidad. Ichiro sintió un fuerte escalofrío en la espalda y retrocedió unos pasos, hacia el centro de la borda. Aquella cosa...desprendía odio, maldad y algo más que no podía discernir, pero sin duda en el Mundo Feérico esa sensación tan horrorosa no la había sentido jamás.

Elrick se acercó a ella, con el semblante serio pero a la vez calmado y un poco reflexivo. Le sonrió, con ligereza, unas finísimas gotas de lluvia impactando contra los tatuajes de su calva.

-Esas cosas son monstruos oceánicos controlados por los hechiceros de Ciriol - murmuró, echándole a la cresta gigantesca que poco a poco desaparecía entre la niebla una mirada petrea, inexpresiva - A nosotros no nos harán nada. Olvídate de ellos.

La joven de cabellos azules, ahora impregnados de una mezcla entre sal y lluvia, tragó saliva y forzó una sonrisa, tratando de olvidarse de los sentimientos sombríos que la habían acechado segundos antes. Caminó hacia proa, pasando entre los esforzados marineros que, con un trabajo serio y meticuloso se afanaban en aparejar las velas dependiendo de la dirección del viento y del tamaño de las olas. La carabela aquella era un barco seguramente destinado a muchísimos más viajeros y tripulantes, a tenor de su gran tamaño. Con sus 50 metros de largo y sus 20 de ancho, se asemejaba a una perezosa ballena que sin prisa y sin pausa, se dirigía hacia el interior de aquellos mares blanquecinos, ciegos, desprovistos apenas de luz.

Mientras se dirigía, grácil, tratando de desenredar sus cabellos entumecidos por la brisa marina, hacia proa más que por curiosidad, por mero aburrimiento, observó a dos personajes con personalidades muy distintas:

A un lado, a la izquierda, Hanuil charlaba animosamente con una marinera a la que el capitán del barco le había permitido un merecido descanso de una hora. La mujer parecía tener unos 30 años, era menuda, ancha de curvas y tenía unos pechos voluminosos que le sobresalían bajo una recia camisa de seda color beige. Llevaba sus cabellos rojizos y rizados recogidos en una cola de caballo y se recostaba con gracia profesional en la baranda. A pesar de su oficio, no parecía haber abandonado para nada su femenidad. Tenía una belleza alejada de ser clásica, una belleza salvaje, con unos ojos verdes rasgados, la frente ancha y una barbilla corta y orgullosa. Había aprovechado para pintarse los labios de nuevo, tratando a la vez de humedecerlos en contra de la sequedad que tendía a resquebrajarlos.

Se miraba en un espejo y reía a carcajadas seguramente por alguna ocurrencia de Hanuil, mirándole a veces de reojo y pestañeando con fuerza. Era increible como aquel joven insolente, del cual Ichiro mantenía una opinión de simple niño de papá que juega a las aventuras, conseguía escandilar a cualquier hembra, fuera quien fuera ésta.

-...La última vez que estuve en Firya - relataba, después de contarle otras anécdotas que le habían ocurrido en su Mundo, con una sonrisa pícara y traviesa - la cagué, como siempre. En una taberna me emborraché, aprovechando que Elrick y los demás se habían ido ya a dormir, y me lié con una recia marinera, ni la mitad de bonita que tú. Pero ya sabes lo que hace el alcohol... - miró hacia el cielo encapotado y gotas de lluvia le cayeron sobre los párpados entrecerrados - Al día siguiente, me encontré metido en un armario, desnudo, escuchando la discusión acalorada de una pareja. De repente...un hombre de 2 metros, gigantesco y musculoso, abrió el armario y me encontró ahí, con un condón de esparto en la polla, ya usado, y agazapado en un rincón, con una resaca terrible... Salí de ahí corriendo, pasando bajo sus piernas y aún no sé ni como escapé de ahí...lo juro. Solamente acertó en inflarme un ojo de un puñetazo.

La risa de la marinera se prolongó durante un buen rato, dándole palmadas en el hombro y arqueándose hacia abajo, enjuagándose unas lágrimas. Ichiro negó con la cabeza, suspiró, y siguió caminando ya conociendo de sobra las tácticas de seducción de aquel niño insoportable y soberbio hasta el asco. Seguramente no era verdad ni la mitad de cosas que contaba pero...¿Quien iba a probarlo?

En el otro lado se encontraba Lúne, con la espada desenvainada y clavada en la borda, sentado sobre la baranda, dejando medio cuerpo peligrosamente colgando hacia el mar. Pero no parecía ni mucho menos preocupado, ni siquiera después de la aparición repentina de aquella cresta que había sembrado el pánico en el lastimero estómago de la joven. Al contrario, estaba pensativo, con el ceño fruncido, fumando una larga pipa.
La espada del joven resplandecía con unos brillos azulados, extraños, que contrastaban con el ambiente apagado de los alrededores. Lyr llevaba esos 3 días y sus noches sin apenas hablarle a nadie. En caso de extrema necesidad, echaba uso de los monosílabos, pero aquello era todo. Su mirada grisacea parecía ahora viajar muy lejos de ahí, parecía trazar algún plan, o quizá hacía balance del pasado...

...No, era incapaz de saber en qué pensaba aquel misterioso joven. Caminó hacia la proa, confusa y no pasó mucho tiempo hasta que, malhumorada, decidió irse a su camarote para leer algunos de los libros que había en sus estanterías, libros la mayoría de Historia de Espiral y de Leyendas del Océano, todos muy interesantes para ella.

Llegó la noche y cenaron de forma frugral de pescado fresco gratinado con verduras en un gran camarote todos reunidos tripulación y viajeros, en una larga y vetusta mesa sobre la cual ardía un gran candelabro de 15 velas. El ambiente había sido bastante austero y callado, no parecían aquellos marineros los típicos alegres y desvergonzados que siempre aparecían en las novelas del Mundo Ordinario. Solamente Hanuil cortaba el silencio contando algún que otro chiste y hablando con la menuda marinera a la que le había caído, sin duda, en gracia. Ichiro estaba ya contando el tiempo que faltaba para que se la llevara a la cama, aunque la mujer no parecía precisamente de las fáciles. A veces callaba largo rato sin dar señal de escuchar lo que le decía el Viajero de rubia cabellera. Lúne había terminado de cenar y, con un amable y frío: "gracias por la cena", volvió a su camarote, con prisa, como si allí tuviera una importante tarea que realizar.

Pero a Ichiro le extrañó algo en el rostro del joven, algo que la mantuvo en vilo durante los minutos que siguieron a la desaparición del chico.
Justo cuando Lúne pasaba junto a ella haciendo resonar sus pesadas botas sobre el pavimento de madera resquebrajosa del gran camarote, se giró en un instante de segundo y le murmuró algo con sus pequeños labios, algo que Ichiro no supo interpretar, absorta más en sus pensamientos sobre en qué estaba obsesionado Lúne que en sus gestos. Que se dirigió a ella, aquello era indudable...¿Por qué lo había hecho? Eso ya la sumergía en un mar de dudas.

Estuvo todavía un largo tiempo haciendo sobremesa, tratando de distraerse hablando de forma escueta con Elrick, el cual le comentaba los pormenores y los objetivos de aquel viaje.

-Cuando lleguemos allí, nos encontraremos con un personaje muy... - se quedó pensando, observando el techo y sonrió ligeramente, rascándose la calva con lentitud - un Personaje, eso es todo. No lo sabría definir. Él y toda Ciriol saben más cosas de la Guerra y del supuesto poder de Lúne y de las consecuencias de todo ello que muchos que viven en su propio Mundo. Allí buscaremos consejo, sabiduría...y quizá algo más, si le caemos en gracia...si está de buen humor.

¿El supuesto poder de Lúne? Ya habían hablado de ello antes de llegar a Espiral y solamente conocían de ese destino lo que le había pasado en Folmendal. Aún no entendía por qué los Folns habían decidido hacer saltar a Lúne sobre la hoguera, si ni ellos conocían el alcance de su poder. Sin duda, debieron intuïr algo muy poderoso dentro de él, debieron sentirlo. De hecho, ella, cada vez que lo miraba...No, desechó aquel pensamiento.

En realidad- pensaba - en realidad no sabemos nada, absolutamente nada. Y él es solamente un chico como yo. Le han estado utilizando, le han sometido a grandes presiones, le han manipulado. Y él...no...no puedo entender que aún así esté tan tranquilo, tan sereno. Algo tiene que esconder, algo tiene entre manos que nosotros no conocemos.

Se levantó, necesitaba irse a su camarote para poder pensar en todo ello con tranquilidad, para sopesar el futuro que les venía encima, para pensar en todo lo que le había contado Elrick y los Folns respecto a Lúne. Necesitaba llegar a alguna conclusión, aunque fuera suya.

Solamente suya.

Hizo una reverencia y entornó los ojos, tratando de fingir que se caía de sueño.

-Me ha sido grata la compañía, pero estoy cansada y necesito dormir. Buenas noches y gracias por la cena.

Después de las pertinentes y frías despedidas, excepto por parte de Hanuil el cual andaba tan enfrascado en la conversación que ni se inmutó de la partida de la joven, abrió la puerta de su camarote con más fuerza que la había pretendido pegando un sonoro portazo contra la pared.
Se sentía extrañamente irritada, tenía ganas de tumbarse en el pequeño pero cómodo camastro y así, por fín, olvidarse de todo sumergiéndose en un onírico olvido.

Pero no sabía que aquella noche aún se avecinaba larga, muy larga.

Ahogó un grito de sorpresa con su menuda mano, y ahí fue cuando intuyó que, precisamente, aquella noche no podría dormir tranquila: sobre la cama se hallaba sentado un joven de cabellos negros sacados levemente de sus naturales tinieblas por una sola vela encendida en el candelabro colocado sobre la menuda y destartalada mesita de noche. Sus ojos, con rapidez felina, se posaron en los de Ichiro entre unos destellos grisaceos e intensos que la miraban inquisitivamente, o eso parecía. Con todos aquellos elementos, era ya más que evidente de quien se trataba, de quien era aquel joven que había invadido su camarote sin su permiso.

El chico cerró un pesado libro que mantenía sobre su regazo y sonrió levemente. Ichiro, como respuesta, puso los brazos en jarras y frunció el ceño: no se sentía de buen humor como para aguantar silencios y misterios infundados y más en aquella situación tan surrealista.

-¿A qué viene todo esto? ¿Por qué demonios has entrado en mi camarote sin mi permiso?

El joven no pareció corresponder sus palabras con ninguna expresión visible, al menos no en aquella penumbra, y en vez de eso se levantó e hizo una breve reverencia con la cabeza, esbozando una risa cortés.

-Mis disculpas, sé que no es este el método más ortodoxo para explicarle a alguien, y más a una chica, que tengo motivos de sobra para haberlo hecho - levantó la cabeza y, por efecto de la falta de luz, Ichiro sólo fue capaz de ver dos grandes y brillantes ojos grises, únicos elementos que atestiguaban su presencia, junto con una pequeña parte de sus mejillas ligeramente sonrojadas.
Se sintió entonces algo turbada por la fuerza enigmática y poderosa que emanaba de aquella silueta, de aquel espectro que se había deslizado en el mismo epicentro de su intimidad.
Y de nuevo aquella contradicción: aquel calor en el pecho y aquel tremendo escalofrío en el espinazo.

Pronto, sin embargo, se rehizo y, cruzándose de brazos, frunció de nuevo el ceño, aquella vez con más efusividad y rabia.

-No pretendo consentir que nadie se inmiscuya en mi intimidad, y menos alguien que apenas conozco - espetó con un leve temblor iracundo en su voz. Jamás se había sentido tan enfadada...ni siquiera en aquella cena de Húgaldic, ni siquiera discutiendo con Hanuil. Tenía unas extrañas ganas de llorar, se sentía ridícula, no era aquello tan importante como para ponerse así...¿o sí? - ¿Qué quieres de mí? Espero una respuesta rápida porque sino...

-Basta - la voz del joven se tornó más fría, casi gélida - Te recuerdo que soy yo al que han retenido en este barco en contra de mi voluntad - se hizo el silencio, pero los ojos de él eran más elocuentes que sus propias palabras. El problema es que su mirada le había dado tal impresión a Ichiro, que ella fue incapaz de interpretarla - Y tú - prosiguió, con una media sonrisa sardónica - eres cómplice de mi encierro.

Dicho aquello se dió la vuelta, dándole la espalda y, apartando las cortinas de la pequeña ventana circular dejó que el fantasmagórico resplandor de la niebla nocturna invadiera la habitación.

Miraba por la ventana, las manos metidas en los bolsillos de su túnica negra, la túnica de Varmal, la túnica de los hijos de la Luna Negra.

Ichiro bajó los ojos, cediendo finalmente a la vergüenza.

-No estoy de acuerdo en cómo hablaron mis dos compañeros, sobretodo respecto a Hanuil. Yo jamás obligaría a nadie - tregó saliva, acariciándose los azulados cabellos para mantener una de sus manos ocupada al margen de los nervios que zarandeaban a la joven - jamás, pero yo Lúne...yo...aún estoy confundida por todo lo que está pasando, yo nunca pretendí...

-He encontrado un libro en este barco, un libro que jamás, durante mis años de empedernido lector, de devorador de bibliotecas, había leído - la cortó, aún de espaldas a ella y mirando por la ventana - Contiene una información muy interesante y...necesito colaboración de tu parte, si es que quieres saber de qué va esa historia - se giró hacia ella y recostó con gracia el codo en el cristal de la ventana. Su mirada ahora era más calida y serena, y en sus ojos grises como la niebla que dominaba aquellos oscuros mares parecían arder dos hogueras crepitantes.

Ichiro no comprendía nada. Se sentía como una extraña en su propio camarote escuchando como un joven bastante aniñado, algo desgreñado y de ojos bonitos, le contaba que había leído no sabía qué libro con información interesante, y confidencial, a tenor de su secretismo. Pero lo que más la extrañaba era...

-¿Y por qué...por qué necesitas colaboración de mi parte? ¿Por qué quieres compartir lo que sabes conmigo y no con los demás? - preguntó, más temblorosa aún que antes y evitando aquella mirada que la hería, le hacía daño y le escrutaba como si para él ella fuera un libro abierto de par en par.

Lúne suspiró con efusividad.

-El por qué ahora carece de importancia - se encogió de hombros y se sentó en la cama, ante ella, con una sonrisa tranquila y algo melancólica - Si me pides que me marche, me marcharé, sin causarte ningún problema. Si en cambio quieres que me quede y siga contándote mi historieta que para tí, como buena feérica, te debe sonar a cuento absurdo de humanos... - se tumbó con lentitud en la cama, bufando un suspiro de cansancio y se colocó las manos tras la cabeza ahora bien visible por la cercanía de la única vela encendida - ...deberás confiar en mí.

Ichiro titubeó. ¿Pero cómo pretendía que confiara en él si aún no le había explicado absolutamente nada de lo que tramaba...si es que tramaba algo?
Abrió la boca dispuesta a protestar contra el tono tan sentencioso y soberbio del joven. Sin embargo, había algo en aquella voz que la inquietaba y que, a la vez, la atraía con una curiosidad irresistible.

¿Qué pensarían de ello Hanuil y Elrick si descubrían que les ocultaba algo a sus espaldas, ella, que había abusado de su confianza?
¿Quizá Lúne quería compartir un secreto con ella a espaldas de sus dos compañeros? No, no podía hacerlo y tampoco quería y, sin embargo, sintió también como una serenidad casi sedante recorría cada poro de su piel, poco a poco, casi imperceptible, como la luz magenta que precede al alba en el horizonte.

¿Qué era lo correcto?

Sin apenas ser consciente de ello, había terminado echándose en la cama, a su lado, con las manos también tras la nuca y apartando sus frondosos cabellos lapizlászuli hacia el borde de la cama. Se giró hacia él y sonrió, frunciendo ligeramente el ceño y, aquella vez, fue ella quien lo miró intensamente con sus ojos de ámbar.

-Dudo que toda esa historia vaya a convencerme pero... - relajó sus labios - Confío en tí.

El joven pareció sorprenderse y abrir algo más de lo normal sus ya de por sí enormes ojos. La penumbra ya no conseguía encubrir ningún gesto de su rostro que quisiera esconder de la mirada de ella.

¿Se había sonrojado?

No lo sabía. Pero esa forma que tenía de parpadear tan repetidamente mientras le devolvía su mirada le recordó a cuando Rívon se turbaba por algo...

...y aquello le regocijó.

--------------------------

Lúne se recostó sobre el respaldo de la cama después de encender el candelabro entero para así poder leer con más claridad.
Abrió el pesado libro rojo de tapas desgastadas sobre su regazo y empezó a girar las hojas amarillentas, con lentitud, unas hojas muy finas y crepitantes que parecía que se quebrarían en cualquier momento.

Ichiro torció un poco la cabeza tratando de observar, por curiosidad, quien era el autor del libro y el título de este...

Y su sorpresa fue mayúscula.

Escrito con letras góticas y refinadas el título rezaba: "Leyendas de Ilmaren" por Nuán.

¿Nuán? ¿Nuán era escritor? Jamás lo hubiera imaginado...

Lúne no pareció advertir el desconcierto de la joven y siguió pasando páginas, una a una, hasta que por fín dió con el capítulo que buscaba. Entonces carraspeó para aclararse la voz y frunció el ceño, pues la letra era pequeña y la impresión estaba muy desgastada.

"Poco se habla del país de Gaül - empezó, con un tono de voz grave y profundo, usando una voz desconocida para ella - pero en todos los pueblos asentados a los pies de las montañas de Ilmaren, las leyendas sobre este mítico país abundan, y una de las más corrientes aunque ya conocida por muchos es la de la "Joven de las estrellas" o de la "Joven que vino de los cielos", aunque hay versiones muy detalladas y únicas de las que hasta ahora yo no conocía su existencia (...)" - Lúne pasó unas cuantas páginas más y, deteniéndose en otra, prosiguió-
"Y así casi todas estas leyendas, curiosamente, se refieren a extraños seres de las montañas que proporcionan dones y maldiciones a los habitantes de estos pueblos.
Durante los solsticios y equinoccios estas gentes se reúnen dentro de las casas, en família, dejando hogueras encendidas tanto dentro como fuera de los hogares. El fuego que se enciende ante la puerta, en el exterior, se rodea con piedras de colores, muy abuntantes en esas montañas y que, según ellos, apaciguan a estos tenebrosos visitantes que por las noches bajan desde el país de Gaül hacia el mundo de los humanos (...) -
giró dos páginas más y rebuscó con una intensa mirada en otro párrafo y prosiguió.

"Durante mis andanzas con mi compañía de músicos, traté de averiguar algo más de este misterioso país que tanto me intrigaba, algo que pudiera hallar entre el confuso humus de las leyendas. Quería conocer cosas más concretas, ir más allá de cuentos y supersticiones, y solamente los más ancianos quisieron responderme, casi todos con secos monosílabos y con frases herméticas acompañadas de una serie de rezos y supuestas fórmulas mágicas para alejar de ellos los Colmillos del Destino, según sus propias palabras. Después de algunos relatos confusos sobre laberintos endemoniados, raptos de niños, danzas macabras y desapariciones, acababan siempre diciendo que "el Otro Lado es el único que Sabe" (...)

"Considero que hasta ahora se ha tachado a los habitantes de Ilmaren de primitivos, desechando así todas sus creencias. Pero nada más lejos de la realidad. Si hay una tierra más misteriosa y con más poder mágico en Espiral, esas són las tierras que rodean esas montañas, estoy convencido. De hecho, es curioso, pero siempre observé esas montañas con un deseo y un ardor en mi pecho extraños, atraído por ellas desde siempre (...) -
el joven negó con la cabeza varias veces, sonriendo levemente.

- A este hombre le encanta divagar - espetó, algo irónico, antes de proseguir con un nuevo párrafo.

"Al fín nuestros pasos errantes, llevando con nosotros los instrumentos a cuestas y unas pocas monedas, nos llevaron a una pequeña caseta de madera construída justo en los lindes de un inmenso y sombrío bosque que se extendía por una profunda garganta abierta en la montaña.
Llegamos a aquella cabaña hambrientos, justo cuando el Sol se ponía entre las altas montañas que se alzaban ante nosotros.
Habíamos andado durante 3 días entre gargantas, despoblados valles, y no había señal de ningún pueblo y de ninguna aldea cercana. Los caminos pedregosos a menudo se introducían por frondosos bosques en los que era fácil perderse y aparecer en otra dirección no deseada. Solamente hallábamos sosiego ante la hoguera, tocando nuestros instrumentos y cantando mientras comíamos una frugral cena insuficiente para nuestros estómagos.
Yo era reacio a molestar a la familia que pudiera habitar aquella casa y era partidario de seguir andando hasta dar con un pueblo, pero el resto de mis compañeros y el ruido incesante de mi tripa me hizo desistir.

(...) Un anciano, delgado y menudo, calvo y de nariz afilada, nos miró sombrío tras un pequeño agujero abierto en la puerta - pasó unas cuantas páginas más frunciendo un poco el ceño y al fín arqueó las cejas y se le iluminaron los ojos. Miró a Ichiro y sonrió con cierta excitación.

-Aquí está. Escucha.

La feérica se arqueó ligeramente hacia el pesado libro que sostenía el joven sobre su regazo y arrugó el entrecejo, esperando impaciente que la historia siguiera adelante.

(...) Amablemente, empezó a relatarnos con tranquilidad todo lo que sabía de aquellos bosques que se erigían como una pared forestal, salvaje, ante la cabaña. Después de comentarnos de pasada que hacía cinco años su esposa, que había vivido allí con él, había fallecido y que sus dos hijos se habían ido a vivir a una aldea lejos de allí, su rostro se ensombreció y sus ojos se clavaron en la crepitante hoguera ante la cual habíamos tocado para él después de cenar. Poco después empezó a hablar, su voz totalmente cambiada hasta el punto que parecía provenir de otra persona.

-Si en verdad queréis conocer las historias que se esconden tras estos bosques y estas montañas - guardó silencio, mirando por una ventaba que daba a los lindes del bosque. De repente parecía más viejo y su mirada muy cansada - yo no podré más que hablar de malos sueños, de oscuras visiones, de visitas inquietantes... - clavó los ojos en la hoguera - ...y de miedo.

Lúne miró por la escotilla, sereno y algo sombrío. Luego, giró una página más y se dirigió a Ichiro la cual, como una niña que escucha las historias de un cuenta-cuentos, se hallaba tumbada boca abajo, sus manos en las mejillas y con los ojos muy abiertos, unos ojos que pedían a gritos que el joven siguiera relatando la historia.

Y siguió leyendo.

- "Aquel anciano, en efecto, nos contó cosas aterradoras de sus pesadillas acerca del bosque, sobre diminutos seres enclenques que le susurraban frases incoherentes o sobre laberintos por los que se perdía en el interior de la floresta, rodeado de aullidos y lamentos. Pero, lejos de la impresión que me dejaron, algo me llamó la atención: aquel hombre solamente tenía aquellos sueños desde que vivía allí, en aquella casita de madera. También nos contó que había soñado algunas cosas premonitorias. Por ejemplo, el día anterior a la muerte de su esposa, había soñado que unos diminutos seres rodeados de luz, sin rostro, se la llevaban inherte hacia el interior del bosque, llevándosela a cuestas. Él los perseguía, desesperado, pero al internarse en la floresta siempre acababa hundiéndose bajo tierra, entre las raíces de los grandes árboles, cómo si algo en aquel bosque le impidiera pasar.
Al día siguiente, halló a su mujer muerta en la cama: había fallecido mientras dormía (...)"

"El anciano también había penetrado en el bosque y, de tanto hacerlo, parecía haber perdido la razón. Nos decía, convencido, que el alma de su mujer había sido robada por Ellos y que él la debía rescatar de sus manos. Pero sin duda, había muchas cosas que no quería contarnos, por mucho que tratáramos de preguntarle lo más cortesmente posible.
Cansado ya de relatarnos sus experiencias con aquel bosque, las cuales parecían dolerle como si cada palabra fuera un estilete que se clavara en su interior, nos enseñó otras cosas menos siniestras y funestas. Nos mostró gran cantidad de piedras de colores que tenían extraños símbolos grabados en ellas. Él nos aseguraba que jamás había encendido hogueras para espantar a los visitantes del Otro Lado y que esos grabados eran la forma que tenían aquellos seres de agradecérselo.
Miré una de las piedras de color azul marino atentamente, entrecerré los ojos y en el símbolo grabado en ella (una pirámide de dos puntas) refulgía una luz anaranjada, casi imperceptible (...)

"Nos enseñó una cesta llena de frutas diversas: bayas más rojas que el rubí, frambuesas, cerezas, bellotas y, por último, ramas de muérdago dibujando cruces, rombos y espirales.
Según el anciano, había algunas frutas que databan de 20 años atrás, de cuando se había trasladado con su familia a aquella cabaña por razones que rehusó explicar. Se conservaban intactas, impolutas, como si estuvieran bajo el influjo de un conjuro.
Cada solsticio y cada equinoccio por la mañana, sobre las brasas de la chimenea apagada, se encontraban con una pequeña cestita dentro de la cual había siempre un fruto y una piedra de color sobre la cual siempre había algún dibujo o símbolo tallado (...)"

"Aquella noche la recordaré toda mi vida, no la podré olvidar jamás. Nos quedamos a dormir en aquella pequeña casa, todos en el que antaño había sido el cuarto de los hijos del anciano. Dormimos en nuestros sacos, pues ahí ya no había camas (...). En medio de la noche pegué un respingo y me encontré sudando a mares y mi corazón bombeando de forma alocada, arrítmicamente.
A través de la ventana contemplé el fulgor de la luna llena entrar en la habitación, dibujando sombras danzantes de los grandes árboles cercanos. Me sentí atraído por aquella luz y aquellas sombras en movimiento, como los grillos hacia la noche.
Entonces, salí sigilosamente de la cabaña, como poseído, atraído por algo que no podía discernir. Anduve no sé cuánto tiempo entre la maleza, a través del bosque, excitado, ajeno a todo, enamorado de un sentimiento que no puedo explicar con palabras. Fuertes rachas de viento se precipitaban entre las ramas de los árboles sumidos en la penumbra lunar, y en esa vestisca parecía escucharse, sólo durante unos pocos segundos, una melodía de arpa algo estridente pero tan bella que dolía, me hería, me consumía...
Olía a magia, a una magia muy potente, absorbente, el aire vibraba a mi alrededor y sentía presencias extrañas rodeándome y también notaba que allí ya no era bienvenido.
Sin embargo, lejos de temer por mi integridad, seguí caminando, adentrándome en la espesura como ebrio y fue cuando, al cabo de poco tiempo, comencé a vislumbrar una luz blanquecina resplandecer entre las ramas y recuerdo que, como un necio, estallé en carcajadas. Las carcajadas fluían solas, sin que yo hiciera ningún esfuerzo, aunque ahora a alguien le pueda parecer ridícula mi reacción.
Corrí hacia la luz y el viento me seguía trayendo aquella melodía alegre y estridente cada vez con más fuerza. Quería unirme a aquello, fuera lo que fuera (...)

Lúne observó a Ichiro alzando sus grandes y semi-velados ojos grises, de ellos emanando destellos repletos de intensidad. Ichiro se frotó los ojos y se recostó sobre su lado izquierdo devolviéndole su mirada de miel, llena de sorpresa y deseo por seguir escuchando aquella extraña y oscura historia.

-Resumiendo - dijo Lúne, con una sonrisa entre dulce y burlesca - Nuán rió por primera y, quizá, por última vez en su vida, y le duró poco al pobre. Según relata él mismo, al llegar a aquel claro luminoso de dónde provenía aquella música, se encontró de nuevo ante la cabaña, en el mismo sitio por dónde antes se había adentrado a la floresta.

Ichiro entornó los ojos y reflexionó durante unos instantes, mientras se rizaba una mecha de cabello azul.

-En el Mundo Espiral, cuando los feéricos os visitábamos a menudo, usábamos como medida de protección algo llamado... - la joven arrugó graciosamente la nariz, tratando de recordar algo que ya casi había olvidado. Unos segundos después dió un saltito sobre la cama, sonriendo e iluminándosele la cara - ¡Ya está! ¡Ya lo recuerdo! Lo llamábamos Crúan, el Arte de moldear el tiempo y el espacio. Con ello podíamos dejar entrar a quienes quisiéramos, sin arriesgarnos a que los humanos malvados penetraran en los portales que custodiábamos. Pero... - volvió a entornar los ojos, pensativa - ahora, excepto algún que otro Viajero, nadie quiere visitar el mundo de los humanos. A no ser que... - las miradas de ambos se encontraron y, al instante, como en un encantamiento, se comprendieron.

-...exista una tierra feérica en Espiral - murmuró Lyr, también pensativo, rascándose la barbilla.

Ichiro, en un gesto que Lúne no se esperaba, le cogió las manos con rapidez y sonrió abiertamente, con los ojos brillantes de esperanza y excitación.

-¡Lúne! ¡Tenemos que viajar ahí, presto! ¡Si fuera cierto lo que pensamos...ahí debe hallarse la respuesta! No sé por qué...pero lo presiento.

-Yo también lo presiento, Ichiro - sonrió también el joven, aún pensativo y ligeramente conmocionado por la reacción anímica de la joven feérica y habiendo retirado sus manos de las de ella algo inquieto y ruborizado - A pesar que los demás se opusieran...¿Vendrías conmigo?

La muchacha le miró con seriedad, su corazón sobrevoló como una grácil golondrina sobre sus propios sueños, su familia, sobre Rívon y sobre sus compañeros Viajeros.

-Sí - sonrió de nuevo, con serenidad - a pesar de ello.

Thursday, January 8, 2009

La Resistencia. Capítulo 3: Firya

Por todas partes se arremolinaban los marinos, comerciantes, curiosos, ladronzuelos y compradores alrededor de los buques y barcos atracados en aquel atestado puerto. Por doquier diversos puestos de comida, ropa, joyas, amuletos y todo tipo de accesorios, algunos de ellos de legalidad dudosa, se concentraban sin orden alguno en una sola callejuela, junto a las casas bajas, las tabernas y las posadas.

-¡Al ladrón! - gritó Nuán, dándose cuenta demasiado tarde que un chiquillo andrajoso le había robado uno de sus saquitos de hierbas colgadas en su cinturón plateado. Con gran maestría, el ladrón se las había ingeniado para desaparecer entre aquella marabunta, doblando la esquina que daba a una estrecha calle que desembocaba en la zona portuaria - ¡Aún no entiendo qué demonios hacemos aquí, en esa ciudad sin ley, repleta de pendencieros!

Elrick sonrió ligeramente, sin hacerle caso. Él sabía que en Firya, la única ciudad independiente de Espiral, ajena a cualquier Orden y a cualquier Capítulo, uno debía tener siempre los cinco sentidos alerta. Más de 2000 años atrás, las Órdenes se habían reunido para firmar un convenio con Firya, marginando así a los seres humanos que consideraban ruínes, en exceso rebeldes, parias y maleantes. A los que eran considerados así, les obligaban a restar ahí para siempre, en vez de encerrarlos en la cárcel, eliminando así suspicacias y problemas, alejándolos de sus pacíficas Órdenes. Así había nacido aquella población, junto al mar.

O eso creían.

Pero Firya había cambiado mucho, y había florecido gracias al comercio y a la pesca, pues 500 años atrás los jefes de las Órdenes habían permitido abrir el mercado hacia aquella ciudad. Aún así, y pese a todo, seguía conservando su mala fama, siendo la antítesis de todo lo virtuoso y sabio. No, allí jamás pisaban sus calles ni siquiera los miembros de Wail, en pie de guerra en su conquista de Espiral. Siempre quedaban exentos de esas contiendas. Y por eso precisamente, cuando uno tenía la osadía de aventurarse en aquellos parajes peligrosos, se sorprendía ante la gran cantidad, no sólo de maleantes, sinó también de nuevos ricos, de gente elegantemente vestida, de jardines de reciente creación por los cuales las parejas se paseaban tranquilas y sonrientes, palacetes erigidos por familias de comerciantes y de artistas famosos, de bardos y poetas interpretando sus canciones con gran recepción. Tampoco faltaban las peleas, numerosos duelos entre pretendientes, asesinatos entre bandas, borrachuzos metiendo mano a las doncellas aprovechándose de la gran multitud y marineros venidos a menos que apestaban a ron y a whiskey.

A Hanuil y a Elrik les encantaba aquella ciudad, puesto que era allí el único sitio dónde podían pasar siempre perfectamente desapercibidos. Hanuil, además, solía frecuentar las tabernas y los parques en dónde siempre conocía a alguna que otra mujer despistada, sorprendida y curiosa por el descaro de aquel jovencito que siempre lograba seducirlas con su labia. Sonreía pensando en todo eso, al contrario de Nuán, el cual se sentía agitado, inseguro, mirando a todos lados. Elrick, con su habitual racanería en palabras, le había explicado durante el camino que aquel era el único sitio dónde se podrían refugiar y estar seguros durante un tiempo. Y, además, podrían conseguir mucha información. ¿Pero qué información? Los Viajeros se limitaban a restar en silencio, y aquello le molestaba especialmente. Él, un hombre de mundo que había dedicado toda su vida a la música y a la naturaleza, él, que había sacrificado su libertad para permitir que los niños de Espiral estuvieran seguros en la Fortaleza, él, que se había volcado a la enseñanza con tanta pasión. Y ahora unos desconocidos llevaban a aquellos jóvenes a una ciudad sin ley, en dónde ni siquiera un adulto se sentía seguro entre sus calles.

Aquello era una locura, pero se sentía muy cansado cómo para discutir, y más después de haber dejado los caballos en el establo a la entrada de la ciudad, junto a la caseta de guardia y a la gruesa muralla que les separaba del mundo exterior. Le dolían las piernas, el trasero y la espalda.
Yume, que parecía haber vuelto a sonreir gracias a la vitalidad y a la suntuosidad de aquellos parajes, se había acercado a Lúne dando unos cuantos saltitos con las manos tras la espalda. Tenía que olvidar, volver a respirar nuevos perfumes, sentirse viva. Lo necesitaba. No podía ni quería mirar hacia atrás.

-¡Lúne! ¿No es maravilloso esto? - exclamó con una voz jovial la muchacha, con el rostro algo congestionado y las mejillas rojizas. ¿Cuánto hacía que no hablaba con él? Demasiado tiempo...y más después de comprobar que el joven no le guardaba ningún rencor por lo sucedido en el pasado. Sus ojos grises, intensamente abiertos de par en par, le sonrieron.

-Si, Yume. Aunque más maravilloso es ver que vuelves a ser la misma de siempre - replicó él, colocando una mano en el delicado y caliente hombro de la chica, la cual había decidido quitarse de encima el jersei de lana y lucir un sencillo vestido de tirantes que, aunque sucio por el viaje, le hacía sentirse mejor, fresca, renovada.

-¿Me...me perdonas por lo de...?

Lúne la cortó y, sin dudarlo un sólo momento, le tendió la mano, con una sonrisa y un guiño. Ella le correspondió y se la dió, juntándose ambas manos. La oscuridad había cesado. Caminaban todos junto al mar.

-Esa ciudad decían que era una porquería, y lo es. Pero a mi me ha puesto de buen humor - dijo él, besándola en los labios y haciendo que Yume casi se desmayara del rubor que le subió desde el pecho hacia su rostro - Algún día podríamos enrolarnos en un barco y navegar por el mar, con ese buen tiempo que hace. Me gustaría...recuperarme aquí, recuperar todo lo que perdí - sus ojos se encontraron y, sin que precisara una conversación más exhaustiva, se comprendieron perfectamente.

Ichiro y Anie hablaban animadamente y, como si se conocieran de toda la vida, ya se habían regalado mutuamente unos amuletos para cada una. En muy poco tiempo, se habían hecho amigas, con esa extraña química que existen entre determinadas personas, una química inexplicable que se da la mano con el Espíritu.

-...en serio! En las dos Órdenes bajo las que he vivido y estudiado, siempre me dijeron que, sobretodo como chica, no se me ocurriera para nada del mundo acercarme a Firya, pues allí todo era decrépito y decadente, refugio de gentes sin alma, de pordioseros y de malvividores - decía Anie, contemplando cómo unos marinos bajaban unas grandes botas que parecían de vino con gran ruido, entre imprecaciones, insultos y algunas carcajadas.

Ichiro estaba fascinada con todo lo que veía. Era todo tan caótico, desorganizado, sucio, ruidoso...era todo tan humano, que su mente empezó a soñar, a volar alto, a recordar todo lo que había leído en los cientos de novelas de autores de Espiral y del Mundo Ordinario. Se acordaba de descripciones así, de gentes peleando por las damas, de risas, enamorados escondidos en los rincones, intrigas, asesinatos, romances apasionados e imposibles. Venecia, le recordaba a Venecia, aunque nunca hubiera estado allí.

-¡Pero si esto es...es... -tartamudeaba la feérica, emocionada, su mirada nerviosa y sedienta de emociones fuertes posándose sobre cada tenderete, sobre cada taberna y escuchando los bardos con sus laudes y mandolinas interpretar sus canciones obscenas y divertidas entre los aplausos de las gentes, que se arremolinaban alrededor de ellos. Había pintores ambulantes, recitadores de poetas y esforzados bailarines que interpretaban las piezas de unos músicos avispados y pícaros - una maravilla! ¡Estoy que no quepo en mí, Anie! ¡Oh, fíjate en eso! - señaló un pequeño puesto de madera en el que un hombre recio y barbudo vendía todo tipo de sortijas hechas, supuestamente, de conchas, corales y otros productos del mar - ¡Quiero regalarte algo más!

Anie sonrió, satisfecha.

-¡A mi también me apetece hacer lo mismo!

Mientras se dirigían allí, Ichiro sintió como una mano le acariciaba el trasero sin ningún pudor. Se giró, violentamente, creyendo que Hanuil le estaba echando una broma. Pero no. Era un hombre viejo, lleno de cicatrices, con una ropa ajada y sucia, que olía a mar y a algas de forma bastante desagradable.

-¡Eres preciosa, niña!

Ichiro buscó huir de aquel hombre lo antes posible pero, de repente, una de sus recias manos de marino le agarraba por un brazo, y la sostenía, mirándola a un solo palmo de su rostro, babeante.

-Vente conmigo. ¿Ves? Este es mi barco. ¿Damos una vuelta?

No veía a los demás. ¡Los había perdido de vista!

No, Elrick siempre tenía los cinco sentidos pendientes, por suerte. Con rapidez, había agarrado de la ajada camisa a aquel viejo infeliz.

-Deja en paz a esta muchacha antes que te dibuje otra herida en esta cara de culo que tienes.

El anciano lo miró. Ante él se hallaba un hombretón calvo, imponente, con brazos gruesos y musculados. Le bastaron esas palabras y su mirada amenazante y oscura, para no tener ni siquiera que discutir con él. Se escabulló entre la muchedumbre, al instante. Pero Elrik no se hallaba para nada satisfecho por haber hecho desaparecer a aquel pervertido. Al contrario.

-Parece mentira que siendo las más mayores del grupo de refugiados, seais a la vez las más niñas. Es la última vez que os vigilo, pequeñas - el calvo se giró y se dirigió de nuevo hacia el grupo de viajeros, que se había parado observándolas a las dos, con risas ahogadas, todos menos Hanuil, que se dedicaba a alabar las cualidades de las jóvenes bonitas que pasaban a su lado, aunque a veces tuviera que verse con el marido y estuvieran a punto de lincharle en más de una ocasión.


Siguieron andando bajo aquel día radiante, y, sin querer, se habían olvidado de todas las preocupaciones.

Llegaron, al fín, a una posada que Elrick y Hanuil parecían conocer a la perfección.

---------------------

Ichiro miraba con los ojos desencajados y una sonrisa de oreja a oreja por una de las ventanas de aquel palacio. Un largo canal se extendía entre unos caóticos y enormes jardines desembocando en una orilla virgen, al otro lado del puerto. En aquel canal navegaban numerosas barcazas animadas por músicos ambulantes que acompañaban a las familias y parejas que habían decidido dar un paseo en ellas aprovechando el buen tiempo que se cernía sobre la pequeña ciudad. Se oía música de mandolinas y muchas risas. Y un perfume de flores silvestres que emanaba directamente desde aquellos jardines.

Se había enamorado de Firya, ya no había marcha atrás. Suspiró, sujetando la barbilla con ambas manos. Estaba en un sueño, en un sueño que parecía no tener fín. Escuchaba cómo Elrick y Lise, la alcaldesa de Firya, hablaban animadamente, sobretodo por parte de la última, la cual parecía feliz y emocionada por la inesperada visita.

-Pues la verdad es que últimamente las cosas no pintan tan bien como siempre, pero en Firya nos las arreglamos lo mejor que podemos. El último ataque de los Lamat fue hace dos días, pero ya sabes que estamos bien...hm...defendidos - le guiñó un ojo y Elrick sonrió de forma cómplice, como si conocieran un secreto por ambos compartido - Y conseguimos detenerlos sin muchos problemas.

A Ichiro le cayó bien desde la primera vez que la vió.

La mujer era de mediana edad, menuda, algo gruesa pero no lo suficiente para decir que tuviera sobrepeso. Tenía las mejillas rojizas, que le daban un tinte muy simpático y desenfadado, y unos cabellos largos y negros, recogidos en una gran variedad de trenzas dispuestas en extravagantes círculos. Mientras hablaba no paraba de sonreir, sus bonitos ojos verdes parpadeando, y su melodiosa y musical voz daban a su rostro bastante corriente un toque de belleza especial, resaltada por unas suaves arrugas a ambos lados de la comisura de sus labios.

Estaban todos reunidos en un salón decorado con todo tipo de tapices, cuadros y muebles tallados con preciosas formas, todos de madera de fresno. Allí dentro también había todo tipo de instrumentos musicales nuevos y viejos, peces disecados de todo tipo, grandes y pequeños y una gran arpa dispuesta en un rincón de la habitación junto a una silla. Pero lo que más le llamó la atención a Ichiro fue una biblioteca gigantesca que daba la vuelta prácticamente a toda la habitación conteniendo gruesos libros casi todos viejísimos, pero muy bien cuidados. Olía ligeramente a rosas y a canela... ¿Y decían que en Firya se encontraba la peor calaña de Espiral?

-¡No hace falta que me lo pidas, Elrick, ya sabes que siempre serás bienvenido a nuestra ciudad! ¡Os quedareis aquí el tiempo que haga falta! ¡Tenemos sitio de sobra! - gritó con entuasiasmo la rolliza y agradable mujer - ¡Oh, jovencita, siéntate aquí con nosotros, de seguro que tanto tú como tus amigos estaréis hambrientos! - Ichiro, al notar sus ojos en su espalda se ruborizó. Se giró con rapidez y trató de disculparse agachando la cabeza, como dirían en el mundo ordinario, a la japonesa, pero no le salió palabra.

Era cierto, estaban hambrientos, muy hambrientos. Y cansados.

La mujer requirió el servicio de un joven cocinero que, en poco tiempo, les preparó una especie de gran pizza con marisco y pescado absolutamente deliciosa, todo regado con el mejor licor de Cristal Ancestral de Espiral. Hasta Elrick sonreía ligeramente tras aquel delicioso banquete. Si algo superaban los humanos a los feéricos era en cocina, y eso los dos Viajeros lo sabían de sobras. En el mundo feérico casi todos los platos se basaban en verduras y frutos, aunque bien es cierto que en ocasiones especiales se cocinaba con carne.

Después de la comida, Elrick y Hanuil charlaron con la mujer durante un breve lapso de tiempo, repasando los acontecimientos que habían tenido lugar en ambos mundos. A ellos también se unió Nuán para relatarle cómo estaba la situación fuera de Fyria.
A todo ello la mujer escuchó con atención, asintiendo con interés, ya fuera real o fingido. Y habló.

-Sabéis que en Firya somos absolutamente ajenos a lo que pasa en el exterior. Ellos también són ajenos a lo que pasa aquí. Como veis - dió un sorbo a su copa y prosiguió - se trata de una simbiosis muy curiosa. No tomaremos partido, como siempre hemos hecho, aunque también es cierto - su rostro se oscureció ligeramente - que esta vez las cosas se han oscurecido más que nunca. Parece que una era se está acabando, para bien o para mal. Las órdenes han estado jugando al ajedrez entre ellas, y el jaque mate lo ha hecho Wail. Lo que no esperaban es que el odio y el afán de poder se volviera contra ellos - sonrió de forma sarcástica - Es curioso como los que se consideraban como los virtuosos y sabios del Mundo, han terminado hundidos en el barro. Nosotros, en cambio, los monstruos de Firya, sobrevivimos.

-Lise, esta vez la equidistancia no os salvará - espetó Elrik, también después de darle un largo sorbo a su copa. Sus ojos negros relampagueaban y la miraban algo siniestros - De cada vez los Lamat són más numerosos, y ni siquiera nosotros, feéricos como ellos, sabemos a qué se debe ese afán de destrucción sin precedentes, puesto que durante el Exilio, la última vez en qué Espiral fue invadida por los Lamat, era con nuestra supervisión. Y esta vez no es así. No podeis esconder la cabeza y pretender salir ilesos de esta guerra, Lise.

La alcaldesa se acomodó en su cómoda butaca y cruzó las piernas, mirando al techo, reflexiva y calmada.

-La Orden de Ciriol nos protege. Los Lamat y menos Wail, tienen nada que hacer con sus defensas mágicas.

El silencio se hizo en la sala. Un silencio incómodo, espeso, solamente quebrado por el trino de los pájaros que provenía del gran jardín que se abría a los pies del Palacete. Al fín, Hanuil lo rompió.

-La Orden de Ciriol no es infalible, Lise. Yo soy de los que opinan que existe algo mucho más peligroso que los Lamat y Wail detrás de todo esto - se combó hacia ella y sonrió de forma tenebrosa - Los primeros son instrumentos de algo o de alguien, ya sea de aquí o de nuestro Mundo, y los segundos, unos necios que pretenden aprovecharse del Caos para alzarse con el poder, con un poder efímero que les será arrebatado en menos que canta un gallo.

-¿Y quien sería tan necio como para usar a los Lamat, cuando estos odian a cualquier ser humano? - Lise le miraba incrédula con los ojos bastante abiertos y las cejas alzadas.

-Las sombras són siempre más alargadas de lo que nosotros creemos - intervino por fín Lúne, después de restar en silencio desde que entraran en el Palacio - Sea dónde sea, hay algo o alguien que pretende un poder que, seguramente, es mayor del que imaginamos. Y si es capaz de controlar a los Lamat...

-Es alguien muy poderoso - añadió Ichiro, algo distraída, su mente aún rondando por la ciudad de Firya.

-Eso solamente són elucubraciones - replicó Hanuil, con una sonrisa torba - Cualquier cosa es posible cuando se trata de humanos.

---------------------

Lúne entró en su nueva habitación. Una sencilla y práctica cómoda, una cama bastante pequeña pero confortable a primera vista con frazadas de seda y sábanas de lino, y un vetusto escritorio junto a una ventana abierta hacia el puerto que a esas horas parpadeaba con la luz anaranjada de las lámparas de aceite encendidas a lo largo del camino antaño repleto de mercaderes y de ajetreo, y ahora solitario, a excepción de los gritos de algún que otro borracho de una taberna cercana. Era aquella habitación muy pequeña, pero se mantenía caliente y era coqueta. Aquello le bastaba e incluso le parecía un auténtico lujo después de aquellos días infernales que le había tocado vivir. No, no quería volver a pensar en ello. Había sufrido demasiado y se sentía destrozado, demasiado cansado para hacer balance, para pensar.

Una cama...por fín una cama.

Al instante sopló las velas que ardían en el candelabro que se mantenía renqueante pero digno sobre la cómoda. Sopló con fuerza, y el aposento se sumió en las tinieblas a excepción de un leve rayo de Luna que cruzaba la habitación desde la ventana hacia la otra punta. Pero no le importaba, más al contrario. Se colocó de costado, con el equipaje aún sin abrir y sin molestarse en vestirse con la muda que le había prestado Lise. Necesitaba dormir, olvidar, renovarse.

Pero los pensamientos són libres, más libres que las golondrinas que revolotean durante el día y cantan con sus trinos refrescantes y luminosos sus odas marinas y veraniegas, de un verano que estaba a punto de terminar. Pensó en lo efímera que es la felicidad, en cómo en un sólo instante se puede pasar de la gloria a la tragedia. En lo delgada que es la línea entre el bien y el mal. En sus sentimientos confusos y contradictorios. En un camino sumido en la niebla, en un futuro inexistente.

El vacío...se sumió en el vacío, y aquello le sobresaltó. Abrió los ojos y los clavó en el techo oscuro, ligeramente plateado gracias a la Luna Creciente que extendía su abrazo desde la ventana semi-cubierta por una cortina blanca hasta su rostro. El vacío... ¿Cómo superar aquel vacío? ¿Contra qué y contra quien luchaban? ¿Por qué...por qué seguir luchando? ¿Por Espiral, por inercia...o por él mismo?
Se incorporó, y se agarró la cabeza con sus dos manos...

...El amor, quizá el amor era la respuesta. ¿Pero qué era el amor? No, no sabía definirlo. Escuchó el corazón, pero nada le dijo.

-Necesito ver a Yume - murmuró, hablándose a sí mismo, una práctica esta que todo el mundo realiza pero no reconoce - Tengo que salir de aquí. Empiezo a recordar, a hundirme...demasiado.

Salió presto de la habitación y cerró tras él con un sonoro portazo. Anduvo por los pasadizos sombríos con largos pasos. Recordaba dónde se hallaba la habitación de la joven...o no. Sólo sabía que estaba en el piso tercero, en el último, lo había oído de la alcaldesa. Piso tercero, celda...

¡Demonios! ¡No lo recordaba!

Sintió un gran desasosiego en su interior y una vez halló las escaleras de madera, empezó a subir con prisa por ellas, haciendo que los peldaños resonaran, resquebrajados, por todo el edificio. Llegó al último replano que ya conducía directamente al pasillo interminable del tercer piso. ¿Cómo diablos iba a encontrarla? No...debía encontrarla. Presto. No soportaba más aquella soledad, aquellos pensamientos sombríos. No quería volver a su vida anterior, a su fatalismo, no quería bajar los brazos nunca más, a pesar de qué se sentía...

Chocó violentamente contra un objeto blando, el cual le hizo caer de espaldas al suelo. Oyó un leve grito de sorpresa y alguien que retrocedía hacia atrás. Alzó la mirada, lentamente, y la luz de la Luna fue benévola con ambos. Sus rostros aparecieron iluminados con un aura plateada desde la oscuridad y se miraron con ojos recelosos y asustados, mútuamente.

Sus cabellos rubios, libres y cayendo en cascada sobre sus pechos como manzanas. Un vestido de tirantes resquebrajado y sucio, unas piernas desnudas y contorneadas que graciosas desembocaban sobre unos pies pequeños y desnudos sobre el pavimento de madera. Estaba asustada, como un inocente y grácil corzo, dispuesta a huir a toda prisa.
Pero se reconocieron al instante. Y no hizo falta verse con más claridad. Lentamente empezaron a andar uno hacia el otro, transformándose aquella marcha tambaleante en un galope alegre, sin bridas, uno hacia el otro...sí, uno hacia el otro, convencidos y abrazados.

Lúne y Yume. Yume y Lúne. Las palabras sobraban. Se abrazaron con fuerza, con fiereza, con empuje y casi con desesperación. La soledad, ¿Qué era la soledad? El vacío...¿Había pensado alguna vez en él? Ya no lo recordaba. Sus labios se encontraron y un intenso y caluroso beso con lengua los llevó a la habitación de ella. Sus manos agarraron su cintura con dulzura pero con intensidad, y las de ella su espalda. Con la mano izquierda Yume abrió la puerta y ambos cayeron al suelo, por el empuje, en el interior de la pequeña celda. Respiraban con rapidez, entrecortadamente. Se abrazaban, se amaban, la puerta abierta...y qué más da.

-¡Te amo! ¡Perdóname Lúne!

-¡No! - la levantó y la condujo hacia la cama, con suavidad, tumbándola en ella y colocándose sobre su cuerpo, acariciándola con precisión y ternura - ¡No digas nada más! -sonrió y le hizo unas cuantas cosquillas - No me perdones nada. ¡Basta de comedias...eso no es un drama! Yo... ¡Yo también te amo!

Se abrazaron, sus manos acariciando cada rincón de sus cuerpos. Empujando. Gemidos, risitas, la puerta abierta...¿Qué más da? Se amaban, dos jóvenes sedientos de pasión y de cariño.

Gritos de placer, rincones inexplorados, satisfacción. Sus sexos encontrándose por fín, acallando con dificultad los fuegos que ardían entre ellos, empujando, saltando, descubriendo nuevos rincones. Más risas. Ella cogiéndole del cuello, él besándola tras las orejas, sus manos tejiendo el placer en su cuerpo. Respiraciónes entrecortadas, pasión, lujuria, locura.

Hacían el amor...y nada más importaba.

Friday, January 2, 2009

La Resistencia. Capítulo 2: Ensueño

-¿Qué lees, inútil? ¿Otra vez esas mierdas del Mundo Feérico? ¡Hey, chicos! ¡Aquí está!

El pequeño Lúne, en el descanso entre clase y clase, había decidido irse hacia el bosquecillo de al lado de la escuela. Uno de aquellos muchachos de su clase le había sorprendido bajo un fresno leyendo sobre su túnica roja un grueso volumen que rezaba "Leyendas Feéricas", y que relataba las historias que los feéricos habían legado a los humanos durante los Días de Armonía. Hacía un día soleado, primaveral, olía a lilas y a rosas. Un día perfecto para leer si no fuera por aquellos desalmados.

-¿Qué diablos quereis de mí ahora?

El más corpulento de aquellos niños escupió a un lado y le miró con sus ojos verdes y globosos.

-¡Que asco me das, Lúne! ¡Me das nauseas!

-Oh, que lástima - Lúne bajó sus grisaceos ojos de nuevo a las páginas del libro y siguió leyendo, concentrado en aquellas bellas historias que sonaban tan lejanas, y tan cercanas para él a la vez. Leyó un poema firmado por un tal Allyan. La leyó en voz alta, como solía hacer cuando se sentía más a gusto, con los ojos cerrados.

El viento empaña la certeza
de lo que siento por tí
entre silencios opacos,
y entonces
tu canto engalana mis sueños
con colores nuevos
que en un sólo suspiro
aparecieron susurrando mi amor
por tí.

-¡Mariquita!

Aquel niño le propinó una patada al libro, arrancándoselo de las manos y, con gran velocidad, arrancó la página que estaba leyendo y la hizo pedazos. Lúne alzó los ojos enrabietados, llenos de ira, hasta el punto que algunos de los que rodeaban a aquel malvado niño retrocedieron. Agarró una piedra del suelo y, lanzándose contra él, se la hundió en un ojo, dejándole tuerto para siempre.

Y llegó la expulsión de aquella escuela y su família tuvo que irse de aquella región, de aquella Orden.
Llegaron a Varmal, más tarde, sin dinero, muertos de hambre. ¡Cuánto se había odiado a sí mismo por aquello! ¡Cuánto había deseado no haber nacido, solamente para traer problemas a sus padres!...

...pero ellos solamente le habían dedicado sonrisas y atenciones. Y por eso, prometió tratar de ser un chico normal, olvidarse de aquellas historias y de aquellos absurdos sueños. Papá, mamá, ¿dónde estais?... ¡¿Están muertos?! ¡No! ¡¡No!!

Se despertó en un espasmo, llorando, con la garganta resentida. Sobre él se tendía una mujer, a la cual solamente podía entrever en una especie de bruma, con sus ojos empañados en lágrimas. Sentía arder violentamente su pecho, y un agudo dolor en su mano izquierda.

-¿Mamá? - susurró, confuso, aún nadando en el ensueño.

-¿Eh? N...no, no soy tu madre. Soy Ichiro. ¡Ya estás despierto!

El chico se frotó los ojos con efusividad y de pronto su rostro se hinchó de vergüenza. Ante él se combaba una bella joven de cabellos azules, con los ojos de ambar extremadamente abiertos y una sonrisa feliz dibujada en su rostro. Parecía una visión del Otro Mundo, un hada. Su voz era cristalina, musical. Alrededor de ella, se hallaban dos figuras más recortadas contra una hoguera encendida. Por lo visto, aquellos seres extraños habían alzado un campamento en plena noche, en un claro, bajo las innumerables estrellas.

-¿Do...dónde estoy? - alcanzó solamente a decir el joven, evitando la preciosa mirada de la amaru.

-Échate, joven. La herida de tu pecho estuvo a punto de acabar contigo. Necesitas estar tumbado y no hacer muchos esfuerzos, por ahora - un hombre gigantesco con un vistoso tatuaje en la cabeza se arrodilló junto a él y lo tapó con una manta, pasando su manaza sobre el vendaje que cruzaba su pecho herido - No temas, hemos aislado este sitio con una magia que los Lamat no són capaces de atravesar. Mi nombre es Elrick, por cierto.

-Y yo me llamo Hanuil, ¡Encantado de verte vivo, Lúne!

Un joven rubio, que parecía tener su edad, también se arrodilló a su lado y le pasó una mano afectuosa y reconfortante sobre sus cabellos negros. Lúne no sabía qué pensar de todo aquello, pero sentía su corazón ligero, se sentía extrañamente vivo.
Recuperado por dentro.

-Gr...gracias por todo. ¿Cómo están los demás? - fue lo primero que le pasó por la mente, al llegar a sus recuerdos el rostro aterrado de Anie y la brutal patada que el capitán le había propinado a Nuán.

-No te preocupes, Lúne - dijo Ichiro, acariciándole su mano con suavidad - Ahora todos duermen. Les di unas hierbas relajantes, sedantes, para que recuperaran las energías. A tí también te las di, pero - hizo una pausa y lo miró con ojos interrogativos, extrañados - no sé qué pasa, pero en tí no obran del todo bien.

-Me alegro...y os lo agradezco - suspiró Lúne sonriendo de forma algo tímida y melancólica. Parpadeó unas cuantas veces, sorprendido - ¿Cómo sabéis mi nombre?

Hanuil se tumbó a su lado y dirigió su mirada hacia las estrellas con los ojos soñadores.

-En un poblado del Mundo Feérico, eres una leyenda. Ahí dicen que eres la última esperanza para los humanos en Espiral - se giró hacia él, sonriente y empezó a cantar una bonita canción.

Tiempos oscuros
y en su espada una luz
que dibuja la Espiral.
Contra muchos destinos
se alzará
y sobre la hoguera
saltará de nuevo
como antaño.

---------------------------

Contemplaba el cielo nocturno con sus ojos de ámbar abiertos como platos. Después de revolverse de un lado a otro sobre la estera de lana echada en el suelo, ante la crepitante hoguera que ahora cuidaba un silencioso Elrick al cual parecía no importarle hacer guardia durante horas en la madrugada, supo que no podría conciliar el sueño. Sabía que aquella cantidad desesperante de pensamientos no haría más que torturarla si es que tenía la inmensa suerte de sumirse en un sueño. Prefería mantenerse despierta y tratar de serenarse tanto como podía. Tampoco quería molestar a Elrick con sus preocupaciones de fémina adolescente.

Escuchaba el viento acariciar las ramas de los árboles que rodeaban aquel claro con bastante fuerza, silbando y mezclándose con el monótono ulular de los búhos. Millares de estrellas resplandecían con frialdad, con mucha más frialdad que en el Mundo Feérico, en el cielo nocturno. La luna creciente le daba un aspecto pálido, fantasmagórico y, a la vez, sereno a la hierba de distintos tonos verdosos que cubría el pequeño prado. Sabía que al día siguiente el hecho de no poder conciliar el sueño la torturaría con unas ojeras y un mal humor inevitables, pero no podía hacer nada para remediarlo. Absolutamente nada.

Giró el cuerpo dando la espalda a la hoguera y se colocó de lado apoyando con suavidad una mano bajo su mejilla izquierda. Suspiró. ¿Hacia dónde iban? ¿De qué huían? ¿Cómo iban a enfrentarse a los Lamat, ellos tres, solamente ellos tres?

Los humanos no podían hacer nada contra ellos más que huir, aquello era más que evidente. Hasta en el Mundo Feérico se les temía, a pesar que no constituían un peligro para ellos, sinó más bien para los humanos. Siempre habían acechado el Mundo Espiral, pero jamás habían osado cruzar las fronteras de aquella forma puesto que una vez los Lamat entraban en Espiral, no podían volver nunca más al Mundo Feérico. Así eran las leyes que regían a los Feéricos Oscuros desde el principio de los tiempos. Sin embargo... ¿Qué había ocurrido para que, después de miles de años, decidieran acabar con la raza humana y expulsarlos, como en la época del Exilio? Se hablaba de un pacto secreto entre Agros y los Lamat. Pero Agros había muerto, y ahí teóricamente acababa todo. Pero no...lo que más le desconcertaba es que, tal y como lo relataba Elrick, los Lamat seguían viniendo a cientos a Espiral, como si fueran llamados por algo o alguien. Y mientras tanto, en el Mundo Feérico todos parecían no querer saber nada del asunto.

Nada tenía sentido en todo aquello...

Sus pensamientos emigraron hacia otros recovecos de su mente, viajaron sin tregua hacia la oscuridad que ahora la dominaba.

Rívon...

Empezó a temblar de pies a cabeza. Tenía impulsos de querer que la abrazaran, de querer estar junto a él, de volver a escuchar su voz. Sentía que estaba cerca, que sentía su presencia increiblemente cercana. Pero aquello era imposible, totalmente imposible. Rívon no era un Viajero, no sabía ni podía usar y moldear la magia para realizar el peligroso viaje a través de las espirales de magia que llevaban a los escasos Portales que aún quedaban abiertos entre los dos Mundos.

-"Rívon...no puedo dormir... Te necesito a mi lado. He sido una egoísta. Hasta ahora, justo en el momento cuando no sé si podré volver jamás a Húgaldic viva, me doy cuenta de cuánto te echo de menos. Espiral no es cómo me la imaginaba: todo es fuego, destrucción y muerte...Tengo miedo..." - Su corazón le latía con rapidez, con fuerza, y sintió como unas lágrimas empezaban a centellear en sus ojos. Se tapó el rostro y empezó a sollozar, en silencio.

-¿Tú tampoco puedes dormir?

Una voz cálida se deslizó entre los azulados cabellos que cubrían su rostro enrojecido por el llanto. Las danzantes y rojizas llamas descubrían un rostro triangular, una nariz respingona y unos grandes ojos que por efecto de la ardiente luz tenían un aspecto casi sobrenatural. Eran grises, pero los destellos del fuego le hacían adquirir una profundidad y una intensidad que Ichiro apenas podía soportar. No es que fuera excesivamente bello, pero había algo que la ruborizaba en él, algo electrizante y oscuro que la hechizaba.

Desvió los ojos de él y su mirada bajó hasta topar con una enorme venda que le cruzaba el pecho de lado a lado. ¿Aquel joven era Lúne? En principio no lo hubiera dicho, pero cuando vió su melancólica sonrisa dibujarse en su rostro le reconoció, al fín. Estaba también echado de costado, con la mano apoyada en su mejilla. Sus cabellos caían hacia el suelo como en una lluvia oscura, de invierno, solamente iluminada por la Luna.

-No, no puedo dormir - murmuró temblorosa Ichiro por fín mirándole a los ojos, con gran esfuerzo, tratando que no se le notara que había llorado.

-Has estado llorando. ¿Verdad?

Mierda...

A pesar de la oscuridad y de haberse enjuagado bien las lágrimas con las manos, tratando de controlar el temblor de su voz, lo había notado. Se dió cuenta, por primera vez en su vida, que le ponía muy nerviosa que le supieran leer los sentimientos.

Desvió la mirada, enojada.

-A tí eso no te incumbe.

El joven de Varmal se incorporó, con una leve mueca de dolor, sobre sí mismo y se sentó sobre su estera, estirándose y apoyando las manos en el suelo.

-Claro que no - replicó, con dulzura y clavando sus ojos en la hoguera, pensativo - Solamente me preguntaba si podía hacer algo para que no estuvieras triste - hizo una pausa y la miró, sonriente - Gracias a tí estoy vivo, y me corroe la consciencia de no saber cómo corresponderte.

¿Corresponderme? ¿Qué quería decir con aquello? Era su obligación curar a un herido, aquello no se correspondía. Simplemente se hacía sin esperar nada a cambio, o eso le habían enseñado desde pequeña.

-Era mi deber ayudarte, eso es todo - también se incorporó, sentándose y mirándole con una sonrisa triste que no podía disfrazar de ningún modo.

Lúne guardó silencio y la miró con el rostro serio pero relajado y calmo. Odiaba el modo de cómo la estaba mirando y escrutando. Parecía leerle los pensamientos.

De repente, sus ojos dejaron de mirarla y una mueca de dolor cruzó el rostro del joven. Se apretó con fuerza su mano izquierda vendada y se irguió hacia adelante, sentado como estaba, haciéndose un ovillo. Tenía el ceño fruncido y masculló una maldición.

La Amaru volvió a la realidad y abrió de par en par sus grandes ojos, con preocupación.

-¿Te encuentras bien?

-No...no es nada, no te preocupes. Solamente ha sido una punzada... - replicó él, tratando de sonreir a pesar de la mueca torcida de su boca a causa del profundo dolor.

Ichiro rebuscó en uno de sus saquitos de ungüentos y, al cabo de poco tiempo y a pesar de la oscuridad que se cernía sobre ellos, encontró lo que estaba buscando. Se incorporó sobre si misma y se puso de rodillas a su lado, agarrándole la mano con cuidado.

-¡Arg!

-Lo...¡Lo siento! ¡Te he apretado demasiado!

-No es nada, Ichiro, en serio. Ya se me pasará - apartó cortesmente la mano que le aferraba con suavidad la joven y le guiñó un ojo, tratando de tranquilizarla.

-Ni hablar, vas a dejarme ver esa herida de nuevo. Tienes que cuidarte - replicó ella, ligeramente enfadada y con un tono de voz que no admitía replica. Tenía una forma de hablar muy bonita y jovial, pero sus palabras resonaban confiadas y seguras. De mala gana, el joven de la túnica oscura le tendió la mano y clavó su mirada en la hoguera, de nuevo.

-Está bien...me pongo en tus manos.

-Veamos qué tenemos aquí...

Con cuidado y quitándole las vendas una a una ichiro acabó palpando con sus tiernos deditos la terrible herida circular que aún parecía abierta y mal cicatrizada, dejando en sus manos un rastro de sangre. Lúne apagó un grito de dolor con la boca y la miró a los ojos, suplicante, con las cejas alzadas y con cara de cordero degollado.
Ichiro mantuvo su rostro serio tratando de darle importancia a la gravedad de la heridad, pero finalmente no pudo evitar explotar en carcajadas que intentó amortiguar también con su mano.

-¡Perdona, perdona! - se enjuagó las lágrimas como pudo, con su antebrazo - Es que me ha parecido muy graciosa la cara que has puesto.

-Muy graciosilla... - Lúne la miraba con una expresión entre sorprendida y alegre, a pesar de las punzadas de dolor - Un inválido como yo y tú riéndote a mi costa...

Ichiro tuvo que soltar momentaneamente la muñeca del joven para volver a echarse hacia atrás en un nuevo ataque de risa. Su risa sonaba tan cristalina, tan infantil y jovial...parecían campanillas moviéndose gráciles bajo un viento perfumado, y aquella era una metáfora que sin duda se alejaba mucho de lo que realmente sentía al escucharla.

-Perdona de nuevo, en serio, no lo pude evitar... - el rostro de Ichiro había enrojecido ante el supuesto y teatral enfado de Lúne que la miraba de forma torba, amenazándola con la mirada - ¡No me mires así! ¡Me das miedo y no te podré poner más ungüento sanador en la mano!

-Esta bién - replicó él, resignado, alargando el brazo y apoyándolo ligeramente sobre un muslo de ella - Haz lo que tengas que hacer, pero rápido. Me temo que eso va a doler.

Ella, con ambas manos, volvió a agarrar la mano de Lúne y la miró atentamente. Luego, se untó su mano derecha de un unguento que, bajo la luz de la hoguera, aparecía de color castaño oscuro. Una vez se lo aplicó sobre la piel, el joven dió un respingo y no pudo evitar un leve grito de dolor, de nuevo, por culpa de la reacción que se producía sobre la herida. Sin embargo, al cabo de unos pocos segundos, su mano dejó de dolerle por completo mientras la feérica seguía masajeándosela dulce y pacientemente. La miró de nuevo a sus ojos melosos que, concentrados en aplicar aquel unguento, yacían posados en aquella faena, parpadeando con gracia, y con los labios de piñón apretados, arrugando ligeramente la nariz. Fue ahora Lúne quien sonrió abiertamente sin dejar de mirarla con curiosidad. Sus cabellos azules producían destellos celestes y sutiles bajo la luz de la Luna.

La mano de la Amaru se paró al cabo de unos escasos minutos, y sintió como el joven la miraba con una sonrisa divertida, repleta de curiosidad. Le devolvió la mirada y otra vez un largo silencio se sucedió. Un silencio que decía muchas cosas, pero que ambos eran incapaces de descifrar.

Su mano herida y caliente. Su cuerpo a escasos centímetros del suyo, creando una especie de aura poderosísima que vibraba en cada respiración, sobre cada poro de su piel. Aquella electricidad que casi la dejaba sin sentido, aquel olor humano tan difícil de describir que la extrañaba y a la vez la atraía irremediablemente. Una energía que como una llama la quemaba entera, y su voz...tan bajita, sus ojos fríos y algo tímidos. ¿Acaso añoraba tanto a Rívon que le atribuía sus sentimientos a aquel ser humano? Necesitaba descansar...

...y no obstante necesitaba hablarle, necesitaba sentirse protegida, no soportaba estar sola ni un segundo más.

¿De verdad... - bajó ella la mirada, timidamente, sin atreverse ahora a mirarle directamente a su rostro. Le agarró la mano con un poco más de fuerza - eres un sueño?

Sin perder la sonrisa, los ojos de Lúne se endurecieron un poco y se volvieron algo tristes y melancólicos.

-¿Acaso importa esto? Yo... - hizo una pausa y alzó la cabeza hacia las estrellas, iluminando sus ojos grises y profundos - ...no soy cómo pensais. No soy ningún héroe, ni merezco estar en ninguna canción. A veces siento que es el Destino o algún conjuro quien guía mis acciones, pero yo realmente...

Su rostro enrojeció de nuevo y sus ojos parecieron brillar en un instante. Parecía no encontrar la palabra adecuada.

-¿Realmente? - respondió ella, acercándose a él un poco más y agarrándole la otra mano con la que tenía libre. Estaba a punto de llorar, pero no sabría decir si era por tristeza. Jamás había experimentado algo igual junto a otra persona - ¿Realmente lo que te preocupa es...la soledad y no saber hacia dónde vas?

Lúne guardó silencio y la miró con intensidad. No hizo falta responderla. Con aquella mirada bastó para que la Amaru le comprendiera. Sí, lo había adivinado. ¿Cual era su meta, hacia dónde había escapado su futuro? ¿La muerte era lo único que le esperaba? ¡No! ¡No podía ser! La piel suave de la joven que recordaba al terciopelo le acariciaba lentamente. Su corazón bombeaba con rapidez. No, no, estaba confundido...

...Necesitaba descansar.

-Más vale que intentemos dormir, Ichiro. Nos espera un viaje muy largo y agotador - de repente, Lyr había soltado la mano de la joven intentando ser cortés, pero realmente había sido algo brusco. Ambos enrojecieron mutuamente. Sí, debían descansar, pues alrededor de las hogueras, después de una gran soledad, se decían y se soñaban muchas cosas que al día siguiente se olvidaban para siempre.

-Tienes razón - contestó ella, aún algo ruborizada y tapándose con la manta - Buenas noches, Lúne.

-Buenas noches, Ichiro.

E inquietos, se sumergieron en el ensueño.

La Resistencia. Capítulo 1: Aparición

Atardecía.

Aquel caballero de la armadura esmeralda, reluciente, con un rostro poco agraciado cruzado por una fea herida bastante reciente que apenas había cicatrizado les observaba con desconfianza, sobretodo a Lúne, de arriba a abajo, sobre un enorme caballo semental color castaño. Tenía el ceño fruncido y mascaba algo crujiente en su boca torcida. Tras él, un pequeño grupo de 4 caballeros le escoltaba a ambos lados del camino. Eran caballeros de la Orden de Wail, la más poderosa de Espiral.

-No estais en posición de exigir - espetó con una voz grave, desagradable - y más llevando el escudo de Varmal. Agros ha sido el culpable de esta guerra, y nuestro Señor ha dado orden de apresar a todos los de dicha Orden. Y bien que hace. Hace ya tiempo que deberíamos haber terminado con todas esas cucarachas negras - añadió, agarrando la empuñadura de su espada aún envainada.

Nuán tenía el rostro congestionado, rojizo de ira y agarraba su vara de madera con fuerza, como si quisiera partirla en dos. Lúne y él, junto con la pequeña comitiva de guerreros de Varmal, iban a pie y la mitad de ellos cojeaban y presentaban heridas de diversa consideración. Desde que cruzaran las montañas habían tenido que luchar con los monstruos que en ocasiones les atacaban por sorpresa. Dos de ellos ya habían fallecido de forma horrible. El resto de supervivientes, todos adolescentes y niños, iban sobre los caballos y restaban en silencio algunos llorosos, y otros impasibles y con esperanzas rotas.

-¿Es qué os debo volver a repetir que no tenemos nada que ver con el ya fallecido Agros? - replicó Nuán - ¡Llevamos heridos y enfermos sobre los caballos! ¡No podeis hacernos esto!

Aquel hombre que les hablaba con cabellos rubios, sucios por el polvo y la roña, se bajó del caballo y escupió al rostro de Nuán, agarrándole por la túnica a la altura del cuello.

-Aquí las órdenes las damos nosotros, maldito pseudo-druida enclenque, y yo soy quien las dicta, el capitán de esta guarnición - exclamó, desenvainando su espada, dispuesto a clavársela al Profesor.

De repente, un pequeño y afilado estilete se posó sobre la nuez del capitán, haciendo que al instante brotara un hilillo de sangre de su cuello. Lúne había dado dos rápidos pasos y de una de sus botas había sacado aquel arma. Sus ojos grises eran fríos, terribles, sus negros cabellos chorreantes de sudor cayendo por sus mejillas y su espalda.

-Te recomiendo que nos dejéis pasar, si es que no quereis que a vuestro capitán se le sesgue la voz para siempre - hizo una pausa y miró a los lados, en dirección al bosque que les rodeaba a ambos lados del camino - Por mucho que querais luchar contra los Lamat, eso no os servirá de nada. Esa es vuestra última oportunidad para uniros a nosotros en nuestro viaje al otro lado de las montañas. En caso contrario, ambos recorreremos caminos distintos. Si os oponeis a esto último y quereis retenernos, nos veremos obligados a pintar el camino de rojo - añadió, haciendo un ademán al resto de guerreros de Varmal para que desarmaran a los de la orden de Wail, los cuales no tuvieron más remedio que ceder para evitar quedarse sin capitán.

-Lo vas a pagar caro, jovencito insolente, tarde o temprano - al capitán de la guarnición le resplandecían los ojos y trataba de disimular con una voz amenazante el temblor que dominaba su cuerpo ante el contacto de aquel hierro frío que le hacía sangrar el cuello.

-Señor Lúne, ¿Qué hacemos con las armas de estos desgraciados? - preguntó uno de los guerreros de Varmal que mantenía su espada sobre el pecho de uno de los de Wail que tenía la mirada baja, avergonzado por aquella situación.

-Nos las llevamos con nosotros. Ya que no quieren acompañarnos, que tengan su merecido y los Lamat hagan lo propio con ellos. Al fín y al cabo su Jefe fue el culpable de que las luchas de poder entre Órdenes nos abocaran a la decadencia. Hipócritas de mierda, eso són todas esas ratas verdes de Wail - dijo el adolescente, desenvainando la espada del capitán y lanzándola a un lado del camino, desarmándolo. Tenía una sonrisa torva, implacable

-Quitadles también todas las cosas de valor que lleven. Necesitamos conseguir más provisiones, ya casi no nos quedan y cruzar esas montañas nos llevará mucho tiempo - exclamó Nuán, alisándose la túnica y escupiendo al capitán de vuelta, el cual se hallaba arrodillado en el suelo, indefenso.

Y con un golpe sordo, ocurrió algo totalmente inesperado y terrible. Desde ambos lados de la floresta, unas flechas se clavaron certeras en algunos hombres de Varmal. Tres de ellos cayeron fulminados sagrando con abundancia en el cuello, y otra flecha más fue a clavarse justo en medio del pecho de Lúne, el cual se hallaba en aquel momento rebuscando en los bolsillos del jubón del infeliz capitán. Cayó hacia atrás y de su garganta salió un alarido de dolor.

-¡Lúne!

Nuán se precipitó hacia él, mientras los guerreros de Varmal trataban de averiguar sin éxito, moviéndose en semicirculos, de dónde provenían aquellas flechas. Por el rabillo del ojo, Nuán observó como el capitán alzaba una mano en un gesto seco que no admitía réplica y, recuperando su espada, le propinó al Profesor una patada en la boca con tal fuerza que lo dejó inconsciente en el suelo, al instante. Lúne se debatía en el suelo con espasmos y trataba sin éxito de quitarse la flecha, la cual se había clavado con gran profundidad en su pecho.

El capitán se volvió a poner la armadura con nerviosismo y su sonrisa era terrible, asesina. Agarró el estilete con qué Lúne le había amenazado y se lo clavó al adolescente en la mano izquierda, provocando que este lanzara otro alarido desesperado y una lágrima cayera por una de sus mejillas.

-No tenía intención de mataros, pero esto ha cambiado absolutamente las cosas, niño insolente.

-¡Basta! ¡Basta por favor! - una chica de negros y cortos cabellos se dirigió corriendo hacia el capitán - ¡No le hagais más daño! ¡Nos...nos iremos de aquí!

Lúne entornó los ojos tratando de soportar el dolor que se extendía por todo su cuerpo y que le dejaba sin respiración.

-Anie, no te metas...

El hombre se giró hacia ella y, dejando al chico gravemente herido en el suelo, agarró a la joven por el brazo, con violencia. Su sonrisa era diabólica.

-¿Quien eres tú? ¿Una jovencita prostituta de Varmal? ¿Una de las que abundan? - Anie forcejeó tanto como pudo, sin éxito. Los ojos azules y aguados del capitán se volvieron hacia sus hombres, los cuales ya habían recuperado sus armas y habían rematado a los 2 guerreros de Varmal restantes, aún vivos a pesar de las flechas, con sus espadas - ¿Qué os parece si montamos una fiesta con esa putita y sus amigas?

Los guerreros rieron, acercándose a grandes zancadas a los caballos sobre los cuales unos temblorosos niños y adolescentes se abrazaban y lloraban ante el panorama que les había sido dado a contemplar. Yume parecía haber dejado a un lado su impasibilidad y mantenía su rostro hundido entre sus manos mientras pronunciaba el nombre de Lúne y de Anie, sollozando de forma aterrada. Uno de aquellos guerreros de Wail la bajó de un solo golpe del caballo y al poco tiempo ya la estaba arrastrando por el suelo.

-¡Curad a Lúne! ¡Se va a morir! ¡Él es inocente! ¡Solo pretendía salvarnos! ¡Se va a morir! ¡Por favor! - gritaba la joven, entre lágrimas, señalando al joven de Varmal que ya se debatía entre la vida y la muerte sobre un charco de sangre.

-¡Cállate, zorra, cállate de una puta vez! - gritó el que la llevaba con ella, dándole un duro puñetazo en el rostro - ¡Éste idiota y el pseudodruida morirán mientras os damos placer, putita! ¡Seguro que os gusta! - añadió, riendo a carcajadas.

Algunos jóvenes habían tratado en vano de evitar que se llevaran a las chicas, pero no había nada que hacer contra unos guerreros experimentados. Pronto los habían reducido a golpes, en el suelo, dejando a algunos inconscientes, como en el caso de Nuán. Solamente Yume, Anie y un pequeño grupo de jovencitas quedaba a merced de aquella guardia de Wail.

Entre las ramas, un resplandor rojo. Alaridos y gritos pidiendo auxilio. Los guerreros de Wail dejaron en el suelo, temblando y medio desnudas, a las jóvenes. El que quería violar a Anie se había llevado de ella unos serios arañazos en el pecho y paró para ver qué pasaba a su alrededor, justo cuando iba a golpearla con la empuñadura de su espada.

Silbidos de flechas. Y luego silencio.

-¡Deben haber sido unos bandidos que han atacado a nuestros arqueros! ¡No temais! ¡Ya los han silenciado cosiéndoles a flechazos! - exclamó el capitán asomándose entre unas ramas y tratando de entrever en la oscuridad de la floresta lo que había ocurrido.

No hubo tiempo de reaccionar.

Un gigantesco hombre calvo se lanzó sobre él y, con un limpio sesgo de su espada a dos manos, le cortó la cabeza límpiamente, haciendo que ésta cayera en el suelo justo después del corte. Viendo como aquel bandolero les había atacado por sorpresa y había conseguido asesinar a su capitán con aquella brutalidad, los demás guerreros empuñaron sus espadas y le atacaron todos a una. El gigantón tenía el rostro calmo, moviéndose en semicirculos con pasmosa agilidad y evitando los golpes que le propinaban de por todos lados. Parecía esperar algo...

...y aquel algo no tardó en aparecer.

Un ser con los cabellos rubios recogidos en una larga trenza, bajo de estatura, se lanzó hacia ellos en un salto increiblemente largo desde el bosque y, sonriendo de forma triunfal, rebanó las piernas al primero que encontró con una espada negra que iba envuelta de llamaradas rojas y quemaba todo lo que tocaba. El guerrero se consumió vivo en el suelo, mientras que el grandullón había decidido atacar de nuevo y hundir su espadón en el pecho del infeliz que había osado atacarle a traición, por la espalda.

Cuando el cuarto guerrero iba a huir hacia el interior del robledal dejando atrás su caballo, pues no tenía ya tiempo para retroceder e ir en su busca, una flecha se clavó en sus genitales, haciendo que al instante cayera de bruces y se retorciera de dolor, aullando con gritos que ponían la piel de gallina: la punta de la flecha estaba dentada y debía haber cortado la carne. En el caso de los genitales no hace falta decir qué había cortado y de qué forma. Una jovencita con los cabellos azulados apareció tras él con el rostro congestionado, y mirando con terror al hombre que se debatía moribundo en el suelo. Llevaba un arco corto y un carcaj en la espalda. Tenía los ojos color miel.

-Elrik, Hanuil, yo no quería...

Hanuil se echó hacia atrás y lanzó unas cuantas carcajadas. Fue hacia el hombre y le clavó su espada en el pecho, acabando así con su sufrimiento inhumano.

-¡No querías pero le jodiste bien ahí dónde más duele, jaja!

Elrik se había arrodillado ante Lúne, el cual ya había perdido el conocimiento. Con rostro grave, le estaba palpando la muñeca, buscando su pulso.

-Tiene el pulso muy débil - dijo, alzando sus ojos preocupados hacia la joven y frunciendo el ceño - ¡Ichiro! Ahora debes demostrar tus artes Amaru. Saca tus ungüentos, bendajes y brebajes. Se está muriendo.