Tuesday, January 13, 2009

La Resistencia. Capítulo 4: A bordo

El aura mágica que rodeaba la entrada del pequeño puerto propiedad exclusiva de la Orden de Ciriol era muy potente. Lúne sentía en su pecho un intenso hormiguero de forma casi insoportable. Ante ellos, ante los Viajeros, Lúne, Anie y Yume, se alzaba una pequeña arcada con espirales y animales fantásticos tallados en una roca cubierta por enredaderas florecidas. Nuán y los pequeños supervivientes, salvados por él y por Lúne de las garras del fuego y de los Lamat, se habían quedado en el Palacete, puesto que Nuán se dedicaba ahora a impartirles clases provisionales hasta que se les encontrara un colegio apropiado para todos ellos.

Un hombre menudo y ceñudo, ataviado con una toja roja y bordada con elegantes broches del color de la esmeralda típica de comerciantes ricos, les observaba a todos con desconfianza.

Y no tenía por qué. El bloqueo mágico no tenía parangón en toda Espiral. Era insuperable incluso para un archimago, o aquello era lo que creía Lúne, el cual iba cogido de la mano con Yume. La joven, repleta de curiosidad ante el poderoso escudo mágico que les flanqueaba el paso, mantenía sus ojos abiertos como platos.

-No lo repetiré más - gruñó el menudo y rechoncho comerciante, paseando su mirada desconfiada sobre ellos y, sobretodo, sobre los Viajeros - no pertenecéis a la Orden y no se os permitirá pasar. Esto es todo. No me obliguéis a usar otros procedimientos menos agradables.

Ichiro bufó desanimada, alternando su mirada entre los relajados y sonrientes rostros de Hanuil y de Elrick.
Sí, Elrick, el hombre del rostro pétreo, sonreía de forma extrañamente radiante y se mantenía en silencio, pero su arrugada frente y sus ojos reconcentrados, que contrastaban con su abierta sonrisa, evidenciaban que, sin lugar a dudas, estaba usando la telepatía.
El comerciante parecía mantener esa conversación velada con él, a tenor de unos gestos silenciosos con las manos que empleaba para enfatizar sus palabras cuando hablaba en voz alta.

Al fín, su voz ronca volvió a vibrar en el extraño y cargado ambiente.

-Vuestra procedencia - miró a los Viajeros con una sonrisa torba, segura de sí misma - no deja lugar a dudas, señores míos. Pero en esos tiempos oscuros toda precaución es po...

Su rostro, como si le hubiera alcanzado un rayo, se ensombreció de pronto. Parecía estar escuchando de nuevo en silencio pero, ahora, la tez de aquel guardián de aspecto ricachón se le había enrojecido: parecía avergonzado de algo.
Inesperadamente, se dobló en una exagerada reverencia echándose con rapidez a un lado, dejando la arcada libre. Ante ellos ahora se veían unas casas coquetas, de color perla y forma redondeada, y una avenida embaldosada con diferentes colores vivos: rojos, amarillos, azules que flanqueaba un puerto con unos pocos pero grandes navíos atracados en él. Un viento muy agradable, aterciopelado, como de pinos y enzinas, les embargó a todos.

-Os pido mil perdones, mis respetados señorías. Un barco os espera para partir presto hacia la Isla - Lúne sintió como en un abrir y cerrar de ojos el bloqueo mágico había desaparecido, con gran alivio para él y su molesto hormigueo en el estómago - Kérrion os espera en calidad de invitados de honor - hizo un ademán con su pequeña y enjoyada mano indicando a los Viajeros que pasaran, de forma muy servicial.

Elrick, por fín, habló con su propia voz, regalándole al menudo ser una mirada calurosa y elegante, algo impropio en él...o eso creía Ichiro.

-No es sólo a los tres a quienes Kérrion espera - el hombretón pasó su fuerte brazo alrededor de la espalda de Lúne, con suavidad pero con firmeza - Él también viene con nosotros.

-Pe...pero...

-Él también viene - los ojos de Hanuil brillaban con un extraño fuego oscuro y penetrante.
El pequeño hombre alzó las cejas y abrió la boca para protestar, pero al instante prefirió hablar de otro modo.

-Bien, así sea - dijo, inseguro - pero los demás deberán quedar atrás. La Orden...

-Conozco mejor que tú las leyes de Ciriol, pequeño Ruko - espetó Elrick, entrando bajo la arcada junto con Lúne - no es la primera vez que vengo. Y lo sabes.

Su voz imponente y grave no permitía réplica alguna. Ruko, al ver que sabía su nombre, ya no osó decir nada más.

-Si no viene Yume conmigo, junto con Anie, no iré a esa isla - Lúne se separó de Elrick bruscamente, retrocediendo hacia atrás, con una voz poco amigable - Además, creo que alguien aquí me debe una explicación, de una puñetera vez. Os agradezco lo que hicisteis por nosotros, pero estoy harto de andar a tientas, y más con tres desconocidos que, para más Inri, no són ni de este mundo - Lúne puso los brazos en jarras, desafiante, aguantando la dura y penetrante mirada de Elrick - Y no solamente yo. Yume y Anie, aquí presentes, y los demás, están en su derecho de conocer vuestros planes para con esta Orden.

-Tiene razón - Anie asintió con la cabeza, el ceño fruncido y saliendo en defensa del joven - tenemos amigos y parientes desaparecidos o yaciendo muertos entre ruinas, destrozados. Decidimos permanecer siempre juntos, y vuestros silencios no me dan ninguna confianza. Más al contrario.

Hanuil enseñó sus dientes de alabastro con una mueca maliciosa y sarcástica.

-Hay razones suficientemente importantes - dijo el rubio viajero, entre dientes - para que Ciriol quiera dejar pasar, por primera vez en siglos, a alguien ajeno de su Orden, de Espiral. Y no hay discusión alguna en este aspecto - hizo una pausa y miró la agria mueca de desprecio y de rabia que asomaban en los grandes ojos de Lúne - Vendrás con nosotros y no harás preguntas hasta que te den permiso. Malditos humanos...se creen que a nosotros nos es ajeno el hecho de que...

-Basta, Hanuil - le cortó Elrick, con sequedad - Cuando volvamos todas las preguntas serán respondidas. El tiempo apremia. Vendrás con nosotros Lúne, pues te necesitamos y te necesitan.

El joven miembro de Varmal miró desafiante a los dos Viajeros sin cambiar su expresión airada. Ichiro, por su parte, se mantenía apartada de todos, pensativa y distraída, su mirada de miel detenida en la florecida enredadera.

-No dejaré que se me siga arrastrando como a un perro - siguió Lúne, escupiendo en el suelo con desprecio - y menos por gentes que se pasan la mayor parte del tiempo correteando entre rositas, en su maravilloso mundo, cerrándose a nosotros como si fuéramos apestados - dió unos pasos con sus pesadas botas de viajero hacia Elrick. Su tono de voz estaba envenenado - Nosotros somos los hijos de la muerte y de la guerra. Hemos visto, vivido y sufrido, en pocas semanas, cosas tan terribles que jamás lo podríais imaginar. ¿Y ahora qué? - alzó la voz, sus enormes ojos grises brillando como imbuidos en una tormenta - Ahora tenéis la desvergüenza de pretender liderarnos y, encima, no teneis intención de decirnos a qué hemos venido a esta apestosa ciudad y por qué. Si nos parece bien la propuesta, entonces iremos todos juntos, sin excluir a nadie.

Fue entonces cuando, sin poder aguantarse más, el comerciante guardián de la arcada se dirigió a él con una leve reverencia.

-Señor, con usted se ha hecho una excepción. Lo siento, pero yo sólo cumplo órdenes. Nadie más podrá traspasar el umbral.

-Bien - Lúne se dió la vuelta, dando la espalda a la arcada - entonces nuestros caminos aquí se separan.

Yume agarró el brazo de Lúne con suavidad, pidiéndole con un gesto no-verbal que se tranquilizara. Le besó con ternura y, viendo como se quedaba ante ella un poco sorprendido, le pellizcó graciosamente la naríz.

-No me seas orgulloso, Lúne. A mi no me importa, y te agradezco que nos hayas tenido en cuenta. Pero yo te esperaré aquí, y me lo contarás todo, ¿vale? Anie y yo y el resto. Te esperaremos.

El joven bufó y desvió la mirada, notando cómo Elrick ya estaba tras él, muy cerca, tanto que notaba su aliento en la nuca. Se giró bruscamente y le miró con odio.

-¿Qué? ¿Ya ibas a llevarme por la fuerza? - se colocó una mano en la vaina, amenazante. Pero, al observar la cara de reprobación de Yume, decidió caminar hacia adelante, sin mirar atrás y sin despedirse. Ni siquiera pareció escuchar la respuesta sardónica de Elrick, como le decía: "sabía que no haría falta. Hay personas con más sentido común que tú".

Estaba muy enfadado, impotente, engañado, viendo como 3 desconocidos le trazaban una linea hacia un objetivo que no conocía. Odiaba aquello, lo odiaba con todo su corazón. Apretó los puños, pasando rápidamente bajo la arcada, sin corresponder a un "lo siento" murmurado por Ichiro, avergonzada por todo lo que había sucedido. No se sentía así desde...

...no quería recordarlo.

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Una enorme cresta dentada apareció por debajo de la fina capa de niebla que, durante 3 días con sus noches había acompañado a los navegantes sin tregua, junto con un cielo gris y encapotado. Un ruido crepitante acompañó a la aparición de la cresta, como un ruido sordo, de sierra que subía y bajaba de intensidad. Ichiro sintió un fuerte escalofrío en la espalda y retrocedió unos pasos, hacia el centro de la borda. Aquella cosa...desprendía odio, maldad y algo más que no podía discernir, pero sin duda en el Mundo Feérico esa sensación tan horrorosa no la había sentido jamás.

Elrick se acercó a ella, con el semblante serio pero a la vez calmado y un poco reflexivo. Le sonrió, con ligereza, unas finísimas gotas de lluvia impactando contra los tatuajes de su calva.

-Esas cosas son monstruos oceánicos controlados por los hechiceros de Ciriol - murmuró, echándole a la cresta gigantesca que poco a poco desaparecía entre la niebla una mirada petrea, inexpresiva - A nosotros no nos harán nada. Olvídate de ellos.

La joven de cabellos azules, ahora impregnados de una mezcla entre sal y lluvia, tragó saliva y forzó una sonrisa, tratando de olvidarse de los sentimientos sombríos que la habían acechado segundos antes. Caminó hacia proa, pasando entre los esforzados marineros que, con un trabajo serio y meticuloso se afanaban en aparejar las velas dependiendo de la dirección del viento y del tamaño de las olas. La carabela aquella era un barco seguramente destinado a muchísimos más viajeros y tripulantes, a tenor de su gran tamaño. Con sus 50 metros de largo y sus 20 de ancho, se asemejaba a una perezosa ballena que sin prisa y sin pausa, se dirigía hacia el interior de aquellos mares blanquecinos, ciegos, desprovistos apenas de luz.

Mientras se dirigía, grácil, tratando de desenredar sus cabellos entumecidos por la brisa marina, hacia proa más que por curiosidad, por mero aburrimiento, observó a dos personajes con personalidades muy distintas:

A un lado, a la izquierda, Hanuil charlaba animosamente con una marinera a la que el capitán del barco le había permitido un merecido descanso de una hora. La mujer parecía tener unos 30 años, era menuda, ancha de curvas y tenía unos pechos voluminosos que le sobresalían bajo una recia camisa de seda color beige. Llevaba sus cabellos rojizos y rizados recogidos en una cola de caballo y se recostaba con gracia profesional en la baranda. A pesar de su oficio, no parecía haber abandonado para nada su femenidad. Tenía una belleza alejada de ser clásica, una belleza salvaje, con unos ojos verdes rasgados, la frente ancha y una barbilla corta y orgullosa. Había aprovechado para pintarse los labios de nuevo, tratando a la vez de humedecerlos en contra de la sequedad que tendía a resquebrajarlos.

Se miraba en un espejo y reía a carcajadas seguramente por alguna ocurrencia de Hanuil, mirándole a veces de reojo y pestañeando con fuerza. Era increible como aquel joven insolente, del cual Ichiro mantenía una opinión de simple niño de papá que juega a las aventuras, conseguía escandilar a cualquier hembra, fuera quien fuera ésta.

-...La última vez que estuve en Firya - relataba, después de contarle otras anécdotas que le habían ocurrido en su Mundo, con una sonrisa pícara y traviesa - la cagué, como siempre. En una taberna me emborraché, aprovechando que Elrick y los demás se habían ido ya a dormir, y me lié con una recia marinera, ni la mitad de bonita que tú. Pero ya sabes lo que hace el alcohol... - miró hacia el cielo encapotado y gotas de lluvia le cayeron sobre los párpados entrecerrados - Al día siguiente, me encontré metido en un armario, desnudo, escuchando la discusión acalorada de una pareja. De repente...un hombre de 2 metros, gigantesco y musculoso, abrió el armario y me encontró ahí, con un condón de esparto en la polla, ya usado, y agazapado en un rincón, con una resaca terrible... Salí de ahí corriendo, pasando bajo sus piernas y aún no sé ni como escapé de ahí...lo juro. Solamente acertó en inflarme un ojo de un puñetazo.

La risa de la marinera se prolongó durante un buen rato, dándole palmadas en el hombro y arqueándose hacia abajo, enjuagándose unas lágrimas. Ichiro negó con la cabeza, suspiró, y siguió caminando ya conociendo de sobra las tácticas de seducción de aquel niño insoportable y soberbio hasta el asco. Seguramente no era verdad ni la mitad de cosas que contaba pero...¿Quien iba a probarlo?

En el otro lado se encontraba Lúne, con la espada desenvainada y clavada en la borda, sentado sobre la baranda, dejando medio cuerpo peligrosamente colgando hacia el mar. Pero no parecía ni mucho menos preocupado, ni siquiera después de la aparición repentina de aquella cresta que había sembrado el pánico en el lastimero estómago de la joven. Al contrario, estaba pensativo, con el ceño fruncido, fumando una larga pipa.
La espada del joven resplandecía con unos brillos azulados, extraños, que contrastaban con el ambiente apagado de los alrededores. Lyr llevaba esos 3 días y sus noches sin apenas hablarle a nadie. En caso de extrema necesidad, echaba uso de los monosílabos, pero aquello era todo. Su mirada grisacea parecía ahora viajar muy lejos de ahí, parecía trazar algún plan, o quizá hacía balance del pasado...

...No, era incapaz de saber en qué pensaba aquel misterioso joven. Caminó hacia la proa, confusa y no pasó mucho tiempo hasta que, malhumorada, decidió irse a su camarote para leer algunos de los libros que había en sus estanterías, libros la mayoría de Historia de Espiral y de Leyendas del Océano, todos muy interesantes para ella.

Llegó la noche y cenaron de forma frugral de pescado fresco gratinado con verduras en un gran camarote todos reunidos tripulación y viajeros, en una larga y vetusta mesa sobre la cual ardía un gran candelabro de 15 velas. El ambiente había sido bastante austero y callado, no parecían aquellos marineros los típicos alegres y desvergonzados que siempre aparecían en las novelas del Mundo Ordinario. Solamente Hanuil cortaba el silencio contando algún que otro chiste y hablando con la menuda marinera a la que le había caído, sin duda, en gracia. Ichiro estaba ya contando el tiempo que faltaba para que se la llevara a la cama, aunque la mujer no parecía precisamente de las fáciles. A veces callaba largo rato sin dar señal de escuchar lo que le decía el Viajero de rubia cabellera. Lúne había terminado de cenar y, con un amable y frío: "gracias por la cena", volvió a su camarote, con prisa, como si allí tuviera una importante tarea que realizar.

Pero a Ichiro le extrañó algo en el rostro del joven, algo que la mantuvo en vilo durante los minutos que siguieron a la desaparición del chico.
Justo cuando Lúne pasaba junto a ella haciendo resonar sus pesadas botas sobre el pavimento de madera resquebrajosa del gran camarote, se giró en un instante de segundo y le murmuró algo con sus pequeños labios, algo que Ichiro no supo interpretar, absorta más en sus pensamientos sobre en qué estaba obsesionado Lúne que en sus gestos. Que se dirigió a ella, aquello era indudable...¿Por qué lo había hecho? Eso ya la sumergía en un mar de dudas.

Estuvo todavía un largo tiempo haciendo sobremesa, tratando de distraerse hablando de forma escueta con Elrick, el cual le comentaba los pormenores y los objetivos de aquel viaje.

-Cuando lleguemos allí, nos encontraremos con un personaje muy... - se quedó pensando, observando el techo y sonrió ligeramente, rascándose la calva con lentitud - un Personaje, eso es todo. No lo sabría definir. Él y toda Ciriol saben más cosas de la Guerra y del supuesto poder de Lúne y de las consecuencias de todo ello que muchos que viven en su propio Mundo. Allí buscaremos consejo, sabiduría...y quizá algo más, si le caemos en gracia...si está de buen humor.

¿El supuesto poder de Lúne? Ya habían hablado de ello antes de llegar a Espiral y solamente conocían de ese destino lo que le había pasado en Folmendal. Aún no entendía por qué los Folns habían decidido hacer saltar a Lúne sobre la hoguera, si ni ellos conocían el alcance de su poder. Sin duda, debieron intuïr algo muy poderoso dentro de él, debieron sentirlo. De hecho, ella, cada vez que lo miraba...No, desechó aquel pensamiento.

En realidad- pensaba - en realidad no sabemos nada, absolutamente nada. Y él es solamente un chico como yo. Le han estado utilizando, le han sometido a grandes presiones, le han manipulado. Y él...no...no puedo entender que aún así esté tan tranquilo, tan sereno. Algo tiene que esconder, algo tiene entre manos que nosotros no conocemos.

Se levantó, necesitaba irse a su camarote para poder pensar en todo ello con tranquilidad, para sopesar el futuro que les venía encima, para pensar en todo lo que le había contado Elrick y los Folns respecto a Lúne. Necesitaba llegar a alguna conclusión, aunque fuera suya.

Solamente suya.

Hizo una reverencia y entornó los ojos, tratando de fingir que se caía de sueño.

-Me ha sido grata la compañía, pero estoy cansada y necesito dormir. Buenas noches y gracias por la cena.

Después de las pertinentes y frías despedidas, excepto por parte de Hanuil el cual andaba tan enfrascado en la conversación que ni se inmutó de la partida de la joven, abrió la puerta de su camarote con más fuerza que la había pretendido pegando un sonoro portazo contra la pared.
Se sentía extrañamente irritada, tenía ganas de tumbarse en el pequeño pero cómodo camastro y así, por fín, olvidarse de todo sumergiéndose en un onírico olvido.

Pero no sabía que aquella noche aún se avecinaba larga, muy larga.

Ahogó un grito de sorpresa con su menuda mano, y ahí fue cuando intuyó que, precisamente, aquella noche no podría dormir tranquila: sobre la cama se hallaba sentado un joven de cabellos negros sacados levemente de sus naturales tinieblas por una sola vela encendida en el candelabro colocado sobre la menuda y destartalada mesita de noche. Sus ojos, con rapidez felina, se posaron en los de Ichiro entre unos destellos grisaceos e intensos que la miraban inquisitivamente, o eso parecía. Con todos aquellos elementos, era ya más que evidente de quien se trataba, de quien era aquel joven que había invadido su camarote sin su permiso.

El chico cerró un pesado libro que mantenía sobre su regazo y sonrió levemente. Ichiro, como respuesta, puso los brazos en jarras y frunció el ceño: no se sentía de buen humor como para aguantar silencios y misterios infundados y más en aquella situación tan surrealista.

-¿A qué viene todo esto? ¿Por qué demonios has entrado en mi camarote sin mi permiso?

El joven no pareció corresponder sus palabras con ninguna expresión visible, al menos no en aquella penumbra, y en vez de eso se levantó e hizo una breve reverencia con la cabeza, esbozando una risa cortés.

-Mis disculpas, sé que no es este el método más ortodoxo para explicarle a alguien, y más a una chica, que tengo motivos de sobra para haberlo hecho - levantó la cabeza y, por efecto de la falta de luz, Ichiro sólo fue capaz de ver dos grandes y brillantes ojos grises, únicos elementos que atestiguaban su presencia, junto con una pequeña parte de sus mejillas ligeramente sonrojadas.
Se sintió entonces algo turbada por la fuerza enigmática y poderosa que emanaba de aquella silueta, de aquel espectro que se había deslizado en el mismo epicentro de su intimidad.
Y de nuevo aquella contradicción: aquel calor en el pecho y aquel tremendo escalofrío en el espinazo.

Pronto, sin embargo, se rehizo y, cruzándose de brazos, frunció de nuevo el ceño, aquella vez con más efusividad y rabia.

-No pretendo consentir que nadie se inmiscuya en mi intimidad, y menos alguien que apenas conozco - espetó con un leve temblor iracundo en su voz. Jamás se había sentido tan enfadada...ni siquiera en aquella cena de Húgaldic, ni siquiera discutiendo con Hanuil. Tenía unas extrañas ganas de llorar, se sentía ridícula, no era aquello tan importante como para ponerse así...¿o sí? - ¿Qué quieres de mí? Espero una respuesta rápida porque sino...

-Basta - la voz del joven se tornó más fría, casi gélida - Te recuerdo que soy yo al que han retenido en este barco en contra de mi voluntad - se hizo el silencio, pero los ojos de él eran más elocuentes que sus propias palabras. El problema es que su mirada le había dado tal impresión a Ichiro, que ella fue incapaz de interpretarla - Y tú - prosiguió, con una media sonrisa sardónica - eres cómplice de mi encierro.

Dicho aquello se dió la vuelta, dándole la espalda y, apartando las cortinas de la pequeña ventana circular dejó que el fantasmagórico resplandor de la niebla nocturna invadiera la habitación.

Miraba por la ventana, las manos metidas en los bolsillos de su túnica negra, la túnica de Varmal, la túnica de los hijos de la Luna Negra.

Ichiro bajó los ojos, cediendo finalmente a la vergüenza.

-No estoy de acuerdo en cómo hablaron mis dos compañeros, sobretodo respecto a Hanuil. Yo jamás obligaría a nadie - tregó saliva, acariciándose los azulados cabellos para mantener una de sus manos ocupada al margen de los nervios que zarandeaban a la joven - jamás, pero yo Lúne...yo...aún estoy confundida por todo lo que está pasando, yo nunca pretendí...

-He encontrado un libro en este barco, un libro que jamás, durante mis años de empedernido lector, de devorador de bibliotecas, había leído - la cortó, aún de espaldas a ella y mirando por la ventana - Contiene una información muy interesante y...necesito colaboración de tu parte, si es que quieres saber de qué va esa historia - se giró hacia ella y recostó con gracia el codo en el cristal de la ventana. Su mirada ahora era más calida y serena, y en sus ojos grises como la niebla que dominaba aquellos oscuros mares parecían arder dos hogueras crepitantes.

Ichiro no comprendía nada. Se sentía como una extraña en su propio camarote escuchando como un joven bastante aniñado, algo desgreñado y de ojos bonitos, le contaba que había leído no sabía qué libro con información interesante, y confidencial, a tenor de su secretismo. Pero lo que más la extrañaba era...

-¿Y por qué...por qué necesitas colaboración de mi parte? ¿Por qué quieres compartir lo que sabes conmigo y no con los demás? - preguntó, más temblorosa aún que antes y evitando aquella mirada que la hería, le hacía daño y le escrutaba como si para él ella fuera un libro abierto de par en par.

Lúne suspiró con efusividad.

-El por qué ahora carece de importancia - se encogió de hombros y se sentó en la cama, ante ella, con una sonrisa tranquila y algo melancólica - Si me pides que me marche, me marcharé, sin causarte ningún problema. Si en cambio quieres que me quede y siga contándote mi historieta que para tí, como buena feérica, te debe sonar a cuento absurdo de humanos... - se tumbó con lentitud en la cama, bufando un suspiro de cansancio y se colocó las manos tras la cabeza ahora bien visible por la cercanía de la única vela encendida - ...deberás confiar en mí.

Ichiro titubeó. ¿Pero cómo pretendía que confiara en él si aún no le había explicado absolutamente nada de lo que tramaba...si es que tramaba algo?
Abrió la boca dispuesta a protestar contra el tono tan sentencioso y soberbio del joven. Sin embargo, había algo en aquella voz que la inquietaba y que, a la vez, la atraía con una curiosidad irresistible.

¿Qué pensarían de ello Hanuil y Elrick si descubrían que les ocultaba algo a sus espaldas, ella, que había abusado de su confianza?
¿Quizá Lúne quería compartir un secreto con ella a espaldas de sus dos compañeros? No, no podía hacerlo y tampoco quería y, sin embargo, sintió también como una serenidad casi sedante recorría cada poro de su piel, poco a poco, casi imperceptible, como la luz magenta que precede al alba en el horizonte.

¿Qué era lo correcto?

Sin apenas ser consciente de ello, había terminado echándose en la cama, a su lado, con las manos también tras la nuca y apartando sus frondosos cabellos lapizlászuli hacia el borde de la cama. Se giró hacia él y sonrió, frunciendo ligeramente el ceño y, aquella vez, fue ella quien lo miró intensamente con sus ojos de ámbar.

-Dudo que toda esa historia vaya a convencerme pero... - relajó sus labios - Confío en tí.

El joven pareció sorprenderse y abrir algo más de lo normal sus ya de por sí enormes ojos. La penumbra ya no conseguía encubrir ningún gesto de su rostro que quisiera esconder de la mirada de ella.

¿Se había sonrojado?

No lo sabía. Pero esa forma que tenía de parpadear tan repetidamente mientras le devolvía su mirada le recordó a cuando Rívon se turbaba por algo...

...y aquello le regocijó.

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Lúne se recostó sobre el respaldo de la cama después de encender el candelabro entero para así poder leer con más claridad.
Abrió el pesado libro rojo de tapas desgastadas sobre su regazo y empezó a girar las hojas amarillentas, con lentitud, unas hojas muy finas y crepitantes que parecía que se quebrarían en cualquier momento.

Ichiro torció un poco la cabeza tratando de observar, por curiosidad, quien era el autor del libro y el título de este...

Y su sorpresa fue mayúscula.

Escrito con letras góticas y refinadas el título rezaba: "Leyendas de Ilmaren" por Nuán.

¿Nuán? ¿Nuán era escritor? Jamás lo hubiera imaginado...

Lúne no pareció advertir el desconcierto de la joven y siguió pasando páginas, una a una, hasta que por fín dió con el capítulo que buscaba. Entonces carraspeó para aclararse la voz y frunció el ceño, pues la letra era pequeña y la impresión estaba muy desgastada.

"Poco se habla del país de Gaül - empezó, con un tono de voz grave y profundo, usando una voz desconocida para ella - pero en todos los pueblos asentados a los pies de las montañas de Ilmaren, las leyendas sobre este mítico país abundan, y una de las más corrientes aunque ya conocida por muchos es la de la "Joven de las estrellas" o de la "Joven que vino de los cielos", aunque hay versiones muy detalladas y únicas de las que hasta ahora yo no conocía su existencia (...)" - Lúne pasó unas cuantas páginas más y, deteniéndose en otra, prosiguió-
"Y así casi todas estas leyendas, curiosamente, se refieren a extraños seres de las montañas que proporcionan dones y maldiciones a los habitantes de estos pueblos.
Durante los solsticios y equinoccios estas gentes se reúnen dentro de las casas, en família, dejando hogueras encendidas tanto dentro como fuera de los hogares. El fuego que se enciende ante la puerta, en el exterior, se rodea con piedras de colores, muy abuntantes en esas montañas y que, según ellos, apaciguan a estos tenebrosos visitantes que por las noches bajan desde el país de Gaül hacia el mundo de los humanos (...) -
giró dos páginas más y rebuscó con una intensa mirada en otro párrafo y prosiguió.

"Durante mis andanzas con mi compañía de músicos, traté de averiguar algo más de este misterioso país que tanto me intrigaba, algo que pudiera hallar entre el confuso humus de las leyendas. Quería conocer cosas más concretas, ir más allá de cuentos y supersticiones, y solamente los más ancianos quisieron responderme, casi todos con secos monosílabos y con frases herméticas acompañadas de una serie de rezos y supuestas fórmulas mágicas para alejar de ellos los Colmillos del Destino, según sus propias palabras. Después de algunos relatos confusos sobre laberintos endemoniados, raptos de niños, danzas macabras y desapariciones, acababan siempre diciendo que "el Otro Lado es el único que Sabe" (...)

"Considero que hasta ahora se ha tachado a los habitantes de Ilmaren de primitivos, desechando así todas sus creencias. Pero nada más lejos de la realidad. Si hay una tierra más misteriosa y con más poder mágico en Espiral, esas són las tierras que rodean esas montañas, estoy convencido. De hecho, es curioso, pero siempre observé esas montañas con un deseo y un ardor en mi pecho extraños, atraído por ellas desde siempre (...) -
el joven negó con la cabeza varias veces, sonriendo levemente.

- A este hombre le encanta divagar - espetó, algo irónico, antes de proseguir con un nuevo párrafo.

"Al fín nuestros pasos errantes, llevando con nosotros los instrumentos a cuestas y unas pocas monedas, nos llevaron a una pequeña caseta de madera construída justo en los lindes de un inmenso y sombrío bosque que se extendía por una profunda garganta abierta en la montaña.
Llegamos a aquella cabaña hambrientos, justo cuando el Sol se ponía entre las altas montañas que se alzaban ante nosotros.
Habíamos andado durante 3 días entre gargantas, despoblados valles, y no había señal de ningún pueblo y de ninguna aldea cercana. Los caminos pedregosos a menudo se introducían por frondosos bosques en los que era fácil perderse y aparecer en otra dirección no deseada. Solamente hallábamos sosiego ante la hoguera, tocando nuestros instrumentos y cantando mientras comíamos una frugral cena insuficiente para nuestros estómagos.
Yo era reacio a molestar a la familia que pudiera habitar aquella casa y era partidario de seguir andando hasta dar con un pueblo, pero el resto de mis compañeros y el ruido incesante de mi tripa me hizo desistir.

(...) Un anciano, delgado y menudo, calvo y de nariz afilada, nos miró sombrío tras un pequeño agujero abierto en la puerta - pasó unas cuantas páginas más frunciendo un poco el ceño y al fín arqueó las cejas y se le iluminaron los ojos. Miró a Ichiro y sonrió con cierta excitación.

-Aquí está. Escucha.

La feérica se arqueó ligeramente hacia el pesado libro que sostenía el joven sobre su regazo y arrugó el entrecejo, esperando impaciente que la historia siguiera adelante.

(...) Amablemente, empezó a relatarnos con tranquilidad todo lo que sabía de aquellos bosques que se erigían como una pared forestal, salvaje, ante la cabaña. Después de comentarnos de pasada que hacía cinco años su esposa, que había vivido allí con él, había fallecido y que sus dos hijos se habían ido a vivir a una aldea lejos de allí, su rostro se ensombreció y sus ojos se clavaron en la crepitante hoguera ante la cual habíamos tocado para él después de cenar. Poco después empezó a hablar, su voz totalmente cambiada hasta el punto que parecía provenir de otra persona.

-Si en verdad queréis conocer las historias que se esconden tras estos bosques y estas montañas - guardó silencio, mirando por una ventaba que daba a los lindes del bosque. De repente parecía más viejo y su mirada muy cansada - yo no podré más que hablar de malos sueños, de oscuras visiones, de visitas inquietantes... - clavó los ojos en la hoguera - ...y de miedo.

Lúne miró por la escotilla, sereno y algo sombrío. Luego, giró una página más y se dirigió a Ichiro la cual, como una niña que escucha las historias de un cuenta-cuentos, se hallaba tumbada boca abajo, sus manos en las mejillas y con los ojos muy abiertos, unos ojos que pedían a gritos que el joven siguiera relatando la historia.

Y siguió leyendo.

- "Aquel anciano, en efecto, nos contó cosas aterradoras de sus pesadillas acerca del bosque, sobre diminutos seres enclenques que le susurraban frases incoherentes o sobre laberintos por los que se perdía en el interior de la floresta, rodeado de aullidos y lamentos. Pero, lejos de la impresión que me dejaron, algo me llamó la atención: aquel hombre solamente tenía aquellos sueños desde que vivía allí, en aquella casita de madera. También nos contó que había soñado algunas cosas premonitorias. Por ejemplo, el día anterior a la muerte de su esposa, había soñado que unos diminutos seres rodeados de luz, sin rostro, se la llevaban inherte hacia el interior del bosque, llevándosela a cuestas. Él los perseguía, desesperado, pero al internarse en la floresta siempre acababa hundiéndose bajo tierra, entre las raíces de los grandes árboles, cómo si algo en aquel bosque le impidiera pasar.
Al día siguiente, halló a su mujer muerta en la cama: había fallecido mientras dormía (...)"

"El anciano también había penetrado en el bosque y, de tanto hacerlo, parecía haber perdido la razón. Nos decía, convencido, que el alma de su mujer había sido robada por Ellos y que él la debía rescatar de sus manos. Pero sin duda, había muchas cosas que no quería contarnos, por mucho que tratáramos de preguntarle lo más cortesmente posible.
Cansado ya de relatarnos sus experiencias con aquel bosque, las cuales parecían dolerle como si cada palabra fuera un estilete que se clavara en su interior, nos enseñó otras cosas menos siniestras y funestas. Nos mostró gran cantidad de piedras de colores que tenían extraños símbolos grabados en ellas. Él nos aseguraba que jamás había encendido hogueras para espantar a los visitantes del Otro Lado y que esos grabados eran la forma que tenían aquellos seres de agradecérselo.
Miré una de las piedras de color azul marino atentamente, entrecerré los ojos y en el símbolo grabado en ella (una pirámide de dos puntas) refulgía una luz anaranjada, casi imperceptible (...)

"Nos enseñó una cesta llena de frutas diversas: bayas más rojas que el rubí, frambuesas, cerezas, bellotas y, por último, ramas de muérdago dibujando cruces, rombos y espirales.
Según el anciano, había algunas frutas que databan de 20 años atrás, de cuando se había trasladado con su familia a aquella cabaña por razones que rehusó explicar. Se conservaban intactas, impolutas, como si estuvieran bajo el influjo de un conjuro.
Cada solsticio y cada equinoccio por la mañana, sobre las brasas de la chimenea apagada, se encontraban con una pequeña cestita dentro de la cual había siempre un fruto y una piedra de color sobre la cual siempre había algún dibujo o símbolo tallado (...)"

"Aquella noche la recordaré toda mi vida, no la podré olvidar jamás. Nos quedamos a dormir en aquella pequeña casa, todos en el que antaño había sido el cuarto de los hijos del anciano. Dormimos en nuestros sacos, pues ahí ya no había camas (...). En medio de la noche pegué un respingo y me encontré sudando a mares y mi corazón bombeando de forma alocada, arrítmicamente.
A través de la ventana contemplé el fulgor de la luna llena entrar en la habitación, dibujando sombras danzantes de los grandes árboles cercanos. Me sentí atraído por aquella luz y aquellas sombras en movimiento, como los grillos hacia la noche.
Entonces, salí sigilosamente de la cabaña, como poseído, atraído por algo que no podía discernir. Anduve no sé cuánto tiempo entre la maleza, a través del bosque, excitado, ajeno a todo, enamorado de un sentimiento que no puedo explicar con palabras. Fuertes rachas de viento se precipitaban entre las ramas de los árboles sumidos en la penumbra lunar, y en esa vestisca parecía escucharse, sólo durante unos pocos segundos, una melodía de arpa algo estridente pero tan bella que dolía, me hería, me consumía...
Olía a magia, a una magia muy potente, absorbente, el aire vibraba a mi alrededor y sentía presencias extrañas rodeándome y también notaba que allí ya no era bienvenido.
Sin embargo, lejos de temer por mi integridad, seguí caminando, adentrándome en la espesura como ebrio y fue cuando, al cabo de poco tiempo, comencé a vislumbrar una luz blanquecina resplandecer entre las ramas y recuerdo que, como un necio, estallé en carcajadas. Las carcajadas fluían solas, sin que yo hiciera ningún esfuerzo, aunque ahora a alguien le pueda parecer ridícula mi reacción.
Corrí hacia la luz y el viento me seguía trayendo aquella melodía alegre y estridente cada vez con más fuerza. Quería unirme a aquello, fuera lo que fuera (...)

Lúne observó a Ichiro alzando sus grandes y semi-velados ojos grises, de ellos emanando destellos repletos de intensidad. Ichiro se frotó los ojos y se recostó sobre su lado izquierdo devolviéndole su mirada de miel, llena de sorpresa y deseo por seguir escuchando aquella extraña y oscura historia.

-Resumiendo - dijo Lúne, con una sonrisa entre dulce y burlesca - Nuán rió por primera y, quizá, por última vez en su vida, y le duró poco al pobre. Según relata él mismo, al llegar a aquel claro luminoso de dónde provenía aquella música, se encontró de nuevo ante la cabaña, en el mismo sitio por dónde antes se había adentrado a la floresta.

Ichiro entornó los ojos y reflexionó durante unos instantes, mientras se rizaba una mecha de cabello azul.

-En el Mundo Espiral, cuando los feéricos os visitábamos a menudo, usábamos como medida de protección algo llamado... - la joven arrugó graciosamente la nariz, tratando de recordar algo que ya casi había olvidado. Unos segundos después dió un saltito sobre la cama, sonriendo e iluminándosele la cara - ¡Ya está! ¡Ya lo recuerdo! Lo llamábamos Crúan, el Arte de moldear el tiempo y el espacio. Con ello podíamos dejar entrar a quienes quisiéramos, sin arriesgarnos a que los humanos malvados penetraran en los portales que custodiábamos. Pero... - volvió a entornar los ojos, pensativa - ahora, excepto algún que otro Viajero, nadie quiere visitar el mundo de los humanos. A no ser que... - las miradas de ambos se encontraron y, al instante, como en un encantamiento, se comprendieron.

-...exista una tierra feérica en Espiral - murmuró Lyr, también pensativo, rascándose la barbilla.

Ichiro, en un gesto que Lúne no se esperaba, le cogió las manos con rapidez y sonrió abiertamente, con los ojos brillantes de esperanza y excitación.

-¡Lúne! ¡Tenemos que viajar ahí, presto! ¡Si fuera cierto lo que pensamos...ahí debe hallarse la respuesta! No sé por qué...pero lo presiento.

-Yo también lo presiento, Ichiro - sonrió también el joven, aún pensativo y ligeramente conmocionado por la reacción anímica de la joven feérica y habiendo retirado sus manos de las de ella algo inquieto y ruborizado - A pesar que los demás se opusieran...¿Vendrías conmigo?

La muchacha le miró con seriedad, su corazón sobrevoló como una grácil golondrina sobre sus propios sueños, su familia, sobre Rívon y sobre sus compañeros Viajeros.

-Sí - sonrió de nuevo, con serenidad - a pesar de ello.

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