Friday, November 6, 2009

Capítulo 12: Preludio

La guerrera empuñaba una larga espada cabalgando sobre un caballo sin silla ni bridas. Se abrieron las puertas de la muralla y salió, ella sola junto a unos pocos más, ante un millar de enemigos. Hinchó sus pulmones y lanzó un grito rabioso. Estaba harta, harta de esperar tras los muros de la vergüenza, tras hombres corruptos y cobardes. Miró a su derecha y de nuevo a su izquierda y no vió a nadie, absolutamente a nadie. ¡Todos habían caído! Los caballeros enemigos se abalanzaron sobre ella, como aves de presa ávidas de sangre en sus capas verdosas.

Sonrisas perversas.

Y empezó a recordar, a acordarse de todo lo que dejaba atrás: la música, Yume y los pocos pero nuevos amigos que estaba haciendo, con lo solitaria que siempre había sido. Luchar...¿Para morir? ¿De verdad valía la pena arriesgar todas sus esperanzas en una batalla ya perdida de antemano? Empezaron a escurrírsele las lágrimas por sus mejillas y el terror se apoderó de su corazón, sintiendo como las saetas, lanzas y flechas estaban apunto de atravesarla sin remedio.

Y escuchó un gritó tras la montaña que se alzaba a su izquierda. Y pronto los vió, sus figuras recortadas por un rojo atardecer. Sus negros caballeros, armaduras de acero engalanadas con azabache y capas oscuras con el maldito símbolo de Varmal. Lúne...Lúne estaba a la cabeza, empuñando una enorme espada de color escarlata. Y a su lado observó a un Agros sonriente, victorioso, su yelmo con la forma de una serpiente.
Y descendieron como una oleada, precipitándose contra los enemigos. Aquellos decidieron volver su atención a los atacantes pero ya era demasiado tarde: todos cayeron bajo su yugo. Anie se sintió feliz por sentirse viva de nuevo, y se culpó por sentir también agradecimiento...

¡No, jamás! ¡Ellos habían destrozado sus vidas! ¡Y Lúne también!

Avanzó con su caballo hacia el este, tratando de huir de aquella escena. Quería estar sola. No quería ver a nadie. Quería empezar de nuevo...

¿Dónde estaba Yume? Se había quedado dentro de la ciudad, eso era seguro. Más, tenía un mal presentimiento. Bajó del caballo, presa de un pánico repentino y, sin más dilación, empezó a rebuscar entre los numerosos cadáveres de los enemigos. Y la vió. Muerta, con el escudo de Wail sobre ella. Se arrodilló sobre ella, desesperada, y trató de reanimarla con golpes en el pecho, llorando desconsolada. ¡No podía ser! ¡No era posible!

-¡Anie! ¡Anie, despierta dormilona!

Abrió los ojos en medio de un chillido que la asustó a ella misma. Se llevó la mano en el pecho, su corazón bombeando como un jinete desbocado. Como un jinete...Sí, se alegraba de haber despertado. Quizá llevaba demasiados días entrenando muchas horas con la espada y había empezado a obsesionarse con la guerra. Tenía que distraerse, no podía seguir así.
Observó a su compañera de habitación, una joven de tez morena que la miraba con rostro preocupado y ya con la mochila de clase preparada y vestida para la ocasión con una sencilla blusa roja de encaje.

-Perdona Katya, tuve una pesadilla. ¿Qué tiempo es? - se quitó las legañas con ambas manos y se sentó sobre la cama, bostezando con fuerza.

La joven observó el reloj de Sol situado sobre la ventana y se rascó la nuca, algo sonriente.

-Chica, faltan 10 minutos para empezar la clase. Como no sepas algún sortilegio para vestirte con un chasquido de dedos...

-¡Mierda!

Fue tal la embestida de Anie hacia el armario que justo al saltar de la cama cayó de bruces al suelo. Sí, tenía que dejarse de batallitas o sinó la expulsarían - pensó, mientras se palpaba la dolorida frente.

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No se había peinado y había cogido lo primero que había encontrado en su ropero. Ni siquiera había tratado de disimular el fuerte golpe que se había dado contra la frente al tratar de llegar al armario. Se palpó los pantalones un momento para asegurarse bien si se había llevado dinero para comprarse el desayuno para después y notó, en seguida, que se había puesto los pantalones al revés. ¡Menudo día de mierda! Aquellos despistes eran más propios de Yume que de ella. ¿Qué diablos le estaba pasando? Aquel día solamente tocaría el violoncello y luego se olvidaría del resto, lo juraba.
Llegó por fín, atropellada y puntual, al jardín del colegio de Firya después de haber corrido todo el camino. A pesar de todo el entrenamiento que llevaba a sus espaldas, le faltaba el aliento y tuvo que pararse un momento a descansar en un banco agarrándose el costado con una mano temblorosa. Escuchó unos pasos lentos yendo hacia ella desde detrás, apagados, como si no quisiera hacer ruído a toda costa. Se giró, entonces, alarmada.

Era Lúne, el cual se enjuagaba la frente llena de sudor, con rostro de preocupación.

-Perdona que te moleste Anie - resopló, mirando a todos lados - ¿Has visto gente esperándome o vigilándome por aquí?

Anie se sobresaltó ante la presencia del joven. Media hora antes había soñado que la salvaba junto al abominable Agros. Estuvo tentada en irse de ahí y dejarlo con la palabra en la boca pero solamente había sido un sueño. No quería ser tan niña. Aún así, sus ojos se empequeñecieron.

-¿Qué mosca te ha picado? ¿Te acosan las colegialas ahora?

-No exactamente. Es una historia algo larga de contar - sonrió, distraído - Oh, no...

Por la puerta empezaron a salir una gran cantidad de alumnos, todos sonrientes y alegres, y con los rostros casi tan brillantes como el Sol que resplandecía sobre los rojizos tejados de Firya.

-Seguramente se ha suspendido la primera clase - Anie suspiró, satisfecha.

El rostro de joven de Varmal, sin embargo, se había transformado en una mueca cercana al terror. Al cabo de pocos segundos, una multitud ya se hallaba rodeándolo por todos los lados, casi todo jovencitas adolescentes que susurraban con grandes carcajadas entre ellas mientras le observaban descaradamente.

-¡Lúne! - gritó una de ellas, exaltada y emocionada ante su presencia - ¡Por favor, enséñanos algo del Mundo Feérico!

-¿Verdad que es un chico muy misterioso? ¿Deben ser así todos los feéricos? - le comentaba en voz baja una a otra, tapándose la boca y ahogando una sonrisita pícara - Dicen que han venido a Firya unos cuantos como él.

-La verdad, yo me los imaginaba más etereos. Es demasiado...humano...¿No?

Anie sonrió torciendo los labios, mirándole de reojo.

-Así que era eso. ¿Eh? Acoso escolar. Yo casi diría que sexual.

El joven la miró con ojos de pedirle una ayuda suplicante, alzando las cejas, pero ella lo ignoró completamente. Le dió la espalda y se dirigió hacia el interior de la escuela, para preparar su siguiente clase. ¿Qué diablos habría hecho para que creyeran que era un ser feérico? Sacudió la cabeza, meditabunda, mientras cruzaba la arcada de la entrada. ¡Qué chico tan raro! ¿Y si la habían visto con aquella feérica que les había acompañado en su viaje hacia Firya? pensó, rascándose la barbilla mientras subía las escaleras de piedra que rodeaban el edificio para ir a las distintas aulas. No, aquellas cosas no eran para ella. Le importaba la vida de Lúne menos que una piedra.

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Anie rasgaba el violoncello con suavidad, los ojos entrecerrados y cuidadosamente posados sobre la partitura que tenía enfrente suya. Aquella pieza le agradaba especialmente, una melodía que parecía que acariciara con cuidado el ambiente que la rodeaba transformándolo todo en otra realidad muy distinta y sutil. Sonreía débilmente, moviendo la cabeza léntamente al ritmo de la música, de un lado a otro.
A pesar de la gran concentración que mantenía, junto a una guitarra, un contrabajo y a un violín a los que acompañaba, por el rabillo del ojo observó, con sorpresa, como de repente empezaba a nevar en el exterior. Su sonrisa se prolongó un poco más mientras recordaba como, desde pequeña, siempre le había encantado la nieve. Recordó aquellos inviernos, en la playa nevada, jugando con su hermanita. Cuánto la echaba de menos...

-¡Anie! - una palmada del profesor que, en aquellos momentos, actuaba como director del cuarteto de cuerda, silenció a los músicos - ¿La espada te ha hecho olvidar cómo pasar de una tonalidad a otra?

La joven se sobresaltó, como despertada de una sesión de hipnosis y dejó caer, accidentalmente, el arco del instrumento al suelo. Se sonrojó, ligeramente, y se rascó la nuca, sin saber que responder y mirando al suelo.
Evan, el cual se encargaba de tocar la guitarra, la miró con ojos llenos de sospecha y sonrió, maliciosamente. Entonces, rasgueó su instrumento de nuevo trazando 4 sencillos acordes de una canción romántica muy conocida en Firya.

-Oh, deja que la nieve
se derrita bajo la Luna
que refleja los cabellos
rojizos como una hoguera
incandescente
de mi enamorado.

-
¡Evan! ¡No toques sin mi consentimiento! - espetó el profesor, ahogando una carcajada.

-
¡Iros todos a la mierda! - gritó la muchacha, lanzándole al guitarrista el arco del violoncello a la cabeza y yéndose del aula tras dar un sonoro portazo tras ella el cual apagó las carcajadas de Evan. ¿De verdad existía un mundo sin tal cantidad de idiotas? Ya lo dudaba mucho. ¿Decía que estaba distraída con la espada? ¡Pues demostraría que no, que para nada estaba equivocado. ¡Dentro de poco la necesitarían cuando el enemigo cayera sobre ellos!
Apretó los puños y se dirigió a la sala de entrenamiento, con el rostro congestionado de la ira que sentía.

Empezó a luchar incansablemente contra "el muñeco danzarín", que era así cómo le llamaban al homúnculo de madera ataviado con una espada y un escudo y accionado por unos elásticos que le hacían moverse hacia todos lados según dónde se le atacara. Con su espada de madera y su escudo del mismo material, la joven parecía ejecutar una danza bélica alrededor del muñeco, mientras lo golpeaba con su arma en todos lados y con unos ágiles saltos evitaba que le impactara con su espada. Se estaba imaginando, con plena satisfacción, que la cabeza sin rostro del muñeco era en realidad la cabeza de Evan, quizá por eso casi todos sus golpes se dirigían hacia aquella dirección.

-¡Maldito soberbio de mierda!

Tomó carrerilla, decidida a darle el toque de gracia, y se precipitó hacia adelante corriendo y formando un gran arco sobre su cabeza con su espada, blandiéndola con sus dos manos. Saltó ante el estático muñeco y fue tal el impacto que recibió la cabeza de madera que su espada se astilló con un golpe sordo y la brutal fuerza que había depositado sobre ella la recibió de un duro golpe de escudo del "muñeco danzarín" en su hombro, lanzándola hacia un lado. Tuvo la terrible sensación que le habían arrancado el brazo literalmente y empezó a sollozar en el suelo, silenciosamente. ¡Tonta, más que tonta! Y después decía de los demás...

-Anie...¿Te encuentras bien?

Alzó los ojos, esperando que alguien, de nuevo, se riera de ella, humillándola de nuevo. De todas formas, aquel no era su día. Se levantó, renqueante, y se frotó sus llorosos ojos para ver mejor quien tenía delante.

-¡Lúne! ¿Qué...haces aquí? - trató de recuperar su compostura y frunció el ceño, empequeñeciendo sus ojos y taladrándole con la mirada.

El joven se encogió de hombros y se dirigió hacia la estantería dónde se hallaban almacenadas las distintas espadas de entrenamiento. Blandió una y se plantó delante del muñeco, poniéndose en guardia de forma elegante con el puño izquierdo apoyado en la cadera y dirigiendo la punta de su espada hacia adelante, colocando su cuerpo de lado.

-Pues lo mismo que tú, supongo - replicó, con un tono de voz seco y tajante. En su mirada se podía entrever una gran preocupación y, a la vez, una ira latente que empezó a crecer cuando empezó a dar rápidas y huracanadas estocadas al ya vapuleado muñeco de madera.
Anie no quería reconocerlo ante él, pero sentía como su hombro le ardía de una forma casi insoportable. No obstante, para tratar de desentumizar los músculos, empezó a entrenar estocadas con su brazo derecho en el aire como si ante ella se encontrara un enemigo invisible.
Al cabo de unos momentos, no obstante, un fuerte ruído a su derecha le llamó la atención y detuvo su lucha imaginaria. La imagen que vió, si no hubiera sido por el ambiente enrarecido que existía en el ambiente, era bastante cómica: la cabeza del muñeco rodando en el suelo y Lúne sentado sobre el pavimento, apoyando ambas manos en su rodilla con su rostro cargado de dolor.

-¿Te encuentras bien, Lúne?

Ambos se miraron interrogantes y, precisamente, lo que le hizo gracia a Anie es que el joven le mirara como si no supiera lo que estaba pasando. De repente, empezó a reirse sin poder parar.

-¡Lo siento! Creo que ahora estamos empatados. Veo que tampoco hoy es tu día.

-Ni mucho menos - el joven se levantó y cojeó acercándose un poco hacia ella. Luego apoyó la espada de madera en el suelo y suspiró, enjuagándose el sudor con la manga de su oscura camisa de mosquetero - Me acaban de dar dos notícias excelentes - dijo, con sarcasmo - Firya está rodeada por los Lamat por un lado, y por la Orden de Wail por el otro. Acabo de hablar con la alcaldesa y, a pesar de repetirme hasta la saciedad que la magia de Ciriol es la más segura de Espiral, la he visto más que preocupada - miró hacia otro lado, pensativo y preocupado.

-Vaya... - Anie sintió como un escalofrío de desasosiego cruzaba toda su espalda de arriba a abajo - Entonces antes de lo previsto va a llegar la guerra a esta ciudad. Parece que un destino funesto no deja de perseguirnos desde que dejamos Fortaleza - lo miró y, por primera vez, ambos sintieron compartir un mismo sentimiento, aunque fuera triste y doloroso - Estoy harta de ser zarandeada de un lado a otro, si te soy sincera. Ya no sé qué hacer...Sé que quiero luchar, pero quiero saber hacia dónde nos lleva todo esto.

Lúne se acercó más hacia ella y, contra todo pronóstico, el joven posó sus dos grandes y estilizadas manos sobre los hombros de la joven. Esta abrió los ojos, sorprendida. ¿Qué estaba tratando de hacer? Se sonrojó un poco, pero le aguantó su oscura y penetrante mirada.

-Anie, después del entrenamiento quiero que vengas conmigo para hablar con Nuán. Tengo el presentimiento que eres la única que podrás entender lo que pretendo hacer - sonrió, débilmente - Sé que suena muy extraño, pero quizá la clave de todo lo que nos preguntamos reside en lo que él nos pueda revelar.

-No sé qué decir, estoy...muy extrañada - sintió unas ganas irreprimibles de golpearle ante el atrevimiento de haberle puesto sus manos en los hombros, con lo que ella odiaba aquello, pero su sincera mirada y sus palabras repletas de honestidad impidieron que cometiera aquella acción - ¿Por qué yo? Aquí hay gato encerrado, ¿verdad? Algo que tú sabes y yo no sé.

Se separó de él y lo miró de nuevo con los ojos entrecerrados, como un gato desconfiado a punto de atacar.

-Te lo contaré en el momento propicio, Anie. Ahora ya no hay tiempo.

-No - respondió, torciendo una sonrisa la joven, blandiendo otra espada de madera que había ido a buscar de la estantería - Te retaré a un combate y, si gano, me lo tendrás que contar todo, de principio a fín, listillo. Conmigo no funciona tu misterio y tu vocecilla.

Los ojos de Lúne brillaron, en lo que parecía una mirada divertida e interesada.

-Acepto - replicó, poniéndose de nuevo en guardia y esbozando una media sonrisa, con la espada también vuelta hacia ella - Si yo gano, harás lo que yo diga.

-Acepto. ¡En guardia!

La primera en atacar fue Anie, lanzando una estocada sorpresa dirigida a las costillas del joven corriendo hacia él y saltando de lado, cubriéndose al mismo tiempo, su cuerpo dando una ágil voltereta en el aire. Lyr tuvo que arriesgar y atajar la estocada lanzándose al suelo y, apoyando una mano en el piso, alzó la espada chocando ambas en un golpe sordo. Luego saltó hacia atrás esquivando por muy poco una segunda estocada que, sin darle casi tiempo de reacción, le había llegado tras su espalda. Sonrió, gratamente sorprendido.

-Vaya - resopló, poniéndose de luego en guardia - Eres una espadachina excelente.

-Deja de halagarme y sigue luchando - replicó ella, con una mueca de desagrado y agarrando con las dos manos su arma. Desencantada observó como Lúne no daba ninguna muestra de quererla atacar - Si tratas de cansarme para luego contratacar, esa es una técnica ya demasiado manida.

El joven de Varmal frunció algo el ceño y, como un súbito y rugiente viento, se precipitó corriendo sobre ella lanzando espadazos a diestro y siniestro, mientras Anie, ágil como un pájaro, esquivaba todos sus golpes y retrocedía hacia la puerta de entrada a la sala de entrenamiento. "Tengo que revertir el ataque" - pensaba, notando ya casi su espalda sobre la puerta, entre dos frentes - "O sinó este mequetrefe me atrapará en su trampa". Trató de darse la vuelta, para de nuevo poner tierra de por medio con el joven, pero éste parecía haberle adivinado las intenciones y con inteligentes fintas le impidió cualquier salida posible hacia el centro de la sala con su propio cuerpo. Anie trató de golpearle el pecho con una patada, pero Lúne, muy atento, agarro su pie con gran fuerza y la volteó, haciéndole caer literalmente sobre la puerta, abriéndose ésta en un gran estruendo. La muchacha, que había caído con todo su peso al suelo del pasillo, esquivó el golpe de gracia que él le propinaba desde arriba hacia su pelvis rodando en el suelo y poniéndose de nuevo en guardia, frente a él. Se palpó rápidamente el costado dónde sentía un agudo dolor y sonrió.

Ya hacía puesto tierra de por medio, aunque hubiera sido de aquella manera tan aparatosa. Lúne también sonreía y volvió a su posición propia de mosquetero, con su pierna izquierda y su espada dirigidas hacia la muchacha y el puño sobre su costado.

-Ahora mismo hay dos opciones: dejarlo para seguir luchando en un lugar más propicio, o destrozar el colegio al paso que vamos. Tú eliges. A mí tanto me da.

-¿Quieres una respuesta clara y sin segundas?

-Por supuesto.

Anie bufó y se dirigió hacia él caminando, manteniendo la espada con la punta mirando hacia el suelo. Lúne alzó una ceja y la observó de arriba a abajo con sus ojos grises y expresivos. Un cambio muy profundo había obrado en ella. Empezando por sus ojos: ahora eran tercos y algo felinos, sus cabellos oscuros y caídos en bucles andaban sueltos sobre sus hombros sin ningún complejo. Llevaba puestos unos negros leggins de espadachín que quizá había agarrado del armario de la sala de entrenamiento, unas botas altas de cuero, unos pantalones de seda a rayas blancas y negras que le llegaba a las rodillas y una sencilla camisa también de espadachín toda de cuero.

Tenía ante él a una guerrera, y no ya a una niña. Pero...

-Estaba considerándolo - se detuvo a unos pasos de él y cruzando los brazos sobre su pecho - Pero viendo este análisis que me estás haciendo con esos ojos de suficiencia infinita, como si lo supieras todo de mí, he cambiado de opinión.

Con un potente sprint se abalanzó sobre la pared que se situaba a la derecha de Lúne, se dió impulso con su pie derecho y, dando una voltereta en el aire, apareció en el otro lado del joven, como por arte de magia. En un desesperado intento de atajar el inesperado ataque de Anie, el joven lo atajó con su arma, pero la fuerza de aquella le hizo trastabillar y le obligó a rodar por el suelo atajando más ataques de aquella, mientras trataba de encontrar algún hueco dónde poder maniobrar bien para levantarse y contraatacar, antes de ser llevado...hacia las escaleras y de espaldas a ellas. ¡No! ¡No podía volver a llamar la atención!

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-¡Jaja! Deberías haberle visto la cara a esa chica. De veras que no tenía desperdicio. ¡Se enfadó por una simple canción! Imagínate si llego a gastarle una broma más pesada...¡Igual mi cabeza habría acabado sobre una pica! - Evan llevaba consigo su guitarra guardada en su estuche de cuero colgando de su espalda y sonreía con rostro falsamente sorprendido.

Lily sonrió con ironía, envuelta en uno de sus caros y recargados vestidos, enseñando aquel día un generoso escote que volvía las miradas a muchos de los presentes que en aquellos momentos volvían a sus clases después de aquella súbita interrupción de las clases.

-No pocas veces me dan ganas de hacer esto mismo contigo, Evan. Yo disfruto más con las caras de angustia de Lúne. ¿No quería intimidad? ¡Pues, por bocazas, ahora todo el colegio va tras él! - sonrió, tapándose la boca con su mano finamente enguantado con guantes de seda - Bueno, bardo gandul, me voy a clase. Nos vemos luego a la hora de siempre.

-¡Oh, Niero, Su'ma! (Oh, Adios, belleza)

-Niero - torció la boca la joven, mientras se despedía con un ademán de la mano - Pero viniendo de tí no sé si considerarlo un piropo, sabiendo dónde se posan siempre tus ojos.

Evan se encogió de hombros y sonrió, de forma picaresca, haciendo intención de dirigirse hacia las escaleras que llevaban a los corredores de su curso de letras y música, pero unos fuertes golpes provinentes de las escaleras más elevadas de todo el colegio (las que llevaban a las salas de armas y de entrenamiento) hizo que todos los alumnos se detuvieran en seco y trataran de averiguar con sus sorprendidas miradas qué era lo que estaba sucediendo ahí arriba. Al cabo de pocos segundos alguien empezó a pronunciar el nombre de Lúne y todos los presentes, uno a uno, le reconocieron luchando junto a una joven al parecer igual de habilidosa con la espada que él.
Tal y como se esperaba, muchas jóvenes empezaron a murmurar entre ellas, quedándose al principio heladas por las estocadas de ambos jóvenes, pero luego emocionadas al saber que el feérico era además de misterioso, un guerrero.

-Ya puedes ir retirando lo que dijiste sobre una pica y una cabeza de tu vocabulario irónico, Evan - Lily le guiñó un ojo mientras observaba las piruetas que realizaban ambos sobre las escaleras de tal forma que a veces parecía que se precipitarían hacia abajo. Los presentes habían empezado a vitorear y a aplaudir a ambos combatientes animando, sobretodo las chicas, al supuesto joven feérico.

-¿Quieren espectáculo? - resopló Lúne, harto de ser el centro de atención desde que les hubiera hecho creer a aquellos 3 metomentodo que era feérico - Pues lo tendrán.

-Ajá - replicó una sudorosa Anie que no paraba de atacar a su adversario con todas sus fuerzas disponibles - Se ve que es la única cosa que sabes hacer. Todo, menos luchar.

Dicho aquello, el joven de Varmal, sin previo aviso, subió de un salto sobre la baranda de un rellano de las escaleras y se quedó haciendo equilibrio y dando estocadas, a la vez. Abajo se escuchó un rugido entre asustado y entusiasmado. Dando saltos sobre la peligrosa baranda iba esquivando las estocadas de la joven, hasta que, de una fuerte patada en el pecho, lanzó a Anie hacia la pared de enfrente, chocando contra ella y quedándose dolorida en el suelo y llevándose ambas manos a la espalda, con la cara desencajada. Lúne abrió los ojos, sorprendido: Había jugado sucio, no era propio de él una patada así, a destiempo, y menos en un entrenamiento. Fue hacia ella, preocupado por si Anie se habría fracturado algo y se arrodilló junto a ella.

-Perdona, no fue honorable lo que hice. ¿Te encuentras bien?

La chica lo miró con los ojos brillantes, que denotaban que, efectivamente, estaba mejor de lo que él creía y, en menos de un segundo, sintió el duro golpe de la madera sobre su cabeza. Cayó al suelo, semi-inconsciente, y cuando quiso levantarse la bota de la muchacha se encontraba sobre su pecho, impidiéndole moverse.

-He ganado - espetó ella, silbando disimuladamente y sonriendo - Yo también sé usar mis trucos, querido Lúne.

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Elrick observaba, desde el gran ventanal del salón para invitados, cómo la nieve caía lentamente sobre las sucias y laberínticas callejuelas de Firya mientras, aquí y allá, aparecían grupos de soldados ataviados con capas de color púrpura y empuñando lanzas y espadas. Aquella sombría e invernal tarde no existía el constante y alegre ajetreo y la vitalidad tan propia de la ciudad, más al contrario: las gentes paseaban con el rostro grave, agrupándose entre ellos mientras señalaban con sus dedos a los pelotones de infantería y a los arqueros.

Se avecinaba la guerra.

-Hacía siglos que no teníamos necesidad de desplegar tropas - dijo la alcaldesa tras él, como si hubiera adivinado sus pensamientos - La gente está asustada y no entiende esta situación.

Elrick cruzó sus musculosos brazos sobre el pecho y suspiró, sus ojos clavados en el brumoso horizonte que se perfilaba sobre el grisáceo océano.

-Esta guerra - espetó el feérico, con la voz ronca - es el final de un ciclo y el principio de otro. Sus consecuencias, sin embargo, són imprevisibles - se giró hacia la alcaldesa apoyando su espalda contra el ventanal. La alcaldesa presentaba un rostro severo y sombrío y unas grandes ojeras bajo sus ojos verdes que denotaban un gran cansancio. La mujer había dejado de lado sus obligaciones en aquellos delicados momentos para reunirse con los 3 feéricos viajeros y ahora se hallaba en aquel sencillo pero bonito salón en dónde, entre otras cosas, se alzaba una pulida mesa de madera en el centro, rodeada por cómodas sillas ricamente tapizadas.

-Dejemos ahora de lado este penoso tema y centrémonos en vuestra misión - replicó la mujer, de nuevo, repasando con su mirada al resto de los presentes: Hanuil e Ichiro - Necesitaréis un mapa detallado que os permita salir de Firya sin ser advertidos por el enemigo, aparte también de unas ropas más...adecuadas.

Hanuil se encogió de hombros, sonriendo con sarcasmo y acomodándose en su silla tapizada con motivos vegetales y florales de colores vivos.

-Tiene razón alcaldesa, gracias por haber venido - dirigió su mirada hacia Elrick - Respecto al plan, sigo preguntándome, Elrick, por qué debemos infiltrarnos en Wail, y más aún, por qué deberían confiar en nosotros, unos desconocidos que tratamos de descubrir el escondite de su Jefe verdadero - arqueó las cejas, incrédulo - No es que desapruebe la recomendación del Concilio de Ciriol, pero creo que estamos dando palos de ciego.

Ichiro, la cual sentía una gran congoja en el pecho y un vacío que la devoraba por dentro, asintió, en silencio. Elrick se sentó en una de las adornadas sillas y se dirigió a los dos otros feéricos, arqueando su cuerpo hacia ellos y manteniendo la serenidad.

-Debido a las circunstancias actuales, internarse en el interior de Wail, teniendo éstos desplegados a casi todas sus tropas fuera de sus tierras, es lo más sensato que se puede llevar a cabo - Hanuil le devolvió una mirada interrogativa y prosiguió -Aunque suene extraño, ahora mismo es el único lugar seguro hacia dónde podemos dirigirnos para tratar de averiguar el origen de todo este caos.

-¿Y las montañas de Ilmaren? - Ichiro por fín rompió su silencio y su dulce y aflautada voz acarició con su calidez las frías y tapizadas paredes del salón con motivos legendarios y mitológicos, casi todos del mundo feérico - Solfka nos dijo a mí y a Lúne que Nuán conoce cosas de aquella región que podrían darnos muchas respuestas. Creo que deberíamos hablar con él.

Su corazón se aceleró al recordar que, al día siguiente, si partía con sus compañeros, quizá no volvería a ver al joven de Varmal. Elrick se frotó su calva tatuada ahora recubierta de sudor, y no precisamente por el calor.

-¿Otra vez con lo mismo, Ichiro? Ya lo hemos hablado miles de veces antes de tener esta charla - observó a la alcaldesa, que en aquel momento se hallaba de pie ante el ventanal, con el ceño fruncido, observando cómo se había puesto a nevar sobre la ciudad, de nuevo - Lúne es libre de hacer lo que quiera, pero no podemos arriesgarlo todo por un puñado de leyendas infundadas. Si seguimos por ahí, vamos a terminar con la paciencia de la alcaldesa, que ha venido sacrificando un tiempo precioso.

-Cada uno es libre de hacer lo que quiera con su vida, tú mismo lo has dicho - intervino Hanuil, cruzando las piernas y visiblemente enfadado con Elrick y componiendo una mueca de disgusto - Sinceramente, es más fiable un puñado de leyendas que esa locura que tratamos de cometer. Yo por mi parte no estoy plenamente dispuesto a emprender esta aventura si no disponemos de más información.

La alcaldesa, que observaba ahora a Elrick por el rabillo del ojo y veía cómo su rostro iba enrojeciendo paulativamente y estaba a punto de perder los nervios de acero que poseía, decidió acercarse a todos ellos y, sobre la mesa que se hallaba en el centro del salón, ante todos ellos, depositó un pergamino que había extraído desde dentro de su chaqueta entallada y lo extendió sobre la superficie de madera.
Se trataba de un detallado mapa de Firya y de la región circundante a ella.

-Acercaos, por favor, y haced el favor de no pelear en estos momentos tan delicados. Hay que empezar a tomar decisiones rápidas. No siempre dispondremos de toda la información - alzó los ojos y miró con reprobación a Hanuil y a Ichiro, luego prosiguió, señalando el mapa - Sea cual sea la decisión que toméis, es preciso primero saber cómo salir de esta ciudad de la forma más inadvertida posible - su dedo ascendió hasta un punto del mapa que marcaba una construcción que les resultaba muy familiar. Estaba en el lenguaje de Ciriol, pero al estar situado sobre una colina que dominaba la ciudad, dentro del área directamente dominada por la Orden, se pudieron ya hacer una idea.

-¿La Escuela de Firya? - Ichiro abrió los ojos, sorprendida.

-Sí. Bajo la Escuela existe una red de túneles construída por el primer rector de la Escuela. El Tunel del Oeste va a parar al bosque de Síberet, fuera ya de las murallas y a salvo. Es un bosque muy espeso y traicionero, pero mejor perderse antes que caer en manos de los Lamat o de la Orden de Wail, ¿Verdad? - la alcaldesa sonrió de forma algo maliciosa, rebuscando de nuevo en su chaqueta y sacando otro pergamino. Sin duda, ya lo había previsto todo. Extendió el nuevo pergamino sobre el anterior y resultó ser, precisamente, el mapa de los subterraneos y de los túneles situados bajo la Escuela - Este pergamino mañana os puede salvar la vida - les guiñó un ojo, ya más serena, y con un lápiz dibujó una X sobre el túnel que debían coger - Una vez en el bosque dirigíos más hacia el Norte y, si no os perdéis, encontraréis una aldea dónde, al menos, poder descansar una noche.

Elrick, con una leve inclinación de la cabeza, le agradeció a la alcaldesa el gesto de enseñarles el camino más seguro para salir de Firya en momentos tan delicados como aquel y se guardó el pergamino en uno de los bolsillos interiores de su chaqueta. Hanuil se levantó y se dirigió hacia la alcaldesa.

-Habéis sido muy amable en perder el tiempo con unos viajeros andrajosos y perdidos como nosotros - Elrick le propinó una mirada reprobatoria, pero Hanuil sonrió, impasible - No sé cómo podremos devolverle todo lo que está haciendo por nosotros. Me considero en deuda con usted y con su ciudad.

La alcaldesa sonrió, débilmente, mirándole con ojos distraídos.

-Agradézcanlo al consejo de Ciriol, que són los que realmente velan por nosotros. Por mi parte - sonrió ahora algo más abiertamente, abarcando con sus brazos a todos los presentes - Era lo mínimo que podía hacer. Toda ayuda es bienvenida, y más si proviene del mundo feérico. Estoy segura que encontraréis el modo de ayudarnos y devolvernos el favor, por eso estoy tranquila.

Los tres inclinaron la cabeza e Ichiro, sin más dilación, se apresuró en dirigirse hacia la puerta de salida.

-Lo siento, tengo que irme urgentemente. Necesito despedirme de alguien - espetó, sonrojada por la poca educación que había tenido para con la alcaldesa. Ella, sin embargo, pareció comprenderlo perfectamente a tenor del cambio que se obró en su rostro, volviéndose algo alegre y divertido.

-No te preocupes Ichiro. Adelante. Ésta es tu casa.

-¡Gracias! - se inclinó haciendo una torpe reverencia para luego desaparecer tras la puerta, corriendo. Necesitaba ir a ver a Nuán urgentemente, para así poder unirse a Lúne en su aventura. No, no permitiría que Elrick se la llevara forzada de Firya. Si ambos caminos eran inciertos, el camino del corazón era el que quería seguir. Y aquel era el que transcurría junto a Lúne.