Friday, November 28, 2008

El viajero. Capítulo 4: la balanza

-¿Estás bien, Ichiro?

Después del entusiasmo que habían suscitado las palabras de Hanuil sobre la posibilidad de viajar a Espiral y de conocer por fín a los humanos, la niña había mudado totalmente de rostro, quedándose congelada ahí donde estaba, con sus ojos de miel abiertos, como si de repente hubiera recibido un pinchazo en algún lugar indefinido. Un grito de una voz tremendamente familiar parecía haber turbado sus pensamientos y convertirlos de repente en frágiles y desprotegidos. ¿Aquella era la voz de...?

-¡Ichiro! - Hanuil la agarró por el hombro con ojos preocupados y graves - ¿A qué viene ese repentino cambio de actitud?

La joven alzó los ojos hacia él, alarmada y, temblándole las manos, le agarró de su camisa.

-¡Tengo que volver a la aldea! ¡Están todos preocupados por mí! He...he sido una egoísta...Rívon me está buscando, y mis padres, todos... - hizo una pausa, ya con los ojos mojados de unas lágrimas que estaban a punto de aparecer - ¡Por favor, devolvedme a casa!

Hanuil pareció no inmutarse ante aquella repentina prisa y urgencia de Ichiro y se limitó a negar con la cabeza, mientras su mirada se dirigía a la puerta de madera de la taberna.

-Siempre he sido un iluso, pero contigo me había ilusionado especialmente. Ya que las cosas hace tiempo que están torcidas, creía haber encontrado a una chica valiente y sin miedos. Veo que esto no es así - se encogió de hombros - y que sin duda aún eres una niña que se habrá marchado de casa por las típicas rabietas de tu edad.

-¡No! ¡Eso no es verdad! ¡A mi...a mi me hace mucha ilusión viajar con vosotros! Pero al menos debo disculparme ante mi família por lo que hice...y es cierto que he sido muy inmadura.

-Te contradices, niña - respondió él, mirándola de arriba a abajo y empleando un tono de voz despectivo en la palabra "niña" - Lo que no puedes pretender es decidir algo tan importante como esto y luego querer echarte atrás. ¿Tú eres consciente de la importancia de nuestra misión? No, sin duda no lo eres.

La niña, viendo que no obtenía el apoyo de Hanuil, dió media vuelta e hizo ademán de salir afuera, tratando que no se notara que ya estaba llorando, tratando de no dar una imagen aún más patética de ella misma. Debía volver a su casa, al menos para despedirse, y ser fuerte...

...pero una mano la sujetó por el brazo, con gran fuerza, haciéndole daño.

-Tú no irás a ningún lado. Si vas allí y les cuentas que has estado con el gremio de viajeros, vendrán a por nosotros - tiró hacia él y la empujó hacia su pecho quedándose su rostro a pocos centímetros del de ella. Sonreía, sin embargo, con dulzura - No quiero hacerte daño, y no te lo haría por nada del mundo, pero siento comunicarte que ya no puedes volverte atrás y que, si lo haces, te dañarás a ti misma y también nos dañarás a nosotros. Después de eso, creerán que te habíamos secuestrado, y entonces será el fín de nuestra ya maltrecha Sociedad. ¿Entiendes?

La niña trató de separarse de él, haciendo fuerza y removiéndose a un lado y a otro.

-¡Déjame! ¡Que...qué estás haciendo! ¡Déjame marchar, auxilio! ¡Por favor!

Hanuil aflojó aquel súbito abrazo y, encogiéndose de hombros, la empujó hacia atrás.

-Elrick sabe tan bien como yo que, una vez te has unido a nosotros en palabra, en nuestra Sociedad está prohibido echarse atrás. Y tú, al aceptar un Viaje, has decidido ser una de los nuestros. No podrás escapar - dijo, abriendo más su sonrisa - Hoy has aprendido una nueva lección. Antes de decidir algo, piénsatelo dos veces. Aún crees que las aventuras no tienen consecuencias, pero es normal. Eres una niña que acaba de terminar de mamar.

Ichiro alzó la mano y, con rapidez, le dió un fuerte bofetón al chico, en la mejilla, girándole la cara por completo. Hanuil alzó ligeramente las cejas, sorprendido, acariciándose la zona afectada.

-¡Tu eres Don Perfecto, jamás cometes errores! ¿No? Tú eres de esos que van alardeando de estar curtidos por miles de Viajes y de aventuras y con esa excusa quiere que los demás se dobleguen a sus intenciones - fue caminando hacia la puerta y la abrió, de un fuerte golpe - Pues yo me iré a casa y, si quieres impedirlo... ¡tendrás que matarme!

Hanuil frunció el ceño y dejó, por fín, el sarcasmo de lado, dirigiéndose también hacia la puerta, con el rostro congestionado por la ira.

-¡Tienes razón! Eres una egoísta que solamente piensas en tí misma sin pensar en las consecuencias. ¿Para qué queremos a alguien así? ¡Vete, vuelve a tu casa! Pero si lo haces no vuelvas nunca más por aquí, ni se te ocurra. ¡Aquí no aceptamos niños ni adolescentes con problemas de personalidad! ¡Aquí somos guerreros que vamos a morir en batalla! ¡Somos los únicos en el mundo feérico que nos mantenemos íntegros sobre el hilo de un destino adverso! ¡Así que vete, y no vuelvas! Ya estamos acostumbrados. ¡Vuelve a tu vida de mierda y sigue con esa farsa hasta que los Lamat os prendan fuego a todos!

Mientras hablaba así, ambos andaban calle abajo, una calle desierta por las que solamente se oían sus voces haciendo eco y retumbando entre las paredes. Entonces, Ichiro se giró hacia él sin dejar de andar con aire orgulloso e iracundo.

-¿Sabes lo que te ocurre a tí? Que nadie te quiere, nadie te necesita, y has llegado a creer que solamente te tienes a tí mismo y que esto está bien. Si esto es así, prefiero volver a casa y vivir esa farsa que dices tú antes de viajar con alguien como tú. Seguiré con mis sueños y con mi vida, y al menos tendré a mis padres y a... - hizo una pausa, parándose de repente de andar y ensombreciéndosele el rostro - Rívon, que tiene un corazón mucho más grande y bueno que tú.

Hanuil colocó una mano en la pared empedrada de una de aquellas calles de estilo medieval, justo al lado de un comercio de venta de mapas de Espiral, que permanecía cerrado.

-Oh, seguro que a este Rívon lo debes utilizar como utilizas a todos para tus conocidos, para tus propios intereses. Solamente será un tonto útil más y luego lo desecharás. De hecho, lo acabas de hacer - espetó, con una sonrisa amarga y llena de desprecio.

-¡Tu no sabes nada ni de mí ni de Rívon! - gritó ella, empujándole a un lado y siguiendo con su ruta hacia la nada, pues realmente no tenía ni idea de cómo salir de aquel lugar, el cual se hallaba en otro plano.

De repente, notó como una mano fuerte y enorme la agarraba por el cuello de su vestido rojo y la levantaba del suelo sin que ella pudiera hacer absolutamente nada. Quedó paralizada, espantada, esperando que Hanuil se hubiera convertido, de repente, en un temible gigante, resuelto a matarla de un puñetazo o de un hachazo. ¿Tan corta iba a ser su vida? ¿Por qué no era capaz de controlar sus impulsos? Ella misma había visto cómo aquel supuesto niño de su edad había estado apunto de matar a aquel obeso y borracho ex-Viajero con sus propias manos. ¿Cómo no podía matarla a ella, que no era capaz ni de matar a una hormiga?

-¡Su...suéltame! ¡Suéltame te he dicho! ¡No me vas a matar tan fácilmente! - gritaba, con todas sus fuerzas, mientras, con los ojos cerrados, le pegaba con todas sus fuerzas en el pecho.

-¡Eso, Elrik! - exclamó Hanuil que, de repente, había aparecido al otro lado, agarrado también por una de aquellas grandes manos, por la camisa, tratando de darle patadas y mirándole con unos ojos abiertos y repletos de una ira incontrolada - ¡Haz el favor de bajarme de aquí! ¡Toda la culpa la tiene esa mocosa! ¡Quiere volver a su casa y nos va a delatar!

-¡Cállate de una puta vez, maldito niñato con delirios de grandeza! - respondió, girándose hacia él con voz cavernosa y vibrante, un Elrik que ahora aparecía amenazador y con unos ojos llameantes que infundían terror - ¿¡Cómo te atreves a retener a una mujer en contra de su voluntad!? ¡¿Cómo te atreves a mofarte de alguien ajeno a nuestro mundo, a alguien indefenso, jodido cobarde?! ¡Ahora vas a pedirle perdón a Ichiro, de rodillas, y no quiero que abras tu puta boca para contestarme porque te la voy a partir en dos!

Hanuil alzó las cejas y empezó a temblar de pies a cabeza, viéndose totalmente superado por aquella súbita y rara agresividad en alguien que normalmente permanecía sereno y razonable en todas las situaciones. Lo miró, sin embargo, desafiante, poco antes que Elrik lo echara al suelo con dureza y le pisara la cabeza con una bota.

-¡Vuelves a mirarme de esta forma y te parto la cabeza en dos! ¿Me has entendido? Maldito gusano falto de honor, de ética y de moral. ¿Y tu te consideras viajero, un proto-hombre que no es capaz de ser gentil con una dama cuando más lo necesita? Me das asco - añadió, escupiéndole en la cara y haciendo que éste se inclinara en el suelo, apretándole aún más con la bota - ¡Pídele perdón, ahora mismo!

-Pe...perdón...Elrik yo...

El hombre le propinó un sonoro puñetazo en toda la cara al joven, dejándole de cuclillas en el suelo, temblando.

-Ichiro es dos mil veces más madura que tú. ¡Arrodíllate y pídele perdón, niño, pero bien!

-¡Perdóname Ichiro! ¡No volveré a tratarte así! - se acercó a ella y le besó en la mano, con lágrimas en los ojos y mirando de vez en cuando a Elrik, por si acaso - Yo...yo...soy un gusano, tiene razón. Pero amo mucho a este Gremio y...y me he equivocado...

Ichiro no contestó y miró hacia otro lado, visiblemente enfadada con él. No, no le iba a hablar nunca más después de aquello.

-¿Y tu, Ichiro? ¡¿Te crees que por ser una niña mimada que ha escapado de casa te vas a librar de tus responsabilidades aquí?! - exclamó Elrik girándose hacia ella y dejando ya de lado al maltrecho Hanuil en el suelo, con el orgullo pisado y repisado, rojo como un tomate - Si quieres volver a casa, vuelve, pero no volveremos a por tí. Tenemos mucho trabajo que hacer si juntos queremos viajar a Espiral e intentar convencer al Mundo Feérico de que aquella guerra también es su guerra. Ahora debes decidir, si es que te consideras una adulta y no quieres que dé parte de razón a Hanuil. ¿Te quedas o te vas?

Ichiro no podía pensar en nada razonable en aquel momento. No se había imaginado que el enfado de Elrik también se centraría en ella.

-Pero yo...debo volver, es mi obligación...

-¡No! ¡Tu obligación era quedarte en tu casa y seguir con tu vida! ¡Tú fuiste la que te entrometiste en nuestra guerra y en nuestra causa, así que ahora debes decidirte! Aquí ya no valen medias tintas, Ichiro - exclamó, con una voz que destilaba cansancio , de estar absolutamente harto de aquellas indecisiones - Si te vas, no volverás a salir del Mundo Feérico en toda tu vida.

Entonces Elrik soltó también a Ichiro al suelo, cuyo cuerpo cayó con todo su peso y, ya sentada, empezó a pensar, entre lágrimas, desesperada, cual debía ser su futuro ante aquella encrucijada de caminos que jamás se habría planteado. Al salir de casa, simplemente creía que todo iría rodado, que todo sería perfecto, y que un nuevo mundo se abriría ante ella pero...¿Y ahora qué? Se trataba de su família, de sus amigos, de todo cuanto le importaba en su vida, pero...también se trataba de sus sueños, de sus fantasías y de sus ilusiones. Y ambas cosas...

...pesaban lo mismo en la balanza de su vida.

-Yo...elijo ir con vosotros - balbució finalmente, con las manos en la cara, entre lágrimas - So...soy una egoísta, es cierto. Además no sé ni lo que quiero...

-Bien - dijo Elrik, dándole la mano ayudándole a levantarse - Tú acabas de decirlo y ya no puedes echarte atrás, sientas como te sientas. Todos tenemos siempre una parte de nuestra alma rota por la tristeza y por la pérdida, pues es el sacrificio que debemos hacer para avanzar hacia nuestros sueños y deseos. Pero no perdamos más el tiempo... - también le ofreció una mano a Hanuil, el cual ya sin fuerzas para conservar su orgullo, se la tendió de vuelta, sin rechistar - Debemos prepararnos para el Viaje. ¿De acuerdo, niñitos?

-De acuerdo - respondieron los dos, andando de forma renqueante tras Elrik y con la cabeza gacha, derrotados.

Al pasar junto a un escaparate con mapas, joyas de protección, pergaminos de conjuros e instrumentos musicales feéricos, Elrik, sin inmutarse, le propinó una patada a los cristales de aquel comercio cerrado, rompiéndolos, y, acto seguido, se internó en él.

-Anda, seguidme. Vamos a saquear esto que, total, nadie lo va a reclamar ya.

Tuesday, November 11, 2008

Capítulo 2.5. El lago ciego

-¡Ven, corre, dame la mano!

Todas aquellas niñas habían desaparecido, repentinamente, sin cesar de bailar y de dar pequeños saltos, hacia los árboles débilmente iluminados por aquellas luces azules que se reflejaban, gracias a los cristales, por toda la floresta, trocando con su luz trémula la oscuridad llenándola de diferentes colores en un estado de paz, y de un misterio meciéndose con el viento.

La niña que le había hablado era aquella que le había guiado y ahora, pacientemente y esperando que Rívon se recuperara del repentino mareo que había sufrido de tanto bailar y correr alrededor de la hoguera, se dirigía a él con una sonrisa dibujada en sus labios carnosos y casi tan rojizos como un ventoso atardecer.

Haciendo un acopio de todas las fuerzas que le quedaban, el joven le puso, en un acto instintivo, una mano en el hombro, y la miró ligeramente desconcertado.

-¿De verdad no queréis nada de mí?

La Yrissi, haciendo como si no le había escuchado y suavizando algo su sonrisa, le cogió de nuevo de la mano e impulsándose con un gran salto, como si de un cervatillo se tratara, le arrastró trotando hacia el interior del bosque acristalado.
Parecían ahora más ligeros que simples pétalos de flor, caminando sobre los cristales más grandes y hermosos, uno encima del otro, cómo si aquella joven supiera la ubicación de cada uno de ellos. Y solamente se ayudaban con los pies.

Poco tiempo después, ambos ya corrían sobre las altísimas copas de los árboles, y alrededor de ellos, un mar de millones de cristales se movía lentamente con un viento perfumado con un olor que le tenía embriagado, una fragancia que le llenaba el corazón. La luz de las estrellas se reflejaba también en ellos, y lejanos ahora parecían aquellos farolitos azules situados en el corazón de aquellas tierras.

¡Parecía que había dos firmamentos!

Y volaban, y reían, reían a carcajadas sin motivo. No estaban colgados de un sueño, sinó descolgados sobre ellos. Rívon jamás se había sentido tan vivo en su vida.

Pero aquella sensación de paz y de libertad que al joven no le hubiera importado que durara eternamente, de la mano con aquella hada de risa fácil y torrencial, se trocó en desconcierto y en miedo cuando, en un brusco movimiento, la niña tiró de él con fuerza de la mano y saltó hacia abajo, entre las ramas acristaladas, las cuales ahora le herían el rostro, golpeándole con dureza. ¡Descendían hacia el suelo demasiado deprisa! Caían como dos pesos muertos y, además, todo era oscuro a su alrededor, en la negritud más absoluta. Debido a la velocidad a la que bajaban, a Rívon el estómago le dió un vuelco.

-¡Nos vamos a matar! - fue lo único que pudo articular antes que aquella menuda joven lo soltara de la mano y, ya sin su compañía, siguiera cayendo con más y más fuerza a un abismo negro que escondía en alguna temible parte el suelo de la floresta, que sin duda iba a acabar con su vida mientras los cristales seguían produciéndole pequeñas heridas en el rostro, en el pecho y en las manos.

Cerró los ojos y sintió cómo no estaba aún preparado para morir. Empezó a marearse y a sentir cómo estaba a punto de estallarle el corazón dentro de su pecho.

No tenía fuerzas ya ni para gritar.

Y, efectivamente, terminó impactando contra algo, y aquel algo resultó ser agua, o eso creía, y se sumergió hacia sus profundidades, poco a poco, como si algo en el fondo le estuviera atrayendo. Pero lo más extraño resultaba el hecho de no necesitar respirar bajo aquel líquido.

Sin duda las hadas lo habían hechizado.

Al recuperar de nuevo el resuello y el sentido de la realidad, el joven trató de ascender hacia la superfície impulsándose con piernas y brazos pero, por increible que parezca, seguía hundiéndose.
Y ahí sí que empezó a gritar, con desesperación, pero solamente unas grandes burbujas salían de su boca, sin que se le oyera nada más que balbuceos. Y, por fín, abrió los ojos que habían permanecido cerrados incluso después de la caída en aquel hipotético lago.

Todo era negro, oscuro como la primera noche de los tiempos. Giró sobre sí mismo flotando como estaba unas cuantas veces, tratando de ver algún punto de luz perdido. Miró también arriba y abajo. Pero era en vano. Solamente había silencio, y ni siquiera podía escuchar latir su propio corazón. Y empezó a sentir miedo, terror, angustia y una fuerte sensación de ahogamiento que no hacía más que crecer y crecer sin tregua. Seguía debatiéndose por ascender a la superficie, pero al cabo de un largo tiempo intentándolo llegó a desistir, con todos sus miembros doloridos y derrotados.

No había nada que hacer.

Friday, November 7, 2008

La desaparición de Ichiro. Capítulo 2: Corro de Hadas

En aquellas altas horas de la noche, solamente las estrellas iluminaban el camino de Rívon, el cual, por primera vez en toda su vida, dejaba atrás su amado Húgaldic en busca de su mejor amiga. No había tenido tiempo de despedirse de su família pero en aquellos momentos, aquello era lo que menos le importaba.

Iba vestido con ropa más acorde para su nueva aventura: unos pantalones de algodón marrones y una sencilla camisa verde de manga larga con broches azules. La Luna era Nueva y parecía adivinarse alrededor de esta un círculo de luz pálida y plateada casi invisible.
Desde la vez que conoció a Ichiro, no había vuelto a pisar aquel jardín que ahora hollaba con sus sandalias de paja y esparto. La única diferencia era que no había rastro de ninguna flor. Sí, no estaban en Primavera pero, no obstante, Ichiro siempre recogía flores de allí durante todo el año... ¿Cómo se explicaba aquello? ¿De dónde recogía, entonces, aquellas flores? ¿Del bosque de las Yrissi? Pero allí no había flores normales, sinó hechas de minerales y cristal.

Así pues, decidió encaminarse por fín, pese a unas reticencias que superó gracias a la presencia de la joven en sus pensamientos, hacia aquel extraño y misterioso bosque que, por su espesura y sus vivos colores que se reconocían hasta bajo la débil y trémula luz de los astros, parecía sellado para el resto de seres feéricos, sólo apto para corazones puros y sin temor alguno. Había leído en los libros que solía hojear en las bibliotecas del Árbol Norte, que una vez se entraba allí, uno jamás salía siendo el mismo. Pero solamente eran habladurías y leyendas para, quizá, evitar que los Amaru se involucraran demasiado con aquellos seres extraños y cambiantes como lo eran las Yrissi.

Por esta vez, sin embargo, no hizo caso de aquellas recomendaciones (que él mismo ponía en su boca para prevenir a menudo a su amiga desaparecida), y decidió dar un paso adelante y, por primera vez en su vida, abandonar su hogar, todo lo que conocía, toda su seguridad y el calor de su aldea, para internarse en lo desconocido. Quizá así lograría comprender mejor a Ichiro, quizá allí encontrara alguna pista para poder encontrarla.

Después de apartar a un lado los cientos de hojas hechas de cristales y minerales de todas las formas y colores, consiguió penetrar en aquella curiosa y única floresta situada justo en medio del Mar Esmeralda de Húgaldic. Y cual fue su estupefacción cuando sintió como, entre aquel océano de árboles de cristal, de cascadas y de pequeños riachuelos y estanques que lo integraban, empezó a escuchar risas risueñas, susurros, los suaves y bellos sonidos de los cristales que se golpeaban entre ellos por efecto del viento, creando así una música sútil que no era capaz de escuchar con su oído, pero sí de percibir con su corazón, de una forma inexplicable. Algunos faroles situados sobre las ramas, encendidos y de una leve y bella luz azulada, flanqueaban de vez en cuando el dificultoso camino que se abría a duras penas entre los árboles.

Por encima de todos estos leves e ingrávidos sonidos, seguían alzándose carcajadas, ligeros sonidos de pisadas que parecían interpretar invisibles danzas, y el rumor de unas voces cristalinas y joviales por todos lados. Rívon no se sentía muy cómodo ante aquella situación. Le ponía muy nervioso no conocer un lugar y el hecho de desconocer las intenciones de algo que permanecía en las sombras.

No comprender, en definitiva.

Mientras caminaba mirando a todos los lados, acelerando más y más su paso sin que fuera consciente de ello, el joven sintió, de repente, como un peso caía sobre él, sobre sus espaldas, y le hizo caer de rodillas, amortiguando la caída con sus manos, en el suelo, un suelo cubierto de agua verdosa mezclada con briznas de hierba y de frutos cristalizados de todos los colores y formas.

-¡Qué demonios...!

-¡Oh, que mal hablado es nuestro nuevo huésped! ¿Por qué tiemblas tanto?

Efectivamente. Sobre él había caído, sin previo aviso, una de aquellas Yrissi que poblaban el bosque y habían siempre suscitado la desconfianza y el miedo en Rívon.

El joven se dejó caer y, así cómo pudo, se la quitó de encima con un empujón y, con el ceño fruncido, se echó hacia atrás y la amenazó con los puños apretados. Sus ojos, sin embargo, estaban repletos de temor. Una jovencita menuda y esbelta de ojos almendrados, castaños, lo miraba de arriba a abajo y se acariciaba sus largos cabellos también castaños, de color más claro sin embargo que sus ojos. Iba vestida solamente con cristales de colores que dejaban entrever su cuerpo desnudo bajo ellos.

Rívon se sonrojó y miró hacia otra parte, por simple pudor.

Ella se acercó y le abrazó, colocándo sus labios en una de las orejas del joven, haciendo que este casi trastabillara de la piel de gallina que aquello le provocó. ¡Pero qué se había creído! Solamente se trataba de una niña, a pesar de su...esbelto cuerpo.

-¿Estás buscando a Dúna, verdad?

Rívon hizo acopio de todas sus fuerzas y se separó de ella bruscamente y arqueando una ceja, suavizando así su rostro.

-¿Dúna? ¿Quien es Dúna?

-¡Oh! - exclamó, saltando sobre una rama y quedándose sentada ahí arriba, mirándole con ojos seductores - Se me olvidaba que en vuestra aldea la llamais Ichiro. Pero...¡Seré maleducada! - añadió, volviendo a tierra firme y cogiéndole de la mano, como si lo conociera de toda la vida - ¡Ven conmigo! - alzó la vista hacia la oscuridad de aquel mar arbolado y acristalado - Le invitamos a nuestra fiesta. ¿De acuerdo?

Ante el rostro congestionado del joven, una gran cantidad de voces se alzaron en todas direcciones.

-¡Claro que sí! ¡Que se venga! ¡Espero que no se vaya corriendo!

-¡Jaja! ¡Le haremos sentir bien, mis pequeñas.¿De acuerdo?

-¡Claro que sí! ¡Esos Amaru se preocupan demasiado por los corazones libres! ¡Habría que liberarlo también a él! ¿No os parece?

Rívon tragó saliva y miró a aquella hada con ojos aterrorizados, aunque, pese a todo, no se atrevía a soltarle la mano. Era una chica muy bella y había algo en ella que le atraía de una forma extraña e inexplicable.

-¿Qué vais a hacer conmigo? - preguntó, tembloroso - Yo solamente pretendo saber si conoceis el paradero de Ichiro, nada más. No estoy para...fiestas.

El Hada se echó para atrás y estalló en carcajadas ante el desconcierto del joven.

-¡Pero que desconfiados os habeis vuelto! ¡Ya casi parecéis humanos! - murmuros de asentimiento se extendieron por doquier - Si me acompañas, te contaré todo lo que quieras saber de tu querida Dúna, digo...Ichiro - dicho esto, se puso a correr con tal fuerza y de forma tan veloz, que casi hizo que Rívon volara tras ella y no tocara el suelo resbaladizo y acristalado con los pies. Sus sandalias ya habían quedado bien atrás y seguramente las habría perdido para siempre.

Mientras corrían cómo si alguien o algo les estuviera persiguiendo, los cristales le impactaban en la cara pero curiosamente no le dañaban, sinó todo al contrario. Una nueva calidez parecía flotar justo en su estómago y, poco a poco, una sonrisa aparecía en su cara, y el vigor en sus piernas le permitía correr a la misma velocidad que su anfitriona.

Al cabo de unos minutos, y sin que apenas fuera consciente de ello, era tal la elasticidad de su cuerpo que era capaz de saltar sobre los árboles junto a ella y de danzar al mismo tiempo.

-¿Ves? - decía ella, con voz alegre, mientras corría y danzaba en la floresta - ¡No hay nada que temer!

-No tengo ni idea de cómo lo has hecho - respondió él, borracho de felicidad - pero me siento liviano como una hoja arrastrada por un golpe de brisa tibia y perfumada.

-Eso significa que, bajo toda esa oscuridad, tienes un corazón luminoso y libre.

Después de toda aquella travesía, que había empezado como una tortura para él y que ahora se había convertido en toda una aventura fascinante y maravillosa entre aquellos cristales preciosos, llegaron por fín a un claro.

Allí muchas hadas bailaban en corros alrededor de una hoguera azulada, y algunas otras permanecían solitarias alrededor del grupo, contemplando como sus compañeras bailaban, o simplemente pensativas y relajadas, tumbadas y observando las estrellas con una sonrisa.

La pequeña niña que le había acompañado hasta allí paró de correr y le cogió de las dos manos, feliz por tener delante a un desconocido como él. ¡A un desconocido! ¿Cómo podía estar contenta que alguien ajeno hubiera importunado la paz de aquella comunidad de Ensueño?

-¡Bienvenido a nuestro Reino! ¡Baila con nosotras! - dijo, para después besarlo en los labios con un gracioso impulso y haciendo que sus mejillas se volvieran ya no rojas, sinó del color del granate más oscuro - ¡Ven, y así comprenderás mejor a nuestra Dúna!

Y así, con un invisible y fuerte empujón, se vió inmerso en medio del corro de aquellas mujercitas de baja estatura, agarrando de sus pequeñas manos a dos de ellas. Se sentía observado, y en sus rostros aparecían sonrisas, unos rostros que al cabo de menos de un minuto no se atrevió a mirar, por lo violento que se sentía. ¿Qué bailaban, si no había música? Danzaban en círculos, de forma ridícula, sin ningún sentido, alrededor de una hoguera que ni siquiera daba lumbre ni calor.

Pronto empezó a notar un agobio inmenso y unos imperiosos deseos de huir de allí. Se sentía preso en aquel baile, sentía que le ardía el pecho y que su peso había augmentado, como si la tierra se hubiera convertido en un poderoso imán para él. Intentaba imitarlas, alzando y bajando los brazos, y dando pequeños saltos con las piernas: sus largas faldas de colores al viento. Pero no escuchaba ninguna canción.

Cansado de toda aquella farsa, creada quizá para burlarse de él, dió un tirón hacia afuera tratando de salirse del corro y así seguir la búsqueda de Ichiro. Ya no quería perder más tiempo.

Y fue incapaz de soltarse, por mucho que lo intentó, por mucha fuerza que hizo, y al intentar abrir la boca para protestar, ésta permaneció pegada, sellada. ¡No podía abrir la boca! ¿¡Qué pérfida maldición habían obrado sobre él!? Estaba ligado a ellas, tal y como contaban las leyendas...y eso que él nunca había creído en ellas. Quizá si hubiera sido más como Ichiro, hubiera previsto aquello. Ichiro...

Sintió, entonces, otro fuerte empujón en la espalda y, por mucho que se resistió, vió con terror que aquellas manos invisibles le hacían precipitarse directamente hacia la hoguera azul. Cerró los ojos, sin poder exclamar un grito, ni una súplica.

Y sin embargo no se quemó. Cayó de bruces en el suelo y, sin atreverse a abrir los ojos, una fría brisa empezó a levantarlo y a hacerlo levitar, cómo si se tratara de una simple pluma arrastrada por cualquier soplo de aire. Sí, se sentía en verdad liviano, y, en cuanto encontró el coraje suficiente para abrir los ojos, se encontró echado en el suelo pero sin sentir la tierra bajo su cuerpo.
Todo a su alrededor era exactamente igual, y pese a ello algo allí había cambiado. Levantó la cabeza, incorporándose lentamente. Estaba justo ante aquella hoguera azulada. Alzó una mano, instintivamente, y se la miró: ¡Tenía un aura azul rodeándola! Y no sólo su mano derecha, también sus brazos, sus piernas y, en definitiva, todo su cuerpo. No podía dar crédito a lo que veía.

Abrió la boca.

Ya podía hablar, y, sin embargo, no albergaba ningún sentimiento que pudiera ser expresado con palabras. La niña que lo había guiado hasta aquel lugar se hallaba justo ante él, sonriendo con dulzura y ofreciéndole una mano para que pudiera levantarse. Pero no, decidió levantarse por sí sólo. En su rostro también se dibujaba una sonrisa, como borracho de alegría, de una alegría que no sabía explicar. Agarró la mano de aquella niña que le había guiado, y la de otra hada, y, por fín, pudo escuchar una música que antes había sido incapaz de sentir: eran sonidos de piedras, el agua corriendo sin tregua, el viento perfumado de la noche meciendo las ramas de cristal. Todo aquello producía una música alegre e himnótica.

Y se puso a bailar, y ahora sin pensar alzaba los brazos, daba saltos, reía y sentía como si volara más allá de todos los sentimientos que nadaban en el océano de su alma.

La Desaparición de Ichiro. Capítulo 1: Desesperación

Sedas rojas,
cabellos azules
rodeando los árboles
esmeralda.

Nos enamoramos
bajo la Luz Menguante.

Sedas rojas,
cabellos azules.

Y fuera de esto
nada más
existió.

Bajo la Luz Menguante.

La muchedumbre aplaudió emocionada y se secó las lágrimas al escuchar como aquellos últimos acordes de la canción tradicional de Húgaldic y en verdad una de las canciones más conocidas por toda la raza de Amaru era interpretada por aquel quinteto de inspirados y talentosos músicos.

Rívon se había citado con Ichiro para ver a los famosos Bardos Intemporales que habían vuelto a Húgaldic después de una larga década. Casi todos los habitantes del pueblo se habían reunido en la zona más elevada de uno de aquellos imponentes y mágicos árboles que se erigían como guardianes y protectores del pueblo.
Ichiro aún no había llegado a la cita, como siempre, aunque le extrañaba que a un evento como aquel llegara tarde, a ella que tanto le agradaba la música. Posó su mirada sobre aquel recinto al aire libre bajo las numerosísimas estrellas y ante él aparecían enredaderas por doquier colgadas de las ramas y rodeadas por un aura plateada. Aquello significaba que las Yrissi se encontraban ahí presentes, aunque no las vieran, algo sin duda extraño e inaudito que le llenó de alegría y de una gran paz interior.

Si Ichiro estuviera allí con él...¡Cuánto lo deseaba! Pero su deseo era más una pregunta sin respuesta que una afirmación. Apretó su mano derecha y su imaginación le traicionó agarrando la mano izquierda imaginaria de la chica ausente. No, solamente deseaba su presencia por su gran amistad, estaba convencido. Pero...últimamente se la veía más distante que de costumbre, algo triste y meditabunda. Si sólo pudiera abrirle un resquicio de su corazón...despejaría todas aquellas inquietantes dudas.

-Estará dando vueltas por el Bosque de las Yrissi Seguro que dentro de nada ya estará de vuelta, con una corona de flores en los cabellos y sonriente, pensando en el concierto y corriendo desesperada para no llegar demasiado tarde - pensaba el joven, intentando no pensar más en el tema y en disfrutar de aquella música que le elevaba a los firmamentos y más allá.

Los Bardos Intemporales habían creado con magia esmeralda un ambiente propicio para su arte: unas flores de cerezo caían sin cesar sobre ellos mientras interpretaban, y una brisa con fragancias de hierba fresca y repleta de rocío acariciaban el rostro a todos los presentes. Y es que el Árbol del Este siempre había sido el más propicio para la música, el arte y los sentimientos más profundos e íntimos. Ahí el conocimiento era relegado a un segundo plano, y el instinto y lo velado aparecía sin ninguna frontera ni impedimento.

Lejos, hacia puertas
escondidas
llevaremos nuestros pasos
siempre inquietos.

A un lado los ritos
y al otro la aventura.
Hogar en nuestros corazones
y la rosa
de los mil horizontes.

Cerrojos
un beso en la mejilla
que suena a despedida.

No hay esperanza
sin la perdición
del Viajero.

Por eso
lejos, hacia el asombro
escondido
llevaremos nuestros pasos
siempre inquietos.

E inquieto también se sentía ya Rívon, sobretodo de ver como un hombre alto y fornido, vestido con ropas de gala negras y una capa gris, se había acercado a la madre de Ichiro y le había susurrado unas palabras, con el rostro triste y nervioso. Entonces, los padres de la chica se habían levantado y habían abandonado con presteza el recinto.

¿Le habría pasado algo a Ichiro?

De todas formas Rívon siempre se dejaba llevar por los pensamientos negativos, y aquel día había decidido hacer una excepción. Quizá simplemente Ichiro había cometido alguna de sus típicas travesuras en la aldea. Se apretó las rodillas con fuerza y trato de seguir disfrutando del concierto.

-Ella se lo pierde - se decía a sí mismo.

Pero entonces ocurrió algo inesperado sobre aquel escenario improvisado sobre las ramas y enredaderas entrecruzadas del árbol. El grupo interrumpió aquel triste y melancólico tema que estaban interpretando y uno de ellos, el vocalista, el cual se trataba de un gracioso y simpático hombre obeso con una voz cristalina muy cálida, se dirigió a su público con el rostro grave y secándose el sudor de su frente con una mano temblorosa.

-Un triste y desgraciado suceso nos obliga a cancelar nuestro concierto de hoy - hizo una pausa para tragar saliva, y prosiguió - Una niña del pueblo ha desaparecido. Su nombre es Ichiro. A partir de ahora todos, incluido nosotros, saldremos en su busca por los alrededores de Húgaldic.

La luz plateada que rodeaba en un aura las enredaderas y las flores desapareció al instante, y el aire se enrareció, se llenó de inquietud y de un lamento apagado. Jamás en Húgaldic había desaparecido nadie, pues la vida en la aldea siempre había sido feliz y pacífica. Pero posiblemente el Mundo estaba cambiando, para bien o para mal, mientras que aquello para Rívon había sonado como una amarga pesadilla, volcándole el corazón hacia abajo, dejando que la sangre de sus latidos se derramara sobre sus pies hasta que pareció que la vida le había abandonado.

-Ichiro...¿Cómo has podido...? - se decía, entre unas lágrimas que aún no se atrevían a manifestarse - Lo sabía...sabía que terminaría yéndose esa maldita inmadura, esa egoísta. Siempre, siempre ha mirado para ella misma, y nunca se ha interesado por la felicidad de los demás...

Sin embargo, aquellas palabras le sonaban a una rabia injustificada, pues en verdad en el fondo siempre la entendió, pese a sus enfados y a sus quejas que siempre tenía sobre ella.

Se levantó y, justo cuando una lágrima empezaba a resbalar sobre su mejilla izquierda, dió la espalda a todos los presentes y se dirigió a la pasarela para abandonar el lugar a toda prisa.

-Creía que yo le importaba, aunque fuera solo un poco...creía que yo era su amigo, y no me ha dicho nada. Absolutamente nada.

Mientras caminaba con la cabeza gacha sobre las pasarelas en espiral que bajaban y bajaban hacia tierra firme, unos pensamientos empezaron a aparecer en su mente sin que él quisiera invocarlos, pues así són los pensamientos, libres, aún en el Mundo Feérico.
Recordó la vez que se conocieron, ya tantos años atrás, aún cuando eran dos niños inconscientes y libres de toda preocupación y de la carga de la vida adulta. Él estaba agazapado sobre un mosaico, con el rostro rojo de ira, después de una riña con sus padres y sus hermanos por haberles alzado la voz y por haberse rebelado a sus órdenes y a los planes que en aquellos tiempos tenían para él. Ellos querían que él fuera Astrónomo, como toda su familia, pero se había negado a acudir a la Sala del árbol norte, en dónde se impartían las clases de aquella materia. No, él jamás quiso ser esto, él prefería la Historia, prefería ser libre de las opiniones de los demás.

Una niña risueña llegó a su lado, dando pequeños saltos, bailando de forma algo ridícula. Llevaba una corona de flores color púrpura enroscada en la cabeza. Se puso de cuclillas y lo miró con aquellos ojos melosos los cuales, para siempre, desde aquel día, le abrazarían el alma, aunque fuera ahora que lo entendiera, en aquellos momentos aciagos.

-¿Qué te ocurre? ¿Por qué estás tan enfadado?

La miró con sus enormes ojos negros, engarzados sobre un fondo lila, y le hizo un ademán lleno de desprecio con la mano, exhortándola a irse de allí.

-No es de tu incumbencia.

-Oh, entonces si no es de tu incumbencia. ¿Por qué te empeñas en mostrar tus problemas a todo el mundo, en público?

Aquella pregunta sorprendió al niño y, en verdad, no supo qué responder. Era una forma de hablar demasiado adulta y complicada para su edad.

-Déjame en paz. Yo hago lo que quiero.

La niña, sin dejar de sonreir en ningún momento, le agarró la mano con sus pequeños y firmes dedos.

-¿Por qué no te levantas? Olvídate de eso y acompáñame.

El niño se levantó sonrojado por el arrojo de aquella niña, y la siguió hasta llegar a un jardín que se encontraba cerca del Bosque del Mar Esmeralda. Allí había flores de infinidad de colores.

-Siéntate aquí y relájate. ¿Vale? ¡Ahora vengo! - y desapareció corriendo y riendo sobre quien sabe qué, su falda blanca ondeando al viento con movimientos ondulados y gráciles. Al cabo de unos pocos instantes aquella niña volvió dando saltos como si de un cervatillo se tratara y, ante la incredulidad y estupefacción de Rívon, le colocó una corona de flores carmesíes sobre su cabeza.

-¡Aquí tienes! ¡Mi nombre es Ichiro! ¡Espero volver a verte, y que seas feliz! - le dió un besito en la mejilla y se dirigió corriendo de nuevo tras la floresta mágica repleta de cristales. El niño sonreía ligeramente, y ya no se acordaba de por qué se había enfadado tanto.

-¡Yo...Yo me llamo Rívon! ¡Espero volver a verte yo tambien! - exclamó, sonrojado, justo antes que aquella desapareciera entre las ramas y los troncos luminosos del bosque. Quizá fue la primera vez que había deseado volver a ver a alguien, de verdad.

Ichiro se limitó a girar su rostro hacia él, y, mientras reía sonoramente, le despidió con un expresivo ademán, agitando los brazos y, luego de darse un golpe contra una rama, se llevó la mano en el azulado cuero cabelludo y desapareció.

Quizá no era el momento de recordar más el pasado. Ahora sólo valía actuar. Se dirigió pues, con una renovada esperanza y energía, hacia la casa de Ichiro.

Entró cómo siempre se entraba en todas las casas de Húgaldic: por el techo y, sin avisar de su presencia, se dirigió al pequeño salón oval en dónde, en una silla de madera finamente tallada con árboles, la madre de Ichiro permanecía sentada, llorando desesperadamente. El hermano y el padre de Ichiro intentaban consolarla con los rostros desencajados.

-No te preocupes, Siri, iremos a buscarla y la encontraremos bien pronto - decía el padre de Ichiro, acariciándole las mejillas mojadas y hundidas por la pena - Te lo prometo. Solamente debe estar enfadada, ya sabes como es. Es muy inquieta e inconformista, pero todos unidos la devolveremos a casa.

La madre no contestaba y simplemente se limitaba a murmurar el nombre de su hija, lo cual aún la desesperaba y la hundía más y más.

Entonces, Rívon apareció en el salón, ante la sorpresa de todos, extrañamente seguro de si mismo y decidido.

-Como ya sabeis, desde pequeño he sido un gran amigo de vuestra hija - hizo una leve reverencia, y se incorporó - Estoy decidido a arriesgar y a sacrificarlo todo para encontrarla. Con vuestro permiso o sin él.

La madre de Ichiro, recuperada de su sorpresa inicial, se enjuagó las lágrimas y se dirigió a él, abrazándole con efusividad y rompiendo a llorar de nuevo.

-Tu la conoces incluso mejor que nosotros, Rívon. Siempre lo he sabido. Nosotros a pesar de todo, jamás la entendimos. Soy culpable por no haber sido capaz de entrar en su corazón.

Rívon se separó de ella y, haciendo un esfuerzo por no emocionarse, apretó los puños e hizo un esfuerzo por conservar su seguridad y su confianza.

-Nada puede igualar el amor de una madre, de un padre y de un hermano - parpadeó y miró hacia una ventana que daba al lejano bosque de las Yrissi, lugar favorito de Ichiro, dónde pasaba muchas tardes - Ella os ama, igual que vosotros a ella. Pero reconozco que es verdad, aquí nunca nadie la entendió. Y yo...yo haré todo lo posible por intentar comprenderla de una vez por todas, y para que abra su corazón al igual que nosotros se lo abrimos a ella. ¿Entendido? - el joven no supo de dónde le habían venido aquellas palabras tan graves y penetrantes, pero algo profundo en su interior le exhortaba a hacerlo, algo ajeno a él.

-¡Iremos contigo, Rívon! - exclamó el hermano de Ichiro, acercándose al joven y dándole unas palmadas en el hombro - No puedes realizar esa búsqueda sólo. ¡Tenemos que mantenernos unidos!

Los padres de Ichiro asintieron y se dispusieron a vestirse con ropa de viaje para emprender la terrible búsqueda de su hija. Pero Rívon negó con la cabeza y fue a observar cómo las débiles luces del bosque de las hadas parpadeaban en la noche, débiles y de colores oscuros, apagados.

-Lo siento, pero debo emprender este viaje solo - se giró de nuevo hacia ellos, manteniendo un brazo en la cornisa y sonrió con tristeza - Adiós.

Saltó por la ventana cayendo sobre la calle empedrada que llevaba a las afueras de Húgaldic y, corriendo veloz como el fuerte viento que soplaba en aquellas altas horas de la noche, pronto se convirtió en una sombra más, murmurando para sus adentros, cantando con la voz quebrada pero a la vez repleta de coraje.

Y fuera de esto
nada más
existió.

Bajo la Luz Menguante.