Monday, June 23, 2008

Capítulo 17. Guerra. Parte 2

El choque entre los dos ejércitos, como era de esperar, fue fatalmente dramático para ambos bandos, de los cuales uno de ellos había sufrido la peor parte: y ese no era otro que el ejército de Varmal comandado por Agros. A pesar de su superioridad numérica, el factor sorpresa al verse atacados por aquel ejército menor en número en una formación supuestamente defensiva, les había hecho responder, después de defender a duras penas sus posiciones y haber perdido a varios de sus hombres, con un contraataque que había en un principio destrozado el flanco del ejército de Melack gracias al grito desesperado y carismático de Lúne que, pese a su juventud, parecía encarnar un gran coraje y un valor inestimable, al menos a ojos de aquellos que le acompañaban en la batalla.

Sin embargo, su fuerte sacudida fue rápidamente subsanada gracias a una hábil estrategia diseñada por Lothan y Melack, los cuales habían reelaborado el plan de batalla de forma minuciosa la noche anterior.
Pronto los jinetes de Agros, sin que nada pudieran hacer, se vieron rodeados por la caballería enemiga como si de repente hubieran caído en una prisión. Aquello desencadenó una oleada de cadáveres por parte de los caballeros de negro, que pronto se vieron severamente diezmados hasta el punto que ni los duros y ansiosos gritos e insultos de Agros pudieran hacer nada para atajar la desesperada situación.

El jefe de la Orden, entonces, decidió activar su plan de emergencia: escogió a sus mejores hombres y juntos se encaminaron a través de la encarnizada batalla, de forma precaria y peligrosa hacia Lúne para llevárselo con ellos. Pero era inútil llegar hasta él, pues ya todo su ejército se hallaba diseminado por todo, rodeado ya por centenares de los hombres de Melack que controlaban la situación a la perfección y Agros se acercó a Lúne pero no lo suficiente para poder recogerlo con su caballo, y tuvo así que trabar combate con unos guerreros que los interceptaron con violencia.

Lúne mantenía los ojos extremadamente abiertos debido a la ira que le embargaba y que le hacía golpear con rabia, desde su montura, a diestro y siniestro impactando todo el tiempo contra el aire cargado de gritos que destilaban muerte y decadencia.
Ante él se hallaba el objeto de su sed de sangre: Melack; el cual, al contrario que el joven, mantenía una actitud serena y dialogante con el nuevo brazo derecho de Agros mientras esquivaba sin esfuerzo todos sus golpes.

-Lúne, escúchame y cesa ya de luchar de una vez. Observa a tu alrededor. El ejército de Varmal está a punto de ser vencido y derrotado - espetó el archimago, con una voz dulce y paciente - Estás siendo manipulado por Agros. Él es el causante de tus visiones, Lúne, y por ende es el causante de tu dolor. Te ha llenado el corazón de mentiras aprovechándose de tu debilidad y de tus ilusiones.

-¡Maldito traidor embustero! ¡Jamás creí que alguien como tú pudiera llegar a caer tan bajo! - gritaba Lúne mientras intentaba en vano matarlo con su espada atacándole constantemente de frente y haciendo que su caballo trotara sin cesar - ¡Por tu deslealtad, por tu mezquindad y por la cobardía de haber apuñalado por la espalda a tu Señor mereces la muerte!

Junto a los desesperados e infructuosos embates del joven se hallaba Agros el cual, protegido por varios de sus hombres de confianza, se afanaba por resistir los ataques del enemigo que les superaba en el triple de hombres, haciéndoles entonces retroceder y viendo como sus probabilidades para la huída se habían reducido a cero pues, pese a qué sus habilidades eran grandiosas debido a su condición de Archimago, estaba en una situación extremadamente delicada. Su caballo ya se hallaba exhausto por haber recibido decenas de golpes de lanza, espada y maza sobre su resistente armadura. Había matado a muchos hombres de Melack pero, viéndose ya perdido y con su ejército en clara retirada, de repente se le asomaron unas lágrimas en su rostro que desprendían impotencia, rabia y desesperación a raudales.

-¡Lúne! - gritó el jefe de Varmal, girándose hacia el joven momentaneamente y con rapidez mientras seguía resistiendo a duras penas los potentes ataques del enemigo con su larga espada - ¡Jamás olvides que eres la esperanza para este mundo, aunque yo desaparezca! ¡Salva a los que puedas y huye más allá del horizonte! ¡Las piedras rosadas! - al acabar de pronunciar aquella frase, un fuerte y bien dirigido lanzazo impactó en el centro de su pecho, atravesándolo por la espalda, un golpe que lo lanzó al suelo, tirándole del caballo. Herido de gravedad, se incorporó desde el suelo levantándose con una mirada repleta de orgullo, esbozando una leve sonrisa y sin dejar de mirar al joven, que ahora no podía contener un llanto ahogado habiendo, de repente, dejado de luchar con Melack. Entonces, el archimago cerró los ojos, con la respiración entrecortada y su mano intentando retener la hemorragia que se le extendía desde el pecho y la espalda y abrió la boca pronunciando un hechizo con una lucidez que sorprendía por la gravedad extrema de su herida: un hechizo cantado de forma solemne, con dulzura y a la vez con un tono de oscuridad inherente en ella.

- Lostre-ku Andrómela mel-smirtos
Rilí oláven upústelas
¡Merió! ¡Merió sa Lamat!


Al escuchar aquel hechizo, todos los atacantes que le rodeaban quedaron paralizados, como si se hubieran visto, de repente, presa de unas letales e invisibles enredaderas que les impedían moverse. Al acabar, así, de pronunciar aquella canción-hechizo, el archimago al fín cayó exhausto de rodillas al suelo, con los ojos entornados, en blanco, con su pecho lleno de borbotones de sangre que fluían como un torrente.

-Lo...lo siento Lúne - espetó Agros, vomitando sangre - algún día...entenderás por qué lo hice...cuando vengan huye...huir...huir hacia las piedras...rosad... - y dando un último y mortífero suspiro murió ahogado en su propia sangre, cayendo de costado con sus ojos aún clavados en el joven. Así termino la vida del jefe de la Orden de Varmal, así terminaron de golpe 20 años de poder y de sacrificios, así acababa la vida de uno de los más controvertidos archimagos de la historia de la Orden, con honor, rodeado de cadáveres, incluidos aquellos que habían quedado paralizados, los cuales al morir Agros cayeron todos víctimas de un potente ataque al corazón.

Lejos de sentir lástima por su Señor, Lúne cayó de rodillas sintiendo en su mente un violento y extraño remolino que le entornó los ojos y que le hizo tener violentos espasmos y mareos. Al cabo de pocos segundos, sin embargo, sintió como si se hubiera librado de una prisión dentro de la cual había permanecido sin darse cuenta y sonrió, sin poderlo evitar, lanzando su espada a un lado.

Por fín comprendía: su poder, sus visiones, sus miedos y sus dudas. Todo ello había muerto con la desaparición de Agros. Y así, se incorporó con lentitud y, acto seguido, le dedicó una profunda reverencia a Melack el cual, triste aún por la repentina muerte de tantos hombres, muchos de ellos grandes amigos suyos que habían frecuentado su taberna, le dedicaba una sonrisa satisfecha y feliz.

-Observo en tus ojos, en tu porte y en tus labios que finalmente te has liberado del yugo de Agros, que por fín comprendes y eres consciente de tu verdadero destino y de tu propio camino - dijo con una voz profunda y queda el archimago, mientras sus hombres se abrazaban emocionados, celebrando la victoria de Varmal Verdadero, con la huída de los pocos supervivientes que quedaban entre los guerreros de Varmal que, al ver que su señor moría, se rindieron a la evidencia de la derrota. Aquella victoria se había llevado muchas vidas por delante, muchas jóvenes ilusiones.

-¿Devolveréis el Sueño Feérico a Espiral, mi Señor? - preguntó un sonriente y jovial Lúne que con admiración seguía sonriente y feliz ante Melack.

-Levántate, joven - replicó él, con gesto grave y altivo - Aunque no te lo parezca sigo siendo el tabernero de la Cabaña del Vigía y tú, mi joven y gran amigo, de veladas inolvidables.

Dicho esto, ambos se fundieron en un emocionante y efusivo abrazo.

Y, a lo lejos, pareció como si un lejanísimo ruído cobrase vida, como para celebrar la victoria de la rebelión y el abrazo de dos antiguos amigos que se habían reconciliado.

-¡Larga vida a Espiral! - gritó al viento uno de los guerreros, alzando su lanza hacia el firmamento.

-¡Larga vida a Espiral! - respondieron todos, incluyendo a Lúne y a Melack, los cuales, como dos viejos camaradas, se rodeaban el cuello con sus brazos.

Pero aquellos ruidos a los que no habían dado importancia en un principio, se transformaron en algo ya más concreto y audible.

Se escuchó un aullido muy lejano que retumbó por las montañas circundantes a la Fortaleza y, seguido a aquel extraño sonido, unos gruñidos profundos y escalofriantes eran audibles de forma que pareciera como si procedieran de las entrañas de la Tierra, haciendo temblar el suelo en una especie de leve terremoto. Como por arte de magia, todos los que habían estado celebrando la victoria cesaron de hablar y se miraron con preocupación y con temor. La tensión se palpaba en el ambiente y parecía como si aquellos sonidos fueran de cada vez más y más cercanos. Melack palideció y su sonrisa al instante desapareció dando paso a una expresión que evidenciaba en primer lugar una reflexión que temía llegar a la conclusión más evidente, y en segundo lugar, su mirada se había tornado fría y retraída, paralizada por el miedo. Los caballos relinchaban nerviosos y algunos, incluso, habían tirado a sus jinetes al suelo, enloqueciendo y huyendo hacia el lado contrario de dónde provenían aquellos tenebrosos ruidos.

-Los...los Lamat...se escuchan desde aquí...y se están...acercando - murmuró Melack, en un hilillo de voz que estremeció el silencio en qué se había sumido todo su ejército, Lúne incluido.

Y así era, los aullidos, los gruñidos y los gritos guturales parecían ya recorrer todos los bosques que los rodeaban desde la lejanía, arrastrados por un viento cargado aún por las reminiscencias eléctricas de la tormenta. Entonces, Melack apretó los puños, resignado, y desenvainó, bajo sorpresa de todos, su espada con fuerza y decisión y, espoleando a su caballo, tranquilizándole con unos golpes cariñosos en el cuello, se dirigió a sus compañeros de armas que ahora permanecían casi todos con los ojos abiertos como platos y totalmente desconcertados. Sin embargo, la mirada beligerante y preocupada de Melack les hacía temer lo peor.

-¡Formad en una escuadra defensiva de curva abierta, mis hombres! - se apresuró a exclamar con un enorme chorro de voz el archimago y, cerrando los ojos, frunciendo el ceño, siguió gritando con una voz profunda e indignada - ¡Los Lamat han sido liberados por Agros, rompiendo la magia protectora de la Fortaleza! ¡Hasta incluso después de su muerte ha demostrado su maldad! ¡Pero no lo logrará! ¡Formad ya! ¡Infantería a la derecha con formación defensiva! ¡Caballería a la izquierda, formación de triángulo atacante! - Melack, haciendo gala de su cualidad de lider, espoleaba a su caballo yendo sobre él al trote, dando instrucciones a su ejército para que se organizara de nuevo - ¡Ganamos la primera batalla, y ahora venceremos en la segunda! ¡Lúne! - fue hacia él al galope, con rapidez, y se puso a su altura. El joven no daba crédito a lo que estaba pasando y, sobretodo, al hecho que había protagonizado el ex-sumo archimago de Varmal - ¡Tu irás con tres enviados míos dedicados a ir a las casas del Oeste! ¡Si los Lamat consiguen superar nuestro muro, en el peor de los casos, hay que llevar a todas las gentes de Fortaleza a un lugar seguro! ¡Improvisad! - y, dicho esto, pudieron observar, con terror, como los bosques ya enrojecidos por la luz menguante del atardecer que parecía teñir de sangre el horizonte, se movían con violencia - ¡Corred! ¡Iros!

Lúne, a pesar de su siempre presente orgullo y de sus ganas de participar en la lucha, comprendió que su misión era casi tan importante como la batalla que se tenía que llevar a cabo y, siguiendo a sus 3 compañeros, se dirigió al Oeste, justo dónde su casa estaba situada precisamente. Conseguiría salvar a sus padres, de eso estaba convencido, pero confiaba ciegamente en Melack y su corazón restaba tranquilo. Conseguirían derrotarlos, de eso estaba convencido. De pronto, cuando ya se estaban alejando del campo de batalla, escucharon un enorme golpe y un choque frontal que retumbó como una explosión: vió monstruos de todo tipo, todos gigantescos, deformes y brutalmente fuertes, que habían impactado sobre la infantería aplastando a muchos hombres bajo sus musculosos brazos, comiéndoselos y partiéndolos por la mitad. No quiso mirar más, no quiso pensar que los Lamat podían tener ventaja...sin duda los caballeros terminarían matándolos con éxito y la infantería finalmente se defendería con eficacia, reteniéndolos contra las letales lanzas de los jinetes.

Sin embargo, lo que encontraron al llegar a las dispersas casas del Oeste, después de media hora de camino, fue algo que Lúne recordaría el resto de su vida con horror: ¡Todas las casas estaban incendiadas, derruidas, y una infinidad de cadáveres se agolpaba por todas partes, como si de repente hubieran penetrado en la Tierra de la Muerte Eterna!. Tanto Lúne como los restantes jinetes que le acompañaban intentaban hablar, pero sus palabras se talaban con tartamudeos repletos de incredulidad. Solamente una idea les venía a la mente: Los Lamat habían penetrado ya en Fortaleza por otros lados y se hallaban perdidos, sin esperanzas, sin futuro.
Sin poderlo evitar, una urgencia impregnó la mente de Lúne: sus padres...sus padres...tenía que ir a por sus padres...¡deprisa!, y sin pronunciar ninguna palabra se separó de sus compañeros, sin escuchar sus ruegos y gritos de que volviera y de que tenían que permanecer juntos pese a todo. Pero ya todo le daba igual: tenía que salvar a los suyos, pues ya no podía hacer nada por nadie visto lo que había visto al llegar a las casas.

Al llegar a su casa se encontró, por fortuna, con algo que jamás se hubiese esperado, dadas aquellas brutales circunstancias: no había señales de destrozo, ni de incendio ni de ningún intento de forzar tanto ventanas como puertas. Entonces, sin apenas tiempo de suspirar por el enorme alivio que le producía tal hallazgo, la inevitable imagen de Yume le vino rápidamente a la cabeza. Así pues, sin más dilación, tenía que sacar a sus padres de allá adentro lo antes posible hacia algún lugar seguro, y luego buscar sin tregua a la joven que había conquistado su corazón aquella única noche, sin pretenderlo, ni esperarlo.

Después de media hora de intensa búsqueda, llamándoles a gritos restreando la casa de arriba a abajo, llegó a la conclusión con una mezcla de desesperación y horror que sus padres no se hallaban en la casa y que habían desaparecido sin dejar ningún rastro visible, pues la casa permanecía intacta, sin rastros de violencia alguna.

¿Habrían huído sin esperarle? ¿Habrían fallecido por el camino? ¿O quizá habían hallado la muerte buscándole en medio de la batalla?

Todas las opciones eran muy dolorosas, pero deseaba con todo su corazón, a pesar del dolor que llevaba implícito, que fuera la segunda.

-Han huído - se dijo a sí mismo el joven con un tono de voz tranquilizador - Mi padre siempre tuvo un sexto sentido para olerse las cosas antes de qué ocurran. Sí, lo tiene. Tengo la corazonada que aún siguen con vida.

De repente, mientras estaba formulándose aquellas cábalas, alguien tocó a la puerta con fuerza y rapidez, evidenciando una gran dosis de nerviosismo. ¡Eran ellos, estaba convencido! Miró hacia los lados, extrañándose por primera vez de no ver a sus amados animales y, frunciendo ligeramente el ceño, corrió hacia la puerta con el corazón en un puño.

Al abrirla su sorpresa y su decepción fueron mayúsculas.

Nuán se hallaba en su portal, con la mirada repleta de terror. Al verle, el director le abrazó efusivamente para luego separarse de él de nuevo y colocándole ambas manos en sus hombros.

-¡Jamás hubiera imaginado que siguieras con vida, Lúne! - espetó Nuán, visiblemente emocionado, el rostro congestionado por la sorpresa y el miedo - No hay tiempo que perder, me temo que eres el único superviviente de esta zona...

-Pero mis padres, los Lamat...¿Dónde...?

Nuán le agarró por el brazo con una fuerza que el joven no se esperaba y se lo llevó con él, dejando atrás su casa.

-Ahora no es tiempo de preguntas. ¡Vámonos antes de que vuelvan! ¡Pueden sentirnos!

Friday, June 20, 2008

Capítulo 17. Guerra. Parte 1

Los aguerridos soldados de Varmal Auténtico, comandados por Melack y su nuevo Druida Lothan, que hacía las veces de estratega oficial de los disidentes, se habían precipitado con furor y entre gritos bélicos apoyados por tambores, sobre el Templo para así rodearlo y esperar que los guerreros de Agros tuvieran que salir a defender la Fortaleza. Toda la infantería, unos 250, estaban provistos de falanges y espadas cortas. Algunos de ellos estaban congregados alrededor de los muros del edificio llevando catapultas y arietes, abriendo poco a poco brechas en él para obligar a los de dentro a salir como ratas apresadas.
Era un auténtico espectaculo observar como los habitantes de Fortaleza, los cuales en un gran número se habían congregado para ser testigos de la investidura del miembro de Varmal más joven de la historia, se habían echado atrás y se habían introducido en los bosques, totalmente sorprendidos, sin creerse lo que estaban viendo.

Lothan, mientras tanto, con una voz tranquilizadora y, sin embargo, dura e inflexiva, les exhortaba a abandonar el lugar, llevando consigo la vara de roble y vestido con una túnica blanca, al más puro estilo druídico.

-¡Amigos! ¡Esta no es vuestra guerra! ¡Estad tranquilos, solamente es la guerra contra el traidor! ¡Iros a vuestras casas! ¡Marchaos!

Pero era en vano. Aquellas gentes no tenían conocimiento algunos de los planes urdidos tanto por el jefe de Varmal ni tampoco de los del archimago disidente, Melack. Siguieron, entonces, espectantes y asustados, sin saber hacia dónde dirigirse y escuchando como aquél druida enano les daba instrucciones. Todo aquello era surrealista, pero sin embargo aquello estaba ocurriendo.

Como estaba previsto, finalmente los guerreros de Agros cedieron y, preparados para luchar hasta la muerte, salieron corriendo y gritando como posesos por la puerta principal llevando largas espadas, mazas, dagas y picas. A simple vista, el ejército que imponía más, sin lugar a dudas, era el de Agros, pues iban todos ataviados con bellas armaduras negras, el yelmo carmesí y una pequeña túnica esmeralda que colgaba tras sus espaldas. En cambio, el ejército de Melack se había quedado plantado en el terreno sin avanzar, un ejército de armaduras con cota de mallas blanca, una pequeña capa malva tras su espalda y sus yelmos amarillos que semi-ocultaban unas caras desencajadas por observar el mayor número de soldados que tenía disponibles el sumo archimago de Varmal: unos 400, y todos se dirigían de forma atropeyada hacia ellos.

-¡No retrocedais! ¡Bajo ninguna circunstancia! ¡Mantened la posición y dirigid las falanges hacia adelante! - rugía Lothan, el cual se hallaba en la retaguardia del ejército por su condición de druida desarmado y de dirimidor de contiendas. Varmal Auténtico había escogido el antiquísimo modelo druídico ya extinguido centenares de años atrás, el cual había sido traido directamente del Mundo Ordinario. Eran las figuras que mantenían a los pueblos humanos constantemente unidos con el Mundo Feérico, y en realidad sus figuras eran más importantes que los mismos Reyes. La Orden de Varmal, obviamente, carecía de aquella figura.

-¡Si seguimos el plan acordado triunfaremos, Yna! - exclamó ahora Lothan, alzando su vara de roble con energía - ¡Atención, ya están sobre nosotros! ¡Preparadas las falanges! - se hizo un silencio, pues, antes de que el ejército defensor llegara hacia sus filas, un nutrido grupo de arqueros se había apostado sobre las ruinas del Templo que ya empezaba a arder por dentro, sin duda unos arqueros con gran ímpetu suicida, y empezaron a lanzar andanadas de flechas hacia ellos.

-¡Escudos arriba y mantened las falanges derechas! ¡Mantenedlas! - siguió gritando Lothan.

El ejército de Lothan, apostado en largas filas formando un perfecto rectángulo totalmente repleto de aquellas larguísimas falanges, sufrió las primeras bajas por herida de flecha. Pero Melack no dió orden de replegarse, más al contrario.

-¡Un paso adelante! ¡No pasarán!

Aquel grito de "No pasarán" se extendió por toda la tropa la cual, antes poco convencida del éxito, ahora repetían aquella frase y, con fortura, aguantaron la estampida de aquella variopinta infantería. Entonces, causando las primeras víctimas en el ejército de Agros, se envalentonaron, y empezaron a avanzar lentamente con las falanges, reteniéndoles de cualquier tentativa de acercamiento. Sin duda, la estrategia arriesgada de llegar falanges con el inconveniente de limitar sus movimientos había tenido éxito y lograba que la lucha estuviera concentrada solamente en un punto, el punto que interesaba a Lothan y a Melack.

Y así, empezó la encarnizada lucha de espadas, pasando las falanges a retaguardía para que siguieran reteniendo al ejército de Varmal. Aquello empezó a ser una carnicería por parte de ambos bandos: cabezas y miembros cercenados, pechos atravesados, gritos desgarradores que preceden a la muerte y la huída generalizada de la población que había decidido quedarse a observar el espéctaculo resguardados en los bosques circundantes. Sin duda, nunca se habían esperado aquello, pues creían que formaba parte de una obra de teatro, de un choque ficticio entre ejércitos que iba a desarrollarse en honor al nuevo investido.

Cuando parecía que la batalla terminaría en tablas y tendría que decantarse tarde o temprano, de forma pírrica, a uno de los dos ejércitos (de momento el que parecía más favorecido era el de Varmal Auténtico, con su excelente organización), apareció lo que Lothan había esperado con una mezcla de horror y excitación (pues eso significaba que sus planes iban como la seda): un regimiento de caballería del ejército de Agros desde el flanco, apareciendo desde un bosque situado en el Oeste, dirigiéndose directamente hacia ellos. Lothan se giró hacia los jinetes retrocediendo algo sobre sus pasos y siguió pidiendo que siguieran luchando sin amedrentarse ante aquella súbita aparición.

Pero no todo había salido como esperaba.

A la vanguardia, cabalgando sobre un precioso semental negro e imponente, se acercaba al trote, con una espada bastarda en ambas manos, Agros, pero lo que dejó conmocionado a Lothan fue observar la figura que iba inmediatamente a su izquierda...

¡Era Lúne!

No, debía tratarse de una confusión. Aquel niño no sabía luchar, o eso creía, pues jamás había sido instruido en el arte de la guerra. No obstante, mayor fue su sorpresa al ver que en su mano derecha llevaba una larga espada sin ningún esfuerzo, erigida hacia arriba en señal de amenaza y con una endemoniada sonrisa en sus labios.

-¡Varmal, para siempre! - gritaban todos al unísono, organizados en forma de triángulo, que simbolizaba su intención de aplastarlos con una sola andanada. Ya estaban muy cerca, demasiado cerca, y empezó a cuestionarse si realmente el plan había funcionado. Lo mismo debían pensar la infantería, pues empezaban también a retroceder y a perder terreno frente a sus adversarios. Incluso algunos en la retaguardia habían empezado a huir hacia los bosques y, por mucho que dijera, sabía que no podría cambiar el ánimo de sus soldados hasta que...

...Hasta que por fín se escuchó el cuerno de Melack resonando por todo lo ancho de la Fortaleza e incluso hasta las lejanas montañas y valles.

-¡Ahora sí! ¡Al ataque! ¡A muerte, mis hombres! - espetó el druida, gritando como un poseso y enarbolando de nuevo su vara de roble - ¡Por Espiral!

Sus maltrechos hombres, entonces, reunieron las pocas fuerzas y energías que les quedaba, observando el arrojo de su Señor Melack y, en un último impulso, lanzaron las pocas falanges que aún blandían al suelo y se echaron hacia adelante con espadas cortas, los ojos en blanco, desorbitados e inyectados en sangre, como aquel que sabe que va a morir pero lo va a hacer luchando hasta su último aliento. Fue, sin embargo, tan dura la respuesta, que en pocos minutos los acorralaron al ejército de Agros contra las paredes del Templo.

Mientras tanto, el ejército de jinetes de Melack había hecho su estelar aparición en el momento más oportuno, un ejército mucho mejor compensado en armas que el de Agros, pues en aquel regimiento, dispuesto en perfecto círculo para así protegerse mejor los unos a los otros, había 3 grupúsculos: el de arqueros montados, el de lanzas y el de espadas. Por otro lado, el ejército de Varmal tenía la ventaja de tener armaduras más pesadas y una mayor cantidad de hombres que casi los doblaban: iba a ser una batalla muy igualada y sangrienta.

-¡Lothan! ¡Deja esto ya para nosotros! ¡Tengo un pequeño y joven caballo para tí! ¡Si hay suerte, nos vemos en unas horas en el campamento! ¡Has hecho un gran trabajo! - vociferó dijo Melack, ofreciéndole el caballo que le había llevado expresamente para él.

Lothan sonrió, satisfecho y orgulloso de sí mismo, por una vez en su vida.

-¡Por Espiral y por Melack! - gritó, antes de marcharse de aquel ensangrentado lugar. Todo el ejército repitió aquellas palabras.

Bajo la sorpresa de Agros, que se había esperado una ofensiva aparte de la infantería pero no con aquella pasmosa organización (había creido, por desgracia, que se trataba de un ejército disperso, desorganizado y poco preparado), observó como lejos de quedarse defendiendo con aquella estrategía de protección de Círculo, los jinetes disidentes los atacaron por un flanco, obligándoles a desorganizarse. Aún conociendo las intenciones de su enemigo, se había visto atrapado por ellos.

Se sintió desgraciado.

-¡Lúne! ¡Lucharemos hasta el final! - gritó Agros, con el ceño fruncido y con la rabia haciéndole temblar el cuerpo entero - Pero si por desgracia caemos, no te dejes atrapar por ellos. ¡Huye de la Fortaleza y no dejes que nuestro legado muera!

Lyres le hizo una pequeña reverencia con la cabeza, sin dejar de sonreir ante la perspectiva de la lucha.

-Esto haré, mi señor. Pero ahora hay que eliminar a estos traidores, Agros, no caigamos en el derrotismo - los miró a todos, y acto seguido exclamó, con un gritó que hizo retumbar el suelo.

-¡Por Varmal! ¡Al ataque!

Saturday, June 14, 2008

Capítulo 16. El Rito. Parte 2

El estandarte de Varmal, aunque en aquel momento Lúne estaba tan absorto en el salmo que ni reparó en ello, estaba ligeramente cambiado de lo que solía ser normalmente: una serpiente enroscada en sí misma, sacando la lengua viperina y rodeada de flores negras y al mismo tiempo rodeando a 3 gatos negros. En cambio, los estandartes allí presentes, colgando de aquellas columnas en forma de palmera e iluminados por las numerosas antorchas que ahora restaban encendidas, contenían una imagen diferente y sobrecogedora: aparecían dos fieros y enormes leones con las fauces abiertas y amenazantes custiodiando a la serpiente ensangrentada y mal herida, pero con la cabeza levantada y el porte digno.

Pero Lúne parecía estar bajo la influencia de un conjuro... ¿Lo estaba realmente? Solamente esa pregunta apareció en sus pensamientos para irse tan pronto como llegó a su mente. Mientras tanto seguían andando a través de la Sala Hipóstila hasta que, por fín, cruzaron el umbral que los llevaba a la Sala del Sueño, una cámara de pequeño tamaño pero finamente decorada en el techo con piedras preciosas que colgaban en racimos, haciendo recordar diferentes variedades de frutos: los rubíes emulaban las ciruelas, las amatistas las uvas, las esmeraldas verdes nueces, los lapislázulis los bellos frutos del mirto y los azabaches los negros frutos de las rosáceas. Todos colgaban por finos hilos de plata, decorados con espirales. Por unas aberturas excavadas en los cuatro puntos cardinales de la Sala entraba la luz diurna pese a la lluvia que imperaba aquel día, la cual hacía resplandecer los cientos y cientos de piedras que se mecían muy levemente por el efecto del viento que entraba por aquellos pequeños agujeros, haciendo que un añejo sonido sagrado del choque entre las diminutas piedras resonara arrancando del aire un casi imperceptible eco.

Aquella cámara exhortaba a la meditación y a la paz interior. Exhortaba a reir y a dejarse llevar. Entonces, Lúne cerró los ojos inconscientemente y extendió los brazos, sintiendo como de repente se cerraba la compuerta que llevaba a la Sala Hipóstila, tras él. El sonido de las piedras resonaba hasta lo más profundo de su ser, como si su alma estuviera temblando repleta de una embriaguez que rezumaba Verdad y Eternidad.

-Abre los ojos, Lúne de Guibrush - espetó una voz ronca y oscura, que se le antojó lejanamente familiar. Cuando el joven abrió los ojos vió ante él a quien se había imaginado que sería: Agros, ataviado con una elegante túnica negra como el carbón, acabada en una holgada capucha que mantenía echada sobre su cabeza. Aunque la palidez de su piel y su nariz aguileña y pronunciada hacían creer que aquel era un ser del que desconfiar, sus ojos por el contrario destilaban serenidad y comprensión hacia el Aspirante. Lúne, al observar su actitud, respiró con tranquilidad y se dejó llevar por sus palabras. El Archimago desenvainó una espada que llevaba en el cinto y se la ofreció por el filo, con el semblante grave de las grandes ocasiones, pero con una ligera diferencia: el filo estaba ensangrentado.

-Esta es mi sangre. Debes pasar con extremo cuidado tu lengua por el filo sin herírtela. Si no te la hieres y eres capaz de bebértela, entonces significa que tu corazón y tu alma están en armonía con el vínculo que las une: la pureza. La sangre es el símbolo más puro que existe.

Lúne titubeó, pero no halló en su ánimo ninguna actitud de rechazo. Entonces, sin cortarse lo más mínimo, succionó la sangre de su interlocutor con asco disimulado y lo volvió a mirar a los ojos, interrogativo.

-Estoy orgulloso de tí, Lúne. Acompáñame a la Sala de la Luna. Ya estás preparado para dar el paso definitivo.

En la Sala de la Luna solamente tenían permiso la entrada los archimagos de Varmal y el Sumo Sacerdote. Nadie más podía pisarla excepto un Aspirante a Varmal, por primera y última vez. Se podía decir que era la cámara dónde se llevaban a cabo los más importantes ritos mágicos y religiosos en toda la Fortaleza. Entraron allí gracias a un conjuro que musitó Agros entre dientes, abriéndose así una pesada losa de toneladas de peso, decorada con tres serpientes en forma de espiral y una mujer desnuda en el centro, con grandes senos y la vagina descubierta. Estaba rodeada por los reptiles, que parecían acariciarla o quizá querer estrangularla.

Para ser la cámara más importante del Templo, era aquella de una sencillez que abrumaba. Estaba a techo descubierto, conteniendo unas paredes de más de diez metros de altura, sin ninguna decoración, flanqueada por las estatuas de cuatro caballeros armados arrodillados y ofreciendo su cabeza en señal de sumisión. En el centro de aquella cámara se hallaba un roble gigantesco que se perdía en el cielo nublado, y del cual caían innumerables gotas de sus ramas y hojas. A los pies del árbol se hallaba un estanque circular, dispuesto de tal forma que la luz de la Luna dibujaba en él, según la posición del astro, una u otra sombra, que lo hacían emular al cuerpo celeste del que recibía la blanquecina luz. En los días de Luna Nueva, por ejemplo, el estanque se sumía en las tinieblas, y en los días de luna llena estaba totalmente iluminado.

-Sumérgete en el estanque, Lúne de Guibrush.

El joven accedió sin pensárselo dos veces, como impulsado por un sentimiento que no podía cambiar, por algo que le negaba razonar. Estaba como hipnotizado pero, por extraño que parezca, sabía en cada momento lo que estaba haciendo y lo que quería hacer. Realmente deseaba sumergirse en aquel agua cristalina en aquel momento bombardeada por la débil y fina lluvia. Y lo hizo. Se sumergió allí dentro desnudándose, tal y como se lo había mandado Agros.

Al instante sintió como si el peso de su cuerpo hubiera dejado de existir, y que, a pesar de estar sumergido en agua, estuviera volando en aquel líquido, bajo una lluvia que ahora le acariciaba sus sueños y desterraba sus miedos y su oscuridad. Sintió mucha felicidad y ambición a la vez. Sintió poder y, sin previo aviso, empezó a reir a carcajadas, nadando por todas las partes del estanque. Se sentía eterno.

-Lúne, ¿Sientes el enorme poder que albergas en tus venas?

El joven lo miró estupefacto, sin dejar de sonreir y de nadar hacia atrás.

-Jamás había sentido nada parecido. Siento como si, con un sólo gesto, pudiera conseguir cualquier cosa. Incluso... - se asustó de oirse a él mismo pronunciar aquello, aunque estaba convencido de ello - Incluso la inmortalidad.

Agros se acercó a él y, desnudándose él también, se sumergió en el estanque lunar, sentándose a su lado. Le sonreía con gran satisfacción, mientras con suavidad le colocó una mano en el hombro.

-Lúne, tienes sangre feérica corriendo por tus venas.

Aquellas palabras resonaron como si, de repente, una espada hubiera atravesado sin piedad un antiguo y precioso tapiz repleto de vivos colores en el que él hubiera estado inmerso. Sus ojos se abrieron poco a poco y paulativamente, mientras que aquel agua estancada que antes le había llevado hasta las simas incomensurables de su ser, en aquellos momentos parecía quemarle. Y es que, a pesar de la sorpresa al haber recibido aquella nueva y la incredulidad que le embargaba, había latentes en las palabras de Agros una dolorosa Verdad que él siempre, en el fondo, había sospechado.

-Entonces...mis visiones, el vacío que siempre sentí, este sentimiento de no sentir que pertenezco a nada que more en este Mundo, el Mundo Espiral... - se limitó a murmurar él, por lo bajo, sintiendo como su boca le temblaba y que se le talaban las palabras.

-Tú mismo tienes que ser el que sea capaz de controlar todo el poder y toda la magia feérica que corre en tu interior, armonizándola con tu parte humana. Si no eres capaz de esto, sufrirás hasta el resto de tu vida - le interrumpió Agros, con el semblante serio y preocupado, pero sin embargo comprensivo y dulce - Lúne - hizo una pausa, atravesándolo con sus ojos oscuros, como si lo que fuera a decir fuera una de las cosas más importantes que iba a escuchar el Joven Aspirante en toda su vida - Quiero que seas mi sucesor y mi mano derecha. Una inminente Guerra se avecina, y el Mundo que conocemos pronto entrará en un inevitable Caos, un Caos que yo he intentado evitar sin éxito. El simple hecho de haber saltado aquella hoguera feérica, te ha convertido en lo que eres y en lo que vas a convertirte, Lúne de Guibrush- añadió el jefe de la Orden, adoptando una sonrisa melancólica y triste.

Lúne, mientras tanto, alzó su mirada hacia aquel anciano y enorme roble que crecía a los pies del estanque y sus ojos se posaron en una planta de muérdago que crecía a varios pies encima de sus cabezas, cerca del suelo, con sus pequeñas bolitas carmesíes meciéndose levemente por efecto del lluvioso viento del que el gran árbol estaba, felizmente, a merced. Se sentía perdido, cómo si su cuerpo no le perteneciera y su mente estuviera vagando por otros derroteros, permanentemente, por otros lugares. Querría huir lejos, en aquellos tiempos de armonía y paz con las Órdenes reinando en Espiral, varios siglos antes de la debacle y del gran azote de los Lamat, antes del Exilio.

-¿Por qué no me lo dijisteis antes? ¿Por qué?...-preguntó, con un hilillo de voz. Hubiera querido gritar, pegárle un puñetazo en el rostro del Archimago, pero sus fuerzas flaqueaban y ya no le quedaba ningún deseo de nada. Sólo deseaba desaparecer para así dejar de sufrir, y así burlar a su nefasto y cruel destino.

Agros le acarició los cabellos de forma paternal y mantuvo aquella leve sonrisa que denotaba mucho pesar en su corazón, pesar por aquel joven que tenía ante él.

-Siempre quise que vivieras una vida normal, Lúne, hasta que llegara el día que no tuvieras más remedio que aceptar tu destino, aunque resulte una carga muy dolorosa y pesada. Yo no he podido hacer nada por mi amado Mundo, a pesar de haber sabido que tarde o temprano los Lamat asolarían Espiral y arrasarían con todo, aprovechándose de la mezquindad del ser humano - hizo una pausa y, mirando hacia el firmamento grisáceo, dejó que su rostro fuera inundado por la lluvia - He cometido graves errores, Lúne, y ahora todo esto me lo van a pagar con una guerra. Pero no tuve otra elección. Esta Fortaleza es la última esperanza, pero pronto desaparecerá bajo la bruma de la muerte y tú debes seguir llevando la antorcha encendida de la esperanza a través de las tinieblas. Mientras viva...¿Me ayudarás a devolver los vínculos perdidos con el Mundo Feérico, pase lo que pase, Lúne de Guibrush?

Lúne sintió como si alguien le hubiera propinado un fuerte golpe en el pecho, dejándolo aturdido y mareado sin que tuviera ninguna razón ni pensamiento en qué apoyarse. Aquellas aguas lunares le impedían levantarse: sus músculos estaban totalmente muertos y, de repente, aquel anciano roble le pareció un horrible augurio de desolación y decadencia. De pronto, no obstante, le vino a la mente la única imagen que aún le mantenía vivo, que aún le hacía arder la sangre, que hasta hacía poco tiempo le había dado una razón por la que luchar y por la que creer: Yume, la sonrisa desenfadada y jovial de Yume. Una lágrima resbaló por su mejilla pero no intentó simularla, al contrario, sus ojos rojizos se clavaron, con intensidad, a los de su interlocutor. En aquel momento pareció como si una pequeña llamita caduca se encendiera durante unos momentos en su interior.

-En este mundo ya no me queda nada, absolutamente nada. ¿Para qué luchar? ¿Para qué aceptar mi destino si ya no me quedan fuerzas ni nada que que valga la pena? El Mundo Espiral me importa una mierda, Agros.

Y la llamita volvió a extinguirse mientras el Archimago miraba fijamente la superfície del estanque.

-Lúne, conozco tu dolor. Se trata de Yume, lo sé - murmuró en un susurró casi inaudible.

En aquella ocasión, siendo la mención de aquel nombre el único hilo que, a punto de romperse, le unía con sus deseos y sus energías, consiguió levantarse y se encaró a Agros de manera profundamente hostil.

-¿Cómo diablos conoces a Yume? ¿Cómo sabes lo mío con ella?

Sin contestar a aquella pregunta de Lúne, el archimago se incorporó y, agarrando al joven con fuerza, lo zarandeó.

-¡Lúne, escúchame! - su mirada estaba repleta de ansiedad y de urgencia - ¡Ya vienen hacia acá! ¡Quieren destruir la Fortaleza y todo lo que ésta representa a sangre y fuego! ¡Lo quise impedir pero ya es demasiado tarde!... Escúchame, Lúne - se relajó y le colocó una mano en el hombro, mirándole con intensidad, como si aquello fuera lo último que le dijera - Si te unes a mí, si aceptas tu poder bebiendo del Cuenco, tus visiones desaparecerán para siempre. Lúne, Yume está confundida, pero sé que te ama, lo sé porque lo reconozco en sus ojos. Pero está conmocionada y aturdida por lo que le hiciste...¡Pero nunca es tarde para luchar! Puedes quedarte de brazos cruzados y saber que la perderás, o intentarlo y no abandonar.

Justo después de decir aquello, ambos escucharon un fuerte y frenético tañido de campanas provinente de la puerta delantera del Templo. Aquel era un tipo de tañido que solo se usaba para indicar una cosa: Un ataque contra el edificio y, de paso, contra la Fortaleza. Ya estaban ahí, fueran quienes fueran.

Agros, sin perder un momento, le ofreció así el cuenco con la mano temblorosa y, mientras lo hacía, desenvainó la espada, preparándose así para salir hacia afuera y hacer frente al enemigo.

-Estos traidores ya están aquí, Lúne. Si se hacen con la Fortaleza todos sus habitantes morirán o serán expulsados fuera de ella a merced de los Lamat. Tu amada Yume y tus padres están en peligro, al igual que todos los míos y todos a los que amo. Debes beberte esto y tu poder se verá, por fín, desatado, junto a la renovación que se ha llevado a cabo con el estanque lunar. ¡Hazlo! - gritó, fuera de sí, mientras le ponía el cuenco relleno de un líquido azul y espeso que reflejaba con claridad la poca luz circundante.

Al verse obligado a bebérselo, Lúne en un acto instintivo lo rechazó con un ademán de su mano derecha y lo miro de forma torba.

-A mí nadie me obliga a beberme nada. Sé que este líquido se trata de una poción prohibida en Espiral. Es un hechizo de vinculación muy peligroso. Pero reconozco que no tengo más opción - calló, observó el cuenco de arcilla y suspiró profundamente, mientras ya afuera se oían los choques entre espadas, el rebuzno de los caballos y los gritos ensordecedores de los guerreros - Lo beberé por Yume y por mi família, nada más.

Entonces, al beberse aquel brebaje de una vez, sintió como si una enorme calidez se extendiera desde su nuca hasta sus pies, devolviéndole el vigor de sus miembros y el colorido de sus mejillas. Era cierto, Agros había tenido razón. Albergaba un gran poder, un poder inmenso, y sentía como si durante todos aquellos años hubiera estado aletargado, hibernando en una tristeza insondable que ahora desaparecía y era substituida por una sonrisa segura y por el relampagueo intenso de sus ojos grises.

Se arrodilló ante Agros.

-De ahora en adelante, por mi fuerza y mi honor, le debo lealtad y seré su mano derecha, mi Señor - alzó los ojos, y una risa maliciosa apareció en sus labios arqueados - Necesitaré una espada, querido Agros.

Tuesday, June 10, 2008

Capítulo 16. El Rito. Parte 1

Lúne se despertó justo al cantar el gallo, como de costumbre, a pesar de su constante insomnio y más durante aquella noche en qué había agarrado una botella de vino de su padre y se la había tomado entera, emborrachándose a solas en el jardín, rodeado de sus dos gatos: Miori, una bonita gata del país de Mitxen negra y blanca, y Kone, un enorme gato de Jatem blanco. Sufría una terrible resaca y se dió cuenta que se había quedado dormido rodeado de los dos felinos, ambos dormidos a su vera, haciéndole compañía, como dos guardianes celosos del tesoro que guardan. Le dolía mucho la cabeza, recordaba sin ningún orgullo que había estado llorando y arrancando plantas en el jardín con las manos, pensando en Yume y enrabietado por tener que asistir a aquella farsa el día siguiente, pero la investidura tenía lugar en tan sólo dos horas y ya no había marcha atrás. Tan sólo sería un mero trámite que no cambiaría para nada su situación. De hecho, su vida era desgraciada ya de por sí, por muchas cosas que ocurrieran. Por eso quizá había decidido aislarse durante un tiempo, y lo que había ocurrido con Yume...le daba la razón.

Tenía que estar solo, pues así no dañaría a nadie más. No podía amar, pues su maldición se extendía a las personas a las que abría el corazón.

Acarició entonces a Miori con suavidad, se desperezó como pudo y abrió la ventana de su cuarto. Para más inri, el día amenazaba tormenta, una de aquellas crueles y violentas tormentas de verano que azotaban aquella región de Espiral de vez en cuando. El viento estaba cargado de malos presagios, de energía negativa que quizá fuera simplemente una sugestión de aquel día grisaceo y oscuro, observando como las cosechas se agitaban armoniosamente con un fuerte viento que silbaba tenebrosamente entre los árboles frutales de su finca.
Entornó los ojos, posando su cabeza entre las manos y los codos a su vez clavados en la repisa de la ventana. El día anterior había prometido seguir luchando, pero el problema era que no le quedaban fuerzas ni deseos para ello. ¿Para qué luchar si todo en su vida terminaba en tragedia?
Entonces, se quitó aquel pijama pintado con lunas negras y estrellas, y se colocó, con hastío y tristeza, la túnica de aprendiz de Varmal, a la cual le tenía un odio visceral. Por culpa de su ambición y de su curiosidad le había sido negada la felicidad y ahora una dura maldición le era impuesta. Solamente tenía ganas de quemar aquella túnica en un fuego que todo lo purificara, junto a todos los sueños que había tenido desde pequeño, cambiándolo solamente por los labios de aquella joven a la que ahora otros labios la protegían, la cuidaban y la entregaban todo lo que él no pudo darle.

Como de costumbre, fue a bañarse con jabón al riachuelo que corría paralelamente a su casa, y al volver encontró ya a sus padres levantados, con una amplia sonrisa en los labios y unos ojos henchidos de orgullo y satisfacción, lo cual hizo el efecto contrario de lo que deseaban: se deprimió aún más.

-Oh, ¡mi querido Lúne ya se hace mayor! - exclamó su madre, al verlo volver del riachuelo con la túnica bordada de ribetes carmesíes, y abrazándolo con efusividad - Serás el orgullo de toda la familia. ¡Estoy tan orgullosa de tí!

La madre de Lúne era una mujer menuda y muy bonita, con el pelo castaño y los ojos grises, llevando unos cabellos cortos y muy bien cuidados. Por supuesto, durante toda su vida había tratado de conseguir que su hijo fuera, digamos, digno de sus padres, y aquel día era el día más importante de su vida, pues les iba a superar en rango y en importancia. Su actitud siempre había sido muy corriente, preocupándose poco de la vida personal de Lúne, al igual que su padre, y más en los progresos que hacía respeto a sus estudios. Iba vestida para la ocasión, de una forma muy elegante, llevando un vestido azul con un generoso escote y una preciosa falda larga y negra que le llevaba a sus pies, adornados en unas sandalias plateadas, que hacían juego con sus ojos. En su cabeza llevaba una diadema de oro.

-Gracias - se limitó a replicar Lúne, distraído, simulando una semi-sonrisa sin querer tampoco decir lo que pensaba al observar la excitación y la felicidad que rezumaba la actitud de su madre. Su padre, al igual que ella, de forma aún más efusiva, le daba cariñosas palmadas en la espalda y alababa a su hijo con sonoros gritos. Al menos ellos estaban alegres, podían sonreir sin ningún atisbo de sombra en sus rostros, y eso no se los iba a arrebatar. Al fín y al cabo, a pesar de ser unos padres despreocupados con su intimidad, jamás se habían portado mal con él y casi siempre habían tenido palabras agradables para él. Eran buenos padres, con el mérito de haber educado a su hijo de la mejor forma que ellos sabían y se merecían un día como aquel y lo iban a tener, aún a costa de tener que actuar con hipocresía.

Un día era un día.

Y, por fín, Lúne, acompañado por sus padres (resultaba curioso ver a su extravagante padre ir vestido de aquella manera tan formal y ceremonial, con una túnica negra con diseños de espirales azules en el torso) se personó ante el enorme y antiquísimo Templo de la Luna Negra, situado en el extremo sur de la Fortaleza, un templo usado por Varmal desde hacía decenas de generaciones, rodeado de espesos bosques de robles y olmos, y del que no se sabía a ciencia cierta el año de su construcción, pues su arquitectura era, se decía, única en Espiral, y se decía que estaba basada en un modelo de construcción que había sido usado en el Mundo Ordinario, en una tierra sagrada y ancestral.
Un alto e imponente muro, llamado Pilonos, marcaba la entrada al Templo por el que se entraba por una enorme puerta abierta de par en par y custodiada por un nutrido grupo de Guardianes con sus lanzas, ataviados para la ocasión con sus armaduras de guerra. En aquel muro estaba dibujada con asombroso detalle una grandiosa y negra serpiente alada que se mordía la cola, en cuyo interior se hallaban dibujos arcanos de diversa índole, como ojos rasgados con dos pupilas, los 3 gatos negros de Varmal, seres feéricos danzando en círculo, hogueras en forma de espiral, árboles enrollando sus ramas entre la piel de la Serpiente y una gran variedad de animales como ciervos, águilas, delfines, lobos y leones, todos ellos pintados en vivos colores, contrastando así con la oscuridad del enorme reptil.
Un pequeño lago sagrado se hallaba ante el templo, teniéndolo que cruzar por encima de tres puentes de distinto color cada uno: blanco, rojo y negro.
Pero lo que más imponía eran los cuatro dibujos que se hallaban en los cuatro puntos cardinales, alrededor de la serpiente. Al Oeste una Luna Menguante, al Este una Luna Creciente, al sur una Luna Llena y, al norte, más grande que las otras, la Luna Negra, que simbolizaba, para Varmal, el Renacimiento.

Un silencio abrumador se extendía por el imponente recinto, solamente quebrado por unos lejanos truenos que retumbaban en las montañas y por el viento que presagiaba una tormenta huracanada. Todo aquello ayudaba a ofrecer un ambiente místico y especial a aquel acontecimiento, por lo cual Lúne, normalmente tranquilo y poco dado a las emociones de aquella índole, no pudo evitar tragar saliva y henchir el pecho, intentando que todo aquello no le impusiera en demasía.
Entonces, desde dentro del templo, vieron salir con paso reposado y noble, a un Sacerdote de la Orden, ataviado en una túnica de color malva y una luna negra en el pecho, rodeada de un aura de límpida luz blanca, la cual simbolizaba el pronto renacer. Era esbelto, tenía la cabeza rapada, y los ojos pintados de color púrpura. Se dirigió directamente al joven, pareciendo como si no reparara en sus padres, los cuales se miraban sorprendidos entre ellos. El sacerdote le colocó una mano en la cabeza y la otra en el corazón y lo miró con ojos graves.

-Lúne de Guibrush de la casa de los Guibrush, ¿Deseas cruzar el umbral? - dijo con voz solemne y ronca.

-Sí, quiero cruzar el umbral, en nombre de los espíritus de mis antepasados - dijo, con frialdad recobrada el joven, de carrerilla.

-Sígueme, entonces, hacia las tinieblas.

Y así, ambos penetraron en el interior del Templo, y la sensación que empezó a invadir el corazón de Lyr a partir de aquel momento fue de una extraña embriaguez, como si todo lo que le abrumaba desde hacía unos días hubiera desaparecido. Flanquearon una sala repleta de columnas, sin ningún atisbo de luz, excepto dos solitarias antorchas que ardían sobre dos de aquellas 36 gigantescas columnas, que hacía entrever la forma de palmera que tenían estas, cubiertas por dibujos de vivos colores que esperaban que la luz del Sol los mostrara en todo su esplendor, sin esperanzas, pues no había ventanas ni aberturas para ello.
Después de aquella travesía prácticamente a ciegas, llegaron a otro gran portal, esta vez cerrado por fuera, decorado con un gigantesco dibujo de un roble que alzaba sus hojas hacia el techo y que resplandecía misteriosamente con una tenue luz que recordaba a la bella y sutil luz de la Luna Llena. Aquello dejó maravillado a Lyres, que ahora sentía como su corazón empezaba a latir con fuerza. Una sensación sublime se apoderó de él y, por primera vez en muchos años, se sentía importante. Él se convertiría, de hecho, en el miembro más joven de la historia de Varmal. Desconocía los motivos que tenían para ello, pero aquello ahora le daba absolutamente igual. Estaba orgulloso de él mismo. Sonrió con excitación cuando empezó a escuchar que el monje, en una especie de mantra, cantaba un antiguo salmo. La ambición volvía a apoderarse de él, como antaño, antes del Desastre.

Rulum omna Andivas Lukum

Después de diez minutos que al joven aspirante le parecieron eternos, las pesadas puertas se abrieron poco a poco, chirriando, extendiéndose dicho sonido con un lúgubre eco por toda la Sala de Columnas. Lúne se estremeció al observar que una luz más diáfana y penetrante se iba filtrando a través de la puerta que se iba abriendo lentamente. Y entonces, entraron en la sala hipóstila, una sala el doble de grande que la Antecámara de las columnas, una sala repleta ahora de Pilares cada uno de una forma vegetal distinta: hayas, olmos, robles, manzanos, encinas, pinos, abetos, castaños, avellanos... Pero lo más impactante era que ahora, gracias a las antorchas esta vez dispuestas en cada una de las 69 columnas, aquello era una auténtica cascadas de colores, cada una de ellas decoradas con distintas imágenes de seres feéricos, todos ellos diferentes formando figuras geométricas, todos cogidos de las manos, rodeados de animales que o bien danzaban con ellos o bien les acechaban. Un fuerte olor a incienso de mirra invadía el corazón del joven y le hacía viajar a lejanas y exóticas tierras que jamás había visitado, guardando en ellas antiguos y misteriosos secretos.
Por otra parte, aquella sala estaba totalmente repleta a rebentar de Guardianes con su armadura, hasta el punto que debía haber aproximadamente 500 de ellos. Mientras el Sacerdote y él pasaban con solemnidad, dirigiéndose ya hacia la Sala del Sueño, la penúltima Sala del Templo, que era la encargada de limpiar el alma y el corazón de viejas heridas para llegar, purificados, a la Sala de la Luna, todos los guardianes en un tono grave y profundo cantaban otro salmo más.

Capítulo 15. Un nuevo color en la oscuridad

La clase de Música y Leyenda era la favorita para la gran mayoría de estudiantes de Fortaleza. Nuán, el jefe del Colegio, era el profesor de aquella asignatura y, en casi todas las clases, aparecía guitarra en mano interpretando alguna canción con una letra que luego entroncaba con Historia o con alguna leyenda. Cuando tenía lugar aquella clase, los jóvenes aprendices actuaban a la inversa de lo que su actitud denotaba normalmente. Se dirigían corriendo hacia la clase corriendo, buscando tener un sitio preferente para poder estar lo más cerca posible del profesor. Sin embargo, Nuán, a pesar de amenizar mucho su asignatura tocando sus propias canciones (algunas de ellas compuestas por él), era severo y muy exigente. En sus clases el silencio, el respeto y la atención hacia sus palabras solían imperar sobre todo lo demás.

Hacía una tarde radiante, las cortinas meciéndose con suavidad y todos en un reverendo silencio, esperando que Nuán entrara en clase de un momento a otro. Solamente unos leves susurros se escuchaban, junto con el murmullo de los árboles en el exterior.

-¿Cómo va a ser la clase de hoy?

-No lo sé, pero las vacaciones están al caer. Que putada...¡A mí me encantaría tenerle cada día!

-Ya te digo. Yo sería incluso capaz de repetir aposta por volverle a tener...

Y así, casi todos mantenían un rostro alegre por la cercanía del verano pero melancólico a la vez, pues sabían que ya no tendrían nunca más aquella asignatura en toda su vida, ni podrían volver a escuchar las sabias y profundas palabras del profesor. Y es que el tiempo está repleto de ironía pero alberga también mucha sabiduría. Estar junto al Profesor les había pasado como un suspiro, pero aún eran demasiado jóvenes para comprender que aquella tristeza en el futuro se convertiría en una sonrisa, en una luz que les guiaría por los caminos inexcrutables del destino, el que cada uno se va forjando día a día. Y es que hay profesores que, misteriosamente, se hacen con el corazón de todos y cada uno de nosotros, sin excepción. Quizá algún conjuro extraño opera en todo ello, un conjuro que ellos sin pretenderlo ni ambicionarlo evocan.

Por fín, con algo de silenciosa poesía en su forma parsimónica de andar, Nuán abrió la puerta con un rostro neutro y aquel brillo característico de su mirada de ojos negros, que denotaba un profundo deseo de difundir algo que ya conocía. Aquello era precisamente lo que fascinaba a los jóvenes. Iba ataviado con una túnica grisácea, unas sandalias de esparto, y sus cálidas y suaves facciones nadaban sobre aquel ambiente de calma y dulzura que previene la llegada del verano. Tenía sus cabellos de color caoba recogidos en una pequeña coleta. Como siempre, con lentitud y seguridad, sacó la guitarra de su funda de cuero y se sentó en un pequeño taburete de madera, rascándose la barbilla, colocándosela sobre su regazo.

-Bien, mis queridos alumnos- dijo, con un tono de voz solemne- No quiero amargaros la existencia y vuestras ricas y joviales vidas con lo que os voy a decir. Pero dentro de pocos días tendrá lugar el exámen final de Música y Leyenda. Recordad que todas las canciones que he interpretado són susceptibles de aparecer en él, así que repasad todos los apuntes. Espero que hayais empezado a repasar, por vuestro bien-añadió, con una media sonrisa y mirándolos a todos con ojos inquisidores y divertidos- Hoy os voy a tocar la última canción, una que compuse yo justo antes de la Guerra, en mi pequeña casa de Täurion. Como siempre, debéis adivinar de qué trata el tema y relacionarlo con alguna leyenda o historia que hemos estado aprendiendo durante el curso.

Súbitamente, con delicado tacto, colocó la guitarra en posición y, después de unos instantes en qué pareció como si pudiera escuchar la melodía antes de ser interpretada con los ojos cerrados y la cabeza ladeada, empezó a tocar unos primeros acordes, ante el deleite de sus jóvenes espectadores. Poco después, su voz apareció tierna y desgarrada a la vez, según la frase que pronunciaba. La letra no era fácil, era críptica, pero de una belleza incomensurable.

- Dejad que la aurora navegue
sobre nuestros nevados corazones
esa aurora dormida que jamás despierta.

La naturaleza del sueño
es como esa palabra silenciosa
sin dueño
que jamás nadie podrá expresar
pues se escapa de nuestras manos.

Restos de un lago
enterrados tierra adentro
que ya ni se acuerdan
del tiempo en qué el agua danzó
en pequeñas corrientes
bajo la Luna.

Alejados, su voz cada vez más tenue
ambos errantes y olvidados
entre nosotros, consuelo de amores
y canciones con melodías de antaño
de un antaño que no tiene memoria.

Pero si unimos nuestras voces
la compuerta se abre
siempre se abre.

Siempre se abre.

Al finalizar la canción, nadie pudo reprimir un aplauso entusiasta ante aquella preciosa canción, de aquella letra luminosa adornada por una melodía de oníricas reminiscencias.

-Bien, no se merecen. Pero ahora, como siempre, tenéis que alzar la mano los que hayais podido entrever en estas lineas algo intrínseco y escondido - Nuán se sentó tras su mesa y entrecruzó sus manos - Adelante, amigos.

Sin duda era una pregunta complicada, pues aquella canción podía llevar a muchísimas interpretaciones. Así pues, nadie alzó la mano... ¿Nadie?

-Lúne, vamos, ilústranos con tu sabiduría - Nuán sabía que Lúne siempre sabía todos los significados de las canciones, al ser un apasionado de su asignatura, aunque su rostro amargo siempre denotara lo contrario. No obstante, le extrañó que no participara, cuando él siempre solía ser el primero que levantaba la mano, aún haciéndolo de forma desapasionada y mecánica - Venga ya, sé que te lo sabes. Vamos.

Pero el joven estaba totalmente ausente de allí, pálido y con los ojos medio en blanco, observando el exterior de la escuela sin observarlo realmente sentado en la zona de atrás, en su sitio habitual. Parecía ni haber oído al profesor Nuán dirigirse hacia él.

- Bien, Lúne, después de clase quiero verte en la Torre Central, en mis aposentos privados. Mientras tanto, seguiremos la clase con normalidad - dijo Nuán, con aparente tranquilidad en su voz - Bien, esta canción está dedicada a la creciente banalidad que yo sentía durante aquellos años tan cercanos a la Caída, y a la pérdida de contacto con nuestra Esencia, con nuestros Creadores, o sea, con el Mundo Feérico. La palabra Aurora es una metáfora de la lejana calidez que... - y así siguió la clase, con todos tomando apuntes menos Lúne, el cual se mantenía con la misma expresión y el mismo gesto, como si su cuerpo se hubiera tornado en escultura de carne y hueso.

Justo después de clase, en la puerta del aula, Nuán se dirigió al joven, el cual ya hacía ademán de marcharse hacia su casa.

-Lúne, ven conmigo a mis aposentos - espetó el profesor, con gesto grave y severo.

-¿Es una orden, eminencia? - preguntó, mirándole de reojo.

-En absoluto.

-Está bien, vendré con usted. Al fín y al cabo, usted es de los pocos que valen la pena de por aquí - contestó el joven, acompañándole ya hacia la salida. Lúne, en el fondo, apreciaba mucho a Nuán, de hecho, muchas veces el profesor le había dado consejos sobre la vida y le había animado en algunas etapas. En su asignatura siempre había sacado sobresalientes, y sus formas de pensar eran muy similares. Por eso, aún con cierta reticencia, aceptó ir con él a sus aposentos, sin más dilación.

Lúne ya había visitado los aposentos del director de la Escuela muchísimas ocasiones, por eso ya ni se emocionó al observar la cantidad ingente de objetos, decorados, cuadros e incluso algunos pajaros cantores en lujosas jaulas, junto con varios palos de incienso encendidos pasando el humo a través de los grandes ventanales abiertos a la salvaje naturaleza que se extendía bajo ellos. Pero ahora no era momento de dejarse embriagar por aquel ambiente de ensueño. Al fín, se sentaron uno ante otro, como hacían normalmente, y Nuán le ofreció una copita de Lera con Líquido de Cristal Ancestral.

-Eso te va a aclarar las ideas, ya que te veo muy confuso y contrariado - dijo Nuán, sirviéndose también a él mismo y dando el primer trago. Una vez ambos estuvieron ya más relajados y dispuestos para una conversación, el hombre arqueó su cuerpo hacia él, interesado y preocupado por la palidez del joven.

-Ya sabes de sobra que puedes confiar en mí, hijo. Cuéntame qué es lo que te sucede, si te ves con voluntad de ello.

Lúne se rascó los cabellos, sin mirar a Nuán de frente, aguantando su dolor tanto como podía. No era pena ni tristeza lo que sentía, sinó una rabia y una ira insondables, tan grandes que le paralizaban y le dejaban inutilizado, sin vida.

-Si te lo cuento me vas a odiar para siempre, estoy convencido - dijo, mirándolo de forma sombría y triste - Y eso yo no quiero que pase, pues eres el único amigo que poseo ahora mismo.

-Cualquier cosa que me cuentes, no interferirá en nuestra amistad - espetó el hombre, dando un tono de tranquilidad en su voz ronca - Confía en mí.

-Bien...¿Recuerdas aquellas dos familias que se fueron de Fortaleza de repente, de la noche a la mañana, alegando que dos hijos suyos habían contraído una extraña enfermedad?

-Lúne, no sigas por ahí, sé la verdadera historia. Por tu bien, dijimos esta mentira piadosa para que no te quedaras solo en el Colegio, para que no te sintieras culpable con ojos acusadores alrededor tuyo. Y también por el bien de tu familia - Nuán le dió una palmadita en la mano y le sonrió con ternura - Tú no tuviste la culpa de nada, fue un accidente, un accidente muy amargo y trágico, pero ya hay que pasar página. La vida fluye.

De repente, Lúne dió un puñetazo en la mesa, se levantó y agarro de la túnica a Nuán, con fuerza.

- ¡Jamás hubiera imaginado esto de ti, jamás! ¿Por qué no me dijiste que lo sabías? ¿Por qué me lo escondiste? ¡¿Por qué?! ¡¿Te crees que soy un maldito idiota?!

Nuán, con agilidad, se desembarazó de él de un tirón y, como si no hubiera ocurrido nada, siguió sentado en su sitio.

-Por tu actitud, observo que algo muy duro te ha sucedido últimamente. Deja de pensar ya en el pasado y cuéntame lo que te sucede. No me enfedaré por mucho que te enojes conmigo. De hecho, entiendo tu reacción - dijo, de nuevo entrecruzando sus manos y observándolo con calma.

El joven se sentó de nuevo y enrojeció, agarrándose con dureza las rodillas.

-Perdóname, Nuán. Aunque me duela, sé que hiciste lo que era mejor para mí, aunque realmente yo me siga sintiendo culpable por dentro. Eso jamás se me borrará del corazón, es una tristeza superior a cualquier otra fuerza del mundo. Pero...te confesaré cual es el orígen de mi dolor - el muchacho, por fín, devolvió la mirada al profesor, con los ojos ligeramente hinchados, unos ojos que se resistían al llanto - La semana pasada me enamoré de una chica, me enamoré en una sola noche. Las cosas fueron muy deprisa, nos besamos bajo la lluvia, en el bosque, acostados en el suelo. Y, de repente, tuve otra maldita visión - al pronunciar la palabra "visión" enterró la cara entre sus manos, con desesperación, y siguió hablando - ¡Era un Lamat, un jodido Lamat que abría las fauces para comerme! ¡Sabía que era una puta visión! Pero no pude hacer nada para evitar mi reacción ante ella, y, a pesar de saber que el monstruo feérico era ella, la agarré por el cuello y estuve a punto de ahogarla. Y, acto seguido, huyó de mí, llorando y gritando auxilio...y todo en el día de su cumpleaños.

Nuán suspiró, acongojado, al observar la mirada desesperada del joven, una mirada que ya había roto el hielo que la había retenido en su prisión impregnada de impasibilidad invernal. Dos lágrimas resbalaron por las mejillas de Lúne y este, evitando que su mentor lo viera, se levantó y fue hacia uno de los ventales, al cual le pegó una fuerte patada que apunto estuvo de romper el cristal.

-¡Mierda! ¡¿Por qué?! ¿Por qué diablos escondisteis que yo los había matado? - Lúne se giró hacia Nuán, con los ojos rojos de ira y tristeza - Nuán...yo...llegué a tener esperanzas...y yo hubiera preferido no tenerlas jamás, pues eran esperanzas vanas, falsas - dicho esto se acercó al profesor, que restaba con la mirada gacha en su silla - ¡Y ahora estoy jodidamente enamorado y ella me odiará para siempre! ¡¿Cómo voy a soportar esta tristeza?! ¡Dímelo!

-Lúne, tú siempre fuiste un rebelde, siempre quisiste romper las reglas y crearte tu propio rumbo - replicó Nuán, con un tono de voz suave y lleno de comprensión, como si le entendiera a la perfección - Y por mucho que te dijeran que tuvieras precaución, que no cruzarás el umbral, lo hiciste. Y eso tiene sus consecuencias, y tú mismo te las has buscado. El Mundo Feérico tiene sus propias leyes y no se puede entrar ahí sin conocimiento. Tú hiciste un pacto con ellos, de manera inconsciente, yendo en contra de todo lo que se te había enseñado aquí.

Lúne se sentó de nuevo y lo miró con ojos chispeantes y rabiosos, como un lobo en cautividad.

-Por mucho dolor que me haya producido esto, jamás cambiaré, jamás. No como tú, que te vendiste a Varmal, a una orden que odiabas, solo para salvar el pellejo.

-Lúne - dijo, resentido, pero sin elevar su tenue tono de voz - Cuando crezcas entenderás que a veces el deber se impone a tus sentimientos. Aprenderás a pensar por los demás y no solamente por tí mismo. Tú hiciste daño a aquella joven sabiendo que tus visiones podían hacerla daño, pero seguiste adelante.

El joven apretó sus dos puños y frunció el ceño con cierta violencia, sin dejar de mirar a su interlocutor.

-No pienso renunciar al amor - dijo, entre dientes - No sabes hasta qué punto la soledad me ha marchitado, y no fuí consciente de ello hasta que la conocí...La necesito, Nuán, jamás creí que oiría esto de mi propia voz, pero la necesito, la amo, deseo abrazarla, cuidarla, escuchar su risa, su llanto, sus pataletas, necesito sentir su bella y resplandeciente vitalidad...

Nuán sonrió y, al notar que su semblante se tornaba más frágil y expuesto, le acarició los cabellos con fragilidad y ternura.

-No conozco el orígen exacto de estas visiones, Lúne, pero te digo una cosa. Tú eres fuerte, puedes controlarlas, convivir con ellas. Es lo único que te queda. Sigue luchando por lo que sientes, no abandones tan deprisa. Una lucha que no se empieza ya está perdida, y ahora así como estás ya no tienes nada que perder. Solamente te queda pelear, y sé que tú tienes coraje, valor y nobleza. No como yo...-añadió, con una sonrisa melancólica - Pero, espera, tengo una cosa para tí.

El profesor se levantó con pesadez de su silla, como si estuviera soportando una pesada carga, y fue medio encorvado hacia un estante lleno de hierbas medicinales, pócimas, unguentos y piedras con propiedades mágicas y esotéricas. Al cabo de un rato, en el que estuvo rastreando aquel mar de botellines, finalmente escogió uno con un color ligeramente anaranjado, y lo colocó encima de la mesa, ante la mirada abatida del joven.

-Esto te dará poder para controlar tus visiones, es una pócima indicada para tratar casos de alucinaciones severas. Su efecto es tan fuerte que solamente debes tomarla cada vez que te asalte una visión que seas incapaz de controlar por tí mismo. Solamente te las mitigará, ¿De acuerdo?

Lúne, sin mediar una sola palabra más, recogió el botellín y se lo introdujo bajo su negra túnica ahora adornada con ribetes carmesíes, lo que indicaba que era un aspirante a miembro de Varmal. Entonces vió que Nuán le guiñaba un ojo, y que, sin embargo, se le veía deprimido, alicaído e incapaz de sonreir con franqueza. Eso le partió el corazón y, por fín, no pudo evitar romper a llorar y abrazarse a su profesor. Sus lágrimas le empaparon el pecho.

-Gracias... - susurró, con la voz quebrada.

Lúne, entonces, ligeramente esperanzado por las últimas palabras de su profesor y apretando aquella pócima que le había dado contra su pecho, se dirigió ya hacia su casa, dispuesto ya a no pensar en nada más que no fuera en la ceremonia que el día siguiente le esperaba, para convertirse en miembro de la Orden de Varmal. No estaba especialmente ilusionado ante aquella perspectiva, pero era la única opción que tenía dentro de aquella infecta Fortaleza para poder aspirar a algo en su vida... ¿A algo? ¿A qué algo? No sabía ni a qué aspiraba. Quizá desde dentro podría intentar cambiar a Varmal y darle a la Orden algo del sentido ancestral y natural que había perdido con los siglos, pero no era nada fácil. Y, además, ahora no era momento para pensar en aquello, pues solamente quería llegar a casa, leer un libro, cenar y acostarse pronto. Desde que ocurrió aquel terrible hecho con Yume, apenas dormía y sentía cómo sus fuerzas y su energía flaquearan progresivamente, día a día. Sí, necesitaba descansar y clarificar sus ideas.

Pero Yume...otra vez Yume aparecía en sus pensamientos, y era totalmente incapaz de quitársela de su cabeza, de borrarla, y hubiera deseado con todo su corazón que jamás la hubiera conocido. Su muralla de impasibilidad ya restaba derruida y amenazaba con convertirse en unas ruinas llenas de musgo recordando un pasado de seguridad, de nobleza y de integridad. Ya nada era lo mismo pues incluso había llorado ante su preciado profesor Nuán. Le hubiera encantado ir a su casa para pedirle perdón, para decirle lo mucho que lo sentía y que había estrangulado a una visión, aunque fuera ella la que lo recibiera. ¿Pero le hubiera creído? No, sín duda creería que él estaba loco, que era un joven solitario emocionalmente inestable.

-No debo verla nunca más, Lúne, nunca más jamás - se decía para sus adentros, pero la palabra "jamás" le avasallaba con un dolor en el pecho que casi le hacía caer de bruces, mareado y conmocionado por su dureza. Tenía que haber una solución...

Y sucedió que, mientras se dirigía hacia su casa, situada al Este, bastante cerca del Colegio y justo al principio de las extensiones dónde se situaban las casas de campo reservadas para los residentes de Fortaleza, escuchó unas risas tras unos matorrales, ahí dónde solían reunirse los jóvenes, en un extenso prado abierto siempre a las estrellas y situado casi en el centro de la Fortaleza. Lúne lo conocía bien y, de hecho, solía andar por aquella zona para así recordar hechos de su pasado que le eran preciados, unos de aquellos pocos que le quedaban en sus recuerdos y que aún le permitían evadirse. Se asomó, pues, tras las bajas ramas de un fresno, desde el qué podía ver con claridad quien se hallaba dentro del prado en aquellos momentos del atardecer. Y, con terror, observó algo que le dejó petrificado, muerto en vida, sin habla y frío como la escarcha: era Yume que, abrazada a un tuno vestido con su pomposo traje, la besaba, sin parar de recitarle algunas canciones picantes que conocía. Y las risas eran sinceras, juguetonas, traviesas, repletas de una felicidad superficial, alejada de cualquier preocupación.

Lúne quiso dejarse caer, resbalando por el fresno, pues las fuerzas se le habían agotado por completo, su mente se había bloqueado, y no le quedaban sentimientos ni para llorar, ni para la rabia ni la ira. Oscuridad, solo eso, una tremenda oscuridad y un vacío tan profundo y tan insondable que no encontraba fondo alguno: era eterno. Pero, como un autómata, con el rostro aún desencajado por el golpe de haber visto a su...Yume, besarse con un extraño, siguió andando, dejando atrás aquel prado por el que nunca volvería a pasar en su vida. Ya todo había terminado, ya nada tenía sentido, no había nada por lo que creer, nada, absolutamente nada. Nadie en quien confiar, nadie que le comprendiera, que le escuchara...ni siquiera Nuán, pese a ser un hombre de gran corazón, ni siquiera él...y no sabía decir por qué sentía aquello.

Llegó finalmente a casa, andando despacio por los caminos embarrados, por inercia. Abrió con sutileza la verja y le vinieron a recibir sus dos grandes perros: Kuit y Oria. Los acarició con ternura e inmediatamente se encaminó hacia la entrada principal de la casa. La casa tenía una forma bastante curiosa: tenía forma de rombo; en un lado del rombo estaban las habitaciones y los baños, y en el otro lado la sala de estar, el estudio de sus padres y la cocina. La casa parecía sencilla desde el exterior, pues era de piedra y culminada por un techo puntiagudo con decoración austera, repleto de enredaderas florecidas. En el centro de la casa, en la intersección del rombo, estaba situado el Observatorio, en dónde Lúne se pasaba noches enteras estudiando las estrellas y el cosmos.
Entró entonces en casa, sin avisar y sin saludar, dispuesto a marcharse directamente al Observatorio, que no era más que un pequeño jardín repleto de macetas y de arbustos salvajes. Pero su padre acababa de salir justamente de su estudio para dirigirse ya al dormitorio, dónde ya dormía su madre, que era una mujer muy ordenada, pulcra y de costumbres, acostumbrada a irse a dormir justo cuando ya se había puesto el Sol. Su padre era delgado, lucía un portentoso bigote y una barba mal arreglada, y vestía ropa descolorida. Sin embargo, su aspecto era jovial y extrovertido.

-¡Lúne! ¿Y esa cara? ¿Qué sucede? Oh, se me olvidaba - su padre, aún reconociendo su estado, se empeñaba solamente en hablar de lo suyo, como de costumbre - Tienes que venir a mi estudio, he hecho un borrador de mi próximo cuadro que te va a encantar. Se llama "Lujuria feérica".

-Necesito estar solo. Adios -respondió, cortante, el joven, dando la espalda a su progenitor y dirigiéndose al pequeño jardín de la casa-rombo.

-Bueno, el día que estés de buen humor (quizá habré muerto ya cuando eso pase) te pasas por mi estudio y le echas un vistazo. Buenas noches.

Justo al entrar al Observatorio, se tumbó en su amaca de cañas y le echó un vistazo a la carta astronómica que iba perfeccionando poco a poco, gracias a un rudimentario telescopio de espejos. Pero fue mirarla, pasar su vista a las estrellas y, sin pretenderlo, vió en ellas aquella sonrisa de Yume, sus cabellos mojados bajo la lluvia, que eran como mojados cañaverales rodeados de flores acuáticas. Quería desaparecer, ser uno con el cosmos, dejar de sufrir, acabar con aquella condena. Entonces recordó las palabras de su maestro, de Nuán, que le vinieron a la mente mezcladas con aquellos recuerdos...

Luchar, es lo único que te queda

Capítulo 14. ¡Larga vida!

Después de haberlo guiado por espacio de unas pocas millas, al fín Melack y Lothan ascendieron una gran loma verde de una considerable altura hasta que llegaron a una extensa cima que se extendía como un gran prado rodeado de rocas que marcaban el inicio del descenso. Allí, unos jardines se hallaban justo en el centro, plantados con mucha hermosura y delicadeza, y retozando con su colorido bajo el Sol del mediodía. La espesura de los jardines escondían lo que estos guardaban en su interior y, por lo que podía escuchar, unas ténues voces se alzaban sobre el ínfimo viento, pero sin duda eran casi inaudibles. Pese a ello, una vez se internaron entre las madreselvas y siemprevivas, entre otras plantas y árboles, el enano empezó a escuchar entrechocar de armas, galopar de caballos, risas, cantos y gritos bélicos.

¿¡Qué diablos estaba pasando ahí atrás?!

Llegaron entonces, por un camino muy bien cuidado y empedrado, a un rojizo y pequeño puente que sorteaba un sonoro riachuelo. Al cruzar el riachuelo, solamente fue preciso pasar bajo unos pocos árboles más y llegaron, al fín, a una gran plaza central contruida de mármol y repleta de tiendas de colores. Lothan no podía dar crédito a lo que veía: ¡Cientos de hombres y mujeres se agrupaban alrededor de aquella superficie blanca como el marfil! Iban ataviados con armaduras, escudos, lanzas, arcos y flechas, jabalinas, entrenando y luchando entre ellos; y algunos se batían sobre caballos realizando justas en la parte anterior del gran patio con lanzas diseñadas con espirales de diferentes colores y formas.

-¿Qué significa todo esto? ¿De dónde diablos ha salido toda esta gente? - preguntó Lothan, mirando a Melack con los ojos abiertos como platos.

Melack se echó a reir, sin detener su paso, que ahora se dirigía hacia un sitial de piedra situado justo en el centro de la plaza, al que se accedía por unos altos escalones.

-Querido Lothan, llevamos cinco años esperando este momento, cinco años consiguiendo que mucha gente de Varmal abra los ojos. Estoy contento al observar tu sorpresa. Sin duda, significa que las cosas marchan bien - Melack, mientras hablaba, no parecía el mismo Melack que regentaba la posada. Su porte rezumaba una seguridad contagiosa hasta el punto de afectarle al propio Lothan. Entonces, una vez el archimago empezó a subir las escaleras, un increible clamor de jubilosos aplausos, silbidos y alabanzas se alzó sobre aquella gran planicie. Todos los congregados fueron lanzando sus armas al suelo uno a uno, como rindiendole pleitesía a la antigua usanza.

-¡Larga vida a Espiral! ¡Larga vida al mundo Feérico!

-¡Larga vida a Varmal y a las Órdenes!

Los jinetes, que ahora habían parado de batirse en justas, alzaban sus caballos sobre sus dos patas y gritaban alabanzas hacia Melack y hacia la libertad de Espiral. Aquel era un ambiente que emocionó mucho a Lothan, y que ya le iba despejando todas las dudas que tenía ante aquella secta que había nacido en el seno de Varmal. ¿Y si...no andaban tan desencaminados? Con su vista intentó encontrar a su amada, con agitación y sintiéndo que su corazón se regocijaba ante aquella explosión de coraje, de jovialidad, de honor y de lealtad; pero al estar todos tan apretados, no consiguió encontrarla entre la multitud. Pero estaba convencido que ella vendría hacia él en cualquier momento.

-¡Gracias a todos! - al escucharse la voz de aquel hombre, el silencio se impuso de forma casi inmediata y todos observaron al archimago con atención, con los rostros iluminados por el fragor de una cercana batalla. El interlocutor estaba de pie sobre el sitial, y su rostro se había tornado grave y serio, como si quisiera apaciaguar aquellos ánimos.

- ¡Yna! Aquí, como siempre, nos volvemos a encontrar y somos uno sólo de nuevo, un solo grito al viento en esta colina en dónde, antaño, los seres feéricos celebraban sus festividades y compartían sus sagrados alimentos, danzas, canciones y oníricas historias con nosotros, los humanos. Pero esos tiempos ya pasaron. Ahora solamente un silencio inquieto se extiende sobre nosotros. Como ya sabéis, la humanidad en el mundo Espiral corre un grave peligro, del que nadie es consciente excepto nosotros. Durante estas últimas semanas, a pesar del gran riesgo que esto en mi salud supone, he usado toda mi magia al límite y he mantenido reuniones herméticas con seres feéricos, los cuales ya rehúsan mantener contacto con nosotros en Espiral. Ahora mismo están reunidos en un cónclave, y es casi seguro que llegarán a un acuerdo de expulsión de la humanidad hacia el Mundo Ordinario por segunda vez en nuestra historia - un leve murmullo de desaprobación se extendió entre los presentes y Melack, apaciguándolos con unos gestos, siguió hablando con aquella voz profunda - Como todos sabéis, Agros, con su ruín corazón, junto con la corrupción de las Órdenes que pueblan Espiral encabezada por Wail, está desencadenando un segundo Exilio. Si esto ocurre, hermanos, al ser nosotros sus sueños, ¡Desapareceremos! - Melack propinó un fuerte puñetazo contra el respaldo del sitial - ¡Y todo por el hambre de poder, por la invasión de los Lamat y por la enorme traición y el tremendo homicidio de Agros! ¡Debemos volver a recuperar la esencia de las Órdenes Originales en Espiral para volver a tener contactos con el mundo feérico, como en los tiempos de antaño, cuando nuestra unión nos traía días de Ensueño, felicidad, armonía y amor! ¿Y cómo vamos a hacerlo?

Una voz varonil y airada se alzó sobre todas las demás.

- ¡Luchando por la esencia de Espiral! ¡Viva la humanidad y los feéricos, juntos de nuevo!

- ¡Viva! - contestó toda la multitud, en un grito uniforme.

- Bien dicho, Astaris. Hermanos, creo que ya estamos suficientemente preparados para pasar a la ofensiva. Si no lo hacemos ahora, ya no habrá vuelta atrás y nos despojarán de este, nuestro Mundo. ¡Ya basta de vivir en una farsa! ¡Basta de asentir y de seguir obedeciendo! ¡Ha llegado la hora de decidir por nosotros mismos nuestro futuro, que no es otro que devolver el ser humano a sus vínculos perdidos con la naturaleza y con los que nos soñaron! - el rostro del posadero era irreconocible, pues su rostro estaba congestionado por la emoción y la ira - ¡Mañana atacaremos! ¡Mañana venceremos!

Entonces todos, a la vez, como si hubieran obedecido a un mismo pensamiento, recogieron de nuevo las armas que habían lanzado al suelo y, volviéndolas a empuñar, las alzaron al cielo en un gran griterío bélico.

- ¡Espiral! ¡Espiral! ¡Espiral!

Lothan se frotaba los ojos para cercionarse que todo aquello estaba sucediendo de verdad. ¿¡Mañana!? ¿¡Atacar mañana?! No, aquello no era posible. O estaban locos, o algo muy grave de lo que él durante muchos años no se había percatado estaba sucediendo. Tuvo que sentarse en el suelo y llevarse las manos a la cabeza. Ya no estaba tan seguro que aquello fuera una locura...¿Había estado viviendo en una mentira, engañado, vejado y despreciado por su Señor al que siempre le había debido lealtad?

El archimago volvió a pedir calma para poder seguir con su discurso, pero ahora ya no era tan fácil pedir silencio. Unos murmullos excitados se sucedían por doquier, y algunos rehusaban bajar sus armas, que mantenían al aire con una sonrisa y unos ojos repletos de hambre de gloria y de libertad.

-Mañana atacaremos en el momento más oportuno. Ellos siguen siendo más que nosotros, pues las redes de Agros siguen siendo muy fuertes, pero nosotros tenemos a favor el factor sorpresa. Parte de la infantería atacará por la parte delantera del Gran Palacio, mientras se lleva a cabo la ceremonia de adhesion a Varmal de Lúne. Mientras tanto, el resto de infantería quedareis agazapados en el bosque y también la caballería. Cuando veáis que la lucha da comienzo, vosotros atacareis por los flancos, rodeando al enemigo. Aunque sean más, caerán como moscas, os lo aseguro. No se esperan tal ofensiva - al escuchar de nuevo vítores, con un gesto de impaciencia mandó de nuevo callar a aquellos apasionados guerreros - ¡Recordad! ¡Lúne debe ser secuestrado...con vida! Por motivos que aún desconocemos, Agros está tratando de manipularle y de convertirlo en su brazo derecho, aplicándole conjuros que pueden arruinar su vida y la de muchos. ¡Mañana todos nos reuniremos en secreto en la Cabaña del Vigía, no quiero errores ni pasos en falso! ¿Entendido?

Un Sí rotundo se personó entre aquellas vistosas tiendas, un Sí victorioso.

- Y ahora, sin más dilación os presento a uno de nuestros nuevos miembros, que, aunque aún no se ha decidido a dar el paso, debéis ayudarle a ello con vuestra amabilidad y vuestros buenos y bravos corazones - se produjo un nuevo silencio y, de repente, señaló al enano con la mano, de una manera que rozaba la reverencia - ¡Hermanos! ¡Con nosotros tenemos a Lothan! ¡Al gran artista e intelectual Lothan Lewick! ¡Recibidle como se merece!

¿Cómo? ¿Qué pintaba él allí? ¿Para qué diablos les era útil? Mientras se intentaba hacer más preguntas, de repente, los que le rodeaban lo cogieron en volandas y se lo llevaron hacia el sitial dónde estaba sentado Melack, el cual, discretamente, bajó las escaleras y se retiró. Justo después, el desconcertado enano ya se hallaba sentado en aquel alto sitial, desde dónde podía observar la colina en toda su inmensidad y la marea de guerreros y guerreras que poblaban la planicie y lo miraban con interés y lanzándole gritos de apoyo.

-¡Lothan! ¡Que hable Lothan! - era uno de los gritos más usados.

En una veintena de años, jamás se había sentido tan querido. Había pasado aquellos cinco últimos años totalmente apartado, marginado en un bosque sin hacer nada más que ir, de vez en cuando, a la Cabaña del Vigía, o a dar paseos aburridos por los bosques que le rodeaban. Sí, Agros le había vejado y le había retirado, como a un mueble viejo el cual no sabes dónde colocar. En el fondo siempre había sabido que Agros le había rechazado, porque dentro de la Fortaleza, por alguna razón que a él se le escapaba, ya no le era útil. Ya nunca más había vuelto a escribir, a pintar y a indagar sobre la historia y mitos de Espiral. Todo aquello se había desvanecido, era una luz menguante que iba apagándose e iba trocándose con la noche más oscura. Estaba desapareciendo y él lo había aceptado. En cambio allí, incomprensiblemente, fuera por la razón que fuera, era muy querido. Entonces, sin querer, esbozó una sonrisa y se aclaró la garganta.

- Sinceramente, aún no sé exactamente en qué puedo ser yo útil para ustedes. Sólo quiero deciros unas cuantas cosas que tengo en mente desde hace unos días - el enano balanceaba los pies, nervioso, y se rascaba la barbilla, buscando las palabras más apropiadas - Que he estado desperdiciando mi vida en una Órden a la que creía el estandarte de la Libertad y del Conocimiento. Durante toda mi vida mi mayor objetivo ha sido volver a los tiempos de antaño, cuando los feéricos y nosotros nos dábamos la mano y no pensábamos en diferencias, en guerras ni en divisiones. Y...- carrespeó- he comprendido que la orden de Varmal solamente busca lo mismo que los demás: poder. Quiero daros las gracias por haberme abierto los ojos, y por hacer que vuelva a confiar en algo, en tener fe por algo y en querer luchar y morir por algo - al pronunciar aquel "algo", entre la multitud vió de repente como unos ojos violeta, llameantes, se hallaban clavados en los suyos, con una enorme satisfacción y un amor desbordante. Era Ella. Sí, aquello por lo que luchar, aquello que le había hecho volver a confiar, a creer y a soñar.

Un aplauso entusiasta se extendió por todo, y otra vez, las espadas, las lanzas y los arcos se alzaron sobre las cabezas. La gente coreaba su nombre, pues todos sabían lo importante que era que un personaje de aquella talla, olvidado por la falsa Orden, les apoyara y se involucrara en el nuevo Varmal.

Melack, acto seguido, se colocó, subiendo al estrado, a su lado y le abrazó con dulzura y con una gran sonrisa de oreja a oreja.

- Declaro a Lothan Lewick, bajo juramento de sangre, que a partir de este día se convertirá en el Consejero de Varmal, llamado simbólicamente Druida, recordando aquellos desaparecidos sabios del Mundo Ordinario que siguieron creyendo en el Retorno. ¿Estáis de acuerdo con el nombramiento?

Todos estallaron en aplausos y en un gran júbilo, y así, no hizo falta sondear la opinión de los presentes.

- ¡El enano más virtuoso de Espiral! - gritó uno, arrancando carcajadas de todos los que le rodeaban.

- Entonces procedo a este Juramento - al decir aquello, Melack se sacó una daga de dentro de su túnica y se abrió una pequeña herida en la muñeca. Hecho aquello, extendió su sangre sobre el cabello del enano - ¡Lothan es nuestro nuevo Druida! ¡Viva Lothan el Druida, viva Varmal y viva Espiral!

El enano, en un acto reflejo, alzó los brazos con gran regocijo, recibiendo una vociferante ovación. Aquel había sido el día más feliz de su vida.

Capítulo 13. El lobo

Lothan hizo lo que aquel misterioso hombre encapuchado le había dicho que hiciera, con amenazas de muerte incluidas si osaba revelar a alguien la fórmula secreta del conjuro. Así pues, justo a aquellas altas horas de la madrugada, arropado por un inquieto silencio solamente quebrado por el ruido de unos lejanos grillos, colocó una trémula mano sobre la roca verde y estriada que le había descrito aquel anónimo personaje, bajo un gran álamo a tres kilómetros de dónde él tenía su aburrido y rutinario puesto de vigilancia. Cerró los ojos, no sin antes pensar si lo que estaba haciendo era el error más grande de su vida, pero al hacerlo, le vino a la mente aquellos preciosos ojos magenta de la joven de la cual aún no sabía el nombre, aquella voz de túrbia miel, más misteriosa que el misterio mismo, y su dulzura. Valdría la pena volver a verla, sí, tenía que verla de nuevo, bajo el precio que fuera. Aquella era su última oportunidad de ser feliz.

Empezó, entonces, a recitar la fórmula mágica, con un tono de voz seguro y ansioso.

Yore Varmal Fost
Ank tyru Lua
Ore Ruma Wost
Varmal Entulah

Otra vez aquel desagradable Paso.

Empezó a dar vueltas sobre si mismo, como si fuera arrastrado por un viento implacable. Pero aquella vez no se sintió flotando sobre una especie de Nada grisácea, por suerte, sinó que directamente notó como si su cuerpo, de forma un tanto extraña, se expandiera en millones de átomos independientes hasta perder su consciencia individual, y luego al cabo de un tiempo volviera a reunirse una vez se encontró de nuevo en tierra, una tierra fría y yerma bajo su cuerpo. Sin sufrir ninguna secuela, solamente una especie confusión, como si hubiera despertado de un molesto y largo sueño, abrió los ojos.

¡Era de día y por la mañana!

El Sol brillaba recién aparecido, aún dibujando en el cielo esos tonos violetas y carmesíes que anuncian el fín de las tinieblas. Se incorporó sobresaltado al observar que había ido a parar a un lugar muy diferente al que él se esperaba, aunque no tenía una noción muy clara de lo que había imaginado encontrarse. El enano sostenía una mirada sorprendida, moviendo la cabeza de un lado a otro absorto con aquel paisaje, desconocido para él, que se le representaba con todo su sencillo esplendor. Bajas colinas se alzaban a semejanza de túmulos aquí y allá, por doquier, cubiertas de verde hierba con grandes prados extendiéndose a su alrededor besados en ocasiones por riachuelos que, de repente, desaparecían en el interior de reducidos bosques de árboles jóvenes y vigorosos, todos frutales: cerezos, manzanos, perales, naranjos, limoneros, ciruelos...dispuestos todos en un orden natural, o sea, en un desorden armónico propio de una naturaleza jamás o raramente hollada por el ser humano. El viento arrancaba de la mojada hierba, acariciada por el rocío, y de los árboles una melodía indescriptible en forma de dulces aromas y fragancias todas distintas que llegaban juntas pintando todas ellas un color nuevo que reflejaba aquel horizonte de esmeraldas vivas y brillantes.

De repente, como si hubiera despertado súbitamente de un gozoso sueño del que jamás querría despertar, una mano, con cierta brusquedad, se posó sobre uno de sus hombros, desde atrás. Lothan se giró hacia atrás de un sólo impulso, sobresaltado.

Era Ella, la melodía principal, la melodía más bella que le faltaba a aquella canción. Al observar sus ojos magenta, los cuales brillaban ahora con un misterioso fulgor, se levantó como un resorte y su corazón empezó a bombear frenéticamente volviendo así a su inquieto presente cubierto por la fascinación, alejado ya de toda dicha natural. Sin embargo, las palabras de la joven se le aparecieron duras y frías, hiriéndole como si se trataran de cuchillos de hielo.

-Lothan, te has retrasado mucho - dijo, con sequedad - El Archimago lleva esperándote mucho tiempo. Tienes suerte que se trata de un hombre paciente y de gran corazón.

El enano intentó serenarse ante aquella chica, ante aquella Yrissi de porte airado y orgulloso.

-¿Archimago? No sabía que la traición hacia la Orden hubiera llegado tan lejos - exclamó, intentando disfrazar sus nervios, su inseguridad, con una voz engolada muy forzada.

-Esto no te incumbe, ni te incumbirá hasta que no poseas la confianza del Archimago y de todos los miembros de Varmal Auténtico - respondió, procurando un especial énfasis a la palabra "Auténtico".

Acto seguido, de forma elegante y altiva, la joven empezó a caminar en dirección contraria a él sin dirigirle una sola mirada.

-Sígueme, tienes algo que hacer antes de poder entrar en Palacio.

¿En Palacio? Aquello era lo último que esperaba escuchar. ¿Tan importante era aquella secta como para tener en su posesión un palacio, aunque fuera creado con la magia de un archimago?
No daba crédito a aquellas palabras, por mucho que vinieran de la mujer que amaba, cuya actitud difería tanto de aquella que adoptó cuando estuvieron juntos durante la fiesta que había llegado a plantearse si se trataba de una hermana gemela. Sin embargo prefirió seguirla en silencio, tratando de alcanzarla, pues aquella, pese a ser bastante baja, andaba a grandes zancadas y a él, lógicamente, a causa de su anormal condición física, le era muy complicado seguir su ritmo por culpa de sus cortas y torcidas piernecillas.

Al fín llegaron a uno de aquellos pintorescos bosquecillos formados por un gran abanico casi inabarcable de árboles frutales, pudiendo casi saborear con su paladar el jugo de la fruta madura que colgaba, con majestad, de las delgadas ramas. Poco tiempo después llegaron a un diminuto lago, el cual estaba rodeado de todos aquellos árboles. Justo en el medio de éste estaba situada una isla rocosa sobre la cual se había colocado una rústica y humilde mesa con dos sillas, una de ellas ocupada por un voluptuoso individuo encapuchado, ataviado con una túnica color verde oscuro y con una máscara de negra madera que representaba el rostro de un lobo con las fauces abiertas y feroces. La joven paró de andar al fín, habiendo llegado ya a la pedregosa orilla. El silencio era casi absoluto, pues no se escuchaba el trino de ningún pájaro y prácticamente no soplaba el viento. Solamente el leve fluir del agua acariciando con suavidad la costa y las rocas de la isla era audible. Mientras tanto, la joven miraba a Lothan con una indiferencia y un gélido aplomo tal que ya le hería de una forma insoportable.

-Dirígete a la isla. Nuestro Señor te está esperando. Os dejo solos.

Dicho esto dió media vuelta y ya hacía ademán de marcharse cuando el enano, sin poder reprimirse más, la agarró por una mano.

- Dijiste que jamás volverías a rechazarme - dijo, con una mirada repleta de desconcierto - Y no solamente eso, sinó que encima ahora me tratas como a un simple desconocido.

La muchacha frunció ligeramente el ceño y quedó algo pensativa, como si de repente hubiera recordado algo importante. Pronto volvió en sí.

-Ahora no es el momento para esas cosas, Lothan - replicó, con una dulce sonrisa - Ya tendremos tiempo para estar solos. Solos...tu y yo.

Al pronunciar aquellas palabras acarició el rojizo pelo del enano y, acto seguido, desapareció en el interior del bosquecillo, a grandes zancadas pero manteniendo siempre una forma de andar muy femenina y arrogante a la vez.
Lothan suspiró aliviado y sintió el calor del cariño ascender nuevamente hacia su pecho. ¡Seguía sintiendo lo mismo por él! ¡Le había acariciado el pelo! De pronto llegó a la conclusión que, solo por aquella sonrisa, había valido la pena realizar aquella locura, pues, por ella, hubiera hecho cualquier cosa, solo por ella. Su mirada, pues, se posó sobre la isla y observó como aquel misterioso personaje se hallaba erguido sobre una roca haciéndole señales con la mano derecha, invitándole a reunirse con él en la isla. Miró, entonces, a su alrededor y no, no había ninguna embarcación por los alrededores...¿Significaba aquello que se vería obligado a llegar a la isla a nado?
Por desgracia, aquello creía y, viendo como aquella figura le seguía haciendo ademanes de ir hacia él, no tuvo más remedio que sumergirse en el agua, y, por suerte, la profundidad del lago no llegaba a un metro. Así pues, a pesar de su corta estatura, pudo alcanzar la rocosa isla sin necesidad de nadar, yendo a pie, aunque por otro lado se había mojado sus ropas casi por completo. El enmascarado, pues, le hizo un cortés ademán para que compartiera mesa con él y, con una extraña calma que le abrumaba, Lothan se sentó ante él y cruzó los brazos esperando que el individuo de la horrenda máscara empezara a hablar. Aún no conocía la razón de por qué había sido llevado hasta allí, pero el solo recuerdo de la mujer que había amado desde la primera vez que la vió en la fiesta le dió coraje y seguridad ante aquella incómoda e imponente situación.

-Seguramente desconoces el por qué estás aquí, mi querido Lothan - dijo el extraño, con un tono de voz jovial y profundo a la vez - Nuestro único objetivo es el de liberar a Varmal del poder y de la mediocridad.

¿Quien era aquel hombre, si se trataba de un archimago de Varmal? Si así fuera, tendría que conocerlo por fuerza y, no obstante, su voz no le era nada familiar. En el rostro del enano, sin querer, cruzó una expresión de sorpresa y de desconfianza que aquel hombre debió captar a la perfección. Entonces, éste echó su cuerpo hacia adelante y le observó bajo aquella siniestra máscara de madera.

- Tu desconfianza es una reacción natural, tranquilo. Hasta este punto ha llegado la falsedad, el deshonor y la innobleza sobre el Mundo Espiral - espetó, con un hablar relajado y amargo - Bien, Lothan, concretemos algo las cosas. Prueba a decir "Traicionaré a mi señor Agros", con toda la convicción de la que seas capaz.

Lothan lo miró extrañado, levemente enojado.

-¿Por qué debería pronunciar estas palabras?

El hombre soltó una graciosa y desenfadada carcajada bajo su máscara.

-No te pido que le traiciones, solamente te ruego que pronuncies esta frase en voz alta y con convicción. Lógicamente eres libre de hacerlo o no.

El enano reflexionó durante unos instantes, pensando si tras aquello se albergaba una trampa o alguna artimaña sucia, planeada por el supuesto archimago. Pero ya que había llegado hasta allí por el amor incondicional que sentía por aquella mujer, no podía echarse atrás. Sin duda, él traicionaría a quien fuera con tal de conseguir el amor de la joven. Así pues, con seguridad y teniendo en mente a su Yrissi, empezó a entonar aquellas palabras.
Y fue justo terminar de pronunciar aquella frase cuando Lothan, de repente, sintió una agresiva punzada en el corazón, como si una daga se hubiera clavado sin contemplaciones en su pequeño pecho. Entonces, semi-inconsciente, cayó redondo al suelo y empezó a vomitar sangre con violencia cortándose su respiración de súbito, sintiendo como se ahogaba. Se le había paralizado el cuerpo y ahora se debatía en unos horribles espasmos. Iba a morir, y solamente imágenes deshechas, sin ningún sentido, se sucedían por su mente, nublándose su visión paulativamente y derramando unas pocas lágrimas que aún eran conscientes de todas las oportunidades que había perdido en su vida, por las que ahora no podría volver a luchar para recuperarlas.

No quería morir ahora, era joven, no podía morir...

Una copa, entonces, fué introducida en sus labios, a la fuerza, por una mano firme y robusta, y un líquido ardiente y espeso bajó por su garganta con lentitud. Su cuerpo le pedía vomitar aquella substancia horrorosa, pero algo le decía que aquella era su única tabla de salvación. Tenía que soportarlo, resistir a las necesidades de su estómago.

Y, por fín, después de treinta infernales segundos, pudo de nuevo respirar y sintió como aquel dolor insoportable que había sentido en el corazón, como si este se encogiera sobre sí mismo y se negara así a bombear, se le alivió por completo, en unos pequeños instantes. Su visión volvió a clarificarse y al notar que podía volver a moverse y que, excepto un pequeño mareo que le azotaba, volvía a sentirse bien, empezó a llorar de felicidad sin pensar en nada más que el hecho de volver a sentirse vivo, de haber burlado la muerte. El individuo de la máscara de lobo, el cual ahora le agarraba de la espalda y lo volvía a incorporar en su silla, se sentó ante él y empezó a hablarle con gravedad y una extraña calma, como si no hubiera pasado nada sobre la pequeña isla.

- Deja de llorar y escúchame, de lo contrario me veré obligado a matarte - aquellas duras palabras, pronunciadas con sequedad, tuvieron un efecto mágico. El enano, temblando aún por la emoción, contuvo sus lágrimas y le empezó a escuchar con atención - Recuerdas el rito por el que un futuro miembro de Varmal tiene que pasar para convertirse en uno de facto. ¿Cierto?

- S...Sí.

- ¿Recuerdas que hace 20 años, cuando Agros se convirtió en el gran maestro de la Orden, cambió las frases históricas que debe pronunciar cada archimago de Varmal colocando sus manos en la frente del aspirante, con el consentimiento de todo el Consejo, alegando que contenían un error histórico que tú mismo documentaste en uno de tus libros? - Al observar que, con una mirada confusa, Lothan asentía con rapidez, el hombre prosiguió, con un tono de voz casi burlesco - Todo eso era mentira. Se trata de un conjuro mortal que evita que cualquier miembro de Varmal se rebele contra su Señor y contra el Consejo y así le traicione. Poco a poco va tejiendo una maraña de miedo dentro del cuerpo del Miembro hasta que éste, a no ser que su voluntad sea de hierro como es, y así lo esperaba, tu caso, llega a ser totalmente incapaz de albergar pensamientos contrarios a los intereses de Agros y de sus archimagos - hizo una pausa, que a Lothan le pareció eterna - ¿Sorprendido?

- N....no es posible... - Lothan le miraba incrédulo, aún mareado por el efecto de aquel viscoso líquido que aún se revolvía en su estómago - Este tipo de conjuros están terminantemente prohibidos en el Mundo Espiral. Los seres feéricos...

El hombre enmascarado rió, resonando su risa de forma sombría bajo aquel temible rostro de lobo.

- ¿Los Seres Feéricos qué? ¿Evitarán que desaparezcamos de Espiral después de cómo les pagamos a ellos su hospitalidad y la piedad de volvernos a albergar en el mundo original que fué creado por ellos, para nosotros? Eres un ingenuo, Lothan. Desconozco cómo llegó Agros a conocer dicho conjuro, que luego fué incorporado bajo un supuesto antiguo cántico de Varmal, manipulando sutilmente la historia - al decir esto se levantó y con los brazos tras su espalda, observó los bosques que se alzaban rodeando el pequeño lago y su voz se tornó distante y melancólica - No me cabe duda que, por tus profundos conocimientos, conoces el nombre de dicho conjuro, Lothan.

El aludido se rascó la cabeza, reflexionando aún cuando se sentía bajo una enorme presión y una angustia que le era imposible controlar. Su mirada, hasta aquel entonces inquieta, se tornó en una expresión de terror.

- S...sí. A...Antes que Agros accediera al poder, recuerdo que...estuvimos estudiando los antiguos conjuros denominados "Conjuros de Vacío", mejor conocidos como...co...conjuros mortales. Recuerdo que este se llama... Muïlus, y sólo puede ser usado por alguien que... - se negaba a terminar de recordar lo que había aprendido siendo un joven estudiante, pero se obligó a sí mismo a ser fiel con sus pensamientos, y más ante aquella figura intimidatoria - por alguien que haya pactado con Féericos Oscuros como los La...Lam... - no pudo terminar, enterrando sus manos en su rostro sudoroso y colapsado.

- Sí, Lothan, los Lamat. ¡Buena memoria la tuya! Efectivamente, Agros ha hecho un pacto con los Lamat para así conseguir subyugar toda Espiral bajo su mando, y en eso estamos totalmente convencidos. Lo que no llegamos a sacar en claro es el por qué de este pacto. Pero, sin duda, a cambio de algo que no sabemos, Agros ha conseguido ciertos poderes que a un simple mortal le són vedados - suspiró, con una especie de sonido gutural - ¿Y qué ganan los Lamat con todo esto? Nosotros creemos que, sencillamente, han convertido a Agros en un títere, usándolo como trampolín para echarnos a todos, de nuevo, hacia el Exilio. Seguramente Agros cree que los Lamat piensan que Varmal es la única Órden que tiene derecho a permanecer en Espiral, pero de lo que no se da cuenta es que, habiendo actuado de esta forma, ha caído en su propia trampa: él mismo ha acelerado el Caos en Espiral, que puede servir a los Lamat para expulsarnos a todos. ¿Entiendes ahora?

- Pero eso no tiene sentido - contestó Lothan, ya un poco más relajado - Los Lamat una vez penetran en Espiral, no pueden volver al Mundo Feérico. No les interesaría pactar con uno de ellos si, total, no pueden volver a su mundo original. Y si eso fuera cierto, podrían haber atacado ellos sin necesidad de usar a Agros, puesto que casi todas las Órdenes ya están suficientemente corruptas.

- Tú mismo lo has dicho: casi todas - hizo énfasis en la palabra "casi" con un tono de voz repleto de sorna - Varmal es, era, la única Órden que seguía funcionando de la misma formal que en sus orígenes, la única que no se había visto salpicada por el afán del poder. Pero con Agros... - soltó una pequeña y amarga carcajada - Pero ya basta de hablar, tengo la boca seca y por mucho que te siga contando cosas quizá, y con lógica, no te lo vas a creer, aunque existan evidencias tan palpables como aquel Conjuro que casi acaba con tu vida. Así pues...creo que ya va siendo hora de presentarme - De repente, el hombre se quitó, con rapidez, aquella pesada máscara de madera.

El rostro de Melack era sonriente, sus pequeños ojos brillantes y serenos, y sus brazos extendidos haciendo ademán de abrazar a su interlocutor. Lothan no pudo reprimir un grito de sorpresa.

- ¡Viejo amigo! ¡Soy feliz de ver que me reconoces! ¡Se te echa tanto de menos en la Cabaña...!