Tuesday, June 10, 2008

Capítulo 15. Un nuevo color en la oscuridad

La clase de Música y Leyenda era la favorita para la gran mayoría de estudiantes de Fortaleza. Nuán, el jefe del Colegio, era el profesor de aquella asignatura y, en casi todas las clases, aparecía guitarra en mano interpretando alguna canción con una letra que luego entroncaba con Historia o con alguna leyenda. Cuando tenía lugar aquella clase, los jóvenes aprendices actuaban a la inversa de lo que su actitud denotaba normalmente. Se dirigían corriendo hacia la clase corriendo, buscando tener un sitio preferente para poder estar lo más cerca posible del profesor. Sin embargo, Nuán, a pesar de amenizar mucho su asignatura tocando sus propias canciones (algunas de ellas compuestas por él), era severo y muy exigente. En sus clases el silencio, el respeto y la atención hacia sus palabras solían imperar sobre todo lo demás.

Hacía una tarde radiante, las cortinas meciéndose con suavidad y todos en un reverendo silencio, esperando que Nuán entrara en clase de un momento a otro. Solamente unos leves susurros se escuchaban, junto con el murmullo de los árboles en el exterior.

-¿Cómo va a ser la clase de hoy?

-No lo sé, pero las vacaciones están al caer. Que putada...¡A mí me encantaría tenerle cada día!

-Ya te digo. Yo sería incluso capaz de repetir aposta por volverle a tener...

Y así, casi todos mantenían un rostro alegre por la cercanía del verano pero melancólico a la vez, pues sabían que ya no tendrían nunca más aquella asignatura en toda su vida, ni podrían volver a escuchar las sabias y profundas palabras del profesor. Y es que el tiempo está repleto de ironía pero alberga también mucha sabiduría. Estar junto al Profesor les había pasado como un suspiro, pero aún eran demasiado jóvenes para comprender que aquella tristeza en el futuro se convertiría en una sonrisa, en una luz que les guiaría por los caminos inexcrutables del destino, el que cada uno se va forjando día a día. Y es que hay profesores que, misteriosamente, se hacen con el corazón de todos y cada uno de nosotros, sin excepción. Quizá algún conjuro extraño opera en todo ello, un conjuro que ellos sin pretenderlo ni ambicionarlo evocan.

Por fín, con algo de silenciosa poesía en su forma parsimónica de andar, Nuán abrió la puerta con un rostro neutro y aquel brillo característico de su mirada de ojos negros, que denotaba un profundo deseo de difundir algo que ya conocía. Aquello era precisamente lo que fascinaba a los jóvenes. Iba ataviado con una túnica grisácea, unas sandalias de esparto, y sus cálidas y suaves facciones nadaban sobre aquel ambiente de calma y dulzura que previene la llegada del verano. Tenía sus cabellos de color caoba recogidos en una pequeña coleta. Como siempre, con lentitud y seguridad, sacó la guitarra de su funda de cuero y se sentó en un pequeño taburete de madera, rascándose la barbilla, colocándosela sobre su regazo.

-Bien, mis queridos alumnos- dijo, con un tono de voz solemne- No quiero amargaros la existencia y vuestras ricas y joviales vidas con lo que os voy a decir. Pero dentro de pocos días tendrá lugar el exámen final de Música y Leyenda. Recordad que todas las canciones que he interpretado són susceptibles de aparecer en él, así que repasad todos los apuntes. Espero que hayais empezado a repasar, por vuestro bien-añadió, con una media sonrisa y mirándolos a todos con ojos inquisidores y divertidos- Hoy os voy a tocar la última canción, una que compuse yo justo antes de la Guerra, en mi pequeña casa de Täurion. Como siempre, debéis adivinar de qué trata el tema y relacionarlo con alguna leyenda o historia que hemos estado aprendiendo durante el curso.

Súbitamente, con delicado tacto, colocó la guitarra en posición y, después de unos instantes en qué pareció como si pudiera escuchar la melodía antes de ser interpretada con los ojos cerrados y la cabeza ladeada, empezó a tocar unos primeros acordes, ante el deleite de sus jóvenes espectadores. Poco después, su voz apareció tierna y desgarrada a la vez, según la frase que pronunciaba. La letra no era fácil, era críptica, pero de una belleza incomensurable.

- Dejad que la aurora navegue
sobre nuestros nevados corazones
esa aurora dormida que jamás despierta.

La naturaleza del sueño
es como esa palabra silenciosa
sin dueño
que jamás nadie podrá expresar
pues se escapa de nuestras manos.

Restos de un lago
enterrados tierra adentro
que ya ni se acuerdan
del tiempo en qué el agua danzó
en pequeñas corrientes
bajo la Luna.

Alejados, su voz cada vez más tenue
ambos errantes y olvidados
entre nosotros, consuelo de amores
y canciones con melodías de antaño
de un antaño que no tiene memoria.

Pero si unimos nuestras voces
la compuerta se abre
siempre se abre.

Siempre se abre.

Al finalizar la canción, nadie pudo reprimir un aplauso entusiasta ante aquella preciosa canción, de aquella letra luminosa adornada por una melodía de oníricas reminiscencias.

-Bien, no se merecen. Pero ahora, como siempre, tenéis que alzar la mano los que hayais podido entrever en estas lineas algo intrínseco y escondido - Nuán se sentó tras su mesa y entrecruzó sus manos - Adelante, amigos.

Sin duda era una pregunta complicada, pues aquella canción podía llevar a muchísimas interpretaciones. Así pues, nadie alzó la mano... ¿Nadie?

-Lúne, vamos, ilústranos con tu sabiduría - Nuán sabía que Lúne siempre sabía todos los significados de las canciones, al ser un apasionado de su asignatura, aunque su rostro amargo siempre denotara lo contrario. No obstante, le extrañó que no participara, cuando él siempre solía ser el primero que levantaba la mano, aún haciéndolo de forma desapasionada y mecánica - Venga ya, sé que te lo sabes. Vamos.

Pero el joven estaba totalmente ausente de allí, pálido y con los ojos medio en blanco, observando el exterior de la escuela sin observarlo realmente sentado en la zona de atrás, en su sitio habitual. Parecía ni haber oído al profesor Nuán dirigirse hacia él.

- Bien, Lúne, después de clase quiero verte en la Torre Central, en mis aposentos privados. Mientras tanto, seguiremos la clase con normalidad - dijo Nuán, con aparente tranquilidad en su voz - Bien, esta canción está dedicada a la creciente banalidad que yo sentía durante aquellos años tan cercanos a la Caída, y a la pérdida de contacto con nuestra Esencia, con nuestros Creadores, o sea, con el Mundo Feérico. La palabra Aurora es una metáfora de la lejana calidez que... - y así siguió la clase, con todos tomando apuntes menos Lúne, el cual se mantenía con la misma expresión y el mismo gesto, como si su cuerpo se hubiera tornado en escultura de carne y hueso.

Justo después de clase, en la puerta del aula, Nuán se dirigió al joven, el cual ya hacía ademán de marcharse hacia su casa.

-Lúne, ven conmigo a mis aposentos - espetó el profesor, con gesto grave y severo.

-¿Es una orden, eminencia? - preguntó, mirándole de reojo.

-En absoluto.

-Está bien, vendré con usted. Al fín y al cabo, usted es de los pocos que valen la pena de por aquí - contestó el joven, acompañándole ya hacia la salida. Lúne, en el fondo, apreciaba mucho a Nuán, de hecho, muchas veces el profesor le había dado consejos sobre la vida y le había animado en algunas etapas. En su asignatura siempre había sacado sobresalientes, y sus formas de pensar eran muy similares. Por eso, aún con cierta reticencia, aceptó ir con él a sus aposentos, sin más dilación.

Lúne ya había visitado los aposentos del director de la Escuela muchísimas ocasiones, por eso ya ni se emocionó al observar la cantidad ingente de objetos, decorados, cuadros e incluso algunos pajaros cantores en lujosas jaulas, junto con varios palos de incienso encendidos pasando el humo a través de los grandes ventanales abiertos a la salvaje naturaleza que se extendía bajo ellos. Pero ahora no era momento de dejarse embriagar por aquel ambiente de ensueño. Al fín, se sentaron uno ante otro, como hacían normalmente, y Nuán le ofreció una copita de Lera con Líquido de Cristal Ancestral.

-Eso te va a aclarar las ideas, ya que te veo muy confuso y contrariado - dijo Nuán, sirviéndose también a él mismo y dando el primer trago. Una vez ambos estuvieron ya más relajados y dispuestos para una conversación, el hombre arqueó su cuerpo hacia él, interesado y preocupado por la palidez del joven.

-Ya sabes de sobra que puedes confiar en mí, hijo. Cuéntame qué es lo que te sucede, si te ves con voluntad de ello.

Lúne se rascó los cabellos, sin mirar a Nuán de frente, aguantando su dolor tanto como podía. No era pena ni tristeza lo que sentía, sinó una rabia y una ira insondables, tan grandes que le paralizaban y le dejaban inutilizado, sin vida.

-Si te lo cuento me vas a odiar para siempre, estoy convencido - dijo, mirándolo de forma sombría y triste - Y eso yo no quiero que pase, pues eres el único amigo que poseo ahora mismo.

-Cualquier cosa que me cuentes, no interferirá en nuestra amistad - espetó el hombre, dando un tono de tranquilidad en su voz ronca - Confía en mí.

-Bien...¿Recuerdas aquellas dos familias que se fueron de Fortaleza de repente, de la noche a la mañana, alegando que dos hijos suyos habían contraído una extraña enfermedad?

-Lúne, no sigas por ahí, sé la verdadera historia. Por tu bien, dijimos esta mentira piadosa para que no te quedaras solo en el Colegio, para que no te sintieras culpable con ojos acusadores alrededor tuyo. Y también por el bien de tu familia - Nuán le dió una palmadita en la mano y le sonrió con ternura - Tú no tuviste la culpa de nada, fue un accidente, un accidente muy amargo y trágico, pero ya hay que pasar página. La vida fluye.

De repente, Lúne dió un puñetazo en la mesa, se levantó y agarro de la túnica a Nuán, con fuerza.

- ¡Jamás hubiera imaginado esto de ti, jamás! ¿Por qué no me dijiste que lo sabías? ¿Por qué me lo escondiste? ¡¿Por qué?! ¡¿Te crees que soy un maldito idiota?!

Nuán, con agilidad, se desembarazó de él de un tirón y, como si no hubiera ocurrido nada, siguió sentado en su sitio.

-Por tu actitud, observo que algo muy duro te ha sucedido últimamente. Deja de pensar ya en el pasado y cuéntame lo que te sucede. No me enfedaré por mucho que te enojes conmigo. De hecho, entiendo tu reacción - dijo, de nuevo entrecruzando sus manos y observándolo con calma.

El joven se sentó de nuevo y enrojeció, agarrándose con dureza las rodillas.

-Perdóname, Nuán. Aunque me duela, sé que hiciste lo que era mejor para mí, aunque realmente yo me siga sintiendo culpable por dentro. Eso jamás se me borrará del corazón, es una tristeza superior a cualquier otra fuerza del mundo. Pero...te confesaré cual es el orígen de mi dolor - el muchacho, por fín, devolvió la mirada al profesor, con los ojos ligeramente hinchados, unos ojos que se resistían al llanto - La semana pasada me enamoré de una chica, me enamoré en una sola noche. Las cosas fueron muy deprisa, nos besamos bajo la lluvia, en el bosque, acostados en el suelo. Y, de repente, tuve otra maldita visión - al pronunciar la palabra "visión" enterró la cara entre sus manos, con desesperación, y siguió hablando - ¡Era un Lamat, un jodido Lamat que abría las fauces para comerme! ¡Sabía que era una puta visión! Pero no pude hacer nada para evitar mi reacción ante ella, y, a pesar de saber que el monstruo feérico era ella, la agarré por el cuello y estuve a punto de ahogarla. Y, acto seguido, huyó de mí, llorando y gritando auxilio...y todo en el día de su cumpleaños.

Nuán suspiró, acongojado, al observar la mirada desesperada del joven, una mirada que ya había roto el hielo que la había retenido en su prisión impregnada de impasibilidad invernal. Dos lágrimas resbalaron por las mejillas de Lúne y este, evitando que su mentor lo viera, se levantó y fue hacia uno de los ventales, al cual le pegó una fuerte patada que apunto estuvo de romper el cristal.

-¡Mierda! ¡¿Por qué?! ¿Por qué diablos escondisteis que yo los había matado? - Lúne se giró hacia Nuán, con los ojos rojos de ira y tristeza - Nuán...yo...llegué a tener esperanzas...y yo hubiera preferido no tenerlas jamás, pues eran esperanzas vanas, falsas - dicho esto se acercó al profesor, que restaba con la mirada gacha en su silla - ¡Y ahora estoy jodidamente enamorado y ella me odiará para siempre! ¡¿Cómo voy a soportar esta tristeza?! ¡Dímelo!

-Lúne, tú siempre fuiste un rebelde, siempre quisiste romper las reglas y crearte tu propio rumbo - replicó Nuán, con un tono de voz suave y lleno de comprensión, como si le entendiera a la perfección - Y por mucho que te dijeran que tuvieras precaución, que no cruzarás el umbral, lo hiciste. Y eso tiene sus consecuencias, y tú mismo te las has buscado. El Mundo Feérico tiene sus propias leyes y no se puede entrar ahí sin conocimiento. Tú hiciste un pacto con ellos, de manera inconsciente, yendo en contra de todo lo que se te había enseñado aquí.

Lúne se sentó de nuevo y lo miró con ojos chispeantes y rabiosos, como un lobo en cautividad.

-Por mucho dolor que me haya producido esto, jamás cambiaré, jamás. No como tú, que te vendiste a Varmal, a una orden que odiabas, solo para salvar el pellejo.

-Lúne - dijo, resentido, pero sin elevar su tenue tono de voz - Cuando crezcas entenderás que a veces el deber se impone a tus sentimientos. Aprenderás a pensar por los demás y no solamente por tí mismo. Tú hiciste daño a aquella joven sabiendo que tus visiones podían hacerla daño, pero seguiste adelante.

El joven apretó sus dos puños y frunció el ceño con cierta violencia, sin dejar de mirar a su interlocutor.

-No pienso renunciar al amor - dijo, entre dientes - No sabes hasta qué punto la soledad me ha marchitado, y no fuí consciente de ello hasta que la conocí...La necesito, Nuán, jamás creí que oiría esto de mi propia voz, pero la necesito, la amo, deseo abrazarla, cuidarla, escuchar su risa, su llanto, sus pataletas, necesito sentir su bella y resplandeciente vitalidad...

Nuán sonrió y, al notar que su semblante se tornaba más frágil y expuesto, le acarició los cabellos con fragilidad y ternura.

-No conozco el orígen exacto de estas visiones, Lúne, pero te digo una cosa. Tú eres fuerte, puedes controlarlas, convivir con ellas. Es lo único que te queda. Sigue luchando por lo que sientes, no abandones tan deprisa. Una lucha que no se empieza ya está perdida, y ahora así como estás ya no tienes nada que perder. Solamente te queda pelear, y sé que tú tienes coraje, valor y nobleza. No como yo...-añadió, con una sonrisa melancólica - Pero, espera, tengo una cosa para tí.

El profesor se levantó con pesadez de su silla, como si estuviera soportando una pesada carga, y fue medio encorvado hacia un estante lleno de hierbas medicinales, pócimas, unguentos y piedras con propiedades mágicas y esotéricas. Al cabo de un rato, en el que estuvo rastreando aquel mar de botellines, finalmente escogió uno con un color ligeramente anaranjado, y lo colocó encima de la mesa, ante la mirada abatida del joven.

-Esto te dará poder para controlar tus visiones, es una pócima indicada para tratar casos de alucinaciones severas. Su efecto es tan fuerte que solamente debes tomarla cada vez que te asalte una visión que seas incapaz de controlar por tí mismo. Solamente te las mitigará, ¿De acuerdo?

Lúne, sin mediar una sola palabra más, recogió el botellín y se lo introdujo bajo su negra túnica ahora adornada con ribetes carmesíes, lo que indicaba que era un aspirante a miembro de Varmal. Entonces vió que Nuán le guiñaba un ojo, y que, sin embargo, se le veía deprimido, alicaído e incapaz de sonreir con franqueza. Eso le partió el corazón y, por fín, no pudo evitar romper a llorar y abrazarse a su profesor. Sus lágrimas le empaparon el pecho.

-Gracias... - susurró, con la voz quebrada.

Lúne, entonces, ligeramente esperanzado por las últimas palabras de su profesor y apretando aquella pócima que le había dado contra su pecho, se dirigió ya hacia su casa, dispuesto ya a no pensar en nada más que no fuera en la ceremonia que el día siguiente le esperaba, para convertirse en miembro de la Orden de Varmal. No estaba especialmente ilusionado ante aquella perspectiva, pero era la única opción que tenía dentro de aquella infecta Fortaleza para poder aspirar a algo en su vida... ¿A algo? ¿A qué algo? No sabía ni a qué aspiraba. Quizá desde dentro podría intentar cambiar a Varmal y darle a la Orden algo del sentido ancestral y natural que había perdido con los siglos, pero no era nada fácil. Y, además, ahora no era momento para pensar en aquello, pues solamente quería llegar a casa, leer un libro, cenar y acostarse pronto. Desde que ocurrió aquel terrible hecho con Yume, apenas dormía y sentía cómo sus fuerzas y su energía flaquearan progresivamente, día a día. Sí, necesitaba descansar y clarificar sus ideas.

Pero Yume...otra vez Yume aparecía en sus pensamientos, y era totalmente incapaz de quitársela de su cabeza, de borrarla, y hubiera deseado con todo su corazón que jamás la hubiera conocido. Su muralla de impasibilidad ya restaba derruida y amenazaba con convertirse en unas ruinas llenas de musgo recordando un pasado de seguridad, de nobleza y de integridad. Ya nada era lo mismo pues incluso había llorado ante su preciado profesor Nuán. Le hubiera encantado ir a su casa para pedirle perdón, para decirle lo mucho que lo sentía y que había estrangulado a una visión, aunque fuera ella la que lo recibiera. ¿Pero le hubiera creído? No, sín duda creería que él estaba loco, que era un joven solitario emocionalmente inestable.

-No debo verla nunca más, Lúne, nunca más jamás - se decía para sus adentros, pero la palabra "jamás" le avasallaba con un dolor en el pecho que casi le hacía caer de bruces, mareado y conmocionado por su dureza. Tenía que haber una solución...

Y sucedió que, mientras se dirigía hacia su casa, situada al Este, bastante cerca del Colegio y justo al principio de las extensiones dónde se situaban las casas de campo reservadas para los residentes de Fortaleza, escuchó unas risas tras unos matorrales, ahí dónde solían reunirse los jóvenes, en un extenso prado abierto siempre a las estrellas y situado casi en el centro de la Fortaleza. Lúne lo conocía bien y, de hecho, solía andar por aquella zona para así recordar hechos de su pasado que le eran preciados, unos de aquellos pocos que le quedaban en sus recuerdos y que aún le permitían evadirse. Se asomó, pues, tras las bajas ramas de un fresno, desde el qué podía ver con claridad quien se hallaba dentro del prado en aquellos momentos del atardecer. Y, con terror, observó algo que le dejó petrificado, muerto en vida, sin habla y frío como la escarcha: era Yume que, abrazada a un tuno vestido con su pomposo traje, la besaba, sin parar de recitarle algunas canciones picantes que conocía. Y las risas eran sinceras, juguetonas, traviesas, repletas de una felicidad superficial, alejada de cualquier preocupación.

Lúne quiso dejarse caer, resbalando por el fresno, pues las fuerzas se le habían agotado por completo, su mente se había bloqueado, y no le quedaban sentimientos ni para llorar, ni para la rabia ni la ira. Oscuridad, solo eso, una tremenda oscuridad y un vacío tan profundo y tan insondable que no encontraba fondo alguno: era eterno. Pero, como un autómata, con el rostro aún desencajado por el golpe de haber visto a su...Yume, besarse con un extraño, siguió andando, dejando atrás aquel prado por el que nunca volvería a pasar en su vida. Ya todo había terminado, ya nada tenía sentido, no había nada por lo que creer, nada, absolutamente nada. Nadie en quien confiar, nadie que le comprendiera, que le escuchara...ni siquiera Nuán, pese a ser un hombre de gran corazón, ni siquiera él...y no sabía decir por qué sentía aquello.

Llegó finalmente a casa, andando despacio por los caminos embarrados, por inercia. Abrió con sutileza la verja y le vinieron a recibir sus dos grandes perros: Kuit y Oria. Los acarició con ternura e inmediatamente se encaminó hacia la entrada principal de la casa. La casa tenía una forma bastante curiosa: tenía forma de rombo; en un lado del rombo estaban las habitaciones y los baños, y en el otro lado la sala de estar, el estudio de sus padres y la cocina. La casa parecía sencilla desde el exterior, pues era de piedra y culminada por un techo puntiagudo con decoración austera, repleto de enredaderas florecidas. En el centro de la casa, en la intersección del rombo, estaba situado el Observatorio, en dónde Lúne se pasaba noches enteras estudiando las estrellas y el cosmos.
Entró entonces en casa, sin avisar y sin saludar, dispuesto a marcharse directamente al Observatorio, que no era más que un pequeño jardín repleto de macetas y de arbustos salvajes. Pero su padre acababa de salir justamente de su estudio para dirigirse ya al dormitorio, dónde ya dormía su madre, que era una mujer muy ordenada, pulcra y de costumbres, acostumbrada a irse a dormir justo cuando ya se había puesto el Sol. Su padre era delgado, lucía un portentoso bigote y una barba mal arreglada, y vestía ropa descolorida. Sin embargo, su aspecto era jovial y extrovertido.

-¡Lúne! ¿Y esa cara? ¿Qué sucede? Oh, se me olvidaba - su padre, aún reconociendo su estado, se empeñaba solamente en hablar de lo suyo, como de costumbre - Tienes que venir a mi estudio, he hecho un borrador de mi próximo cuadro que te va a encantar. Se llama "Lujuria feérica".

-Necesito estar solo. Adios -respondió, cortante, el joven, dando la espalda a su progenitor y dirigiéndose al pequeño jardín de la casa-rombo.

-Bueno, el día que estés de buen humor (quizá habré muerto ya cuando eso pase) te pasas por mi estudio y le echas un vistazo. Buenas noches.

Justo al entrar al Observatorio, se tumbó en su amaca de cañas y le echó un vistazo a la carta astronómica que iba perfeccionando poco a poco, gracias a un rudimentario telescopio de espejos. Pero fue mirarla, pasar su vista a las estrellas y, sin pretenderlo, vió en ellas aquella sonrisa de Yume, sus cabellos mojados bajo la lluvia, que eran como mojados cañaverales rodeados de flores acuáticas. Quería desaparecer, ser uno con el cosmos, dejar de sufrir, acabar con aquella condena. Entonces recordó las palabras de su maestro, de Nuán, que le vinieron a la mente mezcladas con aquellos recuerdos...

Luchar, es lo único que te queda

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