Saturday, June 14, 2008

Capítulo 16. El Rito. Parte 2

El estandarte de Varmal, aunque en aquel momento Lúne estaba tan absorto en el salmo que ni reparó en ello, estaba ligeramente cambiado de lo que solía ser normalmente: una serpiente enroscada en sí misma, sacando la lengua viperina y rodeada de flores negras y al mismo tiempo rodeando a 3 gatos negros. En cambio, los estandartes allí presentes, colgando de aquellas columnas en forma de palmera e iluminados por las numerosas antorchas que ahora restaban encendidas, contenían una imagen diferente y sobrecogedora: aparecían dos fieros y enormes leones con las fauces abiertas y amenazantes custiodiando a la serpiente ensangrentada y mal herida, pero con la cabeza levantada y el porte digno.

Pero Lúne parecía estar bajo la influencia de un conjuro... ¿Lo estaba realmente? Solamente esa pregunta apareció en sus pensamientos para irse tan pronto como llegó a su mente. Mientras tanto seguían andando a través de la Sala Hipóstila hasta que, por fín, cruzaron el umbral que los llevaba a la Sala del Sueño, una cámara de pequeño tamaño pero finamente decorada en el techo con piedras preciosas que colgaban en racimos, haciendo recordar diferentes variedades de frutos: los rubíes emulaban las ciruelas, las amatistas las uvas, las esmeraldas verdes nueces, los lapislázulis los bellos frutos del mirto y los azabaches los negros frutos de las rosáceas. Todos colgaban por finos hilos de plata, decorados con espirales. Por unas aberturas excavadas en los cuatro puntos cardinales de la Sala entraba la luz diurna pese a la lluvia que imperaba aquel día, la cual hacía resplandecer los cientos y cientos de piedras que se mecían muy levemente por el efecto del viento que entraba por aquellos pequeños agujeros, haciendo que un añejo sonido sagrado del choque entre las diminutas piedras resonara arrancando del aire un casi imperceptible eco.

Aquella cámara exhortaba a la meditación y a la paz interior. Exhortaba a reir y a dejarse llevar. Entonces, Lúne cerró los ojos inconscientemente y extendió los brazos, sintiendo como de repente se cerraba la compuerta que llevaba a la Sala Hipóstila, tras él. El sonido de las piedras resonaba hasta lo más profundo de su ser, como si su alma estuviera temblando repleta de una embriaguez que rezumaba Verdad y Eternidad.

-Abre los ojos, Lúne de Guibrush - espetó una voz ronca y oscura, que se le antojó lejanamente familiar. Cuando el joven abrió los ojos vió ante él a quien se había imaginado que sería: Agros, ataviado con una elegante túnica negra como el carbón, acabada en una holgada capucha que mantenía echada sobre su cabeza. Aunque la palidez de su piel y su nariz aguileña y pronunciada hacían creer que aquel era un ser del que desconfiar, sus ojos por el contrario destilaban serenidad y comprensión hacia el Aspirante. Lúne, al observar su actitud, respiró con tranquilidad y se dejó llevar por sus palabras. El Archimago desenvainó una espada que llevaba en el cinto y se la ofreció por el filo, con el semblante grave de las grandes ocasiones, pero con una ligera diferencia: el filo estaba ensangrentado.

-Esta es mi sangre. Debes pasar con extremo cuidado tu lengua por el filo sin herírtela. Si no te la hieres y eres capaz de bebértela, entonces significa que tu corazón y tu alma están en armonía con el vínculo que las une: la pureza. La sangre es el símbolo más puro que existe.

Lúne titubeó, pero no halló en su ánimo ninguna actitud de rechazo. Entonces, sin cortarse lo más mínimo, succionó la sangre de su interlocutor con asco disimulado y lo volvió a mirar a los ojos, interrogativo.

-Estoy orgulloso de tí, Lúne. Acompáñame a la Sala de la Luna. Ya estás preparado para dar el paso definitivo.

En la Sala de la Luna solamente tenían permiso la entrada los archimagos de Varmal y el Sumo Sacerdote. Nadie más podía pisarla excepto un Aspirante a Varmal, por primera y última vez. Se podía decir que era la cámara dónde se llevaban a cabo los más importantes ritos mágicos y religiosos en toda la Fortaleza. Entraron allí gracias a un conjuro que musitó Agros entre dientes, abriéndose así una pesada losa de toneladas de peso, decorada con tres serpientes en forma de espiral y una mujer desnuda en el centro, con grandes senos y la vagina descubierta. Estaba rodeada por los reptiles, que parecían acariciarla o quizá querer estrangularla.

Para ser la cámara más importante del Templo, era aquella de una sencillez que abrumaba. Estaba a techo descubierto, conteniendo unas paredes de más de diez metros de altura, sin ninguna decoración, flanqueada por las estatuas de cuatro caballeros armados arrodillados y ofreciendo su cabeza en señal de sumisión. En el centro de aquella cámara se hallaba un roble gigantesco que se perdía en el cielo nublado, y del cual caían innumerables gotas de sus ramas y hojas. A los pies del árbol se hallaba un estanque circular, dispuesto de tal forma que la luz de la Luna dibujaba en él, según la posición del astro, una u otra sombra, que lo hacían emular al cuerpo celeste del que recibía la blanquecina luz. En los días de Luna Nueva, por ejemplo, el estanque se sumía en las tinieblas, y en los días de luna llena estaba totalmente iluminado.

-Sumérgete en el estanque, Lúne de Guibrush.

El joven accedió sin pensárselo dos veces, como impulsado por un sentimiento que no podía cambiar, por algo que le negaba razonar. Estaba como hipnotizado pero, por extraño que parezca, sabía en cada momento lo que estaba haciendo y lo que quería hacer. Realmente deseaba sumergirse en aquel agua cristalina en aquel momento bombardeada por la débil y fina lluvia. Y lo hizo. Se sumergió allí dentro desnudándose, tal y como se lo había mandado Agros.

Al instante sintió como si el peso de su cuerpo hubiera dejado de existir, y que, a pesar de estar sumergido en agua, estuviera volando en aquel líquido, bajo una lluvia que ahora le acariciaba sus sueños y desterraba sus miedos y su oscuridad. Sintió mucha felicidad y ambición a la vez. Sintió poder y, sin previo aviso, empezó a reir a carcajadas, nadando por todas las partes del estanque. Se sentía eterno.

-Lúne, ¿Sientes el enorme poder que albergas en tus venas?

El joven lo miró estupefacto, sin dejar de sonreir y de nadar hacia atrás.

-Jamás había sentido nada parecido. Siento como si, con un sólo gesto, pudiera conseguir cualquier cosa. Incluso... - se asustó de oirse a él mismo pronunciar aquello, aunque estaba convencido de ello - Incluso la inmortalidad.

Agros se acercó a él y, desnudándose él también, se sumergió en el estanque lunar, sentándose a su lado. Le sonreía con gran satisfacción, mientras con suavidad le colocó una mano en el hombro.

-Lúne, tienes sangre feérica corriendo por tus venas.

Aquellas palabras resonaron como si, de repente, una espada hubiera atravesado sin piedad un antiguo y precioso tapiz repleto de vivos colores en el que él hubiera estado inmerso. Sus ojos se abrieron poco a poco y paulativamente, mientras que aquel agua estancada que antes le había llevado hasta las simas incomensurables de su ser, en aquellos momentos parecía quemarle. Y es que, a pesar de la sorpresa al haber recibido aquella nueva y la incredulidad que le embargaba, había latentes en las palabras de Agros una dolorosa Verdad que él siempre, en el fondo, había sospechado.

-Entonces...mis visiones, el vacío que siempre sentí, este sentimiento de no sentir que pertenezco a nada que more en este Mundo, el Mundo Espiral... - se limitó a murmurar él, por lo bajo, sintiendo como su boca le temblaba y que se le talaban las palabras.

-Tú mismo tienes que ser el que sea capaz de controlar todo el poder y toda la magia feérica que corre en tu interior, armonizándola con tu parte humana. Si no eres capaz de esto, sufrirás hasta el resto de tu vida - le interrumpió Agros, con el semblante serio y preocupado, pero sin embargo comprensivo y dulce - Lúne - hizo una pausa, atravesándolo con sus ojos oscuros, como si lo que fuera a decir fuera una de las cosas más importantes que iba a escuchar el Joven Aspirante en toda su vida - Quiero que seas mi sucesor y mi mano derecha. Una inminente Guerra se avecina, y el Mundo que conocemos pronto entrará en un inevitable Caos, un Caos que yo he intentado evitar sin éxito. El simple hecho de haber saltado aquella hoguera feérica, te ha convertido en lo que eres y en lo que vas a convertirte, Lúne de Guibrush- añadió el jefe de la Orden, adoptando una sonrisa melancólica y triste.

Lúne, mientras tanto, alzó su mirada hacia aquel anciano y enorme roble que crecía a los pies del estanque y sus ojos se posaron en una planta de muérdago que crecía a varios pies encima de sus cabezas, cerca del suelo, con sus pequeñas bolitas carmesíes meciéndose levemente por efecto del lluvioso viento del que el gran árbol estaba, felizmente, a merced. Se sentía perdido, cómo si su cuerpo no le perteneciera y su mente estuviera vagando por otros derroteros, permanentemente, por otros lugares. Querría huir lejos, en aquellos tiempos de armonía y paz con las Órdenes reinando en Espiral, varios siglos antes de la debacle y del gran azote de los Lamat, antes del Exilio.

-¿Por qué no me lo dijisteis antes? ¿Por qué?...-preguntó, con un hilillo de voz. Hubiera querido gritar, pegárle un puñetazo en el rostro del Archimago, pero sus fuerzas flaqueaban y ya no le quedaba ningún deseo de nada. Sólo deseaba desaparecer para así dejar de sufrir, y así burlar a su nefasto y cruel destino.

Agros le acarició los cabellos de forma paternal y mantuvo aquella leve sonrisa que denotaba mucho pesar en su corazón, pesar por aquel joven que tenía ante él.

-Siempre quise que vivieras una vida normal, Lúne, hasta que llegara el día que no tuvieras más remedio que aceptar tu destino, aunque resulte una carga muy dolorosa y pesada. Yo no he podido hacer nada por mi amado Mundo, a pesar de haber sabido que tarde o temprano los Lamat asolarían Espiral y arrasarían con todo, aprovechándose de la mezquindad del ser humano - hizo una pausa y, mirando hacia el firmamento grisáceo, dejó que su rostro fuera inundado por la lluvia - He cometido graves errores, Lúne, y ahora todo esto me lo van a pagar con una guerra. Pero no tuve otra elección. Esta Fortaleza es la última esperanza, pero pronto desaparecerá bajo la bruma de la muerte y tú debes seguir llevando la antorcha encendida de la esperanza a través de las tinieblas. Mientras viva...¿Me ayudarás a devolver los vínculos perdidos con el Mundo Feérico, pase lo que pase, Lúne de Guibrush?

Lúne sintió como si alguien le hubiera propinado un fuerte golpe en el pecho, dejándolo aturdido y mareado sin que tuviera ninguna razón ni pensamiento en qué apoyarse. Aquellas aguas lunares le impedían levantarse: sus músculos estaban totalmente muertos y, de repente, aquel anciano roble le pareció un horrible augurio de desolación y decadencia. De pronto, no obstante, le vino a la mente la única imagen que aún le mantenía vivo, que aún le hacía arder la sangre, que hasta hacía poco tiempo le había dado una razón por la que luchar y por la que creer: Yume, la sonrisa desenfadada y jovial de Yume. Una lágrima resbaló por su mejilla pero no intentó simularla, al contrario, sus ojos rojizos se clavaron, con intensidad, a los de su interlocutor. En aquel momento pareció como si una pequeña llamita caduca se encendiera durante unos momentos en su interior.

-En este mundo ya no me queda nada, absolutamente nada. ¿Para qué luchar? ¿Para qué aceptar mi destino si ya no me quedan fuerzas ni nada que que valga la pena? El Mundo Espiral me importa una mierda, Agros.

Y la llamita volvió a extinguirse mientras el Archimago miraba fijamente la superfície del estanque.

-Lúne, conozco tu dolor. Se trata de Yume, lo sé - murmuró en un susurró casi inaudible.

En aquella ocasión, siendo la mención de aquel nombre el único hilo que, a punto de romperse, le unía con sus deseos y sus energías, consiguió levantarse y se encaró a Agros de manera profundamente hostil.

-¿Cómo diablos conoces a Yume? ¿Cómo sabes lo mío con ella?

Sin contestar a aquella pregunta de Lúne, el archimago se incorporó y, agarrando al joven con fuerza, lo zarandeó.

-¡Lúne, escúchame! - su mirada estaba repleta de ansiedad y de urgencia - ¡Ya vienen hacia acá! ¡Quieren destruir la Fortaleza y todo lo que ésta representa a sangre y fuego! ¡Lo quise impedir pero ya es demasiado tarde!... Escúchame, Lúne - se relajó y le colocó una mano en el hombro, mirándole con intensidad, como si aquello fuera lo último que le dijera - Si te unes a mí, si aceptas tu poder bebiendo del Cuenco, tus visiones desaparecerán para siempre. Lúne, Yume está confundida, pero sé que te ama, lo sé porque lo reconozco en sus ojos. Pero está conmocionada y aturdida por lo que le hiciste...¡Pero nunca es tarde para luchar! Puedes quedarte de brazos cruzados y saber que la perderás, o intentarlo y no abandonar.

Justo después de decir aquello, ambos escucharon un fuerte y frenético tañido de campanas provinente de la puerta delantera del Templo. Aquel era un tipo de tañido que solo se usaba para indicar una cosa: Un ataque contra el edificio y, de paso, contra la Fortaleza. Ya estaban ahí, fueran quienes fueran.

Agros, sin perder un momento, le ofreció así el cuenco con la mano temblorosa y, mientras lo hacía, desenvainó la espada, preparándose así para salir hacia afuera y hacer frente al enemigo.

-Estos traidores ya están aquí, Lúne. Si se hacen con la Fortaleza todos sus habitantes morirán o serán expulsados fuera de ella a merced de los Lamat. Tu amada Yume y tus padres están en peligro, al igual que todos los míos y todos a los que amo. Debes beberte esto y tu poder se verá, por fín, desatado, junto a la renovación que se ha llevado a cabo con el estanque lunar. ¡Hazlo! - gritó, fuera de sí, mientras le ponía el cuenco relleno de un líquido azul y espeso que reflejaba con claridad la poca luz circundante.

Al verse obligado a bebérselo, Lúne en un acto instintivo lo rechazó con un ademán de su mano derecha y lo miro de forma torba.

-A mí nadie me obliga a beberme nada. Sé que este líquido se trata de una poción prohibida en Espiral. Es un hechizo de vinculación muy peligroso. Pero reconozco que no tengo más opción - calló, observó el cuenco de arcilla y suspiró profundamente, mientras ya afuera se oían los choques entre espadas, el rebuzno de los caballos y los gritos ensordecedores de los guerreros - Lo beberé por Yume y por mi família, nada más.

Entonces, al beberse aquel brebaje de una vez, sintió como si una enorme calidez se extendiera desde su nuca hasta sus pies, devolviéndole el vigor de sus miembros y el colorido de sus mejillas. Era cierto, Agros había tenido razón. Albergaba un gran poder, un poder inmenso, y sentía como si durante todos aquellos años hubiera estado aletargado, hibernando en una tristeza insondable que ahora desaparecía y era substituida por una sonrisa segura y por el relampagueo intenso de sus ojos grises.

Se arrodilló ante Agros.

-De ahora en adelante, por mi fuerza y mi honor, le debo lealtad y seré su mano derecha, mi Señor - alzó los ojos, y una risa maliciosa apareció en sus labios arqueados - Necesitaré una espada, querido Agros.

No comments: