Tuesday, June 10, 2008

Introducción. Capítulo 2. Hyunde

La aldea se llamaba Taürion, y aquel día era un bullicio de gente. En todas las calles había un gran alboroto, y el mercado se extendía por todas ellas. En cada rincón había un juglar interpretando sus canciones y gente alrededor suya vitoreando y coreando sus canciones, jovenes corriendo dirigiéndose hacia a los bailes de la plaza, gritos, palmas, risas, peleas, animales andando por la calle acompañando a sus vendedores y compradores, carros transportando fruta, lana, cereales, abriéndose paso casi a la fuerza entre aquella marea.
Todo era vitalidad y alegría en la aldea esperando ya la llegada del inminente verano, después de un largo y duro invierno, y de una primavera escasa y desesperanzadora. La gente necesitaba evadirse, y aquel día era el más indicado, porque la fiesta empezaba al alba y terminaba a la puesta de Sol, dando lugar luego a celebraciones en los bosques cercanos. Era una tradición que se remontaba en la noche de los tiempos, que simbolizaba el solsticio de verano.

Nuán caminaba entre aquel bullicio. Nunca le había gustado las aglomeraciones de gente, pero aquello era especial, porque se respiraba un muy buen ambiente, y eso casi nunca ocurría.
En la aldea, Nuán no despertaba muchas simpatías, ya que a primera vista parecía un hombre huraño y antipático, un hombre orgulloso y arrogante que paseaba tranquilamente sin tener que hacer ningún trabajo físico o forzado. Esto a la gente no gustaba, y por eso muchas veces hacían comentarios a sus espaldas (o delante de sus narices) comentando estos y más atributos que le habían impuesto solo por la apariencia. Pero Nuán hacía años que ya había aprendido a no preocuparse por lo que pensaban los demás de él, por eso solamente para sumergirse en el bullicio y disfrutar internamente, en vez de dar un rodeo y llegar a la Morada de los Hulen sin pasar por la aldea, prefería ir a través de esta, porque aquello le avivaba la mente, le agilizaba y le renovaba los pensamientos estancados que no le dejaban liberar sus sentimientos.
Él ya sabía que mucha gente estaba esclavizada a sus propios prejuicios, que no les dejaban liberarse de sus cadenas, y que la sabiduría le había enseñado el camino de este anhelo: el de la libertad. Y con el tiempo había sabido apreciar este don que los dioses le habían dado, este afán por siempre ir descubriendo nuevas cosas, nuevos horizontes y mundos, y eso le hacía inmensamente feliz, no tenía tiempo para deprimirse en las críticas que hacia él iban. El resto de miembros de Hulen no hacían lo que él: siempre trataban de evitar al "vulgo" y así esquivar las críticas que sí se llevaba Nuán por mezclarse con el pueblo.

Imbuido estaba en estos pensamientos cuando alguien le agarró por el hombro.

-Nuán, ¿Me equivoco?

Nuán se giró sorprendido e intrigado, y descubrió a un hombre de edad, con una blanca y luenga barba, el cual con unos ojos inquisidores y brillantes no dejaba de mirarle.

_Así es.

El hombre viejo sonrió.

_Antes de que me lo preguntes, espera...¿Te puedo tutear?

Parecía tener sentido del humor.

-Por supuesto que sí, eso debería preguntarlo yo. Dígame.

-Tu también me puedes tutear! Te iba a comentar que me llamo Hyunde, y voy por primera vez a este consejo que ha sido convocado hoy, como cada año si es verdad lo que me ha comentado el compañero que me invitó a dicha reunión, en el solsticio de verano.

Nuán estaba muy extrañado. Veía a aquel hombre como a un sabio bondadoso, más bien como un druida de las leyendas humanas en el Mundo Ordinario, ya que iba vestido con una túnica blanca, y llevaba un cinturón dorado y una rama de roble en la mano izquierda. Pero en el Mundo Ordinario los druidas hacía siglos que habían desaparecido (tampoco era normal que alguien en Espiral quisiera imitarlos en su forma de vestir) y, además, había algo en su miraba que lo inquietaba de veras. Se preguntaba cómo demonios le habría reconocido, si a él no le conocía de nada, nunca lo había visto...aunque le resultaba extrañamente familiar.

_Sé como me miras, y puedo leer tus pensamientos. No, no soy un druida, de hecho me visto como ellos para rendirles homenaje al haber sido ellos los depositarios de una buena parte de la sabiduría de Espiral durante el Exilio en el Mundo Ordinario, pero si quieres saber algo, hasta que ingresé en los Hulen, pertenecía a la Orden de Wail. Ayer juré obediencia y silencio a la de Hulen.

El anciano guiñó un ojo. A Nuán le parecía sospechoso y de entrada no le gustaba su actitud de misterio que quería demostrar. Además, ¿Que hacía alguien como él en Täurion? ¿Por qué se había molestado en viajar tantos kilómetros para ingresar en otra Orden a esta avanzada edad? Wail, la Orden más poderosa de Espiral.

-Bien, Hyunde, perdona que te interrumpa, pero tenemos aun que andar unas 5 millas más hasta llegar a la Morada, y vamos muy justos de tiempo.

El anciano asintió sonriente, y los dos se encaminaron hacia la Morada. Durante todo el camino no hablaron de nada más, y Nuán se sintió muy desconfiado hacia él.
Cruzaron la aldea y llegaron a unas colinas que se extendían al norte de ésta, y en dónde estaba el escondite secreto para acceder a la Morada.
Detrás de unos árboles, estaba la piedra de la Colina, la cual si se giraba sobre si misma y se pronunciaban las palabras mágicas correctas, una puerta de piedra se abría sobre su eje y permitía la entrada a los miembros de la Orden.

Una vez allí, el anciano abrió la boca por primera vez en 2 horas.

-Bien, mi amigo Nuán, ya hemos llegado a la compuerta. ¿Me equivoco?

-Así es.

El anciano esbozó una sonrisa bajo sus pobladísimas barbas, cerró los ojos, e hizo girar la piedra con tranquilidad.

-Andenïa vermat un nundalen arkhat. Lüar indharis trew canthelion na juildin tyu.

Las puertas se abrieron lentamente delante de los dos hombres. Nuán no daba crédito a lo que veía. No había acudido jamás al lugar y ya sabía todos los procedimientos que tenía que seguir.

-¿Sorprendido? Aprendo las cosas muy deprisa, pese a mi avanzada edad. Este amigo mío me pasó un pergamino con todos los procedimientos a seguir, y los memoricé. Así de sencillo.

-No está mal, señor Hyunde. Sin más dilación, entremos - dijo Nuán, simulando indiferencia.

Una vez cruzada la puerta, había una escalera que ascendía hacia arriba, elevandose hasta que daba una vuelta a unos cien metros, iluminada por antorchas, las cuales daban un ambiente esotérico al lugar. Hacía bastante frío, y aquello evocaba facilmente un ambiente de leyenda, de misterio que lo impregnaba todo, hasta las gotas de humedad que caían de las rocas del techo, el eco que producían al caer y el suave viento frío que provenía de allí arriba. Los dos hombres se encaminaron por las escaleras y empezaron a ascender con paso firme.
Después de 15 largos minutos ascendiendo sin parar por aquellas angostas escaleras, llegaron a unas grandes puertas que señalaban el final de aquel tramo. Sin que hiciera falta ninguna fórmula ni procedimiento secreto, las puertas se abrieron lentamente, al igual que lo habían hecho las puertas de abajo.

Entonces, delante de ellos, se extendieron unas tierras verdes y vírgenes. Un camino de tierra discurría atravesando dos altos setos hasta perderse en la distancia, y dulces aromas lo impregnaban todo, ya que allí había grandes campos repletos de flores, jardines enormes en los cuales no había dos árboles iguales, pájaros de todo tipo y animales en libertad jugueteando entre ellos pasaban delante de los dos individuos que ya se encaminaban hacia el sitio donde tenía lugar la reunión.

Pasaron por encima de un puente de madera que atravesaba un lago largo el cual parecía un espejo y donde se podían observar numerosos peces de colores que nadaban armoniosamente bajo el agua. Todo parecía mágico y bocólico, de ensueño, allí parecía conservarse la esencia de todos los lugares del mundo. Todo estaba rodeado de alta hierba, los caballos trotaban por los prados, mariposas de todos los colores imaginables revoloteaban como dando la bienvenida a los recién llegados y un sonido apacible de cascadas cayendo se escuchaba en medio de aquella tranquilidad. No había vestigios, aparte de aquel sencillo camino estrecho y de los setos bien cuidados que lo cerraban en ambas partes, de la acción del ser humano. Aquel largo pasadizo rodeado por los setos color esmeralda, terminaba en otro gran lago, esta vez mucho más grande que aquel por el que habían pasado.
Una vez llegados a la orilla del siguiente lago, vieron que había una hilera de nenufares que se dirigían hacia el horizonte, el cual parecía terminar en una cascada que se oía bien al fondo. El lago estaba rodeado de grandes bosques, y unas flautas extrañas se oían dentro de estos que parecían dar la bienvenida a los fatigados viajeros.

-¿Quieres atravesar el lago, que es más tranquilo y lento, o quieres ir directamente a las escaleras colgantes de la Colina por un camino lateral? - preguntó Nuán.

-Vayamos por el lago, mis pies necesitan un masaje, aunque en vez del de una doncella, sea del agua del rio - sonrió el anciano, con voz traviesa.

Los dos subieron sobre unos nenúfares, los cuales no se hundían bajo el peso de los dos hombres. El Sol ya estaba bajando por el horizonte y el atardecer era rojo como la piel de una manzana. El viento mecía los cabellos de ambos e, instintivamente, cerraron los ojos y se dejaron llevar por los suaves nenufares los cuales todos se dirigían con lentitud hacia la cascada del final. Las fragancias de las flores de los distantes prados que se extendían tras los altos árboles de diferentes tipos, que ahora decían adios con el ajetreo de sus ramas a aquel precioso día que había acontecido. Nuán decidió tomárselo con calma, se sentó a los pies del nenufar que ocupaba dejando que ambas piernas se sumerjieran en el agua. Nuán giró la cabeza hacia Hyunde, y le habló de forma irónica.

-Aún no me explico cómo llegaste a saber mi nombre, señor Druida venido del otro mundo.

Hyunde soltó una carcajada desenfadada, que desconcertó aún más a Nuán.

Durante aquel armonioso y tranquilo trayecto por las aguas no hablaron más, hasta que llegaron al borde de la cascada, la cual les despertó de sus ensoñaciones que les había evocado aquel lago de ensueño. Nuán sonrió, bajó del nenufar en qué estaba sentado y de un salto se tiró por encima de la cascada, desde una altura espectacular, ante los ojos curiosos y divertidos del anciano. Cayó justo en medio de uno de los numerosos riachuelos que discurría entre un gran prado verde en el cual justo en medio había ubicada una gran casa. Nadando, Nuán salió del riachuelo como un niño después de haber jugado durante horas, totalmente destrozado de cansancio, y al girarse no pudo sinó contener un grito de sorpresa.

Era Hyunde. ¡¿Como había aparecido allí de repente?!

-Sigamos, amigo Nuán! ¡Eres muy lento!

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