Tuesday, June 10, 2008

Introducción. Capítulo 1. Nuán

El viento cargado de aromas del bosque de Fuar entraba por la ventana, el solsticio de verano estaba cerca y la atmósfera estaba prendada de magia y todo aquello que enaltece el corazón después de un largo tiempo en oscura soledad. Era una espléndida mañana que parecía sacada de un cuento de fantasía.
Las cortinas se movían al compás del suave viento, los pájaros cantaban dulces melodías en lo alto de los árboles milenarios, y el Sol se filtraba entre los agujeritos de estas, dejando pasar los colores que inundaban la habitación, mezclando las sensaciones que moldeaban la imaginación.

-Bien, esto va viento en popa - una risa clara como el ruido de un arroyo en un valle sobresalió por encima del canto de los pájaros - Sólo hace falta un pequeño retoque, y lograr un final adecuado para mi obra.

La criatura que había hablado era Nuán, el cual estaba sentado en una cómoda silla de madera tallada en formas de la naturaleza, formando un conglomerado armónico entre todos sus elementos, sin ninguna línea recta. Escribía en pluma y delicadamente, sobre un pergamino, trazando lineas perfectas y evocando cuidadosamente cada pinzelada de su imaginación y transformandolo en palabras de una gran belleza, a aquella narración que escribía desde hacía semanas. En algunas ocasiones se detenía para introducir sus dedos dentro de sus descuidados y rizados cabellos caoba, mientras sus ojos negros recorrían y excrutaban la cámara, con la mirada perdida, en busca de inspiración.

La habitación era extraña, pero a la vez evocadora. Estaba decorada con cuadros de aldeas en donde él había viajado alguna vez, y con paisajes maravillosos y muy poco conocidos los cuales se habían reflejado en sus sueños e ilusiones. Debajo cada cuadro, que eran de un tamaño gigantesco, habían unos escritos con una letra muy bien cuidada los cuales formaban unas breves poesías tan bellas, que superaban incluso la preciosidad de los frescos.

La habitación tenía forma circular, construida toda de madera y piedra, y estaba plagada de estantes viejos llenos de libros de todo tipo, algunos de ellos con telarañas, lo cual evidenciaba la antigüedad de aquellas obras. Una pequeña chimenea, colocada en la parte oeste de la habitación, ahora estaba apagada debido al creciente calor. Unas velas también apagadas estaban dispuestas en cada esquina, que se encendían obviamente cuando llegaba la noche, acompañando muchas veces a la luz de la Luna, que penetraba por unas ventanillas practicadas en el techo de la habitación, que estaban estratégicamente dispuestas mediante los cálculos del movimiento de la Luna, y éstas podían ser cerradas por una pequeña puertecita, que se abría y cerraba con una cuerda pegada a las paredes. Así, el que habitara la cámara no tenía que recurrir a coger una escalera cada vez que necesitaba luz o no.
Por si todo esto fuera poco, también habían colgados una serie de pergaminos que había obtenido años atrás en ferias y mercados, mecanismos astrológicos encima de la mesa sobre la cual ahora escribía, en dónde también había colocados muchos objetos de gran valor y extraños como los pensamientos e ideales de aquel hombre.

En aquella casa no había nada más que una habitación, la cual también servía de dormitorio, una pequeña cama estaba dispuesta en un rincón de la cámara decorada exquisitamente con dibujos de pájaros, árboles, ríos...

Cuando su alma volaba por encima de los planos existenciales, un ruído seco hizo zozobrar su inspiración. Era el ruido de un puño golpeando la puerta.
Con gran irritación y con una mueca dibujada en su rostro, el singular personaje dejó pasar a aquel que osaba importunar aquella paz.

-Adelante.

En la habitación entró un joven de una veintena de años que parecía ligeramente agitado.

-¿Qué ocurre, Kiu?

-Maestro, si me permite, le recuerdo que tiene una cita con los miembros de Hulen, y creí necesario avisarle.

Nuán sonrío irónicamente y le clavó una mirada fría en los ojos azules del joven, el cual se estremeció y la apartó rapidamente, no pudiéndola aguantar ni por más de dos segundos. Tal era el extraño fuego que alimentaba el interior de sus ojos oscuros como el carbón.

-Gracias, Kiu. Puedes retirarte.

-S...si señor.

Haciendo una leve reverencia, con rapidez, desapareció por la puerta abierta y la cerró con cuidado. Kiu vivía en una casita contigua a la suya, y hacia las funciones de aprendiz de Nuán.
Nuán se rascó sus cabellos color caoba, cerró los ojos tratando de centrarse en el objeto de su interés (el poema), pero su inspiración se había desvanecido como la tierra arrastrada por un viento cruel y violento. No tuvo más remedio que dejar la obra para más tarde, se levantó y se dispuso a prepararse para salir al exterior, hacia la morada de la Orden de Hulen.
Abrió un destartalado armario, se colocó una túnica azul claro, se puso la capucha, se calzó unas cómodas botas para caminar largos caminos y cogió su vara inseparable y un libro sin título, que parecía guardar algo extraño. Cuando estuvo preparado, abrió la puerta y saludó con una sonrisa alegre, extendiendo los brazos y cerrando los ojos, a la naturaleza que parecía brindarle la bienvenida. Empezó a caminar tranquilamente, con paso seguro y decidido, por el camino empedrado que discurría paralelo al arroyo de Inian, y por ambos lados del camino se agrupaba un gran bosque espeso, con los árboles que, retorcidos y con una vitalidad inmensa, abrazaban al camino con sus sombras de melancolía, y el tintineo de las gotas de rocío en las hojas acariciaba la paz que se albergaba en aquel momento en el interior de Nuán.
En el horizonte se entreveía el humo de las chimeneas de la aldea, ya que se acercaba la hora de la primera comida, y el sonido de música de flautas, violines, arpas, guitarrones y tambores se oía en la distancia, y venía volando con el viento, y coros de gentes en las plazas celebrando la fiesta del día de Uande. De repente, como obedeciendo a un impulso incontrolable, se sentó bajo un viejo y alto roble que crecía robusto a un lado del camino. Ahora el camino discurría por encima de un barranco de viva verdor y al fondo se extendían enormes prados llenos de flores y de ganado pastando en él y todo se movía armoniosamente, como obedeciendo a un plan de la naturaleza. Al oeste se extendían, ahora delante suya, las altas montañas azules de Ilmaren, detrás de ellas se cuenta que comenzaba el país de Gaül, en donde nadie quería encaminarse, porque se decía que quien ponía el pie en aquellas tierras nunca jamás volvía.

Nuán clavó su mirada como si pudiera atravesar aquellas altas montañas a lo lejos, y se le inundaron los ojos de recuerdos y la melancolía se apoderó de él, mientras esbozaba una sonrisa. Sacó con lentitud y ternura una flauta de madera del fondo de su túnica y empezó a tocar una suave tonada que empezó a llenar de leyendas e historias olvidadas a todas aquellas tierras. Al principio era lenta y triste la melodía, como si cada nota de aquel instrumento fueran lamentos, gemidos, para luego transformarse en lágrimas de dolor incontenido que parecía oscurecer aquel precioso paisaje. Los pájaros dejaron de cantar, unas nubes negras taparon el hasta ahora radiante Sol que había estado brillando desde su salida, y empezó a llover copiosamente.
A pesar que grandes gotas desde las hojas del roble le iban cayendo encima de su rostro, no dejaba de tocar en ningún momento, y de cada vez parecía recobrar más y más fuerza, los sentimientos estaban plasmandose en cada trozo del mundo que se extendía a su alrededor, y parecían unirse a las raíces de cada arbol, en la vida de cada ser viviente. Su canción ahora bajó de volumen hasta que pareció fundirse con el murmullo del arroyo que discurría detrás de los árboles que se extendían detrás suya. Y así fue como se levantó, volvió a sonreir, y empezó a entonar una canción rápida, que parecía recordar luchas, guerras entre sentimientos y miedos, y mientras tocaba con rabia, empezó a saltar y a correr por el camino, la lluvia no dejaba de caer y ya parecía ser parte de la misma canción, cada gota parecía un recuerdo doloroso contra la que luchaba incesantemente con su melodía.

El camino llegado a un viejo puente de piedra empezó a descender suavemente y la aldea ya se veía nitidamente a menos de 3 millas de distancia, y la flauta no dejaba de sonar, y ahora lo hacía con un ritmo alegre, desenfadado y mágico, y el Sol volvió a brillar, y se empezó a destapar el cielo como arte de encantamiento. Mientras su corazón se iba acelerando gracias a la alegría que le producía tocar aquello, fue golpeado por detrás y cayó de bruces al suelo.
Nuán se giró sorprendido para ver el rostro de aquel que osaba molestarle en su momento de ocio. Cuando lo hizo, un individuo de pequeño tamaño cayó encima suya y le dió un gran abrazo y un beso en la mejilla.

-¡Nuán! ¡Nuán! ¡Buenos díaaaas!. Te oí desde mi casa. ¡Eres magnífico! ¡¡Único!! - se acercó preocupada cerca del rostro del hombre, y le miró con sus ojos verdes y abiertos de par en par - ¿Qué te pasa? ¡Estás muy sucio y empapado! Espera, voy en busca de algo para limpiarte. ¿Quieres venir a mi casa a cambiarte de ropa? ¡Te puedo dar ropa nueva!

Nuán se repuso como pudo y se sentó en el suelo.

-Nyana, ¡Nunca cambiarás! No hace falta que me traigas nada, estoy bien. Gracias por el ofrecimiento.

-Pero...pero...

_Tengo prisa, llegaré tarde a una reunión.

-Siempre me pones excusas. ¡Eres muy malo. ¡Mientes! ¡Quieres irte a la fiesta de la aldea sin mi!

Nyana era una niña de 12 años, la cual consideraba a Nuán como a su propio padre, aunque muchas veces le intentaba dar el papel de novio, como muchas muchachas de su edad hacen con sus maestros preferidos.

-Adios, Nyana, pórtate bien y diviértete.

_¡Esto no va a quedar así! ¿Me has oido? ¡Nunca me haces el menor caso!

Nuán rió a carcajadas, se dió la vuelta y desapareció andando tranquilamente tras una vuelta del camino.
Nyana se puso a llorar. Ella conocía a Nuán desde que éste, hacía unos 2 años, había venido un buen día a su aldea, y había construido una humilde casa a apenas 1 milla de la suya. Este siempre le construía y regalaba juguetes, le daba consejos, le contaba historias de otros parajes y de sus múltiples viajes, le enseñaba a escribir en otras lenguas y para ella él era su fuente de inspiración, un maestro y, también, su amor platónico. Ella nunca había salido de los alrededores de la aldea, y la única vía de evasión la encontraba en él y en sus leyendas y canciones. Nuán cada tarde salía a pasear para meditar y ordenar sus múltiples pensamientos, y Nyana muchas veces se iba a reunir con él y no dejaba de hacerle todo tipo de preguntas, y él siempre se las respondía en tono amable, aunque siempre, ella opinaba, que parecía distraido y ausente, y que en realidad no le interesaba todo lo que ella quería saber.
Con la cabeza gacha, desistió de seguir a Nuán, ya que cuando estaba ocupado no había manera de persuadirle, y se dirigió hacia su casa, con gran tristeza, y no quiso ir a la fiesta, ya que sin él no le merecía la pena acudir.

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