Tuesday, June 10, 2008

Introducción. Capítulo 6. Muerte

Se oyeron cristales rotos en el dormitorio, justo al lado del despacho de Nuán. Mirta, sobresaltada, le cogió la mano.

-¡Ya están aquí, Nuán! ¡Ya están aquí!

Nuán jamás había imaginado que nadie lo atacara, pues no había motivos para ello. Se había quedado anonadado, sin palabras.

-¿Qu...Quien?

-¿Qué más da quien sea? ¡Vienen a asesinarte! ¡Tenemos que irnos!

-¿Irnos? ¿Pero como vamos a irnos? Mirta, ¿y si solamente es una gamberrada? ¿o una simple advertencia?

Mirta lo miró muy enojada y lo agarró del cuello.

_¡Esto ya no es el país de las maravillas, Nuán! ¿Quieres morir?

Justo después de pronunciar estas palabras, la ventana situada junto a Nuán se rompió. Algunos pedazos de cristal le impactaron en la cabeza. Nuán retrocedió sorprendido y pudo ver algo que lo dejó petrificado de terror. Dos criaturas monstruosas de unos 2 metros de altura armados con martillos estaban a punto de entrar por la ventana rota en pedazos. Reían con una voz gutural, y sus ojos...no tenían ojos. Eran dos cuencas oscuras, sin iris, sin expresión, y bajo ellos una larga nariz llena de bultos y una gran boca torcida carente de labios. Su constitución muscular era brutal, con unas espaldas gigantes y el cuerpo desnudo lleno de venas azuladas debido a la masa muscular extremadamente hinchada. Era una visión apocalíptica. Uno de ellos consiguió entrar y se dirigió hacia él. Nuán retrocedió hacia la pared del fondo.

-¿¡Qué he hecho para merecer esto?! ¡No, por favor! ¡No!

El monstruo se acercaba a él con lentitud, blandiendo la poderosa arma. Cuando ya estuvo a apenas dos pasos de Nuán se detuvo y alzó el martillo en dirección a su cabeza. Babas negras se deslizaban por su boca, en una mueca que parecía denotar algún tipo de placer morboso, sed de sangre acumulada. Nuán cerró los ojos, temblando, intentando aceptar sin éxito que su hora había llegado. Rezó a la Eterna Espiral, intentó recordar todos los momentos felices que había disfrutado en su vida, las gentes que lo habían respetado y querido y su familia, pero lo único que le venía a la cabeza era la Nada, el miedo a la Nada, el miedo a desaparecer sin haber podido sentirse lleno y completo.

De repente, Nuán escuchó un fuerte alarido provinente del monstruo que tenía enfrente. Sin atreverse a abrir los ojos debido al enorme terror, escuchó un grito femenino muy estridente que casi le ensordeció, y golpes sordos, desgarros, arañazos. Los monstruos parecían haber enloquecido. Abrió por fín los ojos, esperando algo aún peor reservado para él, pero lo que vió no se ajustaba a lo que se había imaginado. Vió a Mirtra danzando por toda la habitación con una velocidad vertiginosa y gritando con estridencia palabras de un idioma que no conocía. Su cara se había transformado: sus pupilas habían desaparecido y sus ojos simplemente eran dos globos oculares azul oscuro que resplandecían y daban un brillo lapizlászuli a toda la habitación. En medio de aquellos gritos, también reía con unas carcajadas esperpénticas ¡Los monstruos se estaban descomponiendo y ella parecía estar celebrándolo! Lo que había sido una vez una mujer bella y dulce, ahora parecía un ser tenebroso ascendido de las profundidades, desde las Cavernas Condenadas, con forma de mujer fatal, como si de una Diosa de la Guerra furiosa del Mundo Ordinario se tratara.
Al fín, los dos monstruos terminaron convirtiéndose en una masa de carne putrefacta que cubría toda la habitación, solamente en cuestión de segundos, segundos que a Nuán le habían parecido milenios. Mirta se desmayó, cayendo encima de la carne descompuesta mezclada con sangre negra como el más oscuro de los azabaches. Nuán, sin poderlo evitar, se puso a vomitar y a llorar.

Al cabo de un rato, una vez volvió la cordura en él, pudo observar que poco a poco la sangre y la carne de aquellas bestias se iba evaporando, hasta que al cabo de pocos minutos ninguna señal de lo sucedido quedaba en la habitación excepto la ventana rota y Mirta echada en el suelo boca arriba y con los ojos entornados...¡Mirta!
Se arrodilló ràpidamente a su lado y empezó a agitarla con fuerza por los hombros. Al ver que, después de agitarla y de pegarle cachetes en la cara ella no despertaba, empezó a pensar lo peor. ¿Habría utilizado toda su energía vital para salvarle?

-¡Por favor, no te mueras Mirta, por favor! - empezó a llorar - ¡Todo es por mi culpa! ¡Nunca debí meterme en asuntos que no me importaban! ¡Lo hice por envidia, por egoismo y por soberbia!...¡Mirta! ¡Mirta, por la Bendita Espiral...despierta...! - Nuán levantó el cuerpo inerte de Mirta y lo abrazó con todas sus fuerzas, enterrando su rostro entre sus pechos sin dejar de llorar.

-¡No te mueras por favor Mirta, te amo, aún te amo! ¡No me dejes solo!

Mirta no se movió.

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