Tuesday, June 10, 2008

Capítulo 10. La colina.

Un día radiante se erigía por fín sobre la Fortaleza. El Solsticio de verano estaba ya cerca y tocaba a las puertas con su luz derramada entre los innumerables árboles los cuales mecían sus verdes y rejuvenecidas hojas después de una purificadora primavera. Las sonrisas y chillidos de los niños de primer curso se escuchaban por los caminos, volviendo de las clases que poco a poco iban terminando dando paso a unas vacaciones anheladas por todos ellos. Las adolescentes aprovecharían para ponerse ya sus cortos vestidos que mostrarían ante sedientos ojos repletos del deseo propio de los jóvenes que acaban de descubrir la sexualidad. Algunas de ellas ya se podían observar caminando o correteando en pequeños grupitos, algunas que con rapidez se habían quitado las obligatorias togas negras que se tenían que llevar dentro de la escuela y ahora juntas andaban entre las flores aún abiertas al Sol, restos de una primavera que desaparecería en breve. Ellas también eran pétalos abiertos cubiertos del rocío dulce de sus sonrisas y sus joviales voces que parecían emular el canto de los jilgueros regocijados por aquella poderosa luminosidad.
La tranquilidad se había aliado con el trino de las negras golondrinas que llenaban el cielo, y el viento perfumado a veces parecía traer consigo aromas marinos, de un mar que lejano parecía querer unirse a aquella fiesta de la naturaleza, aquel festín extravagante y repleto de vida.

Lúne observaba todo aquello con una gran indiferencia, incluso podría decirse que con cierto desdén. Caminaba mirando hacia el suelo, con sus pequeñas manos introducidas en sus bolsillos. ¿Cómo podía ser la gente tan estupidamente feliz, tan terriblemente conformista con todo y tan ciega al mismo tiempo? Habían aceptado sin más el hecho de haber sido encerrados en una Fortaleza para protegerlos de la amenaza de los Lamat. Bueno, quizá fuera normal, todo el mundo busca que lo protejan, que lo cuiden, pero tanta banalidad, tanta mediocridad...¿No se hacía preguntas la gente? ¿No se cuestionaban nada? ¿Cómo estaban tan seguros de todo lo que les era contado? ¿No tenían amor propio?

Realmente la gente vivía ya sin ilusiones elevadas, sin soñar en lo sublime, no creían que podían sobrevolar con sus alas su vida cotidiana. No se rebelaban, no se quejaban y todos pensaban que se tenía que actuar según lo que dictaban unos superiores que siempre hacían gala, paradójicamente, de una defensa a ultranza de la libertad individual. ¿Y aquello era Varmal, el Varmal en qué él creía, del libre pensamiento y de la liberación del alma de las ataduras de sus destinos? No, aquello solo era otro disfraz más. Otra Orden más...

Sin embargo para el todas aquellas devanaciones filosoficas que se hacía desde que entró en la Fortaleza, de niño, ya de nada le servían, y decidió matar el tiempo paseando por su lugar favorito, un sitio que nadie solía frecuentar quizá por el estruendoso viento y la aridez que predominaba allí. Era el único lugar de la Fortaleza con relieve, una especie de pequeñas colinas intercaladas que sobresalían tímidamente de los bosques predominantes.
Hacía meses que vivía recluido en su casa, después de haber abandonado la Residencia de estudiantes al haberse convertido en pre-miembro de Varmal, saliendo de ella solamente para acudir a clase. Ahora ya solo faltaba una semana para que se convirtiera de facto en miembro de Varmal, en un miembro de aquella farsa. ¿Y qué más daba? Con su asesinato había quedado condenado para el resto de su vida y jamás cesaría de culpabilizarse por haber sido tan necio, idiota e infantil.
Mientras ya empezaba a escalar aquellas pequeñas colinas recubiertas ya por el rojizo aletear de la luz menguante del Astro Rey, una lágrima intentó volver a caer y resbalar por sus mejillas, así como ya había estado sucediendo durante tantos meses. Pero se resistió. Ya no le quedaban más, estaba seco por dentro. Seco como una hoja otoñal, y solamente deseaba que se lo llevara el viento para siempre, para así terminar con su sufrimiento. Había estado pensando en el suicidio seriamente, pero le horrorizaba solamente el hecho de pensarlo.

No le temía a la muerte. Solamente temía al sufrimiento y al dolor.

Cabizbajo se sentó en lo alto de una roca saliente desde la cual se podía observar toda la fortaleza al completo por los cuatro costados. Allí el ruido de las risas, el infame e hipócrita sonido de los juglares danzando sin saber por qué, las niñas y niños que sin haber crecido lo suficiente ya hablaban de amor sin saber cual era su significado, todo esto quedaba totalmente desvanecido por un ensordecedor viento que portaba las fragancias de los árboles, las plantas y las flores, que se disponían a dar la bienvenida a la noche con armonía y naturalidad. Cerró los ojos...

Amaba aquel sitio, ¿Por qué no había vuelto a él desde que Aquello ocurrió? Una extraña paz le invadía, era como si allí nadie le pudiera dañar, como si allí tuviera un poder inmenso capaz de destrozar montañas, de jugar con las mareas y de hablar con los animales con una libertad absoluta.
Y luego pensaba con claridad que realmente el mundo era terrible y que solamente anhelada amar y ser amado, ser comprendido y poder comprender con naturalidad y danzar bajo la luz de las estrellas sin ninguna otra preocupación que el besar los labios de una bella doncella o de escuchar el canto de los grillos en una noche estival, junto a la playa, riendo sin parar. Aquello era lo que deseaba, pero...¿Dónde estaba toda aquella belleza que moraba en su interior y no podía sacarla al no encontrar una armonía para que ella se expresara con libertad?

De una bolsita de cuero que llevaba colgando, escondida bajo su túnica de Representante de Varmal, sacó una pipa ya cargada con algo de tabaco aromático que le hurtaba a su padre sin que él se diera cuenta, pues solamente cogía cada día unos pellizcos. ¡Qué tontería que hasta fumar en pipa fuera mal visto en Varmal! Cosas peores seguramente harían ellos, albergados en la clandestinidad.
Rebuscando otra vez bajo su túnica sacó un trozo de papel perfectamente plegado. Lo abrió con tranquilidad, posando en él una mirada profunda y melancólica, como si estuviera recordando algo no necesariamente doloroso, pero que le había dejado una gran huella en su corazón. El papel estaba escrito con tinta china, en una perfecta caligrafía. Acto seguido volvió a plegar el papel, se lo introdujo bajo su túnica y nuevamente cerró los ojos y se dejó mecer por el viento, apoyando sus manos en la piedra, y con el rostro alzado hacia una Luna que ya vagaba solitaria por el firmamento esperando a sus acompañantes.

Empezó a cantar a capela con una voz dulce y al mismo tiempo desgarrada. Era una antiquísima canción, se cree que incluso había sido escrita mucho antes del Exilio. ¡Cuánto tiempo hacía que no cantaba!

Siento un latido intenso
en tu mirada
La observo y me invade
como una ráfaga de viento
huracanado
el deseo, la pasión
la dulzura y el apego.

Oh, mi triste Alba
no busques más
en tu interior
No llores ahora.
Recuérdame
y busca en mí
tu armadura
tu valor
tu espada
y tu amor.

Partiré a medianoche.
¡Oh no quiero despedirme!
pero ya es demasiado tarde.
Conservaré tu pureza
en un jarrón invisible
que no tiene nombre
sobre el que escribiré
un "Te quiero"

Y el silencio entonces
reinará sobre lo que pudo ser
y jamás fue.

Oh, mi triste Alba
no busques más
en tu interior
No llores ahora
Recuérdame
y busca en mí
tu armadura
tu valor
tu espada
y tu amor.

Al acabar aquella frase no pudo reprimir un sollozo que ya no fue capaz de aguantar más. El pecho le dolía con inmensidad y ya no quería seguir cantando, solo quería gritar al viento que ya no había nada en el mundo que valiera la pena, que no existía nada esencial por lo que luchar.

De repente, como si el poderoso viento se hubiera encarnado, sintió un fuerte empujón por detrás, un empujón claramente humano. ¡Unas manos! ¿Le habían seguido? No podía ser...¿Y sí volvía a ser otra de aquellas terribles alucinaciones que sufría de vez en cuando, alguno de aquellos monstruos? ¿Y si...?

Se giró con rapidez con el puño derecho apretado y lanzándose contra lo que le había atacado, cegado por la ira. Fuera una visión o no, no soportaba que alguien le estuviera espiando, que alguien le hubiera seguido. Cuando estaba a punto de propinar su golpe, observó con cierta sorpresa que se trataba de una chica rubia y delgada que se agazapaba como esperando una posible agresión por parte de él. Su rostro estaba asustado, era una chica linda, y sus ojos azules sin embargo brillaban como ávidos de cometer alguna otra travesura. Cuando vió que él se paraba en seco y se ponía a observarla con unos ojos críticos y recelosos, la chica sonrió. Tenía una bonita sonrisa y unos labios rojos y finos e iba vestida de forma muy coqueta, con una falda corta con flores de distintos colores dibujadas en ella y una blusa blanca remachada con espirales verdes y rojas. Su ombligo estaba a la vista y también un generoso escote que dejaba entrever sus pequeños y redondeados pechos. Sus manos estaban cruzadas de forma supuestamente recatada sobre la falda y su pie derecho daba vueltas en el suelo mientras lo miraba de reojo, como si intentara reprimir un instinto de timidez ante él. Pero su mirada, cuando se encontraba con la suya, la delataba. Era una maldita traviesa. Solamente se trataba de una de aquellas niñas mimadas que habría sentido ganas de molestar a un extraño solitario que merodeaba por el campo.

La miró con desprecio.

-¿Qué haces tú por aquí, niña?

La joven andó unos pasos hacia él ya algo más relajada y suelta. Al encontrarse ya tan solo a un metro de él, dispuso sus brazos en jarras, de forma algo provocativa y sensual, quizá para intentar jugar con él. No, a él aquellas niñas no le engañaban.

-Oh, ¿Es que una no puede ir dónde le plazca? Llevo observándote desde hace meses y eres un auténtico muermo, chico! Pero no sé, tienes algo que sin duda me atrae- se puso a reir, sin ningún tipo de pudor y, acto seguido, le abrazó de forma esperpéntica dándose un impulso sin que Lúne lo esperara en absoluto - ¡Ooooh! ¡No sabía que cantara, mi noble caballero! ¡Canta usted divinamente! ¡Me ha parecido taaan romántico!

Aquella chica estaba loca. Loca de remate. El joven se apartó de ella con un suave empujón.

-Déjate de chorradas niña y vuelve con tu madre, que ya te estará esperando preocupada en casa. Me molesta muchísimo que me espíen. ¡Lárgate! - dijo con un tono de voz seco y cortante.

La chica, no obstante, no se amedrentó ante la hostilidad de su ser espiado. Siguió manteniendo su sonrisa y, acto seguido, comenzó a bailar y a brincar alrededor de él, con las manos plegadas tras su espalda. Silbaba y canturreaba a la vez mientras movía sus torneadas piernas de forma grácil.
Sin dejar de bailar se dirigió de nuevo a él, con una voz divertida y alegre.

-¡No es justo que yo sepa tu nombre y tu no sepas el mío, apuesto caballero! Sé que te llamas Lúne, lo sabe todo el mundo. ¡Yo me llamo Yume! ¡Encantada!

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