Tuesday, June 10, 2008

Capítulo 11. Lo siento.

Lúne por primera vez en muchísimo tiempo (ni se acordaba cuando fue la última vez) sentía estar dejándose llevar y no se encontraba tan extraño ni inquieto por todo lo que estaba pasando desde que aquella inoportuna joven le había interrumpido mientras su alma vagaba por parajes muy lejanos de aquella Fortaleza en la que estaban todos confinados. Bajo su sorpresa, Yume había agarrado con fuerza la mano del joven y se lo había llevado colina abajo sin darle una razón concreta de por qué había hecho aquel gesto. El joven no había considerado nada gentil ni noble por su parte forcejear con una mujer y, a regañadientes, había consentido aquella afrenta.
Su semblante, sin embargo, permanecía como sellado dentro de una caja de silencio y desidia. No importaba dónde iba a llevarle. No le importaba en absoluto.
Solamente se dejaba llevar por aquella chica desconocida que había visto por primera vez aquella tarde. A veces su mirada se posaba en el semblante rebosante de felicidad de aquella adolescente, y parecía como si una pequeña chispa de repente derritiera dos o tres gotas de su helado corazón. No dejaba de mirarle con unos ojos azules que parecían destilar la esencia escondida de los valles húmedos que rodeaban las colinas circundantes. Era hermosa, diferente, extraña. Por dentro una misteriosa sonrisa aparecía en el interior de Lúne sin que él tuviera valor de enseñarla al mundo físico, pues sus sentimientos seguían siendo igual de fríos y distantes. ¡Que bipolaridad tan rara!

Sin tregua, ya habiendo cruzado los bosques sin que ella le dejara de agarrar la mano con fuerza, empezaron a correr por los prados del sur, cruzando las cercas de los trigales, huertos de hortalizas y fincas pobladas por gran número de árboles frutales. Aterrado, Lúne observaba como los granjeros muchas veces se interponían en su paso cegados de rabia por haber pisado sin consideración sus plantaciones, pero Yume era rapídisima y conseguía despistarlos escondiéndose en cualquier espesura que encontraban al borde de aquellas gigantescas fincas. Lúne, falto ya de aire y con unas tremendas ganas de abandonar aquella alocada aventura en la cual no sabía aún como había podido verse inmiscuido, gritó a Yume con las fuerzas que le quedaban y con una voz quebrada no acostumbrada a salir de sus cuerdas vocales con aquella potencia.

-¡Niña! ¡Estás mal de la cabeza! ¡¿Sabes acaso para...para que sirven los caminos?!

La chica volvió su rostro hacia él, un rostro casi cubierto por completo por aquella densa cabellera rubia que danzaba con el viento. Parecía acostumbrada a aquel tipo de correrías sin sentido. ¿Qué diablos hacía él corriendo con una niña traviesa y consentida? Sin duda, ya no podía caer más bajo de lo que había caido, y eso que creía ya haber llegado a un abismo con fondo seguro...

-Sirven para los perdedores como tú, querido - contestó, apartando sus bonitos cabellos de su cara - Además...¡Hoy es mi cumpleaños! - añadió con una sonrisa que denotaba una alegría sin fronteras ni limites. Era tan simple...¿Cómo podía alegrarse por un maldito cumpleaños? Él cada vez que llegaba la fecha señalada, se recluía en su cuarto y pasaba la madrugada entera escribiendo poemas y cantando con voz imperceptible, para que sus padres no se despertaran. No quería ni deseaba jamás que nadie, ni tan siquiera sus padres, fueran conscientes del dolor que latía en su alma. De repente, mientras pensaba esto, Yume se puso a caminar tranquilamente mientras pasaban por sobre un pequeño puente rojo y curvado que saltaba sobre un pequeño riachuelo que aparecía unos instantes de unos antiguos bosques que se habían salvado de la tala cuando esta se había llevado a cabo para situar la mayor parte de los campos de cultivo y de las casas rurales en el sur de la Fortaleza, cinco años atrás. Fresnos, hayas y robles se tocaban unos a otros, se besaban con sus ramas y despedían el Sol que entre las lejanas montañas del sur, más allá de las gigantescas murallas que les separaban del exterior, dejaba un cuadro de toda la paleta de rojos que él jamás hubiera podido imaginar. Los rayos del Astro Rey muribundo parecían jugar y acariciar los pocos huecos que dejaba el bosque para que la luz penetrara en él, y aquello dibujaba de color anaranjado todo lo que ante ellos se presentaba: el pequeño camino que se dirigía hacia el gran bosque desde ahí, y atrás kilómetros de campos con sus pequeñas casas empedradas y un viento templado que hacía mover los trigales y el resto de cultivos como un vaivén, como un sutil abanico. Yume paró justo en la zona más alta del puente, sin dejar que Lúne se soltara de su mano. Acto seguido, se revolvió hacia él, encogiéndose de hombros y sin dejar aquella sonrisa que le recordaba al sonido de los juncos que ahora cantaban con su voz melosa movidos por el ruidoso riachuelo.

-Tú me enseñaste tu lugar preferido y yo te enseño el mío - dijo, sentándose de un saltito encima del puente y, al fín, soltando al muchacho, el cual ya tenía la mano irritada. El joven aspirante a miembro de Varmal se frotó con suavidad la palma de la mano y miró a aquella chica con unos ojos que rezumaban cansancio y una cierta sorpresa que aún no había conseguido reprimir. Estaba ligeramente confundido por...una niña. Estaba muy molesto con sí mismo y con Yume, una loca que se había atrevido a importunarlo de aquella manera tan maleducada.

-Yo no te enseñé nada. Fuiste tú la que me espiaste, preciosidad.

Yume movía las piernas adelante y atrás, como si sus palabras no la afectaran en absoluto, como si estuviera absorta en todo lo que acontecía a su alrededor. Miraba el retozar de los pájaros en el cielo, los cuales se apareaban cantando a cientos entre las arboledas, al igual que el débil croar de las ranas y aquel viento purificador que anunciaba el final de la primavera, de una primavera perfumada y de vanas esperanzas a la vez. De repente, sus ojos volvieron a posarse en los de él y el balanceo de sus pies por fin cesó, como si hubiera despertado de un sueño.

-Qué pena que tu mirada esté tan perdida. Aún así...me gustas - dijo la chica, enrojeciendo un poco y volviendo su mirada sobre las ramas y observando como ya solamente el poema de colores vivos que dejaba un Sol ya fallecido tras el horizonte escribía sentimientos inexplicables en la lejanía.

Lúne arqueó una ceja, esbozando una suave sonrisa y sus ojos grises la miraron con algo que pretendía ser ternura. Súbitamente, fue a sentarse a su lado.

-No sabes ni lo que dices. Eres tan solo una cría y ves algo equivocado en mí. Un ideal. Olvídate de eso antes que sea demasiado tarde para tí.

Yume puso los brazos en jarras, abiertamente enfadada, o al menos eso aparentaba. Lo miró con una gran reprobación.

-¿Y quien diantres te ha dicho que sea una cría? ¿Tantos prejuicios tienes?

-Solamente una cría sería capaz de declarar su amor a un desconocido solo por haberlo visto unas cuantas veces y sentirse atraída por él. Nada más.

Yume rió a carcajadas, y su risa fue como un pequeño pez de colores que iba a parar al riachuelo y a nadar en él con gracia, corriente abajo, fundiéndose en él.

-¿Qué sabrá usted del amor, hermoso caballero?

Al joven representante de Varmal ya le pareció suficiente aquella actitud de confianza excesiva que estaba usando aquella adolescente alocada y con tan pocos modales. Sin decir nada más, la miró con amargura y desprecio. Toda la gente es igual - pensó para si mismo, mientras se alejaba en dirección contraria de los bosques sureños - Todos acaban burlándose de mí de alguna u otra forma. Ni sé cómo he podido caer en una trampa tan burda. Esa chica solo quería hacer mofa de mi soledad, de mi forma de ser, y restregármelo todo por la cara. Debía aburrirse, sin duda.
El odio recorría el cuerpo de Lúne mientras, con pasos cada vez más dilatados, se dirigía de nuevo hacia el camino que llevaba a su casa. Una larga caminata le esperaba, y todo por culpa de no haberse sabido imponer por sus malditos modales ya pasados de moda. Había perdido una tarde de descanso y de calma, una tarde que él había necesitado desde hacía meses. ¡Maldita Yume! ¡Era una insolente, una loca, una criaja que buscaba divertirse a su costa! Ya le enseñaría modales si la volvía a encontrar, si, se los enseñaría bien pronto. ¿Amor? Esas niñas no saben ni qué significa esa palabra sagrada, por eso la van pronunciando a todas horas sin respetarla.

Mientras pensaba con algo que ya rozaba la ira acerca de su encuentro con Yume, iba dando patadas a las piedras que se iba encontrando por el camino. Estaba harto de todo y de todos, la sociedad estaba podrida, todos los que le rodeaban eran mediocres, banales, simples, inconscientes...¿Por qué él era así y no como los demás? ¿Por qué siempre se sentía vacío e infeliz?

Sin embargo, algo dentro de él estaba cambiando. Toda aquella rabia había producido algo similar que cuando un jarrón de porcelana precioso cae y se hace añicos. Algo se había liberado, y le producía mucho dolor y mucha ansiedad. Se rascó los negros cabellos y quiso desterrar aquel miedo improcedente que empezaba a sentir. No, quería ser fuerte, resistente, impasible...no podía permitirse sentir, y no después de aquello tan terrible que había ocurrido meses atrás por su culpa. Debía aceptar su condena.

-¡Lúne! ¡Lúne! - la voz lejana de Yume iba acercándose y sus pasos acelerados se escuchaban claros como el agua de aquel riachuelo que habían dejado atrás.

No quería verla, sin embargo se había alegrado de escuchar su vo...No, no quería verla, no quería sufrir ni permitiría que nadie más le hiciera el vacío por ser quien era.
Al llegar a su lado, resoplando, Yume parecía asustada, con sus ojos azules tristes, mirándolo entre lágrimas que se había enjuagado minutos antes. El contraste entre el rojo y el iris azul creaba algo maravilloso, distinto de definir. Era como si una preciosa cascada retenida en sus fuentes interiores hubiera estallado de repente. El joven se sintió algo turbado, pero giró la cabeza hacia otro lado, sin dejar de caminar hacia su destino.

-¡Lúne! Perdona si antes te dije cosas que no debía...Yo...No te conozco, no soy quien para juzgarte...

-Esfúmate - contestó Lyres, secamente, con voz grave y ronca, escondiéndose otra vez tras su escudo de hielo y frialdad que siempre llevaba encima.

Yume le agarró suavemente por una manga y empezó a sollozar.

-Yo...yo siempre te veía solo, y creí que eras un chico muy interesante...que...que valía la pena conocer. Esto es todo...pero tu...tu de principio me rechazaste...¿Te caigo mal? ¿No estoy a tu altura?... ¡¿Te crees superior al resto?! - añadió al final, con un tono semi-indignado - Me voy. No quiero volver a verte nunca más, aunque eso me duela. Ni sé por qué vine aquí, soy una idiota...sólo quería ser tu amiga...Me voy.

-¡Espera! - gritó súbitamente Lúne, mientras veía que Yume pasaba a su lado dispuesta a marcharse corriendo entre lágrimas - ¡No! ¡Escúchame! Ehm...- Lúne notó cómo su rostro enrojecía. ¿Que diablos...? - Vayamos a...a algún lado juntos ahora, ¿De acuerdo? Así nos conocemos mejor.

La joven se paró en seco, pues Lúne le tenía agarrado un hombro con cierta fuerza para que no siguiera avanzando.

-¡Suéltame! -replicó, sin dejar de llorar- No quiero ser una carga para nadie.

Yume no parecía en aquel momento la misma joven que había conocido al principio. Su alegría parecía ahora oscurecida por una oscuridad que él mismo había creado. Se sentía un auténtico mequetrefe por haber tratado así a alguien sin conocerle. No era su estilo, era lo que más odiaba del mundo y sin embargo...aquello era lo que había hecho. Lúne carraspeó. No sabía si sería capaz de hacer aquello que iba a hacer.

-Yume... - dijo, cogiéndola otra vez del brazo y esta vez haciéndola mirar hacia él. Oh...cuando lloraba tenía una belleza tan frágil...Al ver aquel rostro surcado por el llanto, el corazón le dió un vuelco- Lo siento.

La joven lo miró arqueando las cejas, con sorpresa. No podía creer que aquel ser tan árido le hubiera pedido perdón. Quizá todo aquello era su culpa, por fisgona, por meterse dónde no la llamaban. Sin embargo, prefirió dejar de llorar y volver a ser la de siempre. Siempre había preferido sonreir, y tomarse la vida con filosofía, con calma, buscando siempre el amor y la belleza. Y no, aquel hombre no le cambiaría su forma de ser.

-Yo...yo también lo siento por haberme entrometido en tu vida - dijo, recobrando la sonrisa - Oye...-añadió, con sus ojos clavados en la hierba- ¿Y si vamos a aquella taberna perdida del bosque sureño, "la Cabaña del Vigía"? Aún nos queda media hora de luz...¡Puede ser divertido!

Lyres sonrió. Aquella chica era excepcional. ¿Cómo podía ser capaz de volver a sonreir con tanta facilidad? De repente, sintió deseos de acompañarla.

-Allí van los proscritos de la fortaleza, o mejor dicho, los que se sienten...digamos...menos a gusto en ella. ¿Estás segura que quieres ir? - preguntó, con tono ciertamente burlesco.

Yume saltó de alegría y empezó a danzar de nuevo entre las flores de jazmín que empezaban a dejar un dulce perfume en el aire, un perfume que contrastaba con el corazón lleno de vida de aquella muchacha.

-¡Si! ¡Porque voy contigo!

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