Saturday, February 14, 2009

La Resistencia. Capítulo 5: Ciriol (parte 1)

La niebla seguía flotando en aquellos oscuros mares y parecía que en aquellos lares no existía ni el día ni la noche, solamente unas tinieblas permanentes que se mantenían a caballo entre los dos.
Llevaban 5 días en alta mar, navegando impulsados por fuertes vientos que les mantenían en una velocidad rápida y constante.
Pero por alguna razón el navío se había detenido, colocando las velas al pairo, retirándolas. Diez minutos atrás unos esforzados marineros habían echado el ancla y ahora unas olas altas hacían que la nave se balanceara de un lugar a otro con bastante violencia. Había empezado a llover de nuevo y aquella vez de forma torrencial.

Hanuil estaba combado sobre la cubierta vomitando sonoramente. Desde hacía una hora no había vuelto a decir palabra y parecía haberse olvidado de la marinera a quien le hacía la corte desde el primer día. Los marineros pasaban a su lado, impasibles, gritándose instrucciones, mientras el capitán, subido en la torre de mando junto al timonel, hablaba con Elrick de forma grave y serena, como si el resto del mundo no les incumbiera. No daban señal de estar ni agitados ni molestos por el temporal que se había desatado sobre ellos.

- ¿Te encuentras bien? - Ichiro se acercó a Hanuil por detrás y le dió unas palmaditas en el hombro. Se sentía algo mareada, pero de momento soportaba mejor que él las inclemencias de aquella horrible meteorología - Baja al camarote si eso. Aquí vas a empeorar - le sugirió.

El joven viajero se giró hacia ella y clavó sus ojos rojos y llorosos en los de la joven y escupió en la cubierta, con el ceño fruncido.

-Tenemos que estar todos en cubierta - su voz sonaba muy cascada y entrecortada - van a sacar la maldita piedra gigante para que, con un conjuro de Morada, podamos acceder a Ciriol con fórmulas mágicas. En Espiral así se hacen las cosas. Tienen que... - amagó una arcada y prosiguió - perdón...joder, malditos mares de los cojones... Te decía que en Espiral tienen que provocar la magia, no brota de forma natural como en nuestro Mundo.

Justo dicho aquello, Hanuil volvió a darle la espalda y siguió haciendo arcadas sin poder echar nada más de su ya vacío y maltrecho estómago.
En verdad, en Húgaldic, durante muchos meses del año la lluvia era presente, así se explicaba el verdor tan intenso y la inmensa cantidad de bosques húmedos y espesos que rodeaban la aldea.
Así pues, estaba acostumbrada, aunque una jamás se acostumbra, pensaba ella, a los cabellos pegados en el cogote.

Lúne, aunque ni él mismo se lo explicaba, se sentía de buen humor. Estaba apoyado contra la baranda del barco con las manos en los bolsillos, observando con sus ojos grises y penetrantes a un grupo de marineros que se habían reunido alrededor de Elrick y del capitán del navío.
Sus cabellos oscuros se habían también pegado al cogote y alrededor de su rostro y ahora le tapaba completamente uno de sus ojos. El otro lo mantenía entrecerrado y ahora miraba como Ichiro se acercaba a él con paso dubitativo, pensativa.

Sonrió levemente.

-Están preparando un Paso de Morada, ¿verdad? - espetó el joven, con tranquilidad, mientras se retiraba unos cabellos mojados de su ojo izquierdo. Los marineros reunidos, junto con Elrick, se habían zambullido de repente en las oscuras aguas y habían desaparecido bajo ellas - seguramente la roca tiene un potente conjuro para arrancarla de ahí dónde está. Menos mal que, lógicamente, conocen su ubicación exacta.

La otra mitad de la tripulación esperaba con seria profesionalidad ante la baranda que, los que se habían zambullido unos instantes antes, aparecieran con la gran roca y así la trasladaran sobre cubierta.

Y así sucedio.

Al cabo de 2 minutos que se hicieron eternos, finalmente aparecieron todos ellos, cargando una gran roca en un saco atado a una larga cuerda. Los de arriba agarraron la cuerda y en unos pocos tirones ya habían arrastrado la piedra en cubierta. Se notaba que aquella era una operación con la que estaban muy familiarizados.
Los que se habían zambullido saltaron de nuevo en cubierta, resoplando y escupiendo agua, pero al poco tiempo ya estaban ayudando a sus compañeros a arrastrar la piedra hacia el centro de la embarcación, para no desestabilizarla. En aquella roca habían escritas unas palabras en un idioma totalmente incomprensible para Ichiro. Parecían ideogramas.

Ichiro, que se había sentado junto a Lúne y observaba todo aquello con una mezcla de sorpresa y extrañeza, arrugó la nariz tratando de descifrar aquel lenguaje. Pero fue en vano, y eso que en Húgaldic había estudiado diversos idiomas raros incluyendo algunos de Espiral.

Lúne pareció adivinar su desconcierto.

-Eso son fórmulas mágicas escritas en el idioma de las primeras órdenes de Espiral, un idioma hermético, de orígen feérico, que solamente se usaba entre los miembros de estas, denominada Alta Lengua. Obviamente con eso no se puede acceder a la morada. A estas fórmulas se le añadía otra estrictamente oral para así salvaguardar la seguridad y el secretismo de las órdenes. Los idiogramas servían para, digamos - alzó los ojos tratando de buscar una palabra apropiada - dar pie para recordar las fórmulas orales, pues las palabras riman entre ellas. Por supuesto, todos los miembros sabemos leer estos ideogramas, aunque ya no los usemos para la conversación.

Ichiro se rascó la cabeza, confusa.

-Apasionante. Lo único que no entiendo es, ¿Por qué tanto secretismo?

Lúne se incorporó sobre sí mismo y, viendo como todos empezaban a rodear la piedra y les echaban a ellos dos unas miradas que les reclamaban, comenzó a andar hacia allá con paso decidido. Mientras andaba, giró su cabeza hacia ella y la miró de reojo, con una media sonrisa algo sarcástica.

-Porque somos humanos.

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Poco tiempo después ya estaban todos reunidos alrededor de la gran Roca negra, abrazados a ella y con los ojos cerrados, en silencio. Todos habían realizado aquel gesto de forma automática, todos excepto Ichiro la cual, en última instancia, fue cogida firmemente por el brazo y arrastrada hacia ellos. Había estado mirando el espectáculo pasmada, sin atreverse apenas a respirar.

-¡¿Qué demonios haces, Ichiro?! - Lúne había perdido la sonrisa de antes y ahora la observaba con el ceño fruncido, bufando - Todas las consciencias deben estar unidas para que el conjuro tenga el efecto deseado. Abrázate ahí, junto a mí - relajó su voz y apartó los dedos de su hombro, notando la mirada molesta y contrariada de la joven - y limítate a repetir las fórmulas mágicas, tratando de no equivocarte.

-Gracias por la explicación, Lúne - susurró la feérica, abrazando la roca con todas sus fuerzas - pero ni se te ocurra volver a tocarme y menos de esta forma. Que te esté agradecida por tu ayuda no significa que puedas tomarte esas libertades - sus ojos ámbar refulgían como las estrellas, dos supernovas apunto de estallar.
Lúne apartó la mirada durante un brevísimo lapso de tiempo casi imperceptible, pero no lo suficiente para que Ichiro no se diera cuenta. Luego volvió a mirarla y parpadeó, algo descolocado, o al menos eso parecía. Un rubor anaranjado se había instalado en sus mejillas.

-Lo siento - murmuró al final, entre dientes.

Y dicho eso, ambos, como si se hubieran puesto de acuerdo, cerraron los ojos a la vez y aguardaron hasta que, uno de los marineros que no era el capitán, con una voz firme y engolada, empezó a realizar unos cánticos con palabras extrañas en ellos, o al menos extrañas para Ichiro.

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Acabado el conjuro colectivo [a Ichiro no le había costado repetir aquellas intrincadas palabras, pues el idioma parecía sencillo, claro y muy melódico] la joven, en contra de lo que se esperaba, no notó ningún cambio perceptible ni en el navío ni en los mares que les rodeaban. Éstos seguían cubiertos por una patena de espesa niebla que se perdía en el horizonte, dando la sensación que navegaban sobre cielos nublados en vez de sobre las aguas.
El único cambio que, obviamente, había notado, era que había parado de llover y, además, tenía una extraña sensación: el aire parecía más ligero y, al respirar, entraba con mucha más fluidez hacia sus pulmones que antes. La atmósfera, antes electrificada, se había llenado de un silencio sereno, roto dulcemente por el constante romper de las olas contra la quilla del barco.

Ichiro notó también como, de repente, el buen humor le invadía todo el cuerpo desde sus mejillas, pasando por sus pechos, por sus caderas y llegando a la punta de sus pies.
Los marineros habían levado el ancla y habían vuelto a alzar las velas con la rápida y eficaz maestría de su oficio. Hanuil volvía a bromear y a hacer la corte a la recia y bonita marinera mientras ésta aseguraba nudos y ayudaba a estabilizar las velas con el viento cargado de salitre.
No sabía por qué, pero desde que habían empezado el viaje, era la primera vez que Ichiro deseaba llegar a aquel misterioso sitio que se resistía a aparecer ante sus ojos. Se hallaba en proa, observando entre la niebla si podía ver algún cambio, el vestigio de alguna isla apareciendo con sus acantilados y sus playas tras aquel blanquecino velo.
Sin embargo, pocos minutos después, lo único que sintió fue como el barco poco a poco detenía su marcha nuevamente y que los marineros, con movimientos mecánicos y precisos, volvían a bajar las velas y a echar el ancla sin que hiciera falta una orden específica del capitán. Sabían cuándo y cómo debían proceder, a la perfección.

Ya no olía a mar, no olía a salitre, y el navío parecía flotar sobre una superficie espesa y estable. Sin embargo, las nieblas seguían cubriéndolo todo sin rastro de ninguna tierra a la vista.

-Ya hemos llegado - gruñó Elrick tras ella.

Se giró y lo vió oteando el horizonte que se extendía ante proa. Su rostro era pétreo, como de costumbre, y no parecía ni irritado ni contento.

-Pero...yo no veo ninguna isla.

-¿Isla? ¿Qué isla? - murmuró el calvo viajero, esbozando una sonrisa sarcástica - Eso es lo que nos dicen en Firya a nosotros y a cualquiera que viene de fuera. ¡Oh! ¡Qué rapidez! Ya han montado la plataforma. Bajemos.

-Ba...¿Bajemos? - arqueó las cejas la joven, sorprendida. ¡Pero si aún estaban en alta mar y notaba que el barco flotaba, aunque ya no se escucharan las olas chocar contra la quilla! Había algo que no cuadraba en todo aquello...

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Fue la sensación más extraña que había sentido en toda su corta vida, y eso que venía de un mundo en dónde la magia flotaba y brotaba libremente, de forma natural, por todas partes, y más en los alrededores de Húgaldic.
Estaban todos andando sobre una superfície gelatinosa, sobre aquella capa de niebla por la cual habían estado navegando hasta aquel momento...Ichiro tenía que hablar con alguien, urgentemente, pero flotaba ahí un silencio que tenía algo de sagrado, de inquebrantable. Se dirigió entonces a Hanuil, el cual era el único que no parecía verse forzado a guardar silencio, hablando de vez en cuando con aquella marinera.

-¿Dónde estamos?

El joven viajero la miró, con expresión divertida y algo burlesca.

-Oh, pues en las afueras de Ciriol, Ichiro. ¿Verdad, querida? - miró a la marinera y, sin ningún reparo ni vacilación, la agarró por la cintura. ¡Pero si en comparación con ella casi parecía su hijo o, por lo menos, su hermano pequeño! Pero ella no pareció sorprenderse en absoluto y, encogiéndose de hombros, le abrazó la espalda de forma natural y ligera.

-Si, no te preocupes, en breves momentos llegaremos a la última frontera mágica.

Dicho aquello, ambos siguieron hablando y riendo por anécdotas y banalidades que se contaban el uno al otro y, de vez en cuando, se besaban, sin disimular en absoluto. De hecho a nadie, ni siquiera a los marineros compañeros de ella, parecía importarles lo más mínimo.
Así pues, siguió andando entre aquella espesura nívea, en silencio y expectante...inquieta.

¿La última frontera mágica? ¿Por qué en Espiral estaba todo tan repleto de fronteras? ¿Qué era exactamente una frontera? Aún no lo acababa de entender.

La niebla, lejos de disminuir, parecía espesarse de cada vez más, y un frío intenso empezó a calarles los huesos a todos, sin excepcion. Ichiro ya había perdido la noción del tiempo que llevaban anduviendo por aquellos páramos desiertos cubiertos de hierba dispersa, o eso parecía, a tenor de la superficie mullida y húmeda que ahora pisaban.
Al fín, después de un interminable caminar por aquel vacío extraño y, de nuevo, eléctrico (la magia casi se podía palpar con la mano) la niebla pareció empezar a ceder a golpes de aquel viento helado y ante ellos empezaron a aparecer, aquí y allá, unas verdes colinas redondas, perfectamente erosionadas por el viento y repletas de flores blancas.

-Los túmulos de la Orden - susurró Elrick, observando los ojos extremadamente abiertos de Ichiro y el ceño ligeramente fruncido de Lúne, el cual sentía unas extrañas vibraciones en su interior que casi le hacían retorcerse de dolor. Sí, allí había dolor, mucho dolor y tristeza. Y un silencio venerable.

-¿Quienes están enterrados ahí? - preguntó el chico, en un murmullo sombrío.

-Ciriol, antes de ser la Orden más bien defendida y escondida de toda Espiral, fue muy vulnerable y débil; a la vez que llena de sabiduría. Antes del Exilio y de la creación del Mundo Ordinario, Ciriol era solamente una de las numerosas Órdenes que poblaban Espiral. Solo que, a diferencia de los otras, Ciriol siempre decidió vivir al margen del resto, para bien o para mal, creando su propia lengua, cultura y forma de vida. Se dice que era la Órden que más relaciones tenía con los feéricos, y que más aprendieron de ellos. Era un pueblo muy pacífico y aferrado a su tierra - Elrick caminaba despacio entre los túmulos, con serenidad y hablando con la voz baja y con gran respeto - hasta que uno de los reinos más cercanos y limítrofes con la Orden empezó a ambicionar las tierras fértiles dónde se habían asentado. Lo consiguieron invadir, pero no sin antes tener que acabar con casi todos los miembros de la Orden, los cuales lucharon de forma valiente y feroz.
Una vez en el Exilio, los pocos supervivientes de Ciriol, en el Mundo Ordinario, crearon una orden secreta independiente de la famosa Orden de Féntar y, con el Retorno, esta Orden se convirtió, en muy poco tiempo y con grandes archimagos en su seno, en una Órden profundamente hermética que consiguió separarse del resto de Espiral gracias a la inagotable fuente de sabiduría que antaño habían recogido de los feéricos. En Espiral, casi todos creen que esa Órden desapareció antes del Exilio. Pero eso ya es otra historia... - Elrick hizo otra pausa y observó tanto a Lúne como a Ichiro, que lo escuchaban con atención e interés.

-Entonces, estos túmulos deben ser un recordatorio de la abominable matanza que ocurrió hace miles de años en otro lugar y, por tanto, ahí no están enterrados los cuerpos. Es un símbolo - dijo Lúne, asintiendo y sintiendo de repente una gran paz interior en su corazón y unas extrañas ganas de llorar.

-Así es. Ciriol, la Órden maldita. La Órden olvidada por todos.

Siguieron caminando cautelosamente entre aquellos pequeñas colinas y la niebla poco a poco iba disipándose, los colores de las flores de cada vez eran más claros y cubríanlas una pequeña pátina de rocío. Empezaron entonces a aparecer, aquí y allá, pequeños bosquecillos creciendo a los pies de las elevaciones.
Y, sin darse cuenta, la niebla había desaparecido ya del todo. Lúne, asombrado, se restregó los ojos con una manga de su túnica negra, himnotizado por la belleza que ahora le rodeaba, que por fín se había desvestido de sus ropajes blanquecinos. Andaban por una casi imperceptible hondonada entre las colinas esmeralda y empezó a invadirles embaucadores perfumes provinentes de las flores, como mareas aromáticas, como si se hubiera abierto la veda para nuevas sensaciones que habían permanecido dormidas a causa de la niebla. El Sol ahora brillaba en todo lo alto, colgando en un cielo azul perfecto y limpio.

Lo único que permanecía igual era un silencio espeso y penetrante, que se hacía extraño en medio de aquel ambiente tan primaveral, muy extraño. Nadie se atrevía a alzar la voz, ni siquiera Hanuil, el cual caminaba con una expresión seria y serena, como todos los demás. Lúne solamente recordaba aquella calma melancólica en los cementerios, y, en verdad, aquel, a pesar de todo, era uno de ellos. En cualquier otra situación le hubiera gustado aquella atmósfera, pero albergaba sentimientos muy contradictorios acerca de aquella tierra de bosques y verdes colinas: por un lado se sentía como en casa, y por otro solo deseaba huir de ahí en cuánto antes.

Los que guiaban la expedición, los marineros y Elrick, cambiaron por fín de rumbo, subiendo por una escalera labrada en la piedra y saliendo de aquella pequeña hondonada que les separaba de las colinas y los bosques como el lecho seco de un río, y sobre la mojada hierba cubierta de flores empezaron a remontar una colina más alta que las otras, y no había camino, solamente tenían que subir directamente sin dar ningún rodeo. El terreno estaba muy resbaladizo y, en unas cuantas ocasiones, Lúne estuvo a punto de caerse hacia atrás. Subían y subían, y el miembro de Varmal tenía la sensación que el Sol se había transformado en un candelabro al cual se le van apagando sus velas, una a una, lentamente. Parecía que el ocaso se iba acercando. ¡¿Ya?! ¡Pero si hacía solo unos minutos aún quedaban restos de rocío sobre la hierba!
Pero no, no podía obrar con lógica, y más en unas tierras rodeadas y repletas de magia. Debía seguir escalando, siguiendo el rápido ritmo de los marineros y de Elrick.

Por fín llegaron a la cima y la oscuridad, para sorpresa de Ichiro y Lúne, los dos únicos que jamás habían pisado Ciriol hasta ahora, ya era casi completa, el Sol ya ni siquiera se encontraba visible al menos en su forma, pero sí en esencia: una paleta de colores que iba desde el anaranjado al púrpura pintaba un horizonte que se perdía entre las aguas del océano que flanqueaba unas tierras sembradas por cientos de colinas. El resto: un cielo negro, sin estrellas, y la silueta casi invisible de la luna negra...algo que jamás ni Ichiro ni Lúne habían visto en su vida. ¿Era aquello un símbolo de toda la tristeza que gobernaba aquellas tierras? ¿Ya no había estrellas para los que habían hallado la muerte? Ichiro empezó a tiritar no de frío, sino de una sensación escalofriante que tenía más que ver con las ganas que ella también tenía de abandonar aquel lugar.

Acto seguido, el capitán de la embarcación se acercó a una pequeña roca con inscripciones desconocidas hasta para Lúne. Se trataban de runas talladas sobre la piedra, o algo parecido a éstas, pero la ortografía era absolutamente desconocida, con carácteres muy estilizados y alargados.
Sin más preámbulos, todos procedieron de nuevo a colocar sus manos sobre la roca y a repetir las claras y concisas palabras de aquel nuevo y extraño idioma, y entonces fue cuando sintieron como si una potentísima ráfaga de viento les arrancara de aquella sombría cima y les llevara volando, en una suerte de espirales y de círculos en la oscuridad, a otro lado muy lejos de ahí. El encantamiento en aquel idioma resonaba grave y cavernoso en la mente de Ichiro, haciendo que esta tuviera ganas de gritar y de pedir auxilio, algo totalmente innecesario e inútil por otra parte así que, pensándolo mejor, trató de vencer el mareo y el miedo que le había invadido todo su ser.

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Lúne cayó sobre unas losas frías y duras de aquella forma tan desagradable que recordaba de sus viajes al Mundo Feérico. Pero aquello aún había sido peor: la caída había sido más aparatosa y sin duda tanto él como Ichiro, los únicos que no se lo esperaban, habían caído mal y se hallaban confusos y con la cabeza dándoles vueltas, ambos sentados en el suelo. Giró la cabeza de un lado al otro, tratando de situarse espacialmente y tratar de comprender dónde les había llevado aquel portal mágico, pero tras él solo pudo observar una muralla gigantesca que, como una torre de gran elevación, se alzaba sobre sus cabezas proyectando una enorme sombra, tapando el Sol. Sí, de nuevo el Sol... ¡Aquello era una locura!
En el lado opuesto a la muralla, ante ellos, se hallaba una baranda de mármol cubierta de enredaderas y con un diseño exquisito y milimétrico con animales y hombres en distintas poses tallados en ella. A Ichiro automáticamente le recordó al Salón de Fölmendal, de hecho estaba segura que se trataba de los mismos constructores: los Núma.

Tanto Lúne como Ichiro entrecruzaron miradas entre las conversaciones apagadas de los marineros y Elrick, y animadas de Hanuil y la mujer, los cuales ya habían recuperado de nuevo el brío y reían de forma algo idiota, algo que exasperaba a la joven feérica. Ambos, como si hubieran llegado a un acuerdo, se encogieron de hombros y esbozaron una sonrisa algo enigmática.

-¿Estás pensando lo mismo que yo? - preguntó Lúne, dirigiéndo su grisácea mirada hacia la baranda de marmol que se alzaba ante la muralla.

-Si. ¿Vamos?

El muchacho asintió, abriendo más su sonrisa, y se levantó con esfuerzo al mismo tiempo que ella. Juntos se dirigieron, con paso rápido, hacia la baranda y, por fín, se asomaron.

Y lo que allí vieron les quitó la respiración.

Ante ellos se alzaba una bella ciudad con casas bajas y de diversos colores: blancas, anaranjadas, rojas, azules... que se amontonaban en el fondo de un pequeño valle y trepaban armoniosamente y sin pausa por una serie de terrazas labradas en las elevaciones que circundaban el valle, en última instancia encerrado por aquella enorme muralla. En el centro nada podía verse más que unos jardines muy tupidos que quitaban toda la visibilidad a lo que pudiera haber dentro de ellos. Solamente asomaba, entre unos árboles altísimos, una torre de marfil, de forma cilíndrica, terminada en punta. A doquier se escuchaban risas, voces de gentes que subían hacia allí con un eco perfecto, y una ingente cantidad de pájaros sobrevolando las casas y los jardines. También se oían tonadas de harpas y violines que, llevadas por el viento, tenían un regusto mágico difícil de explicar. Parecía una ciudad sacada de cualquier cuento de fantasía o, lo que era lo mismo para Lúne, de un cuento de hadas. Ichiro, que se había quedado anonadada respirando el aroma de las plantas aromáticas que se hallaban plantadas en el techo de cada una de los cientos de casas que trepaban casi hasta el pie de la baranda, pensaba justo lo contrario: era como una ciudad sacada de los cuentos de fantasia del Mundo Ordinario, de los que ella estaba tan enamorada.