Friday, March 6, 2009

La Resistencia. Capítulo 5: Ciriol (parte 2)

Un hombre alto y delgado de barba blanca y rala acompañaba a los viajeros por el interior de un enorme y cuidado jardín compuesto por infinidad de especies de árboles tanto de hoja caduca como de hoja perenne. Bajo sus pies se extendía una manta de hojas secas y el incesante baile de las hojas muertas se arremolinaba sobre sus cabezas. Entre las ramas de la vegetación, los rayos de sol matutinos se internaban suavemente, jugando con el dulce trino de los pájaros y de los diversos aromas que emitían las flores que se extendían en los pequeños claros junto a unos estanques con grandes peces de colores. Unos puentes de color anaranjado los vadeaban, permitiendo que los caminantes pudieran proseguir su marcha.

Sobre uno de aquellos puentes se hallaban todos ahora, expectantes ante la aparente serenidad de aquel hombre ataviado con una especie de túnica blanca y ancha con grandes mangas y atada con un cinturón de cuero gastado. Aquel silencio no parecía sorprender a ninguno de los presentes, pero sí inquietaba tanto a Lúne como a Ichiro, los cuales ya empezaban a tamborilear con sus dedos, como si se hubieran puesto de acuerdo, sobre la baranda de piedra.
El anciano había extraído un saquito de uno de sus bolsillos y ahora se dedicaba con ceremonía y cierta pasividad a dar de comer a los peces que saltaban hambrientos sobre las cristalinas aguas del estanque. Entre los grandes árboles podía entreverse una especie de terraza baja con barandas de madera que parecía ser la antesala de un templo de formas serpenteantes y curvas, también construido en madera.
Pero realmente Lúne no estaba de humor para contemplar la sutil belleza de todo lo que le rodeaba.

Al fín, el hombre de la barba blanca habló, con una voz aterciopelada y grave, una voz que parecía nacer del propio ambiente.

-Bien, así que me habéis traído al famoso Lúne. ¿A propósito de qué? - el anciano se guardó de nuevo el saquito con comida para peces y le dirigió una mirada curiosa y amable al joven miembro de Varmal, el cual se la mantuvo, reposando en ellos sus grandes ojos grises, ahora cubiertos de malestar y de cierto nerviosismo. No le gustaba ni los gestos ni el rostro de aquel hombre. Unos ojos pequeños y azules que brillaban de forma extraña, rematados por una nariz afilada y un mentón severo, todo sazonado con arrugas, sobretodo en las mejillas.
Al cabo de poco tiempo, giró su cabeza con tranquilidad y se dirigió entonces a Elrick, el cual se hallaba a su lado, observando los reflejos del Sol en el estanque - Elrick, como invitado de honor que eres para nuestra orden, ya deberías saber que aquí poco o nada nos importan las luchas del resto de Espiral. Habla, amigo.

Elrick se apoyó en la baranda de piedra y lo miró con frialdad.

-Simplemente estamos aquí porque es el único lugar dónde podíamos estar a salvo, mi estimado Kerrion, toda espiral está repleta de Lamat y de los perros de Wail. - el hombretón calvo se apretó los nudillos con una mano sin cesar de mirar a su interlocutor - Además, hay ciertos elementos en esta guerra que se diferencian bastante de una típica guerra entre Órdenes o Reinos, como ya sucedió en la Primera Caída. Y esto tú lo sabes mejor que yo.

-No es la primera ni la última vez que los Lamat tratan de asolar Espiral, Elrick. Eso viene sucediendo desde hace miles de años. Y te aseguro que en esto no queremos entrar. Nunca hemos tenido nada que ver con ello, y también llevamos miles de años igual. ¿O quieres que te recuerde las famosas Matanzas a miembros de Ciriol? - su voz había cambiado ligeramente de tonalidad, y había mudado a una algo más grave y severa, aunque no violenta.

Elrick seguía con su petreo rostro tan impasible como siempre, intuyéndose en él un ligerísimo ceño fruncido. Pero aquello superó a Hanuil, el cual después de escuchar a Kerrion, a efectos de su nerviosismo se había desligado su coleta y ahora sus cabellos corrían libremente por sus hombros y espalda, como serpientes doradas.

-Entonces, a ver si lo entiendo. ¿Por qué diablos nos dejais venir aquí si no tenéis intención de colaborar? ¿Para decirnos que vuestro amado reino autista y enfermo se va a mantener al margen? ¿Eso es todo?

El anciano lo miró con serenidad, con una leve sonrisa, sus cabellos largos y blancos como la nieve mecidos por el viento perfumado.

-Siento curiosidad y eso, mi querido Hanuil, es algo que no sentí jamás por Espiral. De momento, eso os debería bastar como respuesta - le guiñó un ojo conciliador abriendo un poco más su sonrisa y le dio unas suaves palmadas en la mejilla del joven rubio - Y ahora pasead por las preciosas callejuelas y jardines de Ciriol y volved al Palacio a la puesta de Sol. ¿De acuerdo?

Hanuil enrojeció ligeramente y asintió sin mediar palabra. Ichiro y Lún se miraron extrañados pero aliviados por fín de un peso que se había asentado en sus corazones desde que pisaran el puente hasta aquel momento.

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-Menos mal que nos hemos librado de aquel anciano, Lúne. ¿No notaste que había mucha tensión en el ambiente? Casi se podía palpar con la mano.

-Sí, Ichiro. Aquella vez que me miró fijamente como queriendo indagar en mis pensamientos, estuve apunto de decirle a ver si tenía algún problema conmigo. Como si nunca hubiera visto a un joven normal y corriente... - bufó el joven, combándose sus cabellos oscuros removidos por el fuerte viento.

Ichiro en verdad, hacía muchísimo tiempo, quizá desde que saliera de Húgaldic, que no sonreía de aquella manera tan dulce y abierta. Envuelta en un vestido azul claro, el calmo viento que soplaba en aquellas callejuelas soleadas le hacía levantar ligeramente la falda y entonces ambos se reían a carcajadas, sobretodo Lúne, que siempre hacía ademán de observar bajo ella para que pensara que tenía intenciones reales de ello. El joven también sentía su corazón ligero y constantemente llenaba sus pulmones de aquel viento perfumado de flores y de hierba mojada que cubría el empedrado de las calles.

-¡Cómo vuelvas a aprovecharte del viento para tratar de mirar ahí abajo, te...! En fín, que le vamos a hacer. Si uno es cerdo, lo es toda la vida - bufó Ichiro, mirando hacia otro lado con los ojos cerrados y haciendo creer que estaba enfadada.
El joven miembro de Varmal no dijo nada, y siguió caminando con la mirada hacia adelante, a veces cerrando los ojos y dejándose llevar por el murmullo de los pájaros, los gritos alegres de los niños persiguiéndose y jugando, las tonadas de los músicos que se congregaban en pequeñas placitas, las animadas conversaciones de mujeres ajetreadas y de estudiantes comentando sus conocimientos o riéndose de cualquier otra cosa...o eso imaginaba, pues no entendía nada de lo que decían.

De repente, al abrir sus grisáceos ojos, observó un pintoresco cartel que colgaba sobre una gran puerta de madera, sobre la cual había dibujada una extraña criatura alada que tenía una cabeza emplumada y verde con un prominente pico anaranjado. Su cuerpo recordaba al de un murciélago, con pico, pero de un color rojo muy vivo. No es que fuera un animal excesivamente bello, y más con el pico abierto en señal amenazante. El cartel estaba escrito en un idioma incomprensible, en letras góticas de diferentes colores.

-¿Qué crees que deben vender ahí dentro? - preguntó el joven - Solamente se ve una puerta, no hay ni escaparates ni nada por el estilo. Solamente una pared.

-No lo sé - replicó la feérica, parpadeando varias veces con sus largas pestañas, guardianas de sus bellos ojos ámbar - ¿Y si entramos a echar un vistazo? ¿Vamos? - añadió, agarrando del brazo al joven y arrastrándolo hacia la entrada sin ningún pudor.

-Es...está bien. ¡Diablos! ¿Y si me niego?

-Bah, es una broma - le soltó el brazo y, a un palmo de su cuerpo (pues de su rostro era imposible debido a la escasa estatura de la joven), sonrió con más dulzura de la acostumbrada en sus sonrisas, más si cabe - ¿Entramos? No tenemos nada que perder.

-Claro que sí, yo también tengo ganas - el chico le guiñó un ojo y la siguió hacia la puerta, la cual carecía de cerrojo y de manecilla. Ichiro tocó unas cuantas veces con el puño en la puerta de madera pero, después de insistir unos minutos, no parecía que nadie estuviera dispuesto a abrirles.

Decidieron, al cabo de un rato, desistir en su intento, resignados a seguir andando por aquella calle rodeada por edificios de mármol bajos, de distintos colores y casi todos con escaleras del mismo material para acceder a ellos. Todos parecían seguir aquel patrón menos el que tenían ante ellos, hecho de piedra tosca, sencilla.
Ambos se miraron y se encogieron de hombros, dispuestos ya a abandonar aquel lugar, cuando, justo en aquel momento, una manita tiro de la falda de Ichiro. Ella, al principio, se alarmó y se giró presta hacia el individuo.

No era más que un niño pelirrojo, vestido con una pequeña túnica color turquesa. Era menudo, aunque en verdad era casi tan alto como Ichiro y llevaba sus cabellos rojizos recogidos en una coleta trenzada. Llevaba los brazos en jarras y los miraba entre extrañado y alegre.

-Eh...vosotros ser no de aquí - dijo, arrastrando las palabras, con un fuerte acento.

Parecía que, más allá de aquellas escasas palabras, a tenor de los gestos que hacía con manos y cabeza hacia la puerta, tenía pocos conocimientos del único idioma predominante tanto en Espiral como en el Mundo Feérico.

-Puerta - espetó Ichiro, señalándosela con el dedo índice. El niño asintió con una sonrisa más calmada y dió unos pasos decididos hacia ella. Lúne se rascaba los cabellos dubitativo, sin apartar la mirada del niño, el cual terminaba de colocar su pequeña frente sobre la madera de la puerta de forma harto extraña y mascullando unas palabras ininteligibles.

-¿Y en vuestro mundo no os enseñan todas las lenguas? - le dijo el joven miembro de Varmal a Ichiro, interrogativo, con una ceja alzada.

La joven sonrió, algo melancólica.

-Los feéricos no lo sabemos todo, Lúne.

El joven observó como el viento suave de la mañana mecía los cabellos azulados de la feérica, sus bellos ojos perdidos en algún lugar que, sin duda, se hallaba muy lejos de allí. Jamás la había visto de aquel modo: aquel rostro inexpresivo, y, a la vez, repleto de sentimientos no confesados. Estaba seguro que él alguna vez también había tenido aquella misma cara, mucho tiempo atrás.

Pero no, ella era diferente.

-¿Qué ocurre, Lúne? ¿Se me ha posado algún insecto en la nariz? - sonrió, divertida, arrugando la nariz de forma cómica.

-No, perdona - se sonrojó, a pesar de sus negativas a hacerlo. De poco servía. Carraspeó - Solamente pensaba que...

De repente, la puerta cedió, abriéndose desde dentro hacia fuera con un reniego apagado. El niño los miró, con gran excitación y una capa de sudor invadiendo su frente.

-¡Entrar!

Ambos jóvenes se miraron, sorprendidos, y al observar cómo el niño desaparecía en la oscuridad, se apresuraron en seguirle, no fuera que aquel portal de excéntrica magia volviera a impedirles el paso.

Un estrecho pasadizo se internaba hacia el interior, un pasadizo solamente iluminado por pequeñas luces carmesíes, incandescentes, que flotaban irregularmente aquí y allá. A ambos lados del pasadizo, se alzaban en hileras regulares grandes puertas que parecían selladas también por magia, a tenor de unos dibujos arcanos de animales que se podían entrever en ellas.
Olía a humedad, y el eco de sus pasos se alzaba como único y profundo sonido en aquel ambiente cavernario. Los cortos y rápidos pasos del niño pronto desaparecieron ante ellos.

Lúne fruncía el ceño.

-Ahora viene cuando unos esbirros nos apuñalan por la espalda para luego vender nuestros órganos en el mercado.

Ichiro rió entre dientes, a su lado.

-Aún estás a tiempo de volver sobre tus pasos, ¿Eh, mi valiente caballero?. Yo seguiré mi camino.

El joven bufó, esbozando una sonrisa ante el tono de broma de la feérica, y siguió adentrándose hacia lo desconocido, sin mediar palabra.

Al cabo de un buen rato, justo cuando el joven volvía a preguntarse qué diablos hacían allí y si aquel pasadizo era una trampa, vieron que ante ellos el pasillo se ensanchaba un poco y desembocaba en una apertura que daba a una ancha cámara. Una vez llegaron ahí, no es que pudieran ver mucho más, sinó una penumbra que flotaba en el interior y más luces carmesíes iluminando unas grandes columnas con forma de hoja de palma, pintadas de color verde y azul, muy pintorescas. Allí hacía frío, mucho frío, y no había más decoración que aquellas columnas, todas sin embargo en perfecto estado, contrastando con la austeridad del resto.

En medio de la cámara se encontraba el niño, con una sonrisa aún más abierta y moviéndose nervioso de un lado al otro, impaciente por algo desconocido por ambos jóvenes, que ahora lo miraban aún más extrañados.

-¡Venir! ¡Venir! ¡Losa! ¡Magia!

-Vaya...como nos estén echando una trampa, te haré trocitos Ichiro. No sabía que los feéricos fuerais tan...

Ichiro le dió un golpe con la mano abierta en el pecho y echó la cabeza hacia atrás, bufando con fuerza.

-¡Oh venga, Lúne! ¿Dónde está este espíritu aventurero? Ambos nos podríamos defender - miró de reojo el arco colgando de su espalda y su carcaj. ¡Vamos!

Lúne miró con recelo el rostro de felicidad del niño y se adentró en la penumbra, bajo los tenues rayos rojizos de las luces incandescentes, sobre dónde se hallaba el niño. Ichiro hizo lo mismo, pero no con desgana, sinó dando unos pequeños saltos de alegría. Sí, ella y el niño eran iguales, allí el único aguafiestas era él pero le habían pasado tantas cosas desde que empezara la guerra...No debía fiarse, pero ya estaba allí, y ya no había marcha atrás.
Se fijó en el niño, borrando aquellos pensamientos, y le habló con los ojos empequeñecidos.

-¿Qué quieres de nosotros?

El niño ladeó la cabeza, interrogativo, y lo miró con sus ojitos castaños. Tenía un rostro adorable, nariz respingona y algunas pecas en sus sonrosadas mejillas, y no parecía albergar maldad alguna. Pero había aprendido a no fiarse de nadie.

-¡Guiar! ¡Nunca guiar a nadie! ¡Extranjeros! ¡Amigos nuevos, no de Ciriol!

-¿Dónde aprendiste nuestro idioma?

-¡Escuela! ¡Mi entender bien, no hablar casi! ¡Mejorar creo! ¡Aprender para Firya ir, algún día!

-Oh bien, guíanos entonces - se rindió el joven, encogiéndose de hombros y encomendándose a...oh, se había olvidado que no creía en los dioses. Se encomendó entonces a su desaparecida família.

La losa sobre la que estaban tenía el mismo tipo de inscripciones que habían podido observar en la roca que los marineros de Ciriol habían sacado de dentro del mar. Dicho de otro modo: runas totalmente ininteligibles. Tenían que confiar ciegamente en un niño de unos 8 años, lo cual no era una situación muy agradable, no al menos para el joven Varmálico. Ichiro, en cambio, parecía deseosa de consumar el viaje mágico e incluso había empezado a preguntarle al niño por su nombre, sus aficiones y su lugar de residencia. Esa muchacha...no tenía remedio.

-¡Repetir con yo!

Otra vez aquella serie de palabras suaves, fáciles de recordar y de pronunciar, mientras los tres apoyaban sus manos en la losa, de cuclillas.
Y de nuevo un viento huracanado levantándolos del suelo y haciéndolos rodar en el aire, como si fueran hojas en el viento, hojas secas de Otoño.
Y cayeron, como ya había ocurrido anteriormente, como tres piedras sobre un suelo embaldosado, al aire libre, pero esta vez se trataba de una terraza rodeada por columnas con la misma forma y color que las anteriores pero quebradas y en mal estado, una terraza sobre un risco que dominaba toda la pequeña ciudad, aún muy por encima incluso que las murallas.
No recordaba haber visto aquella montaña, sin duda era una creación mágica, era aquel una especie de Morada.
Ambos se levantaron y, venciendo el mareo inicial, observaron maravillados como la ciudad se perdía entre la bruma, los jardines del centro meciéndose con una suave brisa y centenares de pájaros cantores sobrevolando las casas llenas de flores.

-¡Qué maravilla! Eso es precioso, jamás había visto nada igual...

A Ichiro le brillaban los ojos de emoción. Sin duda, le gustaba vivir sus sentimientos, expresarlos, era increible como cambiaba de humor, cómo sonreía con aquella naturalidad.
Lúne abrió la boca para contestar, tratando de situarse en el espacio y de contemplar aquella joya de ciudad que se aparecía ante ellos.
Pero no pudo, una voz se alzó sobre aquella extraña armonía. Los dos jóvenes se giraron, y vieron cómo un hombre de mediana edad, alto y robusto, cabellos oscuros y rizados y de piel cetrina se acercaba al niño, sonriente, y se colocaba de cuclillas, acariciándole los cabellos. El hombre había surgido tras una esquina que daba la vuelta al risco, hacia otra supuesta terraza, o quizá hubiera surgido gracias a la magia. Quien sabe.

Después de hablar con él en el idioma de Ciriol, se dirigió hacia ellos sin extrañarse en absoluto de su presencia, lo cual no dejaba de ser surrealista.

-¡Bienvenidos al Almacén de Ciriol! Podéis sentiros como en vuestra propia casa, aunque aquí en verdad no vivimos. Ese pequeño que os ha acompañado se llama Neru, es mi hijo, y cuando no va a la escuela me ayuda con mi trabajo. Le habéis caído bien, sin duda, a pesar de no haber visto en su vida a alguien de fuera de Ciriol.

El hombre se dirigió de nuevo a Neru, le pellizcó una mejilla y le volvió a hablar en su idioma. Con gran regocijo, el niño desapareció por la esquina que daba la vuelta al risco, corriendo y cantando.

-Me llamo Solfka, y sé quienes sois vosotros y a qué habéis venido.

Lúne inmediatamente se puso en guardia, su rostro oscureciéndose ante su presencia. Pero la primera en contestar fue Ichiro, la cual parecía mantener una gran serenidad.

-Si conoces los motivos, espero que nos entiendas.

-Yo no me mezclo en los asuntos de Espiral - replicó rápidamente el hombre, dirigiendo su mirada al horizonte cubierto de niebla, una niebla que poco a poco iba disipándose en pos de un radiante Sol - Pero me temo que en este caso todo es diferente. Una gran amenaza se cierne sobre todos, y no poca esperanza nos ha dado vuestra visita. O al menos a mí, y a mi hijo.

-¿Y eso por qué? ¿Acaso no somos como los demás, insinúas? - Lúne no había podido contenerse replicando con voz fría y desconfiada, los brazos cruzados. No le gustaba en exceso aquella situación.

-Precisamente porque sois como los demás. Aunque eso es pronto para entenderlo. Ni yo mismo aún puedo prever los acontecimientos - hizo una pausa y sonrió de forma misteriosa, con una media sonrisa. Luego, abrió las palmas de las manos - Bien, yo no soy el más indicado para deciros qué camino debéis tomar. Ni yo ni nadie. Pero sin duda vosotros dos... - arrugó la frente unos segundos, pero luego pareció de nuevo contenerse y desechar una idea que le surcaba la mente - Oh, vamos, no es el momento de ponernos serios ni de pensar en el futuro. Venid conmigo, Neru quiere que le acompañeis para un reparto.

Lúne alzó una ceja.

-¿Cómo?

-Seguidme, y veréis de qué se trata.

Dieron la vuelta a la esquina, bordeando aquel profundo abismo que iba a morir sobre las casas que desde aquella altura se veían pequeñas e insignificantes y, ante ellos, apareció una enorme terraza sobre la cual descansaban cuatro gigantescas aves como la que habían visto pintada en la puerta. Al lado de cada una se hallaban apilados unos grandes sacos repletos hasta arriba y cerrados con nudos. Tres de los animales ya estaban ocupados por dos mujeres y un hombre que las sujetaban por las riendas con semblantes serios y concentrados, oteando el horizonte y esperando algo, quizá una orden. Los dos jóvenes jamás habían visto unas aves tan inmensas y tan extrañas en sus vidas.
Neru acariciaba las plumas rojas del lomo de la única ave no montada mientras le daba de comer unas hierbas con su otra mano. Sonreía, satisfecho.

-¡Venir!

Lyr levantó una ceja, dubitativo, posando su mirada en Solfka.

-¿Qué significa todo esto? - preguntó, friamente.

-He pensado que os iría bien conocer las tradiciones de nuestro pueblo - el hombre se encogió de hombros, sonriendo quedamente, y acto seguido hizo un ademán con la mano y, en un abrir y cerrar de ojos, los 3 jinetes ordenaron a las bestias aladas recoger los grandes sacos y echarse a volar hacia la ciudad con grandes aleteos - En tiempos oscuros siempre es recomendable hacer un paréntesis y disfrutar un poco de las pocas oportunidades de ocio que se os brindan. ¿No os parece? - añadió, guiñándoles un ojo.

-¡Venir con mi! ¡Volar! - el niño tiraba de la manga a los dos jóvenes, alternativamente, dando saltos, impaciente.

Lúne se cruzó de brazos y alzó una ceja, taciturno.

-Ni hablar. Yo no me subo a esto, y menos en manos de alguien que no entiende mi idioma. No hemos venido a volar, hemos venido a hablar sobre la Guerra. O eso espero - hizo una pausa y dió unos pasos hacia la baranda que separaba la terraza del abismo. Posó las manos en ella y suspiró - En esos momentos ya deben estar hablando a nuestras espaldas esos amigos tuyos, Ichiro, asignándome algún rol en este juego sin estar presente. Aquí perdemos el tiempo - se giró, sus ojos severos y helados - Volvamos.

-Te equivocas, mi querido Lúne, el consejo de Ciriol no se reúne hasta que el Sol no se esconde tras las murallas - dió unos pasos hacia el joven hasta que se colocó ante él, a muy poca distancia. Sonrió, misteriosamente - Quien sabe. Quizá necesitéis estar solos, en algún lugar dónde no se os espera.

El joven abrió la boca para responder con un semblante teñido de desprecio, pero la cristalina voz de Ichiro se alzó como una alegre canción.

-¡Vamos Lúne, volemos! ¡Seguro que así podemos conocer mejor la ciudad!

El joven suspiró.

-Ya te he dicho que no estamos aquí para...

-Sí, sí, no estamos aquí para disfrutar. ¡Te repites más que el ajo! ¿A que si, Neru?

-¿Eh? - el niño la miró, sin entender la expresión. El padre, entonces, se la tradujo en su idioma con una media sonrisa - ¡Ah! ¡Sí! ¡Lúne, aburrido!

-¡Eh! ¡Que tu no me conoces! - se quejó el joven, molesto.

Al expresar aquella frase, el semblante de Lúne enrojeció totalmente, pues tanto Ichiro como el padre del niño habían roto a carcajadas. Sí, efectivamente, aquella frase no había sido muy afortunada...y más dirigida a un niño. ¿Quien le había mandado ir tras aquella loca de Ichiro, la cual no tenía ni la más mínima idea de la guerra y que creía que todo eran aventuras, misterios y risas? ¿Qué diablos hacía allí en vez de estar reclamando explicaciones a los dos viajeros restantes que le habían arrastrado hacia el corazón de una Orden desconocida?

-Lúne, si no vienes me voy con el niño, e iremos los dos solos a dar una vuelta - sonrió Ichiro colocándose ya tras Neru, el cual ya había agarrado las riendas del animal y le había ordenado agarrar unos sacos con sus enormes garras.

El joven resopló y dió unos pasos hacia el ave. Una vez junto a la montura y a las bridas puso los brazos en jarras y negó con la cabeza, clavando sus ojos grises en los de la joven.

-No sé qué diablos te ocurre, Ichiro. No estamos en el país de las maravillas, a ver si de una jodida vez lo entiendes. Mi família ha desaparecido, y como ellos, miles, millones de personas. ¡Estamos en guerra y tu te dedicas a jugar como una niña pequeña! Me das vergüenza.

Mientras terminaba de hablar escuchó una orden de Solfka, una orden que esta vez parecía dirigida al enorme animal alado. El semblante de la muchacha se ensombreció.

-¿Por qué me hablas así? Te hemos salvado la vida, te curé, y tu me lo pagas con esas palabras, de esa manera. ¡Eres...!

No pudo terminar la frase, pues lo que vió la dejó paralizada, con los ojos abiertos.
El pájaro había agarrado con su gran pico anaranjado a Lúne por la cintura y lo mantenía en vilo, sin que sus forcejeos y sus gritos le impidieran en ningún momento mantener la presión que ejercía sobre él.

-¡Suéltame! ¡Sabía que esto era una trampa! ¡Pero que demonios...!

-¡Kruk'án! - gritó el niño, sin que aquello le quitara la sonrisa de sus labios y, llevándose al muchacho encerrado en su pico, el gigantesco pájaro dió unos cuantos aletazos y abandonó de inmediato la terraza.

-¡Perdóname Lúne, pero era necesario! ¡Eres muy terco! - exclamó tras ellos Solfka.

El ave ya caía en picado hacia el centro de la ciudad y el viento soplaba en sus orejas.
Ya no se escuchaban los gritos desesperados de Lúne, ni sus amenazas.

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El enorme pájaro planeaba entre las casas a una velocidad vertiginosa, aunque suficiente como para escuchar los gritos y los vítores alegres de los niños subidos a las azoteas dando sus particulares buenos días a aquel ser que traía abundancia, símbolo del renacer de un nuevo día. Era como aquella antigua leyenda humana del ave fénix, pensó una Ichiro eufórica y sonriente, recordando los libros de leyendas que había leído sobre el Mundo Ordinario. Estaba agarrada a la cinturita del niño, el cual parecía guiar a la bestia sin palabras ni susurros, quizá con el pensamiento, o con magia. Cualquier cosa parecía posible en Ciriol, incluso que algo tan aparatoso como que un amigo tuyo esté colgando del pico de una bestia alada.

Efectivamente, el joven Varmálico aún seguía aprisionado por aquel gigantesco pico anaranjado, resignado ya en gastar energías para tratar de soltarse, pues cuanto más lo intentaba, más crecía la presión hacia su cuerpo. Si echaba la vista atrás, desde que habían salido de Fortaleza, huyendo de los Lamat después de la gran catástrofe, no hacía más que dar tumbos sin ningún objetivo real en el horizonte, sin una esperanza tangible.
Había sido una herramienta, un títere de Agros, bien que lo recordaba: cada vez que aquel nombre reverberaba en su interior la rabia le oprimía el pecho. Había sido utilizado, ultrajado, y sin embargo aún seguía sin entender por qué le había querido utilizar ni para qué. Finalmente Agros había muerto, rompiéndose el hechizo que le mantenía ligado al jefe de Varmal, que le había provocado todas aquellas terribles alucinaciones, que le había alejado de tanta gente...
Después de la Guerra, la tristeza y la desolación no le dieron tiempo de reconsiderar su nueva situación, su recobrada libertad. Sus padres...no, no quería aún recordar, debía ser fuerte, y más en aquella situación. No podía soportar el dolor de pensar en ellos, desfallecería, y no, no era momento para ello...
¿De verdad era libre? ¿Qué diferencia había entre lo que había sucedido en la Fortaleza y en aquellos momentos? Unos Viajeros feéricos que no conocía de nada le habían arrastrado hacia un destino que seguramente ya habrían reservado para él...¿¡Pero qué diablos quería todo el mundo de él!? ¡Era un simple miembro más de Varmal! ¿Por qué Agros, los Viajeros, Nuán, y todos ellos esperaban algo de él?

En verdad, jamás habían tenido en cuenta su opinión, y su verdadero camino había desaparecido no se sabe hacia dónde. Ahora colgaba del pico de un pájaro...menudo cambio, pensó, es irónica esta vida. En cierta medida, tenía su gracia. Cerró los ojos y esbozó una sonrisa: basta ya de echar la culpa a los demás, él se había dejado arrastrar, él había sido dueño de sus actos hasta que...

...había decidido traspasar aquel Portal.
Aquel Portal...muerte, terror, sangre...y las palabras de Agros, resonando en su cabeza, como un cruel martillo.

-Lúne de Guibrush, tienes sangre feérica corriendo por tus venas.

¡Mentiroso!

Y luego le siguieron otros gritos más estridentes.

_¡Maldito asesino!
_¡Está loco!
_¡Mira lo que has hecho, tarado mental! ¡Míralo! ¡¡Míralo!!

¡Siempre le odiaré!

Ahogó un grito rabioso y desesperado, con los ojos en blanco.

Se desmayó, entre lágrimas.

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Abrió los ojos, sobresaltado, como si alguien le hubiera arrancado de las tinieblas, sintiendo una sensación de ahogo insoportable. Se agarró con fuerza el cuello y se irguió, dándose cuenta de inmediato que había estado echado sobre una cama de juncos. Miró alrededor, agitado, sintiendo como el corazón le bombeaba con fuerza las sienes. Y entonces fue cuando, poco a poco, fue recuperando el sentido de la realidad. Se encontraba en una pequeña habitación toda pintada de blanco y recubierta de estanterías con libros, una hoguera crepitante al otro lado, frente a él. Excepto por la lumbre del fuego, la habitación estaba casi a oscuras, y por las ventanas entraba la luz de la Luna. Frente a una de las ventanas, se hallaba una figura excrutando el exterior.

Tosió sonoramente y la figura se giró brúscamente.

-¡Lu...Lúne! ¡Ya has despertado!

Era la voz cristalina e inconfundible de Ichiro. Momentos antes la había odiado con todas sus fuerzas, momentos antes había decidido no volver a verla jamás a aquella muchacha insensata, que se tomaba la Guerra como un juego. Aunque...¿En verdad la había odiado incluso aquella vez? No, ahora no podía creerlo. Le daba igual ya haber sido transportado a la fuerza por aquel ave, que la chica no hubiera mostrado síntomas de sentirse culpable ante aquel hecho. Y es que, en el fondo, todo era tan cómico...

Sonrió, y recibió de ella un caluroso abrazo y un beso en la mejilla...y su llanto en su pecho.

-Perdóname - susurró ella, de forma casi inaudible y entrecortada por el llanto - por no haberme tomado en serio las cosas...perdóname. Creía que ibas a...a...te pusiste tan pálido...

Lúne la rodeó con sus brazos, sintiendo su perfume, su calor; y su sonrisa se abrió aún más, como una fría flor de invierno que por fín recibe la luz del Sol sobre sus pétalos casi ahogados por la lluvia y el hielo.

-¿Sabes? Me alegro tanto de estar a tu lado en momentos como este...

Y aquel fue uno de esos momentos en qué el tiempo parece flotar como las hojas tras una ventana acristalada sobre un paisaje de Otoño: fundidos en él, todo parecía cobrar más belleza a su alrededor. Aquellas palabras...Ichiro sentía los recios y oscuros cabellos del muchacho rozar sus mejillas, su respiración pausada, calmada. Y, de repente, sintió como una especie de marea hirviente invadir su pecho.
Se separó de Lúne unos segundos. Tragó saliva, sus mejillas ardiendo como el hierro al fuego. Sus ojos se llenaron de lágrimas.

-Lo siento... - susurró, su mirada posada en el suelo y sus cabellos que aparecían de color azul oscuro bajo la luz de la Luna, recorriendo sus hombros - No sé por qué me he puesto a llorar. No sé qué me pasa...jamás me había sentido así - añadió, con voz temblorosa, sin poder mirar a los ojos del chico.

El joven se levantó lentamente, con tranquilidad, y se separó del contacto que mantenía con la feérica. Se dirigió hacia la ventana y posó su mirada hacia las calles empedradas y desiertas bañadas por la Luna. A lo lejos se escuchaban risas y música quizá de alguna taberna escondida en algún callejón.

-Yo tampoco sé qué me pasa. Lo único que sé es que tenías razón. Es irónico cómo finalmente encontré la respuesta colgando como un burdo paquete en el pico de un ave que jamás había visto en mi vida - soltó una suave carcajada y la miró, guiñándole un ojo - Quizá hasta ahora me he tomado las cosas demasiado en serio, me he escondido tras una máscara de dolor y me he visto arrastrado contra mi voluntad.

-Me alegro mucho que estés encontrando por fín tu camino - le devolvió la sonrisa la muchacha, sentada sobre la cama de juncos sobre la cual había dormido el chico hasta hacía poco tiempo - Es curioso pero por primera vez...tengo miedo, mucho miedo. Llegué hasta Espiral en busca de aventuras y en verdad me comporté como una niña consentida. Huí de casa, abandoné a mi gente...y...y siento mucho frío.

-Eso tiene fácil solución. Ven aquí conmigo, la Luna se ve espléndida - replicó él, sentado sobre la repisa de la ventana y dándole la espalda. Su voz, como siempre, era grave, un poco fría, pero reconfortante.

Dubitativa y con paso inseguro, la muchacha se levantó y se acercó al ventanal sentándose junto a él. Se arremangó la falda y dejó libres sus delgadas piernas, balanceándolas. En verdad, se respiraba un aire perfumado que enaltecía el alma. Jamás había olido unas flores con un perfume tan conmovedor.

-¡Qué bien huele! - exclamó ella, cerrando los ojos e inflando los pulmones, con ánimos renovados. De repente, se sentía ligera como una pluma y tenía ganas de reir y de hablar. Se giró hacia él y lo miró fijamente, con sus ojos ámbar, casi por vez primera desde que Lyr había despertado - En el mundo feérico tenemos cosas maravillosas, pero ese aroma tan arrebatador y tan cálido es la primera vez que lo huelo. Es una pena lo de la guerra, teneis un mundo...precioso.

Ichiro se apretujó contra el cuerpo del muchacho y ahí fue cuando las tornas cambiaron. Lúne ahora se sentía inquieto, nervioso y con el corazón casi saliéndose de su boca. Normalmente no solía ser así tan apasionado con las cosas que sucedían a su alrededor. Incluso aquellas reacciones le inquietaban. Sentía la piel de la feérica junto a la suya y sus cabellos cayendo hacia su propio pecho. Olor a flores...no, debía serenarse, debía recuperar el control de sí mismo.

-Es curioso...yo desde pequeño siempre he anhelado viajar al Mundo Feérico. De hecho, ya estuve un par de veces. Y tengo la sensación que algo de aquello se me quedó para siempre dentro de mi corazón. Es...increible poder estar sentado al lado de alguien de ahí, y más siendo tú. Tú, que me pareces tan cercana, tan natural, tan...

-¿Humana? - sonrió Ichiro - ¿Qué sucedió cuando viajaste a mi mundo?

El semblante de Lúne se relajó, y posó sus ojos sobre las casas, más allá, hacia las lejanas murallas ahora cubiertas de una fina capa de niebla.

-No pasó gran cosa. Salté sobre una hoguera azul.

-En el mundo feérico saltar una hoguera tiene un significado muy profundo - lo miró, repleta de curiosidad - Se hace cuando se quiere sellar un pacto. Es divertido, porque en tí veo algo...algo un poco...

-¿Féerico?

La muchacha asintió y ambos se echaron a reir.

-¿No te ha pasado alguna vez que apenas acabas de conocer a alguien y ya parece que la conocías de antes? - preguntó Lúne, tragando saliva, tratando de que no se le notara su nerviosismo y la sensación de haberla fastidiado con aquella pregunta.

-A mí solamente me ha pasado una vez en mi vida.

-A mí también.

Ichiro pasó una mano temblorosa por los oscuros cabellos del humano y, consciente de lo que había hecho, la retiró de nuevo, sintiendo que se le encogía el estómago al observar los ojos plateados del muchacho, que ahora brillaban aún más por efecto de la luz lunar. Se ruborizó.

-Pe..perdona, yo...

-¿Te gustaría... - tragó saliva y también posó una mano temblorosa e insegura, esta vez alrededor de la espalda de la feérica, la cual, sintiendo el contacto del chico se apretujó aún más y posó su cabeza en su hombro - ...hallar tu propio camino conmigo...buscar nuestros caminos juntos? No ahora, pero quizá...

Ichiro lo miró con los ojos abiertos y resplandecientes y le cogió una mano, con suavidad, y fue ahí cuando ambos sintieron como un torrente de goce y de alegría caía desembocando en sus corazones, en una sonora y cristalina cascada.

-Sí, me gustaría, no, mejor dicho, me encantaría - sonrió, y ambos de nuevo rieron sonoramente ya más por la violenta situación que por otra cosa. Ambos temblaban como dos lejanas estrellas, y ya no era por el frío precisamente.

-¡Lyr!

-¡Qué!

Ambos se sobresaltaron después de un largo silencio, como si hubieran estado deseando decir algo durante todo aquel tiempo.

-Es la primera vez que lo hago y me siento algo culpable pero...¿Pu...puedo bes...?

El muchacho, antes de que ella terminara la frase, le acarició una mejilla colocándole un dedo para silenciarla y entonces acercó lentamente los labios a los suyos.

-¡Ahhh! ¡Qué vergüenza! - Ichiro se separó de él como un relámpago y estalló en carcajadas. Él también se unió a ellas.

-No me hables, yo estoy temblando. No...no creo que sea muy apropiado que tú, una feérica y yo...además Yume...

-Tienes razón...lo siento, no lo había pensado...

Se volvieron a mirar y a partir de ahí solamente el sonido distante de las risas, los grillos y la brisa nocturna fue audible.

-¿Entonces...qué hacemos...? - espetó Lúne, acariciando los cabellos azules de Ichiro y con los ojos ligeramente entornados - No sé expresarlo, lo siento...

-Yo tampoco, no sé qué más decir. Es algo que va más allá de las palabras... - contestó ella, acariciándole los labios con el reverso de la mano.

La feérica acercó aún más su rostro al de él.

-¿Qué hacemos? - repitió el joven, ahora de forma susurrante, sus ojos grises brillando con intensidad.

-Algo de lo que no podamos arrepentirnos.

La feérica se acercó aún más y, rodeándole la cintura con sus brazos, le besó, sin dejar de acariciarle los cabellos. Lúne suspiró, a pesar de sentir su corazón que parecía que de un momento a otro le iba a estallar.

Ambos se separaron el uno del otro, henchidos de felicidad, y se dieron las manos, acariciándoselas mutuamente. Sus miradas parecían nadar la una dentro de la otra, sumergiéndose dentro de sus almas sin necesidad de usar las palabras. Ambos sintieron ganas de llorar...

...de felicidad.