Wednesday, December 24, 2008

El Viajero. Capítulo 8: El juego de las piedras

-Vengaaa, por favor Elrick, vamos a divertirnos antes de irnos... ¡Puede que sea la última vez que tengamos ocasión en vida! ¡Además me da miedo ir sola! - Ichiro se había puesto drástica, sus ojos melosos abiertos y resplandeciendo, sus cejas hacia arriba dibujando un rostro lastimero. Sin querer había sacado dos piedrecitas del saco, ambas del mismo color, dos piedras esmeralda (la fiesta de la playa). Hanuil, por su parte, había sacado con gran satisfacción la roja del Romance, por lo cual las enseñó a algunas menudas chicas que le miraban con sonrisitas desde otras alfombras, y les guiñó un ojo.

-Está bien, con tal de no oírte más iré. Eso sí, no me pidas que sea el alma de la fiesta. No estoy de humor para ello - Elrick se levantó con el rostro petreo e, impasible, cogió aquella piedra esmeralda de la mano de la joven.

Acto seguido, uno a uno fueron desapareciendo de la Sala del Banquete entre los alegres rasgueos del arpa del bardo entre risas, comentarios jocosos y canciones picantes.

-¿Vas tu primero, Elrik? - la chica le agarró de la manga varias veces, con el mismo tono de voz y la misma expresión que antes - Va venga, ya casi todos se han marchado...

El hombre la miró con el ceño fruncido por el rabillo del ojo y, sin decir una sóla palabra más, se metió la piedra esmeralda en el bolsillo izquierdo y desapareció en un abrir y cerrar de ojos. Ichiro miró hacia la derecha. Hanuil también había desaparecido y solamente algunos ancianos, incluido Kirin, estaban charlando animadamente en su alfombra. Con un leve temblor, Ichiro finalmente se introdujo la piedrecita en el bolsillo y, de pronto, se encontró sentada en la arena, con la espalda contra un grueso pino. Miró a su alrededor y lo que vió la dejó, de nuevo, maravillada.

Se trataba de una playa poblada de pinos que llegaban justo hasta la orilla del mar. El mar se arrastraba calmo y sereno por las orillas, con un susurro silencioso bajo las estrellas, las cuales creaban un calidoscopio de blanquecinas luces en la superficie del agua oscura que se extendía ante ella. Aquella tranquilidad solamente se veía truncada por risas y conversaciones subidas de tono que provenían de su izquierda. Casi todas eran voces femeninas, coquetas. Entre las ramas se entreveía una rojiza hoguera encendida y siluetas alrededor de ella gesticulando o danzando.

¿Dónde estaba Elrik?

Y lo vió, agazapado contra un pino, fumándose una pipa bien cargada. Parecía que se había puesto a relatar algo. Ichiro se escondió tras unos pequeños matojos que creían sobre la arena.

- ¿Por qué os obstinais en viajar al Otro Lado? ¿Qué tienen de interesantes esos humanos?

- ¡Eso! ¡Eso! ¡Siempre están enfadados, siempre en guerra! ¡No saben disfrutar de la vida! ¡No se puede confiar en ellos!

Eran unas menudas jovencitas, todas con cabellos larguísimos de distintos colores que se arreglaban con preciosas trenzas que dibujaban círculos, espirales, intrincados diseños entrelazados... Otra cosa que le sorprendió a Ichiro es que iban totalmente desnudas, y no mostraban ninguna vergüenza en mostrarse así ante Elrik. Él tampoco parecía ruborizarse ni sorprenderse en absoluto.

-A veces ni yo mismo estoy seguro - dijo él, con los ojos fijos en las llamas - pues es verdad que el ser humano jamás aprende de sus errores y constantemente se ve envuelto en guerras fraticidas, en engaños y en traiciones, producidas por el cáncer de la ambición y del poder. Pero al mismo tiempo poseen una vitalidad y una libertad que nosotros no tenemos. Son nuestros sueños, y antaño los cuidábamos como si fueran nuestros propios hijos. Cuando ambos estamos en armonía, nuestros Mundos florecen y se complementan a la perfección - hizo una pausa y sonrió levemente - ¿O es que no conocéis la Historia?

Una de ellas, que no había dejado de contemplar el tatuaje que llevaba grabado en la calva, saltó sobre la hoguera con habilidad y, poniéndose de cuclillas a pocos centímetros de su rostro, le observó aquel dibujo con gran interés y con la boca abierta.

- ¿Y esto qué es?

-No es de tu incumbencia, pequeña entrometida - respondió él cruzándose de brazos y analizándola de arriba a abajo. Era muy pequeña de estatura pero bien compensada por todos lados y esbelta. Aún así, Elrick no se dejó embaucar por sus morritos que le daban un aire de enfadada - ¿Cómo es que en un país tan obsceno estais aquí todas juntas, sin hombres alrededor?

Todas, sin excepción, se echaron a reir. La que se había acercado tanto a él habló, sentándose a su lado, apoyando su cabeza en el hombro del Viajero.

-¡Les engañamos! ¿Verdad chicas? Ya nos basta tener que aguantarlos el resto del tiempo...

-¡Sí! - gritó otra que estaba al otro lado de la hoguera - Les hacemos creer que hemos cogido todas piedras de romance, pero les enseñamos unas piedras falsas que encontramos por el camino, y las pintamos de rojo. ¡Y se lo creen! ¡Són tan idiotas!

Todas rieron de nuevo. Elrik esbozó una sonrisa y se encendió de nuevo la pipa. Ichiro se sentó entre ellas, algo cohibida por estar entre muchachas totalmente desnudas y además, desconocidas y mucho más esbeltas y femeninas que ella. Se sentó cerca de Elrick y contempló el movimiento balanceante de los pinos que se movían al suave ritmo de la brisa marítima. El perfume que emanaba de ellos era embaucador e hiptonizante.

-¡Oh! ¡Mirad quien tenemos aquí chicas! ¿No os parece adorable? - exclamó una de ellas con una risita apagada, luego imitada por las otras que ya estaban mirando a la joven de cabellos azules de arriba a abajo - ¿Cómo te llamas, bonita, y de dónde eres? - prosiguió, sentándose junto a ella y acariciándole sus cabellos - ¿Cómo es que te has unido a estos fascinerosos?

-Eh... - se sonrojó y miró de reojo a Elrick, el cual seguía fumando su pipa sin inmutarse y con el rostro relajado - Me llamo Ichiro - miró a la menuda chica que se había dirigido a ella, la cual seguía acariciándole el pelo sin ningún pudor - So...soy de Húgaldic, encantada - esbozó una vergonzosa reverencia - Y en verdad Elrick y Hanuil són muy buenos conmigo, aunque...este último a veces es un poco odioso.

Las muchachas estallaron en carcajadas e incluso Elrick esbozó una sonrisa divertida mientras observaba las tintilantes estrellas que aparecían deslumbrantes entre las ramas de los pinos.

-¡Cuidado con Hanuil, pequeña Ichiro! - exclamó una de ellas, la cual se había subido de un ágil salto sobre la rama más baja de un pino y balanceaba sus piernas desnudas con picardía - Es un embaucador y un idiota, aunque reconozco que algunas nos hemos divertido bastante con él - echó una mirada acusadora, sonriendo de lado, hacia algunas de las presentes - Y no digo más.

Otra tormenta de carcajadas se alzó entre los pinos, mientras la muchacha que se sentaba al lado de Ichiro seguía mirándola de arriba a abajo con ojos curiosos y algo provocativos.

-Ichiro, puedes desnudarte. Aquí estamos entre iguales, y nos gustaría que te sintieras como en casa - le guiñó un ojo y le pellizcó la mejilla con una sonrisa - No te avergüences. Elrick es de confianza, no como el bribón rubio que siempre le acompaña. ¡Bañémonos juntas, la Luna tiene el Aura Violeta hoy! ¡Es una buena noche!

-¿El Aura...Violeta? - murmuró Ichiro, frunciendo el ceño pensativa, recordando si aquello lo habían estudiado en la Instrucción de su aldea mientras pretendía no haber escuchado la proposición de la muchacha que le invitaba a desnudarse...¡Cómo si aquello fuera tan fácil y natural, y encima delante de un hombre!

-Oh, cierto, no me acordaba que en Húgaldic no tenéis mar, aunque nosotros tampoco. Pero como ya ves, mágicamente está aquí - la chica de su lado abarcó con su mano las aguas que se extendían hacia el horizonte, con la luz de la Luna resplandeciendo sobre ellas - Si entornas bien los ojos mirando hacia la Luna, podrás observar un aura violeta que rodea la Luna. Cuando eso ocurre, las aguas se vuelven más dóciles y armoniosas con los seres que se zambullen en ellas.

Ichiro asintió, asombrada, descubriendo algo nuevo de su propio mundo que desconocía. ¡Y ella que creía que ya no había nada que aprender del Mundo Feérico...!

-¡Vamos, vamos a nadar! - exclamó la joven que había trepado al árbol, saltando como una grácil cervatilla sobre la hierba y saltando repleta de alegría y excitación, dando vueltas alrededor de todas las presentes. Ichiro sonrió, animada por la vitalidad sin limites de aquella joven. Entonces, la joven del árbol se precipitó corriendo hacia el mar y aullando como si fuera un animal salvaje, siguiéndola, al instante, el resto de muchachas que también gritaban repletas de libertad en sus corazones. Al cabo de poco tiempo, todas desaparecieron bajo el mar, como si se trataran de sirenas que aparecían en las historias humanas que tanto gustaban a Ichiro, saliendo de vez en cuando a la superficie para saltar sobre el mar como peces, riendo a carcajadas y danzando. Ichiro seguía sonriendo y sus ojos empezaron a brillar iluminados por la luz lunar. Tenía unos deseos irresistibles de unirse a aquella fiesta bajo el mar.

-Ves, Ichiro - susurró Elrick, dibujando anillos de humo con su pipa y visiblemente relajado, apoyado contra el tronco del pino - No te preocupes, estoy de espaldas al mar. Aunque tampoco es que me interese tu desnudez: podrías ser mi hija, y casi mi nieta - torció la boca con una sonrisa algo burlesca - ¡Anda y ves a divertirte! Aprovecha, que en Espiral tendrás pocas oportunidades como esta de pasarlo bien.

Como una niña pequeña, soltó una risita satisfecha y, comprobando que Elrick se hallaba de espaldas, se desnudó poco a poco, aún sintiéndose algo violenta por aquella anómala situación quitándose el vestido rojo que llevaba puesto y luego su ropa interior de encaje y las medias blancas. Comparada con ellas, sentía como su cuerpo era el de una niña algo crecidita. Pero ya no le importaba en absoluto, quería sentir la felicidad que estaban sintiendo aquellas feéricas de Folmendäl.

-¡Ichiro, estás guapísima! - exclamó una de ellas, haciéndose escuchar sobre el plácido murmullo del mar - ¡Pareces una Ylesse, una hada de los mares, salida de las aguas!

Ichiro, olvidándose ya de su propia desnudez, sonrió con dulzura y observó la Luna, entornando los ojos, para cercionarse si aquello que le había dicho aquella chica era verdad. Al principio solamente vió una mancha blanca y borrosa, pero al cabo de unos segundos, empezó a intuir que a su alrededor, extendiéndose hacia las estrellas cercanas, una gran aura de color violeta rodeaba el astro. Su corazón se aceleró y, en aquellos momentos, se sintió una privilegiada.

-¡La he visto! ¡He visto el Aura!

-¡Corre Ichiro! ¡Bañémonos juntas y deja la timidez atrás! - exclamó otra que nadaba de forma tan perfecta y bella como lo hace un delfín.

-¡Voy! ¡Vooooy! - replicó ella, corriendo entre carcajadas de felicidad que no recordaba desde los fuegos mágicos que se lanzaban en las fiestas de su aldea, cuando era pequeña y se maravillaba con las figuras de animales que dibujaban éstos.

Sus pies desnudos por fín empezaron a zambullirse en la fría y cristalina agua que le puso la piel de gallina. A medida que iba metiéndose más y más profundamente en el mar, sentía cómo si se cuerpo iba flotando y que se adaptaba a las aguas que la rodeaban. Cuando ya se había zambullido hasta el cuello, cerró los ojos, sintiendo una extraña energía recorriendo todo su interior como un flujo ininterrumpido e infinito, notando, poco después, como una mano agarraba con fuerza su pie izquierdo y, acto seguido, tiraba de él. La feérica de cabellos azules cayó hacia atrás y fue arrastrada hacia el fondo de forma inevitable. Sin embargo, al contrario de lo que pensaba, su cuerpo empezó a flotar y pudo respirar perfectamente bajo el agua, observando como el mar se teñía de un color violeta muy ténue y como las jovenes nadaban alrededor de ella, sonrientes y saludándola con unas pequeñas branquias que les habían salido del cuello. Ella se lo palpó, y, efectivamente, de repente también le habían crecido unas pequeñas branquías que se abrían y cerraban paulativamente. El fondo del mar estaba repleto de piedras preciosas de diferentes colores, brillando todas gracias a la luz de la Luna: verdes, azules, rojas, amarillas, negras... Algunas muchachas se hallaban en el fondo marino engarzando diferentes piedras preciosas entre sus cabellos, y estas se quedaban pegadas a ellos sin ningún problema. Una vez se encontraban entre los cabellos, las piedras resplandecían con más fuerza, realzando aún más la belleza de aquellas feéricas de Fölmendal.

Ichiro sonrió, infinitamente satisfecha y también descendió hacia el fondo. Aquellas mismas muchachas, entre grandes risas, le empezaron a engarzar piedras de todos los colores en sus cabellos azules y sintió su corazón aligerarse aún más.
Cálidas mareas la arrastraban de un lado a otro mientras se agarraba a las manos de las jóvenes y daba vueltas, danzando de cualquier forma, sin ningún pudor, sin ninguna voz que acallara sus sueños.

--------------

Hanuil corría con gran agilidad, saltando sobre las raíces sueltas y las piedras traicioneras, recogiendo los lazos atados a los árboles que iba encontrando dispersos por toda la floresta. Sin duda, la muchacha a quien perseguía era muy astuta y no era la primera ni la segunda vez que participaba en aquel juego: ataba los lazos de forma totalmente arbitraria, evitando que su ubicación fuera previsible. Así, el rubio viajero tenía que mantenerse totalmente concentrado sin permitirse cometer ningún error, como si se hallara en un laberinto. Observó durante unos instantes el lazo que había escogido entre los otros lazos de otros colores que se hallaban atados al árbol que marcaba el comienzo de aquel ancestral juego: el juego de los lazos; y su afilada sonrisa se abrió de par en par: un dragón rojo que se mordía la cola, sobre fondo verde. Sin duda, la muchacha a quien le había tocado perseguir en el interior del bosque, poseía un gran carácter indomable y salvaje. Su intuición y aquel dibujo se lo decían. Ya había participado en otras ocasiones, y siempre había conseguido atrapar a su "víctima" antes del fín del juego, que lo marcaba el mediodía.

Aún le quedaban un par de horas.

El juego consistía, simplemente, en atrapar a la joven habiendo recogido todos los lazos atados por ella, sin excepción, devolviéndoselos a cambio de una cita por toda una noche. Cada una de las participantes ataba un lazo de diferente color y con diferentes motivos en él, y luego tenía que "guiar" a su perseguidor atando otros lazos del mismo color alrededor de los árboles junto a los que pasaba. Era árduo, pues el bosque era grande y frondoso, pero el olfato rastreador del Viajero le facilitaba las cosas.
De vez en cuando, su mirada se dirigía hacia los claros que se abrían a un lado y a otro del bosque, iluminados por el sol primaveral, y podía ver a los feéricos de Folmendäl sentados en corros o por separado, escuchando a un juglar que tocaba canciones de amor en el centro y emborrachándose con unos frutos que crecían de unos arbustos presentes en todo el bosque, para terminar todos ebrios y haciendo el amor entre la maleza...

...¿Y qué tenía aquello de apasionante? ¿Dónde estaba esa sensación tan arrebatadora de pensar en una relación prohibida, a ciegas, con un desconocido? ¡La eterna persecución entre el caballero y la dama, entre el artista y la musa, entre la bella y la bestia! Ellos se lo perdían. Prefería un largo y arduo camino, más placentero, que un corto y previsible camino fácil.

Escuchó unas risitas nerviosas tras unos árboles hacia el Oeste, de espaldas al Astro Rey, ahí dónde dos pequeños arroyuelos se unían para formar un riachuelo. Allí, allí vió a la muchacha a quien estaba persiguiendo, tratando de esquivar el agua para no bañarse sus pies desnudos, levantando su larga falda blanca y mirando hacia su perseguidor con una sonrisa entre asustada y excitada por la adrenalina de la persecución. Se escabulló de nuevo entre los árboles y desapareció tras aquella sombría zona del bosque que bebía de las abundantes aguas circundantes y, entonces, Hanuil decidió jugárselo todo en una carta. En vez de perseguirla a través de los arroyuelos, siguiendo directamente su rastro, decidió probar suerte y tratar de adivinar hacia dónde se había dirigido aquella joven escurridiza.
Rodeó el riachuelo y empezó a impulsarse con sus pies haciendo fuerza contra los troncos de los árboles, saltando y corriendo con gran velocidad. Otro lazo. Lo recogió, tirando con un golpe seco. ¡Bien, había dado en el clavo!
Más risitas nerviosas, ahora mucho más cerca y proviniendo justo delante de él. Y, por fín, sucedió:

La joven enganchó su pie accidentalmente contra una gruesa y traicionera raíz y cayó al suelo de bruces. Ahora la veía perfectamente. Se hallaba en el suelo y empezó a retroceder hacia atrás, arrastrándose por el suelo y revolviéndose de risa, con grandes carcajadas. ¡Era una chica muy adorable, sin duda más joven que él! Tenía el pelo largo y lacio, de color negro, nariz respingona que le recordaba a una ratita, boca de piñón y una mirada color castaño claro. La ropa que llevaba era muy sencilla: aquella falda blanca y larga con rebordes de color carmesí y una blusa también blanca y en ella unos motivos florales también del mismo color que los rebordes de la falda. ¡Había cazado un especímen más que interesante!

Se dirigió hacia ella, caminando con una risita triunfal, al verla sentada en el suelo y recostada contra un árbol, con el rostro congestionado por el cansancio y esbozando una sonrisa traviesa en sus labios. Sí, ya era suya, aquella pequeña ratita ya no tenía escapatoria posible.
Se lanzó sobre ella y, en última instancia, cuando la jovencita trataba de escabullirse de nuevo, consiguió agarrarla por el tobillo. Ella reía a grandes carcajadas, pero el Viajero era incapaz de ver su rostro, escondido tras una gran maraña de cabellos de color castaño claro. Aquella voz tan dulce como un manantial ya la había escuchado alguna vez, de eso estaba completamente seguro. Así que, soportando las suaves patadas de la feérica, consiguió agarrarla por sus pequeños hombros y se dispuso a quitarle los cabellos de delante de su cara.

-¡No! ¡No quiero que veas mi rostro ahora, Hanuil! - se resistía, revolviéndose como si de una gata acorralada se tratara - ¡Antes tenemos que ir a otro sitio! A otro sitio...más tranquilo - susurró, esta vez con dulzura para tratar de convencerlo. Pero el rubio viajero no era sencillo de convencer.

-Has perdido - dijo, triunfante, inmovilizándola en el suelo con sus manos sobre las de la joven - No valen excusas, no haber participado. Enséñame tu rostro y explícame cómo diablos conoces mi nombre.

-Está bien... - se limitó a contestar, con la cabeza gacha - Pero prométeme que me acompañarás a ese sitio, sea quien sea quien esté detrás de esa cabellera.

Hanuil se encogió de hombros y, sin más dilación, le apartó los cabellos de delante de la cara...

...y sus ojos se agrandaron por la sorpresa y se quedó paralizado, sin saber cómo reaccionar. No, no podía ser verdad...

-¡Aurora! - exclamó, saltando hacia atrás y frunciendo el ceño - ¡Estás loca! ¡No deberías estar aquí, sinó con tu esposo y con tu padre!

Aurora, la princesa de Folmendäl, era una muchacha de finos rasgos que parecían esculpidos por un benévolo escultor y sus rasgados y salvajes ojos de color magenta eran capaces de dejar sin aliento al mismísimo Hanuil. ¿A qué estaba jugando aquella niña? Sí, porque a pesar de estar casada, aún no había abandonado la adolescencia, la cual en el caso de los feéricos era mucho más prolongada, como su vida. Sí, conocía bien a Aurora: desde que el joven viajero había empezado a visitar Folmendäl para realizar el Paso hacia Espiral, entre ambos siempre había existido una química que iba más allá incluso de la atracción física. Sus miradas siempre se encontraban y se rehuían, conociendo la imposibilidad de poder ir más allá de aquellos simples gestos. Nunca había hablado con ella más que para cuestiones formales junto con su padre, el Señor de Folmendäl.

Aquello era una locura. Y ella lo sabía.

-¡Hanuil! Por favor...no lo pongas más difícil... - la muchacha se acercó al Viajero y con su pequeña mano le acarició la mejilla derecha. El joven trató de rehuir su mirada pero, finalmente, sus ojos se encontraron y aquellos no engañaban a nadie: ambos sabían perfectamente lo que sentían el uno por el otro, era una atracción irremediable - Tengo una piedra que yo mismo creé con magia, esperando precisamente este día.

-Aurora...yo...tú estás comprometida. Y yo no soy quien te crees que eres - el viajero le dió la espalda y cerró los ojos, tratando de buscar algo de serenidad. Su corazón bombeaba a una velocidad inusual y su estómago parecía estar repleto de aves cantarinas. Odiaba sentirse así, pero a la vez sentía el rubor crecer en su rostro - Apenas nos conocemos y ya no somos dos niños. Tenemos nuestras vidas...

Hanuil sintió cómo la muchacha le abrazaba lentamente por detrás y podía oler su perfume a tan poca distancia que se sintió mareado, sumergido en el eterno placer de lo profano.

-Hueles a Miriella, una flor nocturna de estas tierras. Hace años que la usas...

-Tú no sé a qué hueles... - la chica le dió un suave beso en el cuello, que hizo temblar al viajero de pies a cabeza, a la vez sintiendo como si flotara con las alas de su corazón desbocado - Eres un aventurero bravucón y alegre con una mirada que me hace temblar por dentro. Y a la vez hay más en tí sellado que expuesto.

-Basta, Aurora...Ya no puedo soportarlo más, necesito... - se giró hacia ella y, sin ya poder resistirse más, la besó apasionadamente en los labios, con ansia. En el fondo lo había estado esperando durante todos aquellos años, desde que se habían conocido cuando aún no eran más que dos críos recién salidos del nido familiar.
La muchacha le puso una mano en el pecho y le sonrió, con ternura y con una pizca de picardía en su mirada. Sí, ella también era un misterio para él: tan inocente, y a la vez tan extrañamente sensual. Acto seguido, Aurora se metió una mano en el bolsillo interior de su larga falda blanca y de él sacó una reluciente piedra de color azabache. Lo miró con aquellos ojos irresistibles y agarró su mano con suavidad, acariciándola poco a poco.

-Hice esta piedra pensando en tí. No sabes...lo duros que han sido estos años pretendiendo que no te amaba. Me casé con alguien a quien nunca quise, creyendo que así podría olvidarte, creyendo que solamente había sido una fantasía de una niña inmadura y mimada... - una lágrima empezó a escurrírsele por su mejilla sonrosada - Pero no era así. Lo que siento por tí, lo que sentimos...es tan real...

-Por favor, no digas nada más - Hanuil por fín sonrió, ya más relajado y limpiándole las lágrimas a la muchacha con el reverso de su mano - Vayamos a ese sitio secreto del que hablabas y dejémonos llevar - la besó nuavemente, y esta vez ambos estaban sonrientes. Le guiñó un ojo - ¿Qué hay que hacer para ir?

Aurora miró hacia otro lado, esta vez dejando ver en sus mejillas un rubor bastante importante.

-No te rías de mí...¿Vale? - carraspeó y ató sus manos tras la espalda, clavando sus ojos en el suelo - Hay que entrelazar nuestras manos alrededor de la piedra...Así es como se activa la magia.

-Hagámoslo, sea dónde sea que nos lleve - dijo Hanuil, sonriendo de oreja a oreja - Y no me pidas que no me ría. Es extremadamente ridículo y, aún así, me encanta.

Ambos entrelazaron sus manos alrededor de la piedra y esta empezó a brillar con un gran halo de luz de un azul oscuro muy intenso. Acto seguido, desaparecieron del sitio dónde se hallaban en un abrir y cerrar de ojos.


Friday, December 19, 2008

El Viajero. Capítulo 7. El Banquete

-¡Por supuesto que tengo en cuenta todos los peligros que nos acechan!. Espiral está en guerra, y te puedo asegurar que cada uno de mis compañeros lo sabe de sobra. ¿Por quien me has tomado? Creía que después de tantos años me conocías.

Elrik y Kirin se hallaban en medio de una acalorada discusión mientras que con el mismo ritmo frenético iban engullendo sin piedad unas aves en escabeche regadas con un licor añejo y jugo de limón, y acompañada por vegetales frescos. Elrick estaba especialmente indignado, su rostro congestionado, ardiente. Ichiro jamás lo había visto así.

-Cuando se trata de cuestiones de viajes se pone así. Recuerda lo que pasó en aquella Aldea. Pues igual - decía Hanuil con una sonrisa despreocupada. El joven no prestaba demasiada atención a aquellas airadas palabras de su viejo compañero, y prefería sonreir a algunas chicas que, con sus alfombras, se acercaban a la suya para charlar con él. Parecía desenvolverse bien en aquellos asuntos más banales.

-¡Se hace saber al gallardo viajero Hanuil que desde la alfombra de los mosaicos rojos y amarillos, reclaman su presencia! ¡Se trata de unas jovencitas con deseos de conocerle! - el bardo, antes y después de cada canción, se dedicaba a pasar recados entre alfombras, un gran número de ellos. Hanuil e Ichiro, curiosamente, eran los más nombrados, aunque sus reacciones eran notablemente distintas. Hanuil sonreía satisfecho, guiñaba un ojo a las damas, se levantaba, les prometía que pronto iría a charlar con ellas, y hacía profundas reverencias. Ichiro, en cambio, seguía comiendo, avergonzada, pero sin ninguna intención de corresponder a aquellas peticiones.

-Parece que no te agrada mucho este sitio - decía el joven, encogiéndose de hombros con una cálida sonrisa, a Ichiro - Nadie te va a hacer daño aquí, más al contrario. Lo único que debes evitar es emborracharte en demasía. Aunque tampoco te lo impediré - añadió, mirando de reojo a Elrick.

La chica paró de comer un momento y alzó sus ojos hacia él, ligeramente hundidos.

-Solamente me agobia un poco todo esto, pero estoy bien - dijo, con una ligera sonrisa - ¿Cuando partiremos hacia Espiral?

-Oh, pronto, pronto. Mañana mismo haremos ya los preparativos, aunque la resaca nos martillee los sesos. Oh, toma, bebe un poco más - le tendió de nuevo una copita de madera llena de licor a la chica - Hoy debes olvidarte de todo lo que te preocupa, Ichiro - le guiñó un ojo, con una mirada reconfortante y una sonrisa más tranquila.

-Gracias, Hanu, este agua al menos me alivia el corazón, aunque presiento que algo en mi interior no anda bien...pero prefiero no aguarte la fiesta con mis problemas.

Hanuil se arrastró un poco hacia ella, por la alfombra, hasta rozar sus muslos con los de la chica. Descargó el peso de su cabeza sobre una mano en la mejilla y la miró con atención, con sus ojos celestes y su cabellera rubia colgando sobre su pecho, descuidada.

-Es acerca de Rívon, ¿Verdad?

Ichiro le aguantó la mirada mientras martilleaba quedamente con su dedo índice un costado del plato de madera que aún contenía una gran cantidad de comida. Era una mirada de preocupación, pero su sonrisa dulce no se quebró.

-Sí, pero en serio, ahora no hablemos de ello. Gracias por preocuparte, Hanuil.

El joven bajó los ojos hacia el plato y dejó de sonreir ante aquellas palabras, para luego recuperarse y devolverle la sonrisa con una pequeña reverencia con la cabeza, y le tendió la mano.

-Ahora somos hermanos de profesión, preciosa. A pesar de los roces que podamos tener, hay que seguir juntos, que la cosa está muy mal para pelearnos por tonterías.

-Tienes razón - Ichiro le tendió la mano educadamente y abrió su sonrisa - Me siento orgullosa de pertenecer a vuestro Gremio.

Hanuil le guiñó un ojo y la besó en la mano, con suavidad.

-Y ahora a divertirse y a olvidarse de todo.

Mientras Hanuil e Ichiro hacían las paces sin darse cuenta, Elrick seguía igual de encendido, en medio de aquella calurosa discusión con Kirin. Parecía que el tono incluso había aumentado pasado el tiempo.

-¡Me la resbala todo cuanto me digas, Kirin, y más después de ver con qué pasotismo y cobardía se han tomado esa guerra las gentes de nuestro Mundo! ¿Qué habeis hecho vosotros? ¿Emborracharos y follar a diario? ¿Comer y dormir? ¿Y me quieres tú dar lecciones sobre qué hacer y qué no hacer una vez allí? ¡Debería darte vergüenza sacar ese tema cuando a vosotros no os importa una puta mierda!

-Por lo que más quieras, Elrik, tranquilízate y hablemos de forma más reposada - dijo Kirin, amasándose las barbas y dando un sorbo de su copa - En verdad aprecio más que nadie todo lo que habéis hecho por nuestro Mundo y el de los Humanos, Elrik. De hecho, te recuerdo que somos los únicos aquí que os apreciamos de verdad, y que, además, tenemos abierto uno de los poquísimos Portales existentes en el Mundo Feérico. No te dejes cegar por el orgullo, y en esto al menos debes hazme caso - lo miró con ojos graves y pensativos, mientras trataba de serenarse con respiraciones profundas, después de aquella gran discusión - Nosotros también hemos tomado parte de toda esa Guerra, Elrik, y de forma diría yo que importante. Aunque nunca se sabe.

Elrik frunció el ceño, echándose hacia atrás y acomodándose en la alfombra, cruzando las manos sobre su regazo.

-¿De qué diablos me estás hablando? ¿Parte en esa guerra? - dijo en un susurro airado - Cuéntamelo todo, Kirin.

-Bien - Kirin se arqueó de forma renqueante y lenta hacia él y también cruzó las manos sobre su regazo, con el gesto grave - Supongo que sabrás quien es Lúne.

-Por supuesto. Sigue

-De acuerdo, pues el año pasado estuvo aquí con dos amigos, en contra de las leyes de la Fortaleza que prohibían a los chicos de su edad entrar en contacto con Feéricos.

Elrik abrió los ojos ligeramente. Su sorpresa era enorme, pero trató de serenarse.

-¿Me estás tomando el pelo? ¿Lúne en nuestro Mundo, a su corta edad?

-Efectivamente - el anciano suspiró, cerrando los ojos por un momento, en una mueca de sufrimiento - Y desde el principio sentimos que un gran poder corre por sus venas, un poder inmenso. Elrick - se arqueó más hacia él, con la mirada entornada - No sé de dónde diablos ha recogido todo ese poder latente, pero tanto puede hacer el Bien, como el Mal. En un niño como él, sin formar, es muy peligroso. Así que decidimos...

-¿Hacerle saltar sobre una Hoguera Azul? - le interrumpió el Viajero, cargando una pipa y ya algo más relajado.

Kirin pareció profundamente desconcertado y se llevó lentamente las manos a la cabeza.

-Efectivamente, Elrick. ¿Cómo lo has sabido?

-Actuar sobre el libre albedrío de un humano es algo que un feérico es muy propenso a hacer.

-¡No me mires así Elrick! - exclamó Kirin, afectado por la suposición acertada del Viajero - Lo hicimos por él, para que no se desvíe por el camino de la destrucción, como ya casi ocurrió hace muy poco tiempo.

Elrik había recuperado la serenidad y la compostura. Se dedicaba a echarle miradas cortas y profundas mientras saboreaba una última y pequeña costilla de ave, deliciosa.

-No sabía que te preocupara tanto una acción tan común entre feéricos. Recuerda los secuestros de niños humanos, las visiones a las que les hemos sometido, las pruebas, y, en definitiva, putadas disfrazadas de lástima hacia ellos - hizo una pausa, dejó de comer y se acercó a unos pocos centímetros de su rostro con una mirada oscura y temible - Kirin, ni con mil hogueras podrás controlar del todo el poder de un humano, su ambición, su libre albedrío.

-¡Qué sabrás tú de poderes, alguien que no siente nada aunque le pinchen con una aguja! - Kirin era ahora el que hacía muecas nerviosas con su rostro enrojecido ya fuera por rabia o vergüenza - ¿Sabes qué acaba de hacer Lúne, por si no lo sabías? Y eso lo sé gracias a la imprudencia - pronunció aquella última palabra con ironía - de mantener un Portal abierto hacia el Mundo Espiral.

-Sorpréndeme.

-Ha matado al jefe de Varmal, se ha llevado a los últimos supervivientes de Fortaleza y se ha puesto claramente a favor de echar a los Lamat de Espiral. ¿Te das cuenta que nuestro hechizo ha funcionado y le ha permitido escapar de las garras de Agros?

Elrick se echó hacia atrás y rió a carcajadas, dando luego un pequeño sorbo a su copa.

-¡Bravo! - aplaudió - ¡Larga vida a Fölmendal! Gracias a vosotros volverá la felicidad y la armonía entre Espiral y el Mundo Feérico. Oh, ¡pero qué digo! - hizo una pausa, sonriendo de forma violenta - ¿Es que ha existido alguna vez tal armonía? ¡Sois unos ilusos! Te repito: su poder no tiene nada que ver con vosotros. No se soluciona nada haciendo saltar humanos sobre hogueras.

Kirin lo miró con ojos chispeantes.

-¿Y tú se puede saber qué has hecho aparte de observar los acontecimientos desde fuera? - su voz sonaba quebrada por la rabia, mientras que el resto de ancianos los miraban graves y en silencio, dejando de comer por unos instantes. Había una gran tensión en el ambiente e incluso Hanuil había dejado de bromear con las alfombras vecinas y había agravado su rostro.

-No tienes derecho a cuestionar a Elrik, Kirin, ninguno - Ichiro, bajo la sorpresa de todos, había alzado los ojos del plato y con una mirada bastante agresiva acechaba el rostro del anciano - El Gremio de Viajeros está marginado y ya nadie le da importancia, pero durante miles de años ha asegurado la estabilidad entre los dos mundos. ¿O es que ya os habéis olvidado de eso? Él trata de decirte que manipulando así a los seres humanos, solamente rompeis más la armonía que debería existir entre nosotros - Su voz sonaba temblorosa pero decidida. Hizo una pausa y observó todos los ojos vueltos hacia ella, abiertos, escrutándola de arriba a abajo. Se había producido un silencio de desconcierto entre los ancianos, ya que era evidente que no se esperaban la reacción de aquella niña - Ah, y otra cosa. Dejad de discutir como niños y disfrutad un poco del banquete.

Kirin se echó hacia atrás y empezó a reir a carcajada suelta. Una vez se recuperó, se arrastró hacia ella por la alfombra y le pellizcó una mejilla de forma cariñosa.

-Ya lo decía yo, esa chica nació para ser Viajera y tiene más seso que los dos juntos. Tienes razón - el anciano también miró de reojo a Elrik - Sé que los viajeros siempre habeis desempeñado un papel esencial en nuestras tierras. Discutir es inútil, así que mejor disfrutemos del banquete como es debido.

Elrick no dijo nada y se mantuvo sobrio como una estatua, dando algún pequeño sorbo a su copa, ligeramente distraído y con el ceño algo fruncido.
Mientras tanto, Hanuil había cogido de las manos a la chica y le decía lo increible que había sido su intervención.

-Gracias, lo dije sin pensar... - replicó ella, con una tímida sonrisa.

Hanuil soltó una risita divertida.

-Pues el día que se te ocurra hablar pensando, el mundo se postrará a tus pies.

Ichiro se giró hacia otro lado y fingió enfadarse.

-Tu zalamería no te servirá conmigo.

-Oh, perfecto, siempre preferí los retos difíciles - dijo él, sonriente, quitándose con la mano unas mechas de cabello rubio que le caían sobre los ojos.

De repente, todos los comensales empezaron a entonar emocionados las últimas frases de una canción tocada por un bardo que empuñaba una especie de arpa, todos a la vez, a viva voz.

-...Ahora que ya no recordamos
ni nuestros nombres,
ahora que cambiaríamos
a esposas y maridos
por otra copa,
ahora que la estrella polar
ha cambiado de posición,
las piedras subirán el telón
de lo que aún
la vergüenza esconde.

Al terminar la canción, la explosión de júbilo entre los presentes fue tremenda, arrancando unos aplausos ensordecedores.

-¡El juego de las piedras! - exclamó, lleno de regocijo, Hanuil - ¡Solo por eso me alegro de haber venido a este estercolero!

-¿El juego de las piedras? - preguntó Ichiro, temblando ya por alguna otra locura perpetrada por aquellos imprevisibles seres, viendo como aquel que les había guiado hacia la Gran Roca se desplazaba con una pequeña alfombra entre los comensales, tendiéndoles a todos un gran saco del que cada uno extraía una pequeña piedra de distinto color.

-Es sencillo - el chico dió otro sorbo más a su copa y se irguió hacia ella - Se trata de sacar una piedra mágica al azar. Hay 3 tipos de piedras: la piedra de la fiesta del mar, de color esmeralda; la piedra de la fiesta de la montaña, de color perla; y la piedra del romance, de color rojo - hizo una pausa y se echó hacia atrás, recordando algo con una media sonrisa - Por supuesto la última de ellas es la más...hmm...interesante.

Monday, December 15, 2008

El Viajero. Capítulo 6. La Gran Roca.

Detrás de aquel menudo ser saltarín, fueron atravesando grupos de aquellas casas-árbol que de cada vez eran más numerosas. En seguida, un camino empedrado se fue formando bajo sus pies, y seres risueños, charlatanes, desgarbados y menudos como Hrum, sus melenas enormes recogidas en trenzas que enrollaban alrededor de sus cuerpos o sueltas al estilo de su espontáneo guía, se amontonaban cada vez más numerosos andando junto a ellos, abrazando y besando a los forasteros de forma extrovertida, sin ningún pudor.

-¡Qué jovencita tan hermosa! ¿Cómo te llamas? ¿Te vienes con nosotros?

Un nutrido grupo de adolescentes, o eso parecía pues llevaban barbas menos pobladas y el pelo algo más corto, no paraba de rondar a Ichiro, la cual se sentía totalmente desbordada por aquel excesivo cariño que le brindaban. En su aldea jamás nadie le había dicho aquellas palabras tan halagüeñas, por lo cual el rubor de sus mejillas le quemaba el rostro.

-Gracias por vuestras palabras, pero tengo prisa.

Todos, a través de aquel camino que ya se había convertido en una ancha calzada, se encaminaban hacia una sola dirección que no era otra que un gigantesco y burdo agujero abierto en la Gran Roca, que ya se alzaba imponente sobre ellos, dibujando una sombra alargada provocada por un Sol ya desaparecido en el Oeste. Era aquella roca muy irregular, formando múltiples puntas en su superficie erizada, creciendo a una altura vertiginosa y con una anchura que podría compararse con la Torre Central de un Castillo.
Sin darse cuenta, Ichiro se había quedado pasmada, hipnotizada, tratando de adivinar la altura de la roca, observando la punta de arriba del todo, la cual se escondía tras una fina niebla blanquecina.

-¡Vamos Ichiro! - espetó Hanuil, agarrándola con firmeza por un brazo - Esas pulgas hediondas y hormonadas cada vez són más numerosas, y cada vez te rondan con más descaro - y, efectivamente, a su alrededor las risas y los chascarrillos empezaban a elevar su tono - Bajemos.

Y más gente. Risas, cantos, correrías y palmaditas en el culo de las jovencitas.

Conversaciones animadas.

Todos bajaban en gran número por unas anchas escaleras de piedra que se introducían hacia el interior de la Gran Roca, formando una gran galería . Entre el calor, la humedad, y aquella marabunta de seres bajitos que se precipitaba animada hacia abajo, Ichiro empezó a sentirse algo mareada, y para más inri, aquellos jóvenes aduladores la seguían muy de cerca, susurrándole zalamerías al oído y haciéndose luego los suecos cuando la fría y severa mirada de Elrik se encontraba con sus ávidos ojos. Tampoco faltaban las jovencitas que se insinuaban a los dos Viajeros, a lo cual respondían ellos con sonrisas queda y con educados ademanes que indicaban que no tenían tiempo de entretenerse con ellas.

Al fín, después de unos minutos de angustioso descenso por las blanquecinas escaleras rodeadas por la fría y húmeda roca, Ichiro observó como la galería se ensanchaba y desembocaba en una enorme plaza con un suelo recubierto de baldosas de color perla. Y lo que vió allí fue lo más raro, dantesco y surrealista que la joven hubiera visto jamás.

En un principio, si uno no reparaba en las gentes que poblaban aquella especie de plaza, podía incluso causar una extraña fascinación: en el centro del recinto se hallaba una fuente con un grueso ciruelo florecido en el centro cuyas hojas nadaban libres y caóticas sobre sus aguas.

Alrededor de aquel recinto una gran cantidad de pequeños agujeros se abrían, unos agujeros a los que se ascedía por una suerte de estrechas escaleras de piedra que llevaban a una plataforma de madera que conectaba todos aquellos agujeros entre sí, para que las gentes pudieran ir de unos a otros sin recurrir a más escaleras. Quizá daban a alguna cueva o alguna otra habitación aunque, por lo que pudo observar, sin duda eran entradas a una suerte de recintos privados: constantemente, parejas de aquellos seres, entre grandes risotadas, entraban en aquellos sitios semi-desnudos o desnudos completamente, sin ningún pudor y sin reparar en miradas ajenas.
Ahí dentro se escuchaban gemidos, más risas, sonoras persecuciones y gritos de placer, todo ello apagado por el estruendo alocado instalado a lo ancho de toda la plaza. Hombres y mujeres, también parcial o totalmente desnudos, bebían en grandes jarras el mismo líquido que manaba de la fuente. Algunos incluso hacían el amor, fornicaban, totalmente al descubierto, mientras un bardo obeso, con los púmulos rosados, interpretaba sobre un estrado, al fondo, unas canciones de danza con un instrumento de cuerda que recordaba a una mandolina, pero más dulce y menos estridente.
Los niños también correteaban alrededor del recinto y por la plataforma de madera que llevaba a aquellos agujeros del amor, como si nada. La luz rojiza del Sol ya puesto entraba a través de una serie de grandes ventanales labrados en la roca, los cuales dejaban pasar haces de luz transportando colores vivos que parecían danzar constantemente en una especie de calidoscopio mágico y sensual. Y otra vez vió a una pareja haciendo el amor en un rincón, ante ellos.

-¡¿Qué haces Ichiro?! - Hanuil la zarandeó por los hombros. Cuando ella se giró, entonces, para mirarle, sonreía en una mueca entre burlona y pícara - ¿Qué ocurre? No me digas que aún crees que los niños nacen del fruto del Mandro...

-No digas tonterías... - replicó ella, avergonzada y sorprendida, pero a la vez fascinada ante aquella visión, pues era todo tan natural y directo que le traía unos sentimientos contradictorios muy fuertes - Vámonos.

-Oye, ¿Quieres probarlo? - una voz surgió tras ella, una voz de adolescente algo ronca - ¡Es Cristal Ancestral, recién salido del manantial!

Bajo las barbas rojizas de aquel joven se escondía una sonrisa franca, sus ojos brillaban, como emocionados. Ichiro, embelesada por lo que acababa de ver en aquella especie de fiesta orgiática, aceptó el ofrecimiento y se llevó el cuenco a la boca con una sonrisa tímida, dándole las gracias con un educado ademán. Los otros adolescentes apostados tras él reían entre dientes y murmuraban por lo bajo.

-Dame esto - espetó Hanuil con el ceño fruncido y arrebatándole el cuenco a la chica, con rapidez, justo cuando estaba a punto de darle un trago - Esto contiene otro componente aparte del rico licor del Cristal Ancestral y, a juzgar por la actitud que lleva toda esta gente, ya puedes imaginarte cuál es - añadió, con una sonrisa, observando a otra pareja más que parecía hacer algo más que demostrarse su amor incondicional dentro de la fuente - Pero, ¿Para qué derrocharlo?

El joven Viajero empinó el codo dispuesto a ingerir aquel líquido y, justo cuando las primeras gotas caían sobre su lengua ante las airadas protestas y pataleos de Ichiro, una pesada mano empujó el cuenco y lo tiró al suelo, desparramando todo el líquido.

-Aquí no hemos venido a fornicar. Eso lo dejáis para cuando ya estemos en Espiral, niños, y si queréis además os regalo algunas protecciones para evitar males evitables - exclamó Elrick, con su voz cavernosa e implacable, empujando a los dos jóvenes hacia otra escalera más ancha que la anterior que se hundía a una profundidad mayor - Por cierto - añadió, con una semi-sonrisa irónica - no sabía que fueras un aficionado a los afrodisíacos, Hanuil. ¿Los necesitas?

Por fín les dejó de empujar justo cuando llevaban unas decenas de escalones andados y el hombretón, sin mirar atrás, empezó a bajarlas con paso largo y firme.

-El próximo que vuelva a hacer otra gilipollez, le dejo aquí, fuera viajar. Andando.

Hanuil e Ichiro se miraron, tras él, ambos encogiéndose de hombros.

-¿Qué le ocurre a Elrick? Está muy huraño - se preocupó ella.

Hanuil rió, rascándose la nuca mientras sorteaba la incesante multitud que bajaba por aquella nueva galería, en una gran algarabía.

-Oh, ¿Acaso le has conocido de otra forma?

Bajaron y bajaron, hasta que, por fín, llegaron a lo que parecía ya el centro de la Gran Roca, a tenor de la multitud de gente que taponaba el final de la galería, haciendo esfuerzos por avanzar entre aquella marabunta. Los niños gritaban y saltaban felices y emocionados, las parejas se abrazaban, jóvenes y viejos cantaban canciones a coro, todos al parecer ansiosos por llegar al final de la galería, matando el tiempo.

¡A Cristal Ancestral
y a mujer
olemos!

¡Apestamos a hombre
aún por saciar!

¡A comer, a comer
a beber, a beber
hasta que veamos
dos firmamentos
dos lunas
y cuatro tetas!

¡A Ancestral Cristal
y a mujer
olemos!

¡Apestamos a hombre
aún por saciar!


Hanuil pronto se había unido a los cánticos más obscenos sin hacer caso a las miradas asesinas de Elrick. Ichiro también sonreía, alegre, viendo como unas alegres mozuelas se habían puesto a bailar juntando los brazos y dando palmadas. Afuera de la galería, podía entrever que se alzaba un salón gigantesco iluminado por una luz azulada que ya se internaba a través de aquel último tramo de escaleras que quedaba. Casi todos llevaban un cuenco de agua de Cristal Ancestral en sus manos.

Se trataba de una felicidad de esas que se contagian.

-¡Viajeros! - se giró hacia ellos con una amplia sonrisa y gritó tanto cómo pudo Hrum, después de haber estado cantando, bailando y hablando con la gente que se había ido encontrando por el camino - He guardado muchas piedras para vosotros, por si no os apetecía acudir al banquete. Aquí en la Gran Roca sentiros como en casa, sois libres como pájaros. Hay piedras para todos los gustos - sacó un saquito y, de dentro de ella, sacó un puñado de piedras cada una de un diferente color - La negra os adentrará en el palacio de la meditación, aunque creo que no estareis muy interesados en ella - añadió, encogiéndose de hombros.

Piedras...¿Qué significaba aquello?

-Oh no, me temo que no. Aunque quizá se la guarde para Elrik - dijo Hanuil, con una sonrisita traviesa.

El hombretón calvo no contestó, pero le fulminó con la mirada.

-Oh veamos esta otra, me tienen que disculpar, no las recuerdo de memoria... - hizo una pausa y sacó una piedra roja - Uuh... - guiñó un ojo hacia Ichiro y Hanuil - esta es la piedra de las parejas. La Sala se convierte en un bosque iluminado por una perenne primavera, pero no todo se halla a la luz del día. También hay muchos rincones oscuros...

-Al grano, Hrom. Sácanos la del banquete - dijo Elrik, en un suspiro cansado e impaciente.

Sacó otra más, una piedra azul y sus ojos se le iluminaron.

-¡Oh! ¡Mira por dónde! ¡Esa es la piedra del banquete! A vosotros dos no hace falta que os lo explique - dijo, colocándoles una piedra azul en un bolsillo de sus pantalones - Pero la bella Ichiro - se inclinó exageradamente en una sonrisa seductora - debe saber que debe introducirse esa piedra en un bolsillo y llevarla ahí toda la noche.

Se acercó a ella (mucho más cerca de lo que lo había hecho con los otros dos) y le fue a introducir una gruesa mano en el interior del bolsillo que tenía Ichiro en su vestido carmesí, justo en el muslo. Elrik le había quitado la piedra a tiempo y se la tendió a la joven.

-Toma Ichiro, y haz el favor de estar más atenta.

Ichiro se la introdujo en el bolsillo y siguió andando, turbada, hacia abajo, por las escaleras. Hrum había desaparecido, corriendo, entre la marabunta, asustado por la actitud de Elrick aunque, en verdad, ya le conocía de sobras. En no más de cinco minutos volvería a rondar alrededor del grupo de Viajeros, seguro.

Una vez llegaron a destino, abriéndose paso entre aquella gente menuda a empujones y entre alabanzas dedicadas a ellos (parecían disfrutar de la presencia de extranjeros), Ichiro abrió sus ojos de ámbar hacia la inmensidad increible que se alzaba sobre ella y a los alrededores. Si el espectáculo de antes, en aquella plaza, le había causado una gran impresión, aquello lo superaba con creces.

Aquello tenía tal tamaño que ni siquiera se lo podía llamar Salón. Aquella arquitectura, aquel diseño...en el colegio le habían enseñado que la raza de los Namia habían desaparecido hacía cientos de años... Pero sin duda, aquello era obra de ellos: los enormes ventanales acristalados, diseñados con motivos vegetales y con espirales, todos de diferentes colores azules desde el celeste hasta llegar al violeta, dispuestos de tal forma que la luz de las estrellas que ya se apiñaban en el firmamento entraba en cientos de frágiles haces azulados por toda la sala. Alrededor, formando un círculo perfectoo, se alzaba una docena de árboles con aquel fruto malva y grande que solamente había visto en aquella región. Miró hacia arriba y aquella sala gigantesca se alzaba, efectivamente, cientos de metros hacia arriba en forma piramidal, los ventanales labrados hasta en la zona más alta, formando una espiral y una orgía de color que embelesaba a cualquiera. Pero aquello no fue lo que más le impactó.
Ver como unas alfombras de distintos colores ondeaban como hojas alrededor de todo el salón de forma libre, moviéndose con gran lentitud, y con aquellos seres comiendo sobre ellas, riendo y tirándose restos de comida a la cabeza cuando pasaban junto a otras alfombras, la dejó sin habla.

Habían dispuestas, a la vez, ante cada uno de aquellos árboles frutales, una escalera de piedra, cuyo arrambador se hallaba labrado de forma exquisita con motivos de danzas y de seres haciendo el amor entre ellos. Las escaleras desembocaban todas a una enorme galería que daba la vuelta entera al Salón en una especie de balcón también adornado con motivos vegetales y repleto de enredaderas florecidas, y los menudos seres en una gran masa subían por ellas, repletos de júbilo, entre grandes risotadas y canciones obscenas y divertidas. Una vez arriba, cada uno escogía una alfombra, ninguna igual a la otra, y la extendía con un golpe seco hacia el centro de la estancia, se subían sobre ellas en grupos y luego como en un acto natural aquellos objetos volaban de forma liviana alrededor de toda la estancia.
Las jarras de cerveza y las copas de Cristal Ancestral se sucedían en brindis incontables, y cada vez que alguien caía por error o empujado desde la alfombra ante la broma de algún camarada, caía al suelo de forma amortiguada.

Aún no se había servido la comida, al parecer.

De repente, una alfombra que había estado acercándose al grupo de Viajeros con marcha calmada y balanceada, se detuvo frente a ellos, a corta distancia, repleta de más seres menudos aunque si se prestaba algo más de atención, uno podía darse cuenta que no era un grupo más de aquellas gentes, sinó una versión anciana de estas, unos ancianos joviales, de ojos relampagueantes, pero parecían más educados y ponderados, y solamente tenían en sus manos pequeñas copitas. El que parecía el más anciano de todos ellos, tenía una barba blanca y rala, e iba vestido con un sencillo jubón esmeralda sin ningún adorno y unos pantalones anchos de seda marrón. A Elrick pareció iluminársele el rostro cuando le vió, por primera vez desde que llegaron a Fölmendal.

-¡Bienvenidos a la Gran Roca! - exclamó el anciano, abrazándose efusivamente a Elrick y a Hanuil - ¡No sabeis cuánto júbilo nos produce vuestra visita! ¡Sabíamos que tarde o temprano volveríais! - analizó a Elrick de arriba a abajo, con una sonrisa franca - La naturaleza es generosa contigo, amigo.

-Gracias por tus halagos, Kirin, aunque dudo que pueda llegar a una vejez tan satisfactoria y alegre como la tuya, compañero - dijo Elrik, esbozando una reverencia.

-Hanuil y Elrik, los últimos grandes Viajeros, hermanos - sentenció el anciano, girándose hacia la comitiva restante que les miraba con ojos curiosos y ligeramente emocionados. Se volvió de nuevo hacia ellos - Nuestros bardos han compuesto algunas canciones hablando de vosotros y de vuestro Gremio. Cada noche las cantamos. Sois muy queridos aquí.

Hanuil se desesperezó, estirando ambos brazos hacia el techo con un semblante triunfal.

-¡Aahh! ¡Uno se siente con fuerzas para todo una vez dentro de la Gran Roca! - se giró hacia Ichiro - ¿No opinas lo mismo, Ichiro? Aquí nos adoran, respetan nuestro oficio.

La chica parecía haber perdido el habla después de todos aquellas visiones y acontecimientos que había podido observar desde que entraran por la apertura que llevaba al enorme Salón. Se sentía avergonzada, empequeñecida y sentía como sus mejillas le ardían. ¿Qué pintaba ella en un lugar tan maravilloso, junto a dos héroes legendarios como Elrik y Hanuil?

-¿Cómo te llamas, jovencita? - el anciano le pasó una suave mano por los cabellos azulados de la chica y la miró a los ojos - Tu edad es corta, pero en tus ojos veo una gran valentía y nobleza que ya les gustaría tener a muchos que se creen valientes, con sus inútiles bravuconadas. ¿Eres una nueva Viajera?

La joven no supo qué responder y buscó alguna palabra que le pudiera ser apropiada. No había pasado ningún rito de iniciación y prácticamente aún no conocía a sus dos nuevos compañeros. Ella no podía ser considerada una Viajera, aunque en el fondo, en aquellos momentos, nada en el mundo le habría hecho más feliz que ser considerada uno de ellos.

-Sí, es nuestra nueva compañera de Viaje - respondió Elrik con una sonrisa cálida y rodéando con su gran brazo la espalda de Ichiro, la cual ya solo deseaba que la Tierra se la comiera y no dejara ni los huesos.

-¡Estupendo! - Kirin dió dos palmadas, satisfecho, respirando hondo - En fín, basta de charlas aquí de pie, que estoy siendo muy maleducado. ¡Compartid con nosotros esa gran velada!

Los tres Viajeros (Ichiro casi arrastrada por Elrik, pues aún se mantenía paralizada con una mezcla entre miedo, vergüenza y fascinación) subieron sobre la alfombra y ésta, de forma lenta y ondulante, se alzó poco a poco hacia el resto de alfombras que volaban,entrelazadas, sobre ellos, por todas partes, y con gran alboroto por parte de sus ocupantes.

El primer bardo apareció saltando sobre su alfombra plateada con unos dibujos cómicos de notas musicales bien estilizadas y portando una especie de lira con un diseño de finísima realización que también era indudablemente diseñado por los Namia. Estaba subido a solas sobre aquel objeto que, más rápido que los otros, daba vueltas alrededor del Salón de forma ágil y liviana, pero tampoco a una velocidad mareante. Ichiro no pudo reprimir una risita y tuvo que taparse la boca, disimulando, mientras Elrik y Hanuil parecían enfrascados en una animada conversación.
El bardo...¡Estaba desnudo! Sin embargo, la cantidad de barba y cabellos color rubio sucio se enroscaba y le cubría todo el cuerpo tapándole el cuerpo por completo, lo que le daba aún un aspecto más cómico e hilarante. Aquel extraño ser, menudo como los demás, alzó los brazos hacia arriba y sonrió, enseñando sin ningún pudor sus dientes mellados.

-¡Antes de nada quiero decir unas cuantas palabras, dedicadas a todos vosotros! - exclamó, con una voz atrompetada y traviesa, visiblemente borracho.

Todos recibieron aquella frase con aplausos y con risas, mientras los chiquillos y jóvenes más alocados (y algunos entrados en edad también), aprovechaban cuando este pasaba al lado de su alfombra para lanzarle copas y jarras vacías a la cabeza.

-¡Cállate y canta! - gritaban todos, casi a una misma voz.

-Bien, bien... - hizo una pausa para afinar su instrumento y, una vez terminada la operación, sonriente, rasgó dos acordes - Esa canción está dedicada a todos vosotros, se llama... ¡Guarros y Borrachos!

Los aplausos y vítores se alzaron de nuevo, y Hanuil, al escuchar aquello, rompió en carcajadas. Ichiro se dejó llevar por la marabunta, y también empezó a aplaudir al principio de manera tímida, pero luego, cuando ya una divertida y desenfadada canción nacía de las cuerdas del instrumento, empezó a animarse.

-¡Bebe! ¡Bebe! - gritó Hanuil, que parecía nadar en su ambiente, y mirándola con ojos divertidos y pícaros - ¡Ese es Cristal Ancestral sin innecesarios añadidos! - le tendió una copita de madera y ella, sin pensárselo dos veces, bebió de ella. Un calor reconfortante recorrió su cuerpo desde los pies hasta la cabeza y pareció flotar incluso por encima de la propia alfombra. Su sonrisa se acentuó y, ya con la timidez desterrada, se levantó y empezó a corear junto a los demás, aplaudiendo.

Esta noche
no sabrán dónde estamos
nadie menos nosotros
inconscientes
y orgullosos,
la tristeza es pasajera
la alegría no la buscamos:
ella nos encuentra.

Todos a una
viajeros, seres menudos
y más escoria
alzaremos nuestras copas
y entre unos pechos hallaremos
poesía y virtud.


¡Guarros y borrachos!
Borrachos y guarros!

¡Borrachos y guarros!
¡Guarros y borrachos!


Friday, December 12, 2008

El Viajero. Capítulo 5. Reino Escondido.

-¿Por qué hace media hora que no se mueve de esta roca? - se aventuró a preguntar Ichiro, con una ceja levantada y unos ojos cansados y preocupados.

-Se trata, digamos, de una forma de cortesía, para que lo entiendas - susurró un Hanuil con una sonrisa torcida en el rostro, sin dejar de observar a Elrik - para con los habitantes de Folmendäl. Y ahora, sigamos en silencio. Yo ya he pasado por esto y se necesita mucha concentración...está hablando con ellos.

Elrik estaba sentado sobre una roca, sus pies colgando por un risco que se precipitaba cientos de metros hacia abajo hasta llegar a un valle repleto de jóvenes árboles frutales: ciruelos, manzanos, naranjos, cerezos, limoneros, granados...los cuales se extendían hacia unas enormes montañas azules que se recortaban en el horizonte, rodeando aquel inmenso valle que olía a fruta madura y a lluvia reciente. El Viajero se mantenía en silencio, con los ojos fijos hacia el valle, unos ojos que en aquellos momentos no estaban ahí, sinó en alguna otra parte que, se le antojaba a Ichiro, muy distinta. Sin duda estaba haciendo uso de la telepatía y dudaba que fuera la primera vez que lo hiciera. Aún siendo una práctica común entre los seres feéricos, hablar de esa forma con individuos de otras razas era muy complejo y difícil. Se necesitaba, al menos, conocer los entresijos de la mente del otro.

El viento soplaba con fuerza y a veces parecía como que unos susurros impregnaban el aire, unos susurros que ponían la piel de gallina, graves y estridentes, dulces y amargos. Y así estuvieron Hanuil e Ichiro aguardando una hora más, hasta que el Sol empezó a ponerse en el Oeste. La chica intentaba descubrir algún cambio en el rostro pétreo del hombre, pero si la había, no se le notaba de forma superficial. Había leído alguna vez cosas sobre Folmendäl, algunas historias que se referían a este Reino, y todas hablaban de hechiceros extraños, de gentes que realizan ritos en los amaneceres y en los atardeceres, cuando la magia es más poderosa y profunda. Incluso en el Mundo Feérico, los habitantes de aquel lugar se hallaban en el más escondido de los misterios y nadie solía aventurarse por aquellos parajes. Los pocos que lo habían hecho, habían vuelto desmintiendo la existencia de aquellos, diciendo que solamente habían hallado unas extrañas ruinas: estatuas quebradas por el tiempo y asentamientos de piedra totalmente abandonados.

-Venid ambos, y dadme la mano - espetó Elrik con su voz grave y enigmática, más que de costumbre, mirándolos con frialdad - obraréis como yo os diga en todo momento - añadió, prestando especial atención a Ichiro.

-¿No nos estará pidiendo que nos tiremos por...? - masculló Ichiro, mientras se acercaba con cautela al Viajero, observando cómo su capa impactaba contra su pecho debido al incesante viento.

-Haz el favor de callar - la reprendió Hanuil, ya con un rostro más serio y frío - Si lo que te preocupa es si nos vamos a suicidar, la respuesta es No. Y ahora ven.

Hicieron, entonces, lo que Elrik les había pedido. Ambos le agarraron sus grandes manos y él las apretó con fuerza, hasta el punto de hacerles daño. El hombre miró al horizonte y, por última vez, pareció comunicarse con el interlocutor invisible con el que, parece ser, había estado hablando hasta aquel momento.

-Hanuil ya conoce el procedimiento, así que eso que digo va por tí, Ichiro. Cuando sientas que un extraño y dulce perfume, diferente del que hay ahora, impregne el aire por completo, haz el favor de respirar hondo y aguantar la respiración hasta que estemos - hizo una pausa y adoptó un tono de voz que intentaba ser reconfortante - abajo. Y no cierres los ojos en ningún momento - le acarició el cabello con suavidad, y sonrió ligeramente - No tengas miedo, todo saldrá bien.

Al cabo de poco tiempo, aquella brisa que había vaticinado el calvo hombretón, empezó a azotarles impactando en sus rostros, en forma de viento casi huracanado. Fue la fragancia más maravillosa y extraña que jamás Ichiro hubiera olido en toda su vida. Entonces, sin pararse a reconocerla y bajo la atenta mirada de Elrik, respiró profundamente y aguantó la respiración con los mofletes hinchados, de una forma que hubiera sido cómica en cualquier otra situación.

Y tal como la chica de los cabellos azules temía, Elrik cogió carrerilla y de un largo y seguro salto se lanzó del precipicio hacia abajo, agarrando aún más fuerte si cabe las manos de los dos adolescentes. Bajaban y bajaban con la velocidad de una caída de muerte segura hacia aquel bosque de árboles frutales que se acercaba peligrosamente hacia ellos. Ichiro tenía ganas de gritar y de cerrar los ojos, pero a saber qué pasaría si hacía alguna de las dos cosas.

Justo cuando estaban ya alcanzando con una rapidez de vértigo las copas de los árboles, se vieron suspendidos en el aire, como si hubieran caído sobre un muro invisible de aire espeso y, como si se trataran de tres hojas, empezaron a balancearse, hacia el suelo.
Y en aquel momento, bajo la asombrada y alucinada mirada de Ichiro, sus enormes ojos de miel abiertos de par en par en otra mueca muy divertida, el paisaje cambió por completo: los árboles frutales seguían ahí, pero unas grandes casas hechas de madera se alzaron entre ellos, unas casas que en realidad no eran tales. Tenían la forma de enormes troncos de árboles, huecos por dentro, con ramas en el techo que contenían unos frutos de color malva que Ichiro jamás había visto en su vida, redondos y grandes.

En el centro de aquel valle la chica tuvo tiempo de observar una gigantesca roca que se alzaba centenares de metros hacia arriba, como un enorme obelisco sin adorno alguno, irregular, tosco.

Y por fín cayeron sobre un claro, un mar de hierba que dibujaba olas por el efecto del viento. ¿Qué magia había sido aquella? No, jamás había estudiado que en el Mundo Feérico un Reino se escondiera del resto. ¿Por qué razón? ¿Cual era el motivo? Pero la voz de Elrik la devolvió a la realidad y la sacó de aquellas preguntas que se amontonaban en su mente, todas sin respuesta.

-No te dejes llevar demasiado por el aspecto de Folmendäl. Són gentes interesantes, pero también són unas buenas piezas - dijo, como si ya les conociera de toda la vida.

-Tienes que tener todos los sentidos a tu predisposición, Ichiro. Són unos pájaros de la ostia. No nos mires así, ya lo entenderás - murmuró Hanuil, con una sonrisa llena de picaresca y una mirada relampagueante, traviesa, como si recordara algo muy divertido y excitante.

-¡Elrik! ¡Hanuil! ¡Alabados sean mis ojos!

Tras unas ramas de un naranjo apareció un ser menudo y corpulento, con una espesa barba negra, enseñando sus dientes afilados con una sonrisa de oreja a oreja, y unos cabellos rosados y larguísimos que arrastraba, sin ningún pudor, por el suelo. Echó a correr hacia ellos, con sus gruesos brazos alzados hacia el cielo, sus mejillas rojísimas y los ojos brillantes de emoción. Una vez estuvo ante los dos Viajeros, empezó a dar leves y ridículos saltitos, como si de un niño pequeño se tratara.

-¡Estoy que no quepo en mí! ¡Ya sabía yo que volveríais! ¡Nadie me creía, pero lo sabía! - gritó con una voz ronca y alegre.

Elrik esbozó una sonrisa y le acarició la cabeza, como si se tratara de un hijo suyo, de forma paternal.

-Digamos que encontramos un nuevo motivo por el que salir de caza.

-¿Y quien es esa preciosidad que os acompaña? Jamás había visto a una princesa de leyenda encarnada ante mis ojos, y os juro que no exagero. ¡Me faltan palabras! - se postró ante Ichiro y ésta vió que su cabeza apenas le llegaba a su pecho. Era diminuto. La había besado la mano, justo después de hacerle una reverencia - Mi nombre es Hrom. ¿Sería tan amable de darme el suyo, princesa?

-Ichiro. Encantada - dijo, sorprendida ante tal zalamería.

-¡Ichiro! ¡Hasta el nombre está repleto de belleza! - Elrik y Hanuil empezaban a observarlo de forma algo torba y pareció que aquel pequeño ser se dió por aludido - ¡En fín! Creo que ya es hora de guiaros hasta la Gran Roca. Seguramente estaréis hambrientos y con ganas ya de emprender el Viaje de forma inminente.

-Por supuesto, por eso estamos aquí. No creerás que hemos visitado esa pocilga de borrachos y guarros por placer, ¿verdad? - dijo Hanuil, dándole unos golpecitos en el hombro, guiñando un ojo y sonriendo abiertamente - Vamos allá.

-¡Borrachos y guarros! ¡Jaja! ¡Voy a pedirle al bardo que componga una canción picante sobre eso! ¡Guarros y borrachos! - decía, mientras trotaba ante ellos como un cervatillo, silbando y saludando a los animales silvestres que iba encontrando por el camino.

Thursday, December 11, 2008

El lago ciego. Capítulo 3

Sin duda había caído en una trampa.

Rívon se hundía lentamente hacia el fondo de aquella oscuridad insondable y ya ni siquiera se molestaba en pensar en nada. Y si lo hubiera querido, estaba demasiado aterrado para que ningún pensamiento lógico cruzara su mente por un segundo. Solamente pensaba en qué estaba condenado a morir de hambre y sed en aquel abismo durante días y más días, como en una malvada condena. Aquellas hadas habían jugado con él.

Entonces se puso a llorar. No quería morir, no aún, tan joven, tantos sueños por cumplir y tantos caminos por recorrer. Pensó en lo injusta que siempre había sido su vida, y pensó en sus padres, en Ichiro, en Húgaldic y se dió cuenta de algo de lo que jamás había sido consciente hasta aquel momento: a su manera, allí era feliz. Nunca en su vida había sentido tantos deseos de volver a aquella aldea, de volver a ver a los suyos y de poder sentir el calor de su casa de nuevo, aunque solamente fuera una vez más.

Se dió cuenta de cómo odiaba y temía la soledad.

Sentía deseos de gritar y de aferrarse a cualquier cosa a la que le latiera un corazón, aunque fuera frío como el metal, o pequeño como el de un insecto. Tenía ansiedad por vivir, por hablar de nuevo, por tener fe en cualquier cosa, aunque fuera por una tontería, por una pequeñez. Por favor...jamás había creído en los Dioses, pero pedía por favor...que si algo existía, le ayudara a salir de ahí.

Una fuerte mano le agarró del brazo y, sin más dilación, tiró hacia arriba con tal violencia que sintió como si se lo fuera a desgarrar. Entonces, el agua de aquel lago empezó a zumbar en sus oídos con el sonido de millones de burbujas y, al instante, sintió cómo se mareaba y perdía el conocimiento.

Despertó con un agudo dolor en la nuca, con el cuerpo tirado sobre una especie de losa de piedra fría que le entumecía los músculos.
Abrió los ojos y todo seguía oscuro. ¿Acaso algo o alguien le había devuelto a tierra firme, o aún querían jugar más con él, torturarlo cómo habían hecho hasta ahora? No se fiaba, pero aún así se incorporó sobre sus codos y lanzó un suspiro de alivio y una sonrisa dibujó sus labios resecos. Al fín y al cabo, al menos por ahora, aquella pesadilla había terminado. ¿En verdad solamente había sido eso, una pesadilla?

Al cabo de un rato, la euforia de estar vivo y fuera de aquel lago que le condenaba a los abismos se transformó en rabia y en ira contra las que le habían hecho sufrir de aquella manera.

-¡Yrissi! ¿¡Por qué me habeis hecho eso?! ¿¡Qué mal os hice yo para odiarme de esta manera?! - hizo una pausa, y solamente una levísima brisa que se desparramaba entre los árboles cercanos era audible - ¡Salid de vuestro escondite de una vez! ¡Quiero volver a casa! ¡Quiero salir de aquí! - gritaba con todas sus fuerzas, fuera de sí, harto de toda aquella situación y con un dolor martilleante en las sienes.

-¿Ahora quieres irte?

Rivon dió un respingo hacia un lado, sorprendido por una voz clara y musical a la vez que burlona que había aparecido a su lado, en medio de aquellas tinieblas. Intentó levantarse, pero las rodillas se le doblaron y volvió a caer al suelo.

-¿Eres una de ellas, verdad? Una de las que me quiere torturar hasta matarme, supongo. ¡Muéstrate!

-Acabas de mostrarte tal y como eres en realidad - prosiguió aquella voz femenina, con musicalidad burlona.

Rívon echó la cabeza hacia atrás y empezó a reirse con nerviosismo.

-¿Y eso quien me lo dice? ¿Eres mi madre?

Unos dedos suaves le pellizcaron un moflete.

-Seguramente te encantaría que ahora yo fuera tu madre, para refugiarte bajo mis faldas - unas risas bajitas y traviesas aparecieron tras ella - Eres un niño que ha salido de casa creyendo que era un héroe, y solamente es eso: un niño asustado por la realidad que quiere volver a casa, olvidándose de su princesita.

-¡¿De qué princesita me estás hablando?! ¡¿Por qué me tratas así, que os he hecho yo?! ¿¡De qué os reís, después de haberos portado así conmigo, tirándome a un abismo?!

Más risas y una leve caricia en los labios temblorosos del chico.

-Tú sabes bien de quien estoy hablando. Pero, por si tus miedos te han convertido en un idiota, te diré que se trata de Ichiro. Y para tu información, querido y bienamado Rívon, está a punto de encaminarse hacia Mundo Espiral con el Gremio de Viajeros, junto a dos valientes y gallardos feéricos. Me temo que ya no te necesita, Rívon, y más después de ver que eres incapaz de amar a nada que no sea a tí mismo.

Rívon, al escuchar aquellas dulces pero duras y penetrantes palabras, se levantó como un resorte, airado, y con el rostro congestionado de la vergüenza y la rabia que le corrían por dentro.

-¡Es Ichiro la que es incapaz de amar a nada que no sea ella! ¡Fue ella la que dejó Húgaldic sin decir nada a nadie! Cuando me ha necesitado, siempre me ha tenido a su lado. Y ahora que ya no le soy útil me ha abandonado, así como también a sus padres y a todos los que la quieren. ¡Nos ha tratado a todos como a perros!

-¿Y acaso alguna vez te preocupaste por sus sueños, sus deseos, sus frustraciones? Me temo que no. Aquí siempre venía solamente porque sabía que nosotras le contabamos bonitas historias y leyendas, se sentaba, se reía, y nos contaba todo lo que a nadie le interesa en tu pueblo. Y tu no fuiste una excepción, Rívon. Tampoco fuiste capaz una sola vez de acompañarla a este bosque, por miedo, por cobardía, algo que parece que te caracteriza. Y eso a ella le hería más profundamente de lo que piensas.

-¿Qué...qué cosas os contaba? - la voz de Rívon aparecía algo quebrada.

-Si quieres saberlo, ve tras ella. Pero que sepas que tendrás que sacrificar algo de tí mismo para ello, y más para viajar a Espiral - contestó aquella voz, en un susurro tajante y enigmático.

-¿Sacrificar algo de mí mismo?

-Si de verdad la amas, deberás corresponderla de esta forma. ¿Entiendes lo que te digo?

-No, pero creo que me hago una idea... - su voz se había envuelto de timidez y de inseguridad.

-Quizá cuando te des cuenta ya sea demasiado tarde, Rívon - dichas aquellas palabras se escucho un murmullo creciente de aquellas voces musicales y alegres - Dame la mano.

-No - se limitó a decir el chico, arrastrándose hacia atrás hasta el punto que, resbalando, cayó a la fría agua de lo que parecía ser de nuevo aquel terrible lago.

De nuevo risas, y el chico debatiéndose, como si no supiera nadar, pidiendo auxilio. Pero cual fue su sorpresa al darse cuenta que la profundidad de aquel lago o estanque no superaba el metro. Rívon se sonrojó. Aquello ya era demasiado para él. Jamás se había sentido tan rídiculo y tan insignificante. Las lágrimas empezaron de nuevo a brotar de sus ojos.

-Es verdad, soy un maldito cobarde. Ichiro no se merece a nadie tan rastrero como yo a su lado. Pero igualmente iré tras ella. ¡No quiero volver a casa! - dijo, en un ataque de rabia - ¡Quiero seguir adelante, sin mirar atrás! ¡Estoy harto de huir, harto de no escuchar mi corazón!

-Dame la mano, Rívon - dijo la Yrissi, con un tono de voz más suave y comprensivo - No te avergüences por llorar. Acabas de dar tu primer paso, con esas palabras. Quizá aún no eres consciente del sacrificio que tendrás que realizar, pero todo empieza por dejar atrás las ligaduras que te atan. ¿Ahora entiendes mejor a Ichiro, Rívon?

-Si, ahora sé que he sido un idiota que pretendía saberlo todo sobre ella y que ni siquiera fue capaz de rozar su corazón. Ahora sé por qué se ha ido. Y pienso...pienso ir con ella a ese sitio dónde se encamina.

Una vez las palabras de Rívon, acompañadas por una suave brisa que traía dulces perfumes del interior del bosque que parecía rodearles, terminaron de resonar en aquella terrible oscuridad, una suerte de niebla empezó a disiparse arrastrada por un repentino y fuerte viento. Y así, poco a poco, desde la negra bruma, empezaron a aparecer las miríadas de estrellas que adornaban el cielo nocturno. Aparecieron árboles iluminados por sencillos faroles azulados y esmeralda, y, alrededor del chico, aquel lago que había estado escondido tras una noche infinita se había transformado en un precioso estanque, repleto de joyas preciosas cada cual diferente de la otra. Todas tenían un brillo casi imperceptible, gracias a la luz de los astros.

Aquella bruma negra parecía surgir de un lugar concreto y, cuando Rívon dejó de maravillarse ante la belleza que se le descubría ante él, asombrado vió exactamente de dónde procedía toda aquella oscuridad. Procedía de él mismo, y hacia él mismo volvía a introducirse lentamente, sin tregua, dentro de cada poro de su piel. Al ver que empezaba a temblar, el hada que había sido su guía se acercó a él, con pies livianos, a través de aquellas aguas cristalinas y enjoyadas, y le abrazó, tendiendo su cabeza hacia sus pechos.

-No temas, ahora ya todo está bien. Ha vuelto a tí, y ya no volverá a cegarte nunca más.

Friday, November 28, 2008

El viajero. Capítulo 4: la balanza

-¿Estás bien, Ichiro?

Después del entusiasmo que habían suscitado las palabras de Hanuil sobre la posibilidad de viajar a Espiral y de conocer por fín a los humanos, la niña había mudado totalmente de rostro, quedándose congelada ahí donde estaba, con sus ojos de miel abiertos, como si de repente hubiera recibido un pinchazo en algún lugar indefinido. Un grito de una voz tremendamente familiar parecía haber turbado sus pensamientos y convertirlos de repente en frágiles y desprotegidos. ¿Aquella era la voz de...?

-¡Ichiro! - Hanuil la agarró por el hombro con ojos preocupados y graves - ¿A qué viene ese repentino cambio de actitud?

La joven alzó los ojos hacia él, alarmada y, temblándole las manos, le agarró de su camisa.

-¡Tengo que volver a la aldea! ¡Están todos preocupados por mí! He...he sido una egoísta...Rívon me está buscando, y mis padres, todos... - hizo una pausa, ya con los ojos mojados de unas lágrimas que estaban a punto de aparecer - ¡Por favor, devolvedme a casa!

Hanuil pareció no inmutarse ante aquella repentina prisa y urgencia de Ichiro y se limitó a negar con la cabeza, mientras su mirada se dirigía a la puerta de madera de la taberna.

-Siempre he sido un iluso, pero contigo me había ilusionado especialmente. Ya que las cosas hace tiempo que están torcidas, creía haber encontrado a una chica valiente y sin miedos. Veo que esto no es así - se encogió de hombros - y que sin duda aún eres una niña que se habrá marchado de casa por las típicas rabietas de tu edad.

-¡No! ¡Eso no es verdad! ¡A mi...a mi me hace mucha ilusión viajar con vosotros! Pero al menos debo disculparme ante mi família por lo que hice...y es cierto que he sido muy inmadura.

-Te contradices, niña - respondió él, mirándola de arriba a abajo y empleando un tono de voz despectivo en la palabra "niña" - Lo que no puedes pretender es decidir algo tan importante como esto y luego querer echarte atrás. ¿Tú eres consciente de la importancia de nuestra misión? No, sin duda no lo eres.

La niña, viendo que no obtenía el apoyo de Hanuil, dió media vuelta e hizo ademán de salir afuera, tratando que no se notara que ya estaba llorando, tratando de no dar una imagen aún más patética de ella misma. Debía volver a su casa, al menos para despedirse, y ser fuerte...

...pero una mano la sujetó por el brazo, con gran fuerza, haciéndole daño.

-Tú no irás a ningún lado. Si vas allí y les cuentas que has estado con el gremio de viajeros, vendrán a por nosotros - tiró hacia él y la empujó hacia su pecho quedándose su rostro a pocos centímetros del de ella. Sonreía, sin embargo, con dulzura - No quiero hacerte daño, y no te lo haría por nada del mundo, pero siento comunicarte que ya no puedes volverte atrás y que, si lo haces, te dañarás a ti misma y también nos dañarás a nosotros. Después de eso, creerán que te habíamos secuestrado, y entonces será el fín de nuestra ya maltrecha Sociedad. ¿Entiendes?

La niña trató de separarse de él, haciendo fuerza y removiéndose a un lado y a otro.

-¡Déjame! ¡Que...qué estás haciendo! ¡Déjame marchar, auxilio! ¡Por favor!

Hanuil aflojó aquel súbito abrazo y, encogiéndose de hombros, la empujó hacia atrás.

-Elrick sabe tan bien como yo que, una vez te has unido a nosotros en palabra, en nuestra Sociedad está prohibido echarse atrás. Y tú, al aceptar un Viaje, has decidido ser una de los nuestros. No podrás escapar - dijo, abriendo más su sonrisa - Hoy has aprendido una nueva lección. Antes de decidir algo, piénsatelo dos veces. Aún crees que las aventuras no tienen consecuencias, pero es normal. Eres una niña que acaba de terminar de mamar.

Ichiro alzó la mano y, con rapidez, le dió un fuerte bofetón al chico, en la mejilla, girándole la cara por completo. Hanuil alzó ligeramente las cejas, sorprendido, acariciándose la zona afectada.

-¡Tu eres Don Perfecto, jamás cometes errores! ¿No? Tú eres de esos que van alardeando de estar curtidos por miles de Viajes y de aventuras y con esa excusa quiere que los demás se dobleguen a sus intenciones - fue caminando hacia la puerta y la abrió, de un fuerte golpe - Pues yo me iré a casa y, si quieres impedirlo... ¡tendrás que matarme!

Hanuil frunció el ceño y dejó, por fín, el sarcasmo de lado, dirigiéndose también hacia la puerta, con el rostro congestionado por la ira.

-¡Tienes razón! Eres una egoísta que solamente piensas en tí misma sin pensar en las consecuencias. ¿Para qué queremos a alguien así? ¡Vete, vuelve a tu casa! Pero si lo haces no vuelvas nunca más por aquí, ni se te ocurra. ¡Aquí no aceptamos niños ni adolescentes con problemas de personalidad! ¡Aquí somos guerreros que vamos a morir en batalla! ¡Somos los únicos en el mundo feérico que nos mantenemos íntegros sobre el hilo de un destino adverso! ¡Así que vete, y no vuelvas! Ya estamos acostumbrados. ¡Vuelve a tu vida de mierda y sigue con esa farsa hasta que los Lamat os prendan fuego a todos!

Mientras hablaba así, ambos andaban calle abajo, una calle desierta por las que solamente se oían sus voces haciendo eco y retumbando entre las paredes. Entonces, Ichiro se giró hacia él sin dejar de andar con aire orgulloso e iracundo.

-¿Sabes lo que te ocurre a tí? Que nadie te quiere, nadie te necesita, y has llegado a creer que solamente te tienes a tí mismo y que esto está bien. Si esto es así, prefiero volver a casa y vivir esa farsa que dices tú antes de viajar con alguien como tú. Seguiré con mis sueños y con mi vida, y al menos tendré a mis padres y a... - hizo una pausa, parándose de repente de andar y ensombreciéndosele el rostro - Rívon, que tiene un corazón mucho más grande y bueno que tú.

Hanuil colocó una mano en la pared empedrada de una de aquellas calles de estilo medieval, justo al lado de un comercio de venta de mapas de Espiral, que permanecía cerrado.

-Oh, seguro que a este Rívon lo debes utilizar como utilizas a todos para tus conocidos, para tus propios intereses. Solamente será un tonto útil más y luego lo desecharás. De hecho, lo acabas de hacer - espetó, con una sonrisa amarga y llena de desprecio.

-¡Tu no sabes nada ni de mí ni de Rívon! - gritó ella, empujándole a un lado y siguiendo con su ruta hacia la nada, pues realmente no tenía ni idea de cómo salir de aquel lugar, el cual se hallaba en otro plano.

De repente, notó como una mano fuerte y enorme la agarraba por el cuello de su vestido rojo y la levantaba del suelo sin que ella pudiera hacer absolutamente nada. Quedó paralizada, espantada, esperando que Hanuil se hubiera convertido, de repente, en un temible gigante, resuelto a matarla de un puñetazo o de un hachazo. ¿Tan corta iba a ser su vida? ¿Por qué no era capaz de controlar sus impulsos? Ella misma había visto cómo aquel supuesto niño de su edad había estado apunto de matar a aquel obeso y borracho ex-Viajero con sus propias manos. ¿Cómo no podía matarla a ella, que no era capaz ni de matar a una hormiga?

-¡Su...suéltame! ¡Suéltame te he dicho! ¡No me vas a matar tan fácilmente! - gritaba, con todas sus fuerzas, mientras, con los ojos cerrados, le pegaba con todas sus fuerzas en el pecho.

-¡Eso, Elrik! - exclamó Hanuil que, de repente, había aparecido al otro lado, agarrado también por una de aquellas grandes manos, por la camisa, tratando de darle patadas y mirándole con unos ojos abiertos y repletos de una ira incontrolada - ¡Haz el favor de bajarme de aquí! ¡Toda la culpa la tiene esa mocosa! ¡Quiere volver a su casa y nos va a delatar!

-¡Cállate de una puta vez, maldito niñato con delirios de grandeza! - respondió, girándose hacia él con voz cavernosa y vibrante, un Elrik que ahora aparecía amenazador y con unos ojos llameantes que infundían terror - ¿¡Cómo te atreves a retener a una mujer en contra de su voluntad!? ¡¿Cómo te atreves a mofarte de alguien ajeno a nuestro mundo, a alguien indefenso, jodido cobarde?! ¡Ahora vas a pedirle perdón a Ichiro, de rodillas, y no quiero que abras tu puta boca para contestarme porque te la voy a partir en dos!

Hanuil alzó las cejas y empezó a temblar de pies a cabeza, viéndose totalmente superado por aquella súbita y rara agresividad en alguien que normalmente permanecía sereno y razonable en todas las situaciones. Lo miró, sin embargo, desafiante, poco antes que Elrik lo echara al suelo con dureza y le pisara la cabeza con una bota.

-¡Vuelves a mirarme de esta forma y te parto la cabeza en dos! ¿Me has entendido? Maldito gusano falto de honor, de ética y de moral. ¿Y tu te consideras viajero, un proto-hombre que no es capaz de ser gentil con una dama cuando más lo necesita? Me das asco - añadió, escupiéndole en la cara y haciendo que éste se inclinara en el suelo, apretándole aún más con la bota - ¡Pídele perdón, ahora mismo!

-Pe...perdón...Elrik yo...

El hombre le propinó un sonoro puñetazo en toda la cara al joven, dejándole de cuclillas en el suelo, temblando.

-Ichiro es dos mil veces más madura que tú. ¡Arrodíllate y pídele perdón, niño, pero bien!

-¡Perdóname Ichiro! ¡No volveré a tratarte así! - se acercó a ella y le besó en la mano, con lágrimas en los ojos y mirando de vez en cuando a Elrik, por si acaso - Yo...yo...soy un gusano, tiene razón. Pero amo mucho a este Gremio y...y me he equivocado...

Ichiro no contestó y miró hacia otro lado, visiblemente enfadada con él. No, no le iba a hablar nunca más después de aquello.

-¿Y tu, Ichiro? ¡¿Te crees que por ser una niña mimada que ha escapado de casa te vas a librar de tus responsabilidades aquí?! - exclamó Elrik girándose hacia ella y dejando ya de lado al maltrecho Hanuil en el suelo, con el orgullo pisado y repisado, rojo como un tomate - Si quieres volver a casa, vuelve, pero no volveremos a por tí. Tenemos mucho trabajo que hacer si juntos queremos viajar a Espiral e intentar convencer al Mundo Feérico de que aquella guerra también es su guerra. Ahora debes decidir, si es que te consideras una adulta y no quieres que dé parte de razón a Hanuil. ¿Te quedas o te vas?

Ichiro no podía pensar en nada razonable en aquel momento. No se había imaginado que el enfado de Elrik también se centraría en ella.

-Pero yo...debo volver, es mi obligación...

-¡No! ¡Tu obligación era quedarte en tu casa y seguir con tu vida! ¡Tú fuiste la que te entrometiste en nuestra guerra y en nuestra causa, así que ahora debes decidirte! Aquí ya no valen medias tintas, Ichiro - exclamó, con una voz que destilaba cansancio , de estar absolutamente harto de aquellas indecisiones - Si te vas, no volverás a salir del Mundo Feérico en toda tu vida.

Entonces Elrik soltó también a Ichiro al suelo, cuyo cuerpo cayó con todo su peso y, ya sentada, empezó a pensar, entre lágrimas, desesperada, cual debía ser su futuro ante aquella encrucijada de caminos que jamás se habría planteado. Al salir de casa, simplemente creía que todo iría rodado, que todo sería perfecto, y que un nuevo mundo se abriría ante ella pero...¿Y ahora qué? Se trataba de su família, de sus amigos, de todo cuanto le importaba en su vida, pero...también se trataba de sus sueños, de sus fantasías y de sus ilusiones. Y ambas cosas...

...pesaban lo mismo en la balanza de su vida.

-Yo...elijo ir con vosotros - balbució finalmente, con las manos en la cara, entre lágrimas - So...soy una egoísta, es cierto. Además no sé ni lo que quiero...

-Bien - dijo Elrik, dándole la mano ayudándole a levantarse - Tú acabas de decirlo y ya no puedes echarte atrás, sientas como te sientas. Todos tenemos siempre una parte de nuestra alma rota por la tristeza y por la pérdida, pues es el sacrificio que debemos hacer para avanzar hacia nuestros sueños y deseos. Pero no perdamos más el tiempo... - también le ofreció una mano a Hanuil, el cual ya sin fuerzas para conservar su orgullo, se la tendió de vuelta, sin rechistar - Debemos prepararnos para el Viaje. ¿De acuerdo, niñitos?

-De acuerdo - respondieron los dos, andando de forma renqueante tras Elrik y con la cabeza gacha, derrotados.

Al pasar junto a un escaparate con mapas, joyas de protección, pergaminos de conjuros e instrumentos musicales feéricos, Elrik, sin inmutarse, le propinó una patada a los cristales de aquel comercio cerrado, rompiéndolos, y, acto seguido, se internó en él.

-Anda, seguidme. Vamos a saquear esto que, total, nadie lo va a reclamar ya.

Tuesday, November 11, 2008

Capítulo 2.5. El lago ciego

-¡Ven, corre, dame la mano!

Todas aquellas niñas habían desaparecido, repentinamente, sin cesar de bailar y de dar pequeños saltos, hacia los árboles débilmente iluminados por aquellas luces azules que se reflejaban, gracias a los cristales, por toda la floresta, trocando con su luz trémula la oscuridad llenándola de diferentes colores en un estado de paz, y de un misterio meciéndose con el viento.

La niña que le había hablado era aquella que le había guiado y ahora, pacientemente y esperando que Rívon se recuperara del repentino mareo que había sufrido de tanto bailar y correr alrededor de la hoguera, se dirigía a él con una sonrisa dibujada en sus labios carnosos y casi tan rojizos como un ventoso atardecer.

Haciendo un acopio de todas las fuerzas que le quedaban, el joven le puso, en un acto instintivo, una mano en el hombro, y la miró ligeramente desconcertado.

-¿De verdad no queréis nada de mí?

La Yrissi, haciendo como si no le había escuchado y suavizando algo su sonrisa, le cogió de nuevo de la mano e impulsándose con un gran salto, como si de un cervatillo se tratara, le arrastró trotando hacia el interior del bosque acristalado.
Parecían ahora más ligeros que simples pétalos de flor, caminando sobre los cristales más grandes y hermosos, uno encima del otro, cómo si aquella joven supiera la ubicación de cada uno de ellos. Y solamente se ayudaban con los pies.

Poco tiempo después, ambos ya corrían sobre las altísimas copas de los árboles, y alrededor de ellos, un mar de millones de cristales se movía lentamente con un viento perfumado con un olor que le tenía embriagado, una fragancia que le llenaba el corazón. La luz de las estrellas se reflejaba también en ellos, y lejanos ahora parecían aquellos farolitos azules situados en el corazón de aquellas tierras.

¡Parecía que había dos firmamentos!

Y volaban, y reían, reían a carcajadas sin motivo. No estaban colgados de un sueño, sinó descolgados sobre ellos. Rívon jamás se había sentido tan vivo en su vida.

Pero aquella sensación de paz y de libertad que al joven no le hubiera importado que durara eternamente, de la mano con aquella hada de risa fácil y torrencial, se trocó en desconcierto y en miedo cuando, en un brusco movimiento, la niña tiró de él con fuerza de la mano y saltó hacia abajo, entre las ramas acristaladas, las cuales ahora le herían el rostro, golpeándole con dureza. ¡Descendían hacia el suelo demasiado deprisa! Caían como dos pesos muertos y, además, todo era oscuro a su alrededor, en la negritud más absoluta. Debido a la velocidad a la que bajaban, a Rívon el estómago le dió un vuelco.

-¡Nos vamos a matar! - fue lo único que pudo articular antes que aquella menuda joven lo soltara de la mano y, ya sin su compañía, siguiera cayendo con más y más fuerza a un abismo negro que escondía en alguna temible parte el suelo de la floresta, que sin duda iba a acabar con su vida mientras los cristales seguían produciéndole pequeñas heridas en el rostro, en el pecho y en las manos.

Cerró los ojos y sintió cómo no estaba aún preparado para morir. Empezó a marearse y a sentir cómo estaba a punto de estallarle el corazón dentro de su pecho.

No tenía fuerzas ya ni para gritar.

Y, efectivamente, terminó impactando contra algo, y aquel algo resultó ser agua, o eso creía, y se sumergió hacia sus profundidades, poco a poco, como si algo en el fondo le estuviera atrayendo. Pero lo más extraño resultaba el hecho de no necesitar respirar bajo aquel líquido.

Sin duda las hadas lo habían hechizado.

Al recuperar de nuevo el resuello y el sentido de la realidad, el joven trató de ascender hacia la superfície impulsándose con piernas y brazos pero, por increible que parezca, seguía hundiéndose.
Y ahí sí que empezó a gritar, con desesperación, pero solamente unas grandes burbujas salían de su boca, sin que se le oyera nada más que balbuceos. Y, por fín, abrió los ojos que habían permanecido cerrados incluso después de la caída en aquel hipotético lago.

Todo era negro, oscuro como la primera noche de los tiempos. Giró sobre sí mismo flotando como estaba unas cuantas veces, tratando de ver algún punto de luz perdido. Miró también arriba y abajo. Pero era en vano. Solamente había silencio, y ni siquiera podía escuchar latir su propio corazón. Y empezó a sentir miedo, terror, angustia y una fuerte sensación de ahogamiento que no hacía más que crecer y crecer sin tregua. Seguía debatiéndose por ascender a la superficie, pero al cabo de un largo tiempo intentándolo llegó a desistir, con todos sus miembros doloridos y derrotados.

No había nada que hacer.

Friday, November 7, 2008

La desaparición de Ichiro. Capítulo 2: Corro de Hadas

En aquellas altas horas de la noche, solamente las estrellas iluminaban el camino de Rívon, el cual, por primera vez en toda su vida, dejaba atrás su amado Húgaldic en busca de su mejor amiga. No había tenido tiempo de despedirse de su família pero en aquellos momentos, aquello era lo que menos le importaba.

Iba vestido con ropa más acorde para su nueva aventura: unos pantalones de algodón marrones y una sencilla camisa verde de manga larga con broches azules. La Luna era Nueva y parecía adivinarse alrededor de esta un círculo de luz pálida y plateada casi invisible.
Desde la vez que conoció a Ichiro, no había vuelto a pisar aquel jardín que ahora hollaba con sus sandalias de paja y esparto. La única diferencia era que no había rastro de ninguna flor. Sí, no estaban en Primavera pero, no obstante, Ichiro siempre recogía flores de allí durante todo el año... ¿Cómo se explicaba aquello? ¿De dónde recogía, entonces, aquellas flores? ¿Del bosque de las Yrissi? Pero allí no había flores normales, sinó hechas de minerales y cristal.

Así pues, decidió encaminarse por fín, pese a unas reticencias que superó gracias a la presencia de la joven en sus pensamientos, hacia aquel extraño y misterioso bosque que, por su espesura y sus vivos colores que se reconocían hasta bajo la débil y trémula luz de los astros, parecía sellado para el resto de seres feéricos, sólo apto para corazones puros y sin temor alguno. Había leído en los libros que solía hojear en las bibliotecas del Árbol Norte, que una vez se entraba allí, uno jamás salía siendo el mismo. Pero solamente eran habladurías y leyendas para, quizá, evitar que los Amaru se involucraran demasiado con aquellos seres extraños y cambiantes como lo eran las Yrissi.

Por esta vez, sin embargo, no hizo caso de aquellas recomendaciones (que él mismo ponía en su boca para prevenir a menudo a su amiga desaparecida), y decidió dar un paso adelante y, por primera vez en su vida, abandonar su hogar, todo lo que conocía, toda su seguridad y el calor de su aldea, para internarse en lo desconocido. Quizá así lograría comprender mejor a Ichiro, quizá allí encontrara alguna pista para poder encontrarla.

Después de apartar a un lado los cientos de hojas hechas de cristales y minerales de todas las formas y colores, consiguió penetrar en aquella curiosa y única floresta situada justo en medio del Mar Esmeralda de Húgaldic. Y cual fue su estupefacción cuando sintió como, entre aquel océano de árboles de cristal, de cascadas y de pequeños riachuelos y estanques que lo integraban, empezó a escuchar risas risueñas, susurros, los suaves y bellos sonidos de los cristales que se golpeaban entre ellos por efecto del viento, creando así una música sútil que no era capaz de escuchar con su oído, pero sí de percibir con su corazón, de una forma inexplicable. Algunos faroles situados sobre las ramas, encendidos y de una leve y bella luz azulada, flanqueaban de vez en cuando el dificultoso camino que se abría a duras penas entre los árboles.

Por encima de todos estos leves e ingrávidos sonidos, seguían alzándose carcajadas, ligeros sonidos de pisadas que parecían interpretar invisibles danzas, y el rumor de unas voces cristalinas y joviales por todos lados. Rívon no se sentía muy cómodo ante aquella situación. Le ponía muy nervioso no conocer un lugar y el hecho de desconocer las intenciones de algo que permanecía en las sombras.

No comprender, en definitiva.

Mientras caminaba mirando a todos los lados, acelerando más y más su paso sin que fuera consciente de ello, el joven sintió, de repente, como un peso caía sobre él, sobre sus espaldas, y le hizo caer de rodillas, amortiguando la caída con sus manos, en el suelo, un suelo cubierto de agua verdosa mezclada con briznas de hierba y de frutos cristalizados de todos los colores y formas.

-¡Qué demonios...!

-¡Oh, que mal hablado es nuestro nuevo huésped! ¿Por qué tiemblas tanto?

Efectivamente. Sobre él había caído, sin previo aviso, una de aquellas Yrissi que poblaban el bosque y habían siempre suscitado la desconfianza y el miedo en Rívon.

El joven se dejó caer y, así cómo pudo, se la quitó de encima con un empujón y, con el ceño fruncido, se echó hacia atrás y la amenazó con los puños apretados. Sus ojos, sin embargo, estaban repletos de temor. Una jovencita menuda y esbelta de ojos almendrados, castaños, lo miraba de arriba a abajo y se acariciaba sus largos cabellos también castaños, de color más claro sin embargo que sus ojos. Iba vestida solamente con cristales de colores que dejaban entrever su cuerpo desnudo bajo ellos.

Rívon se sonrojó y miró hacia otra parte, por simple pudor.

Ella se acercó y le abrazó, colocándo sus labios en una de las orejas del joven, haciendo que este casi trastabillara de la piel de gallina que aquello le provocó. ¡Pero qué se había creído! Solamente se trataba de una niña, a pesar de su...esbelto cuerpo.

-¿Estás buscando a Dúna, verdad?

Rívon hizo acopio de todas sus fuerzas y se separó de ella bruscamente y arqueando una ceja, suavizando así su rostro.

-¿Dúna? ¿Quien es Dúna?

-¡Oh! - exclamó, saltando sobre una rama y quedándose sentada ahí arriba, mirándole con ojos seductores - Se me olvidaba que en vuestra aldea la llamais Ichiro. Pero...¡Seré maleducada! - añadió, volviendo a tierra firme y cogiéndole de la mano, como si lo conociera de toda la vida - ¡Ven conmigo! - alzó la vista hacia la oscuridad de aquel mar arbolado y acristalado - Le invitamos a nuestra fiesta. ¿De acuerdo?

Ante el rostro congestionado del joven, una gran cantidad de voces se alzaron en todas direcciones.

-¡Claro que sí! ¡Que se venga! ¡Espero que no se vaya corriendo!

-¡Jaja! ¡Le haremos sentir bien, mis pequeñas.¿De acuerdo?

-¡Claro que sí! ¡Esos Amaru se preocupan demasiado por los corazones libres! ¡Habría que liberarlo también a él! ¿No os parece?

Rívon tragó saliva y miró a aquella hada con ojos aterrorizados, aunque, pese a todo, no se atrevía a soltarle la mano. Era una chica muy bella y había algo en ella que le atraía de una forma extraña e inexplicable.

-¿Qué vais a hacer conmigo? - preguntó, tembloroso - Yo solamente pretendo saber si conoceis el paradero de Ichiro, nada más. No estoy para...fiestas.

El Hada se echó para atrás y estalló en carcajadas ante el desconcierto del joven.

-¡Pero que desconfiados os habeis vuelto! ¡Ya casi parecéis humanos! - murmuros de asentimiento se extendieron por doquier - Si me acompañas, te contaré todo lo que quieras saber de tu querida Dúna, digo...Ichiro - dicho esto, se puso a correr con tal fuerza y de forma tan veloz, que casi hizo que Rívon volara tras ella y no tocara el suelo resbaladizo y acristalado con los pies. Sus sandalias ya habían quedado bien atrás y seguramente las habría perdido para siempre.

Mientras corrían cómo si alguien o algo les estuviera persiguiendo, los cristales le impactaban en la cara pero curiosamente no le dañaban, sinó todo al contrario. Una nueva calidez parecía flotar justo en su estómago y, poco a poco, una sonrisa aparecía en su cara, y el vigor en sus piernas le permitía correr a la misma velocidad que su anfitriona.

Al cabo de unos minutos, y sin que apenas fuera consciente de ello, era tal la elasticidad de su cuerpo que era capaz de saltar sobre los árboles junto a ella y de danzar al mismo tiempo.

-¿Ves? - decía ella, con voz alegre, mientras corría y danzaba en la floresta - ¡No hay nada que temer!

-No tengo ni idea de cómo lo has hecho - respondió él, borracho de felicidad - pero me siento liviano como una hoja arrastrada por un golpe de brisa tibia y perfumada.

-Eso significa que, bajo toda esa oscuridad, tienes un corazón luminoso y libre.

Después de toda aquella travesía, que había empezado como una tortura para él y que ahora se había convertido en toda una aventura fascinante y maravillosa entre aquellos cristales preciosos, llegaron por fín a un claro.

Allí muchas hadas bailaban en corros alrededor de una hoguera azulada, y algunas otras permanecían solitarias alrededor del grupo, contemplando como sus compañeras bailaban, o simplemente pensativas y relajadas, tumbadas y observando las estrellas con una sonrisa.

La pequeña niña que le había acompañado hasta allí paró de correr y le cogió de las dos manos, feliz por tener delante a un desconocido como él. ¡A un desconocido! ¿Cómo podía estar contenta que alguien ajeno hubiera importunado la paz de aquella comunidad de Ensueño?

-¡Bienvenido a nuestro Reino! ¡Baila con nosotras! - dijo, para después besarlo en los labios con un gracioso impulso y haciendo que sus mejillas se volvieran ya no rojas, sinó del color del granate más oscuro - ¡Ven, y así comprenderás mejor a nuestra Dúna!

Y así, con un invisible y fuerte empujón, se vió inmerso en medio del corro de aquellas mujercitas de baja estatura, agarrando de sus pequeñas manos a dos de ellas. Se sentía observado, y en sus rostros aparecían sonrisas, unos rostros que al cabo de menos de un minuto no se atrevió a mirar, por lo violento que se sentía. ¿Qué bailaban, si no había música? Danzaban en círculos, de forma ridícula, sin ningún sentido, alrededor de una hoguera que ni siquiera daba lumbre ni calor.

Pronto empezó a notar un agobio inmenso y unos imperiosos deseos de huir de allí. Se sentía preso en aquel baile, sentía que le ardía el pecho y que su peso había augmentado, como si la tierra se hubiera convertido en un poderoso imán para él. Intentaba imitarlas, alzando y bajando los brazos, y dando pequeños saltos con las piernas: sus largas faldas de colores al viento. Pero no escuchaba ninguna canción.

Cansado de toda aquella farsa, creada quizá para burlarse de él, dió un tirón hacia afuera tratando de salirse del corro y así seguir la búsqueda de Ichiro. Ya no quería perder más tiempo.

Y fue incapaz de soltarse, por mucho que lo intentó, por mucha fuerza que hizo, y al intentar abrir la boca para protestar, ésta permaneció pegada, sellada. ¡No podía abrir la boca! ¿¡Qué pérfida maldición habían obrado sobre él!? Estaba ligado a ellas, tal y como contaban las leyendas...y eso que él nunca había creído en ellas. Quizá si hubiera sido más como Ichiro, hubiera previsto aquello. Ichiro...

Sintió, entonces, otro fuerte empujón en la espalda y, por mucho que se resistió, vió con terror que aquellas manos invisibles le hacían precipitarse directamente hacia la hoguera azul. Cerró los ojos, sin poder exclamar un grito, ni una súplica.

Y sin embargo no se quemó. Cayó de bruces en el suelo y, sin atreverse a abrir los ojos, una fría brisa empezó a levantarlo y a hacerlo levitar, cómo si se tratara de una simple pluma arrastrada por cualquier soplo de aire. Sí, se sentía en verdad liviano, y, en cuanto encontró el coraje suficiente para abrir los ojos, se encontró echado en el suelo pero sin sentir la tierra bajo su cuerpo.
Todo a su alrededor era exactamente igual, y pese a ello algo allí había cambiado. Levantó la cabeza, incorporándose lentamente. Estaba justo ante aquella hoguera azulada. Alzó una mano, instintivamente, y se la miró: ¡Tenía un aura azul rodeándola! Y no sólo su mano derecha, también sus brazos, sus piernas y, en definitiva, todo su cuerpo. No podía dar crédito a lo que veía.

Abrió la boca.

Ya podía hablar, y, sin embargo, no albergaba ningún sentimiento que pudiera ser expresado con palabras. La niña que lo había guiado hasta aquel lugar se hallaba justo ante él, sonriendo con dulzura y ofreciéndole una mano para que pudiera levantarse. Pero no, decidió levantarse por sí sólo. En su rostro también se dibujaba una sonrisa, como borracho de alegría, de una alegría que no sabía explicar. Agarró la mano de aquella niña que le había guiado, y la de otra hada, y, por fín, pudo escuchar una música que antes había sido incapaz de sentir: eran sonidos de piedras, el agua corriendo sin tregua, el viento perfumado de la noche meciendo las ramas de cristal. Todo aquello producía una música alegre e himnótica.

Y se puso a bailar, y ahora sin pensar alzaba los brazos, daba saltos, reía y sentía como si volara más allá de todos los sentimientos que nadaban en el océano de su alma.