Wednesday, December 24, 2008

El Viajero. Capítulo 8: El juego de las piedras

-Vengaaa, por favor Elrick, vamos a divertirnos antes de irnos... ¡Puede que sea la última vez que tengamos ocasión en vida! ¡Además me da miedo ir sola! - Ichiro se había puesto drástica, sus ojos melosos abiertos y resplandeciendo, sus cejas hacia arriba dibujando un rostro lastimero. Sin querer había sacado dos piedrecitas del saco, ambas del mismo color, dos piedras esmeralda (la fiesta de la playa). Hanuil, por su parte, había sacado con gran satisfacción la roja del Romance, por lo cual las enseñó a algunas menudas chicas que le miraban con sonrisitas desde otras alfombras, y les guiñó un ojo.

-Está bien, con tal de no oírte más iré. Eso sí, no me pidas que sea el alma de la fiesta. No estoy de humor para ello - Elrick se levantó con el rostro petreo e, impasible, cogió aquella piedra esmeralda de la mano de la joven.

Acto seguido, uno a uno fueron desapareciendo de la Sala del Banquete entre los alegres rasgueos del arpa del bardo entre risas, comentarios jocosos y canciones picantes.

-¿Vas tu primero, Elrik? - la chica le agarró de la manga varias veces, con el mismo tono de voz y la misma expresión que antes - Va venga, ya casi todos se han marchado...

El hombre la miró con el ceño fruncido por el rabillo del ojo y, sin decir una sóla palabra más, se metió la piedra esmeralda en el bolsillo izquierdo y desapareció en un abrir y cerrar de ojos. Ichiro miró hacia la derecha. Hanuil también había desaparecido y solamente algunos ancianos, incluido Kirin, estaban charlando animadamente en su alfombra. Con un leve temblor, Ichiro finalmente se introdujo la piedrecita en el bolsillo y, de pronto, se encontró sentada en la arena, con la espalda contra un grueso pino. Miró a su alrededor y lo que vió la dejó, de nuevo, maravillada.

Se trataba de una playa poblada de pinos que llegaban justo hasta la orilla del mar. El mar se arrastraba calmo y sereno por las orillas, con un susurro silencioso bajo las estrellas, las cuales creaban un calidoscopio de blanquecinas luces en la superficie del agua oscura que se extendía ante ella. Aquella tranquilidad solamente se veía truncada por risas y conversaciones subidas de tono que provenían de su izquierda. Casi todas eran voces femeninas, coquetas. Entre las ramas se entreveía una rojiza hoguera encendida y siluetas alrededor de ella gesticulando o danzando.

¿Dónde estaba Elrik?

Y lo vió, agazapado contra un pino, fumándose una pipa bien cargada. Parecía que se había puesto a relatar algo. Ichiro se escondió tras unos pequeños matojos que creían sobre la arena.

- ¿Por qué os obstinais en viajar al Otro Lado? ¿Qué tienen de interesantes esos humanos?

- ¡Eso! ¡Eso! ¡Siempre están enfadados, siempre en guerra! ¡No saben disfrutar de la vida! ¡No se puede confiar en ellos!

Eran unas menudas jovencitas, todas con cabellos larguísimos de distintos colores que se arreglaban con preciosas trenzas que dibujaban círculos, espirales, intrincados diseños entrelazados... Otra cosa que le sorprendió a Ichiro es que iban totalmente desnudas, y no mostraban ninguna vergüenza en mostrarse así ante Elrik. Él tampoco parecía ruborizarse ni sorprenderse en absoluto.

-A veces ni yo mismo estoy seguro - dijo él, con los ojos fijos en las llamas - pues es verdad que el ser humano jamás aprende de sus errores y constantemente se ve envuelto en guerras fraticidas, en engaños y en traiciones, producidas por el cáncer de la ambición y del poder. Pero al mismo tiempo poseen una vitalidad y una libertad que nosotros no tenemos. Son nuestros sueños, y antaño los cuidábamos como si fueran nuestros propios hijos. Cuando ambos estamos en armonía, nuestros Mundos florecen y se complementan a la perfección - hizo una pausa y sonrió levemente - ¿O es que no conocéis la Historia?

Una de ellas, que no había dejado de contemplar el tatuaje que llevaba grabado en la calva, saltó sobre la hoguera con habilidad y, poniéndose de cuclillas a pocos centímetros de su rostro, le observó aquel dibujo con gran interés y con la boca abierta.

- ¿Y esto qué es?

-No es de tu incumbencia, pequeña entrometida - respondió él cruzándose de brazos y analizándola de arriba a abajo. Era muy pequeña de estatura pero bien compensada por todos lados y esbelta. Aún así, Elrick no se dejó embaucar por sus morritos que le daban un aire de enfadada - ¿Cómo es que en un país tan obsceno estais aquí todas juntas, sin hombres alrededor?

Todas, sin excepción, se echaron a reir. La que se había acercado tanto a él habló, sentándose a su lado, apoyando su cabeza en el hombro del Viajero.

-¡Les engañamos! ¿Verdad chicas? Ya nos basta tener que aguantarlos el resto del tiempo...

-¡Sí! - gritó otra que estaba al otro lado de la hoguera - Les hacemos creer que hemos cogido todas piedras de romance, pero les enseñamos unas piedras falsas que encontramos por el camino, y las pintamos de rojo. ¡Y se lo creen! ¡Són tan idiotas!

Todas rieron de nuevo. Elrik esbozó una sonrisa y se encendió de nuevo la pipa. Ichiro se sentó entre ellas, algo cohibida por estar entre muchachas totalmente desnudas y además, desconocidas y mucho más esbeltas y femeninas que ella. Se sentó cerca de Elrick y contempló el movimiento balanceante de los pinos que se movían al suave ritmo de la brisa marítima. El perfume que emanaba de ellos era embaucador e hiptonizante.

-¡Oh! ¡Mirad quien tenemos aquí chicas! ¿No os parece adorable? - exclamó una de ellas con una risita apagada, luego imitada por las otras que ya estaban mirando a la joven de cabellos azules de arriba a abajo - ¿Cómo te llamas, bonita, y de dónde eres? - prosiguió, sentándose junto a ella y acariciándole sus cabellos - ¿Cómo es que te has unido a estos fascinerosos?

-Eh... - se sonrojó y miró de reojo a Elrick, el cual seguía fumando su pipa sin inmutarse y con el rostro relajado - Me llamo Ichiro - miró a la menuda chica que se había dirigido a ella, la cual seguía acariciándole el pelo sin ningún pudor - So...soy de Húgaldic, encantada - esbozó una vergonzosa reverencia - Y en verdad Elrick y Hanuil són muy buenos conmigo, aunque...este último a veces es un poco odioso.

Las muchachas estallaron en carcajadas e incluso Elrick esbozó una sonrisa divertida mientras observaba las tintilantes estrellas que aparecían deslumbrantes entre las ramas de los pinos.

-¡Cuidado con Hanuil, pequeña Ichiro! - exclamó una de ellas, la cual se había subido de un ágil salto sobre la rama más baja de un pino y balanceaba sus piernas desnudas con picardía - Es un embaucador y un idiota, aunque reconozco que algunas nos hemos divertido bastante con él - echó una mirada acusadora, sonriendo de lado, hacia algunas de las presentes - Y no digo más.

Otra tormenta de carcajadas se alzó entre los pinos, mientras la muchacha que se sentaba al lado de Ichiro seguía mirándola de arriba a abajo con ojos curiosos y algo provocativos.

-Ichiro, puedes desnudarte. Aquí estamos entre iguales, y nos gustaría que te sintieras como en casa - le guiñó un ojo y le pellizcó la mejilla con una sonrisa - No te avergüences. Elrick es de confianza, no como el bribón rubio que siempre le acompaña. ¡Bañémonos juntas, la Luna tiene el Aura Violeta hoy! ¡Es una buena noche!

-¿El Aura...Violeta? - murmuró Ichiro, frunciendo el ceño pensativa, recordando si aquello lo habían estudiado en la Instrucción de su aldea mientras pretendía no haber escuchado la proposición de la muchacha que le invitaba a desnudarse...¡Cómo si aquello fuera tan fácil y natural, y encima delante de un hombre!

-Oh, cierto, no me acordaba que en Húgaldic no tenéis mar, aunque nosotros tampoco. Pero como ya ves, mágicamente está aquí - la chica de su lado abarcó con su mano las aguas que se extendían hacia el horizonte, con la luz de la Luna resplandeciendo sobre ellas - Si entornas bien los ojos mirando hacia la Luna, podrás observar un aura violeta que rodea la Luna. Cuando eso ocurre, las aguas se vuelven más dóciles y armoniosas con los seres que se zambullen en ellas.

Ichiro asintió, asombrada, descubriendo algo nuevo de su propio mundo que desconocía. ¡Y ella que creía que ya no había nada que aprender del Mundo Feérico...!

-¡Vamos, vamos a nadar! - exclamó la joven que había trepado al árbol, saltando como una grácil cervatilla sobre la hierba y saltando repleta de alegría y excitación, dando vueltas alrededor de todas las presentes. Ichiro sonrió, animada por la vitalidad sin limites de aquella joven. Entonces, la joven del árbol se precipitó corriendo hacia el mar y aullando como si fuera un animal salvaje, siguiéndola, al instante, el resto de muchachas que también gritaban repletas de libertad en sus corazones. Al cabo de poco tiempo, todas desaparecieron bajo el mar, como si se trataran de sirenas que aparecían en las historias humanas que tanto gustaban a Ichiro, saliendo de vez en cuando a la superficie para saltar sobre el mar como peces, riendo a carcajadas y danzando. Ichiro seguía sonriendo y sus ojos empezaron a brillar iluminados por la luz lunar. Tenía unos deseos irresistibles de unirse a aquella fiesta bajo el mar.

-Ves, Ichiro - susurró Elrick, dibujando anillos de humo con su pipa y visiblemente relajado, apoyado contra el tronco del pino - No te preocupes, estoy de espaldas al mar. Aunque tampoco es que me interese tu desnudez: podrías ser mi hija, y casi mi nieta - torció la boca con una sonrisa algo burlesca - ¡Anda y ves a divertirte! Aprovecha, que en Espiral tendrás pocas oportunidades como esta de pasarlo bien.

Como una niña pequeña, soltó una risita satisfecha y, comprobando que Elrick se hallaba de espaldas, se desnudó poco a poco, aún sintiéndose algo violenta por aquella anómala situación quitándose el vestido rojo que llevaba puesto y luego su ropa interior de encaje y las medias blancas. Comparada con ellas, sentía como su cuerpo era el de una niña algo crecidita. Pero ya no le importaba en absoluto, quería sentir la felicidad que estaban sintiendo aquellas feéricas de Folmendäl.

-¡Ichiro, estás guapísima! - exclamó una de ellas, haciéndose escuchar sobre el plácido murmullo del mar - ¡Pareces una Ylesse, una hada de los mares, salida de las aguas!

Ichiro, olvidándose ya de su propia desnudez, sonrió con dulzura y observó la Luna, entornando los ojos, para cercionarse si aquello que le había dicho aquella chica era verdad. Al principio solamente vió una mancha blanca y borrosa, pero al cabo de unos segundos, empezó a intuir que a su alrededor, extendiéndose hacia las estrellas cercanas, una gran aura de color violeta rodeaba el astro. Su corazón se aceleró y, en aquellos momentos, se sintió una privilegiada.

-¡La he visto! ¡He visto el Aura!

-¡Corre Ichiro! ¡Bañémonos juntas y deja la timidez atrás! - exclamó otra que nadaba de forma tan perfecta y bella como lo hace un delfín.

-¡Voy! ¡Vooooy! - replicó ella, corriendo entre carcajadas de felicidad que no recordaba desde los fuegos mágicos que se lanzaban en las fiestas de su aldea, cuando era pequeña y se maravillaba con las figuras de animales que dibujaban éstos.

Sus pies desnudos por fín empezaron a zambullirse en la fría y cristalina agua que le puso la piel de gallina. A medida que iba metiéndose más y más profundamente en el mar, sentía cómo si se cuerpo iba flotando y que se adaptaba a las aguas que la rodeaban. Cuando ya se había zambullido hasta el cuello, cerró los ojos, sintiendo una extraña energía recorriendo todo su interior como un flujo ininterrumpido e infinito, notando, poco después, como una mano agarraba con fuerza su pie izquierdo y, acto seguido, tiraba de él. La feérica de cabellos azules cayó hacia atrás y fue arrastrada hacia el fondo de forma inevitable. Sin embargo, al contrario de lo que pensaba, su cuerpo empezó a flotar y pudo respirar perfectamente bajo el agua, observando como el mar se teñía de un color violeta muy ténue y como las jovenes nadaban alrededor de ella, sonrientes y saludándola con unas pequeñas branquias que les habían salido del cuello. Ella se lo palpó, y, efectivamente, de repente también le habían crecido unas pequeñas branquías que se abrían y cerraban paulativamente. El fondo del mar estaba repleto de piedras preciosas de diferentes colores, brillando todas gracias a la luz de la Luna: verdes, azules, rojas, amarillas, negras... Algunas muchachas se hallaban en el fondo marino engarzando diferentes piedras preciosas entre sus cabellos, y estas se quedaban pegadas a ellos sin ningún problema. Una vez se encontraban entre los cabellos, las piedras resplandecían con más fuerza, realzando aún más la belleza de aquellas feéricas de Fölmendal.

Ichiro sonrió, infinitamente satisfecha y también descendió hacia el fondo. Aquellas mismas muchachas, entre grandes risas, le empezaron a engarzar piedras de todos los colores en sus cabellos azules y sintió su corazón aligerarse aún más.
Cálidas mareas la arrastraban de un lado a otro mientras se agarraba a las manos de las jóvenes y daba vueltas, danzando de cualquier forma, sin ningún pudor, sin ninguna voz que acallara sus sueños.

--------------

Hanuil corría con gran agilidad, saltando sobre las raíces sueltas y las piedras traicioneras, recogiendo los lazos atados a los árboles que iba encontrando dispersos por toda la floresta. Sin duda, la muchacha a quien perseguía era muy astuta y no era la primera ni la segunda vez que participaba en aquel juego: ataba los lazos de forma totalmente arbitraria, evitando que su ubicación fuera previsible. Así, el rubio viajero tenía que mantenerse totalmente concentrado sin permitirse cometer ningún error, como si se hallara en un laberinto. Observó durante unos instantes el lazo que había escogido entre los otros lazos de otros colores que se hallaban atados al árbol que marcaba el comienzo de aquel ancestral juego: el juego de los lazos; y su afilada sonrisa se abrió de par en par: un dragón rojo que se mordía la cola, sobre fondo verde. Sin duda, la muchacha a quien le había tocado perseguir en el interior del bosque, poseía un gran carácter indomable y salvaje. Su intuición y aquel dibujo se lo decían. Ya había participado en otras ocasiones, y siempre había conseguido atrapar a su "víctima" antes del fín del juego, que lo marcaba el mediodía.

Aún le quedaban un par de horas.

El juego consistía, simplemente, en atrapar a la joven habiendo recogido todos los lazos atados por ella, sin excepción, devolviéndoselos a cambio de una cita por toda una noche. Cada una de las participantes ataba un lazo de diferente color y con diferentes motivos en él, y luego tenía que "guiar" a su perseguidor atando otros lazos del mismo color alrededor de los árboles junto a los que pasaba. Era árduo, pues el bosque era grande y frondoso, pero el olfato rastreador del Viajero le facilitaba las cosas.
De vez en cuando, su mirada se dirigía hacia los claros que se abrían a un lado y a otro del bosque, iluminados por el sol primaveral, y podía ver a los feéricos de Folmendäl sentados en corros o por separado, escuchando a un juglar que tocaba canciones de amor en el centro y emborrachándose con unos frutos que crecían de unos arbustos presentes en todo el bosque, para terminar todos ebrios y haciendo el amor entre la maleza...

...¿Y qué tenía aquello de apasionante? ¿Dónde estaba esa sensación tan arrebatadora de pensar en una relación prohibida, a ciegas, con un desconocido? ¡La eterna persecución entre el caballero y la dama, entre el artista y la musa, entre la bella y la bestia! Ellos se lo perdían. Prefería un largo y arduo camino, más placentero, que un corto y previsible camino fácil.

Escuchó unas risitas nerviosas tras unos árboles hacia el Oeste, de espaldas al Astro Rey, ahí dónde dos pequeños arroyuelos se unían para formar un riachuelo. Allí, allí vió a la muchacha a quien estaba persiguiendo, tratando de esquivar el agua para no bañarse sus pies desnudos, levantando su larga falda blanca y mirando hacia su perseguidor con una sonrisa entre asustada y excitada por la adrenalina de la persecución. Se escabulló de nuevo entre los árboles y desapareció tras aquella sombría zona del bosque que bebía de las abundantes aguas circundantes y, entonces, Hanuil decidió jugárselo todo en una carta. En vez de perseguirla a través de los arroyuelos, siguiendo directamente su rastro, decidió probar suerte y tratar de adivinar hacia dónde se había dirigido aquella joven escurridiza.
Rodeó el riachuelo y empezó a impulsarse con sus pies haciendo fuerza contra los troncos de los árboles, saltando y corriendo con gran velocidad. Otro lazo. Lo recogió, tirando con un golpe seco. ¡Bien, había dado en el clavo!
Más risitas nerviosas, ahora mucho más cerca y proviniendo justo delante de él. Y, por fín, sucedió:

La joven enganchó su pie accidentalmente contra una gruesa y traicionera raíz y cayó al suelo de bruces. Ahora la veía perfectamente. Se hallaba en el suelo y empezó a retroceder hacia atrás, arrastrándose por el suelo y revolviéndose de risa, con grandes carcajadas. ¡Era una chica muy adorable, sin duda más joven que él! Tenía el pelo largo y lacio, de color negro, nariz respingona que le recordaba a una ratita, boca de piñón y una mirada color castaño claro. La ropa que llevaba era muy sencilla: aquella falda blanca y larga con rebordes de color carmesí y una blusa también blanca y en ella unos motivos florales también del mismo color que los rebordes de la falda. ¡Había cazado un especímen más que interesante!

Se dirigió hacia ella, caminando con una risita triunfal, al verla sentada en el suelo y recostada contra un árbol, con el rostro congestionado por el cansancio y esbozando una sonrisa traviesa en sus labios. Sí, ya era suya, aquella pequeña ratita ya no tenía escapatoria posible.
Se lanzó sobre ella y, en última instancia, cuando la jovencita trataba de escabullirse de nuevo, consiguió agarrarla por el tobillo. Ella reía a grandes carcajadas, pero el Viajero era incapaz de ver su rostro, escondido tras una gran maraña de cabellos de color castaño claro. Aquella voz tan dulce como un manantial ya la había escuchado alguna vez, de eso estaba completamente seguro. Así que, soportando las suaves patadas de la feérica, consiguió agarrarla por sus pequeños hombros y se dispuso a quitarle los cabellos de delante de su cara.

-¡No! ¡No quiero que veas mi rostro ahora, Hanuil! - se resistía, revolviéndose como si de una gata acorralada se tratara - ¡Antes tenemos que ir a otro sitio! A otro sitio...más tranquilo - susurró, esta vez con dulzura para tratar de convencerlo. Pero el rubio viajero no era sencillo de convencer.

-Has perdido - dijo, triunfante, inmovilizándola en el suelo con sus manos sobre las de la joven - No valen excusas, no haber participado. Enséñame tu rostro y explícame cómo diablos conoces mi nombre.

-Está bien... - se limitó a contestar, con la cabeza gacha - Pero prométeme que me acompañarás a ese sitio, sea quien sea quien esté detrás de esa cabellera.

Hanuil se encogió de hombros y, sin más dilación, le apartó los cabellos de delante de la cara...

...y sus ojos se agrandaron por la sorpresa y se quedó paralizado, sin saber cómo reaccionar. No, no podía ser verdad...

-¡Aurora! - exclamó, saltando hacia atrás y frunciendo el ceño - ¡Estás loca! ¡No deberías estar aquí, sinó con tu esposo y con tu padre!

Aurora, la princesa de Folmendäl, era una muchacha de finos rasgos que parecían esculpidos por un benévolo escultor y sus rasgados y salvajes ojos de color magenta eran capaces de dejar sin aliento al mismísimo Hanuil. ¿A qué estaba jugando aquella niña? Sí, porque a pesar de estar casada, aún no había abandonado la adolescencia, la cual en el caso de los feéricos era mucho más prolongada, como su vida. Sí, conocía bien a Aurora: desde que el joven viajero había empezado a visitar Folmendäl para realizar el Paso hacia Espiral, entre ambos siempre había existido una química que iba más allá incluso de la atracción física. Sus miradas siempre se encontraban y se rehuían, conociendo la imposibilidad de poder ir más allá de aquellos simples gestos. Nunca había hablado con ella más que para cuestiones formales junto con su padre, el Señor de Folmendäl.

Aquello era una locura. Y ella lo sabía.

-¡Hanuil! Por favor...no lo pongas más difícil... - la muchacha se acercó al Viajero y con su pequeña mano le acarició la mejilla derecha. El joven trató de rehuir su mirada pero, finalmente, sus ojos se encontraron y aquellos no engañaban a nadie: ambos sabían perfectamente lo que sentían el uno por el otro, era una atracción irremediable - Tengo una piedra que yo mismo creé con magia, esperando precisamente este día.

-Aurora...yo...tú estás comprometida. Y yo no soy quien te crees que eres - el viajero le dió la espalda y cerró los ojos, tratando de buscar algo de serenidad. Su corazón bombeaba a una velocidad inusual y su estómago parecía estar repleto de aves cantarinas. Odiaba sentirse así, pero a la vez sentía el rubor crecer en su rostro - Apenas nos conocemos y ya no somos dos niños. Tenemos nuestras vidas...

Hanuil sintió cómo la muchacha le abrazaba lentamente por detrás y podía oler su perfume a tan poca distancia que se sintió mareado, sumergido en el eterno placer de lo profano.

-Hueles a Miriella, una flor nocturna de estas tierras. Hace años que la usas...

-Tú no sé a qué hueles... - la chica le dió un suave beso en el cuello, que hizo temblar al viajero de pies a cabeza, a la vez sintiendo como si flotara con las alas de su corazón desbocado - Eres un aventurero bravucón y alegre con una mirada que me hace temblar por dentro. Y a la vez hay más en tí sellado que expuesto.

-Basta, Aurora...Ya no puedo soportarlo más, necesito... - se giró hacia ella y, sin ya poder resistirse más, la besó apasionadamente en los labios, con ansia. En el fondo lo había estado esperando durante todos aquellos años, desde que se habían conocido cuando aún no eran más que dos críos recién salidos del nido familiar.
La muchacha le puso una mano en el pecho y le sonrió, con ternura y con una pizca de picardía en su mirada. Sí, ella también era un misterio para él: tan inocente, y a la vez tan extrañamente sensual. Acto seguido, Aurora se metió una mano en el bolsillo interior de su larga falda blanca y de él sacó una reluciente piedra de color azabache. Lo miró con aquellos ojos irresistibles y agarró su mano con suavidad, acariciándola poco a poco.

-Hice esta piedra pensando en tí. No sabes...lo duros que han sido estos años pretendiendo que no te amaba. Me casé con alguien a quien nunca quise, creyendo que así podría olvidarte, creyendo que solamente había sido una fantasía de una niña inmadura y mimada... - una lágrima empezó a escurrírsele por su mejilla sonrosada - Pero no era así. Lo que siento por tí, lo que sentimos...es tan real...

-Por favor, no digas nada más - Hanuil por fín sonrió, ya más relajado y limpiándole las lágrimas a la muchacha con el reverso de su mano - Vayamos a ese sitio secreto del que hablabas y dejémonos llevar - la besó nuavemente, y esta vez ambos estaban sonrientes. Le guiñó un ojo - ¿Qué hay que hacer para ir?

Aurora miró hacia otro lado, esta vez dejando ver en sus mejillas un rubor bastante importante.

-No te rías de mí...¿Vale? - carraspeó y ató sus manos tras la espalda, clavando sus ojos en el suelo - Hay que entrelazar nuestras manos alrededor de la piedra...Así es como se activa la magia.

-Hagámoslo, sea dónde sea que nos lleve - dijo Hanuil, sonriendo de oreja a oreja - Y no me pidas que no me ría. Es extremadamente ridículo y, aún así, me encanta.

Ambos entrelazaron sus manos alrededor de la piedra y esta empezó a brillar con un gran halo de luz de un azul oscuro muy intenso. Acto seguido, desaparecieron del sitio dónde se hallaban en un abrir y cerrar de ojos.


No comments: