Friday, December 12, 2008

El Viajero. Capítulo 5. Reino Escondido.

-¿Por qué hace media hora que no se mueve de esta roca? - se aventuró a preguntar Ichiro, con una ceja levantada y unos ojos cansados y preocupados.

-Se trata, digamos, de una forma de cortesía, para que lo entiendas - susurró un Hanuil con una sonrisa torcida en el rostro, sin dejar de observar a Elrik - para con los habitantes de Folmendäl. Y ahora, sigamos en silencio. Yo ya he pasado por esto y se necesita mucha concentración...está hablando con ellos.

Elrik estaba sentado sobre una roca, sus pies colgando por un risco que se precipitaba cientos de metros hacia abajo hasta llegar a un valle repleto de jóvenes árboles frutales: ciruelos, manzanos, naranjos, cerezos, limoneros, granados...los cuales se extendían hacia unas enormes montañas azules que se recortaban en el horizonte, rodeando aquel inmenso valle que olía a fruta madura y a lluvia reciente. El Viajero se mantenía en silencio, con los ojos fijos hacia el valle, unos ojos que en aquellos momentos no estaban ahí, sinó en alguna otra parte que, se le antojaba a Ichiro, muy distinta. Sin duda estaba haciendo uso de la telepatía y dudaba que fuera la primera vez que lo hiciera. Aún siendo una práctica común entre los seres feéricos, hablar de esa forma con individuos de otras razas era muy complejo y difícil. Se necesitaba, al menos, conocer los entresijos de la mente del otro.

El viento soplaba con fuerza y a veces parecía como que unos susurros impregnaban el aire, unos susurros que ponían la piel de gallina, graves y estridentes, dulces y amargos. Y así estuvieron Hanuil e Ichiro aguardando una hora más, hasta que el Sol empezó a ponerse en el Oeste. La chica intentaba descubrir algún cambio en el rostro pétreo del hombre, pero si la había, no se le notaba de forma superficial. Había leído alguna vez cosas sobre Folmendäl, algunas historias que se referían a este Reino, y todas hablaban de hechiceros extraños, de gentes que realizan ritos en los amaneceres y en los atardeceres, cuando la magia es más poderosa y profunda. Incluso en el Mundo Feérico, los habitantes de aquel lugar se hallaban en el más escondido de los misterios y nadie solía aventurarse por aquellos parajes. Los pocos que lo habían hecho, habían vuelto desmintiendo la existencia de aquellos, diciendo que solamente habían hallado unas extrañas ruinas: estatuas quebradas por el tiempo y asentamientos de piedra totalmente abandonados.

-Venid ambos, y dadme la mano - espetó Elrik con su voz grave y enigmática, más que de costumbre, mirándolos con frialdad - obraréis como yo os diga en todo momento - añadió, prestando especial atención a Ichiro.

-¿No nos estará pidiendo que nos tiremos por...? - masculló Ichiro, mientras se acercaba con cautela al Viajero, observando cómo su capa impactaba contra su pecho debido al incesante viento.

-Haz el favor de callar - la reprendió Hanuil, ya con un rostro más serio y frío - Si lo que te preocupa es si nos vamos a suicidar, la respuesta es No. Y ahora ven.

Hicieron, entonces, lo que Elrik les había pedido. Ambos le agarraron sus grandes manos y él las apretó con fuerza, hasta el punto de hacerles daño. El hombre miró al horizonte y, por última vez, pareció comunicarse con el interlocutor invisible con el que, parece ser, había estado hablando hasta aquel momento.

-Hanuil ya conoce el procedimiento, así que eso que digo va por tí, Ichiro. Cuando sientas que un extraño y dulce perfume, diferente del que hay ahora, impregne el aire por completo, haz el favor de respirar hondo y aguantar la respiración hasta que estemos - hizo una pausa y adoptó un tono de voz que intentaba ser reconfortante - abajo. Y no cierres los ojos en ningún momento - le acarició el cabello con suavidad, y sonrió ligeramente - No tengas miedo, todo saldrá bien.

Al cabo de poco tiempo, aquella brisa que había vaticinado el calvo hombretón, empezó a azotarles impactando en sus rostros, en forma de viento casi huracanado. Fue la fragancia más maravillosa y extraña que jamás Ichiro hubiera olido en toda su vida. Entonces, sin pararse a reconocerla y bajo la atenta mirada de Elrik, respiró profundamente y aguantó la respiración con los mofletes hinchados, de una forma que hubiera sido cómica en cualquier otra situación.

Y tal como la chica de los cabellos azules temía, Elrik cogió carrerilla y de un largo y seguro salto se lanzó del precipicio hacia abajo, agarrando aún más fuerte si cabe las manos de los dos adolescentes. Bajaban y bajaban con la velocidad de una caída de muerte segura hacia aquel bosque de árboles frutales que se acercaba peligrosamente hacia ellos. Ichiro tenía ganas de gritar y de cerrar los ojos, pero a saber qué pasaría si hacía alguna de las dos cosas.

Justo cuando estaban ya alcanzando con una rapidez de vértigo las copas de los árboles, se vieron suspendidos en el aire, como si hubieran caído sobre un muro invisible de aire espeso y, como si se trataran de tres hojas, empezaron a balancearse, hacia el suelo.
Y en aquel momento, bajo la asombrada y alucinada mirada de Ichiro, sus enormes ojos de miel abiertos de par en par en otra mueca muy divertida, el paisaje cambió por completo: los árboles frutales seguían ahí, pero unas grandes casas hechas de madera se alzaron entre ellos, unas casas que en realidad no eran tales. Tenían la forma de enormes troncos de árboles, huecos por dentro, con ramas en el techo que contenían unos frutos de color malva que Ichiro jamás había visto en su vida, redondos y grandes.

En el centro de aquel valle la chica tuvo tiempo de observar una gigantesca roca que se alzaba centenares de metros hacia arriba, como un enorme obelisco sin adorno alguno, irregular, tosco.

Y por fín cayeron sobre un claro, un mar de hierba que dibujaba olas por el efecto del viento. ¿Qué magia había sido aquella? No, jamás había estudiado que en el Mundo Feérico un Reino se escondiera del resto. ¿Por qué razón? ¿Cual era el motivo? Pero la voz de Elrik la devolvió a la realidad y la sacó de aquellas preguntas que se amontonaban en su mente, todas sin respuesta.

-No te dejes llevar demasiado por el aspecto de Folmendäl. Són gentes interesantes, pero también són unas buenas piezas - dijo, como si ya les conociera de toda la vida.

-Tienes que tener todos los sentidos a tu predisposición, Ichiro. Són unos pájaros de la ostia. No nos mires así, ya lo entenderás - murmuró Hanuil, con una sonrisa llena de picaresca y una mirada relampagueante, traviesa, como si recordara algo muy divertido y excitante.

-¡Elrik! ¡Hanuil! ¡Alabados sean mis ojos!

Tras unas ramas de un naranjo apareció un ser menudo y corpulento, con una espesa barba negra, enseñando sus dientes afilados con una sonrisa de oreja a oreja, y unos cabellos rosados y larguísimos que arrastraba, sin ningún pudor, por el suelo. Echó a correr hacia ellos, con sus gruesos brazos alzados hacia el cielo, sus mejillas rojísimas y los ojos brillantes de emoción. Una vez estuvo ante los dos Viajeros, empezó a dar leves y ridículos saltitos, como si de un niño pequeño se tratara.

-¡Estoy que no quepo en mí! ¡Ya sabía yo que volveríais! ¡Nadie me creía, pero lo sabía! - gritó con una voz ronca y alegre.

Elrik esbozó una sonrisa y le acarició la cabeza, como si se tratara de un hijo suyo, de forma paternal.

-Digamos que encontramos un nuevo motivo por el que salir de caza.

-¿Y quien es esa preciosidad que os acompaña? Jamás había visto a una princesa de leyenda encarnada ante mis ojos, y os juro que no exagero. ¡Me faltan palabras! - se postró ante Ichiro y ésta vió que su cabeza apenas le llegaba a su pecho. Era diminuto. La había besado la mano, justo después de hacerle una reverencia - Mi nombre es Hrom. ¿Sería tan amable de darme el suyo, princesa?

-Ichiro. Encantada - dijo, sorprendida ante tal zalamería.

-¡Ichiro! ¡Hasta el nombre está repleto de belleza! - Elrik y Hanuil empezaban a observarlo de forma algo torba y pareció que aquel pequeño ser se dió por aludido - ¡En fín! Creo que ya es hora de guiaros hasta la Gran Roca. Seguramente estaréis hambrientos y con ganas ya de emprender el Viaje de forma inminente.

-Por supuesto, por eso estamos aquí. No creerás que hemos visitado esa pocilga de borrachos y guarros por placer, ¿verdad? - dijo Hanuil, dándole unos golpecitos en el hombro, guiñando un ojo y sonriendo abiertamente - Vamos allá.

-¡Borrachos y guarros! ¡Jaja! ¡Voy a pedirle al bardo que componga una canción picante sobre eso! ¡Guarros y borrachos! - decía, mientras trotaba ante ellos como un cervatillo, silbando y saludando a los animales silvestres que iba encontrando por el camino.

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