Wednesday, September 3, 2008

Cuento de hadas. El Viajero. Capítulo 1. Parte 1

Se sentía mareado, la cabeza le daba vueltas y le dolía casi de forma insoportable mientras sentía como si su mente flotara sobre mares oscuros, repletos de una Nada hiriente y palpitante.

Había vuelto, y aquello era de lo único que estaba convencido.

-¡Elrik! ¡Elrik!

Oh, ella... No sabía si se alegraba de escuchar su cristalina y engañosa voz inocente de nuevo.

O no.

Los recuerdos y, por ende, los sentimientos, no tenían ahora ningún valor. Solamente quería fundirse con el hielo o el fuego, todo ello antes que el dolor de volver a la vida de siempre, a aquel mundo tan malditamente perfecto. Su cuerpo estaba paralizado.

Mejor así.

-¡Elrik, maldita sea! ¡Abre los ojos de una vez!

Una mano impactó con violencia contra su mejilla y aquello fue una señal terrena que no fue capaz de desechar, debido quizá a su orgullo y a su honor, o simplemente debido al contacto con la materia, que le hacía temblar su espíritu y contraerlo de nuevo hacia su pecho.

Abrió los ojos con lentitud, mientras se palpaba la mejilla enrojecida por el golpe, y de repente una figura familiar le devolvió su esencia feérica y desarraigada con un pinchazo en su corazón. Se trataba de una mujer alta y esbelta, solamente vestida con una sencilla toga roja y apretada que le marcaba los senos. Sus cabellos plateados se desparramaban a lo largo de todo su cuerpo hasta las caderas, recogido en dos grandes coletas. Sus ojos brillaban de la emoción, con una mezcla extraña de ira y de cariño que sólo ella era capaz de expresar con aquella gracia tan particular. Sin embargo, pese a hacerse la dura ante él, había algo que la delataba: el carmesí de su rostro, la sangre acumulada allí donde ella le había pegado. En sus mejillas, en sus suaves y delicadas mejillas.

Se alegrada de verle, a su manera. Aya era así de especial.

-¿Tanto deseas que me despierte? ¿De verdad tanto te importo, mi Etérea Belleza? - respondió él, incorporándose y sentándose sobre las mantas de la cama sin dejar de masajearse su calva cubierta de tatuajes, mirándole con unos ojos castaños que empezaban a recuperar su sarcástica brillantez.

La joven frunció el ceño y volvió a recuperar su integridad y su orgullo, mirándole con desprecio, con un rictus en sus labios irónico mientras se encogía de hombros.

-Me parece muy tierno observar como alguien vuelve de un viaje por el Mundo Espiral, un siglo después de la disolución del Gremio de Viajeros.

Elrik, intentando que la espesura mental que estaba atravesando no se le notara en demasía, se levantó y fue hacia una de las ventanas en forma de rombo que conformaban la habitación en que se hallaban, en el Palacio del Alto Designio, y, dejandose llevar, restó su cabeza sobre el cristal cromado en tonos anaranjados y amarillentos, y observó como el amanecer iba arañando las últimas sombras que se cernían desde las montañas gigantescas y nevadas sobre los valles boscosos cuyas ramas daban la bienvenida a la luz del Astro Rey con ayuda del viento.

Apretó los puños durante un tiempo hasta que Aya posó su frágil mano en su hombro, unos minutos después de un silencio que casi se había hecho eterno.

Esbozó una sonrisa.

-Estamos al borde de la desaparición, mi querida y libre Aya de los vientos arcanos - se giró y, librándose de su contacto, se recostó contra la pared de piedra a un lado de la ventana. Dibujó un corazón con su dedo índice en sus palidos y severos labios - ¡Pero qué más da lo que diga un Viajero pasado de moda!

-Anda, toma, no te dejes ninguna gota - la joven le brindó una copa que contenía un líquido cristalino cómo agua pero con una fragancia que recordaba a las rosas rojas - Cuando estés en óptimas condiciones de razonar como un individuo que ha vuelto a la realidad, avísame - añadió, encogiéndose de hombros y lanzándole una mirada que quería expresar la paciencia que debía tener con él, como si de una madre se tratara. Dicho esto, salió de la habitación, pegando un sonoro portazo tras ella.

Elrik, sin dejar de recostarse contra la pared, se bebió de un trago aquel dulce líquido el cual, en unos pocos instantes, le dió un reconfortante calor en el pecho y le expandió la mente haciendo que su cabeza dejara de dolerle. Al fín y al cabo, ahora que sus mareos habían cesado, volvía a sentirse como en casa. Siempre le traía serenidad volver a su Paraíso Perdido, como le gustaba llamarlo él, aquel que el que había perdido en su infancia ya largo tiempo atrás, cuando decidió llevar aquella vida que ya muy pocos en el Mundo Feérico decidían proseguir.

Una vez tuvo las fuerzas suficientes para caminar, no esperó en abandonar aquella pequeña habitación y decidió salir del Palacio por su propio pie, lo más rápido que pudiera, pues odiaba los comentarios siempre jocosos y burlescos que se encontraba entre las gentes de Palacio. Y es que ser Viajero en aquellos tiempos no tenía mucha fama ni reputación, cuando se había decidido por gran unanimidad cortar toda relación con los seres humanos y ya de nada servía, teóricamente, visitarlos. Ellos hacían su vida y los feéricos otra diferente. Y sin embargo, algo no funcionaba...

Instintivamente, como hacía siempre mientras andaba con rapidez, se introdujo las manos en los bolsillos ignorando todos los cuchilleos de aquellos estirados cortesanos que no paraban de holgazanear con sus ridículos bailes, sus conversaciones superficiales y sus risitas por lo bajo, mientras pasaba entre ellos con el ceño fruncido y empujado por el calor de la bebida que había ingerido.
Entonces, notó que dentro de uno de sus bolsillos se hallaba algo que también le parecía muy familiar, algo que le hizo acelerar de forma milagrosa un corazón que ya solamente era una piedra con musgo y algo del rocío de la esperanza secándose poco a poco mientras pasaban los años, sin remedio.

Era una minúscula botellita diseñada con pequeñas espirales plateadas dentro de la cual se hallaba el agua de la Fuente de las Estrellas, un agua que jamás dejaba de generar una tenue luz blanquecina, precisamente la de los astros, que jamás menguaban sobre su pureza abrazada por ellos durante milenios, quizá millones de años. Sonrió ligeramente.

-¿Así que desea que nos encontremos en el lugar de siempre? - pensó el corpulento feérico de anchas espaldas, justo al salir por la puerta principal y, dirigiéndose hacia el puente colgante que llevaba a los Bosques del Designio Sagrado, volvió a introducirse la botellita en el bolsillo, con cierto disimulo.