Friday, January 2, 2009

La Resistencia. Capítulo 1: Aparición

Atardecía.

Aquel caballero de la armadura esmeralda, reluciente, con un rostro poco agraciado cruzado por una fea herida bastante reciente que apenas había cicatrizado les observaba con desconfianza, sobretodo a Lúne, de arriba a abajo, sobre un enorme caballo semental color castaño. Tenía el ceño fruncido y mascaba algo crujiente en su boca torcida. Tras él, un pequeño grupo de 4 caballeros le escoltaba a ambos lados del camino. Eran caballeros de la Orden de Wail, la más poderosa de Espiral.

-No estais en posición de exigir - espetó con una voz grave, desagradable - y más llevando el escudo de Varmal. Agros ha sido el culpable de esta guerra, y nuestro Señor ha dado orden de apresar a todos los de dicha Orden. Y bien que hace. Hace ya tiempo que deberíamos haber terminado con todas esas cucarachas negras - añadió, agarrando la empuñadura de su espada aún envainada.

Nuán tenía el rostro congestionado, rojizo de ira y agarraba su vara de madera con fuerza, como si quisiera partirla en dos. Lúne y él, junto con la pequeña comitiva de guerreros de Varmal, iban a pie y la mitad de ellos cojeaban y presentaban heridas de diversa consideración. Desde que cruzaran las montañas habían tenido que luchar con los monstruos que en ocasiones les atacaban por sorpresa. Dos de ellos ya habían fallecido de forma horrible. El resto de supervivientes, todos adolescentes y niños, iban sobre los caballos y restaban en silencio algunos llorosos, y otros impasibles y con esperanzas rotas.

-¿Es qué os debo volver a repetir que no tenemos nada que ver con el ya fallecido Agros? - replicó Nuán - ¡Llevamos heridos y enfermos sobre los caballos! ¡No podeis hacernos esto!

Aquel hombre que les hablaba con cabellos rubios, sucios por el polvo y la roña, se bajó del caballo y escupió al rostro de Nuán, agarrándole por la túnica a la altura del cuello.

-Aquí las órdenes las damos nosotros, maldito pseudo-druida enclenque, y yo soy quien las dicta, el capitán de esta guarnición - exclamó, desenvainando su espada, dispuesto a clavársela al Profesor.

De repente, un pequeño y afilado estilete se posó sobre la nuez del capitán, haciendo que al instante brotara un hilillo de sangre de su cuello. Lúne había dado dos rápidos pasos y de una de sus botas había sacado aquel arma. Sus ojos grises eran fríos, terribles, sus negros cabellos chorreantes de sudor cayendo por sus mejillas y su espalda.

-Te recomiendo que nos dejéis pasar, si es que no quereis que a vuestro capitán se le sesgue la voz para siempre - hizo una pausa y miró a los lados, en dirección al bosque que les rodeaba a ambos lados del camino - Por mucho que querais luchar contra los Lamat, eso no os servirá de nada. Esa es vuestra última oportunidad para uniros a nosotros en nuestro viaje al otro lado de las montañas. En caso contrario, ambos recorreremos caminos distintos. Si os oponeis a esto último y quereis retenernos, nos veremos obligados a pintar el camino de rojo - añadió, haciendo un ademán al resto de guerreros de Varmal para que desarmaran a los de la orden de Wail, los cuales no tuvieron más remedio que ceder para evitar quedarse sin capitán.

-Lo vas a pagar caro, jovencito insolente, tarde o temprano - al capitán de la guarnición le resplandecían los ojos y trataba de disimular con una voz amenazante el temblor que dominaba su cuerpo ante el contacto de aquel hierro frío que le hacía sangrar el cuello.

-Señor Lúne, ¿Qué hacemos con las armas de estos desgraciados? - preguntó uno de los guerreros de Varmal que mantenía su espada sobre el pecho de uno de los de Wail que tenía la mirada baja, avergonzado por aquella situación.

-Nos las llevamos con nosotros. Ya que no quieren acompañarnos, que tengan su merecido y los Lamat hagan lo propio con ellos. Al fín y al cabo su Jefe fue el culpable de que las luchas de poder entre Órdenes nos abocaran a la decadencia. Hipócritas de mierda, eso són todas esas ratas verdes de Wail - dijo el adolescente, desenvainando la espada del capitán y lanzándola a un lado del camino, desarmándolo. Tenía una sonrisa torva, implacable

-Quitadles también todas las cosas de valor que lleven. Necesitamos conseguir más provisiones, ya casi no nos quedan y cruzar esas montañas nos llevará mucho tiempo - exclamó Nuán, alisándose la túnica y escupiendo al capitán de vuelta, el cual se hallaba arrodillado en el suelo, indefenso.

Y con un golpe sordo, ocurrió algo totalmente inesperado y terrible. Desde ambos lados de la floresta, unas flechas se clavaron certeras en algunos hombres de Varmal. Tres de ellos cayeron fulminados sagrando con abundancia en el cuello, y otra flecha más fue a clavarse justo en medio del pecho de Lúne, el cual se hallaba en aquel momento rebuscando en los bolsillos del jubón del infeliz capitán. Cayó hacia atrás y de su garganta salió un alarido de dolor.

-¡Lúne!

Nuán se precipitó hacia él, mientras los guerreros de Varmal trataban de averiguar sin éxito, moviéndose en semicirculos, de dónde provenían aquellas flechas. Por el rabillo del ojo, Nuán observó como el capitán alzaba una mano en un gesto seco que no admitía réplica y, recuperando su espada, le propinó al Profesor una patada en la boca con tal fuerza que lo dejó inconsciente en el suelo, al instante. Lúne se debatía en el suelo con espasmos y trataba sin éxito de quitarse la flecha, la cual se había clavado con gran profundidad en su pecho.

El capitán se volvió a poner la armadura con nerviosismo y su sonrisa era terrible, asesina. Agarró el estilete con qué Lúne le había amenazado y se lo clavó al adolescente en la mano izquierda, provocando que este lanzara otro alarido desesperado y una lágrima cayera por una de sus mejillas.

-No tenía intención de mataros, pero esto ha cambiado absolutamente las cosas, niño insolente.

-¡Basta! ¡Basta por favor! - una chica de negros y cortos cabellos se dirigió corriendo hacia el capitán - ¡No le hagais más daño! ¡Nos...nos iremos de aquí!

Lúne entornó los ojos tratando de soportar el dolor que se extendía por todo su cuerpo y que le dejaba sin respiración.

-Anie, no te metas...

El hombre se giró hacia ella y, dejando al chico gravemente herido en el suelo, agarró a la joven por el brazo, con violencia. Su sonrisa era diabólica.

-¿Quien eres tú? ¿Una jovencita prostituta de Varmal? ¿Una de las que abundan? - Anie forcejeó tanto como pudo, sin éxito. Los ojos azules y aguados del capitán se volvieron hacia sus hombres, los cuales ya habían recuperado sus armas y habían rematado a los 2 guerreros de Varmal restantes, aún vivos a pesar de las flechas, con sus espadas - ¿Qué os parece si montamos una fiesta con esa putita y sus amigas?

Los guerreros rieron, acercándose a grandes zancadas a los caballos sobre los cuales unos temblorosos niños y adolescentes se abrazaban y lloraban ante el panorama que les había sido dado a contemplar. Yume parecía haber dejado a un lado su impasibilidad y mantenía su rostro hundido entre sus manos mientras pronunciaba el nombre de Lúne y de Anie, sollozando de forma aterrada. Uno de aquellos guerreros de Wail la bajó de un solo golpe del caballo y al poco tiempo ya la estaba arrastrando por el suelo.

-¡Curad a Lúne! ¡Se va a morir! ¡Él es inocente! ¡Solo pretendía salvarnos! ¡Se va a morir! ¡Por favor! - gritaba la joven, entre lágrimas, señalando al joven de Varmal que ya se debatía entre la vida y la muerte sobre un charco de sangre.

-¡Cállate, zorra, cállate de una puta vez! - gritó el que la llevaba con ella, dándole un duro puñetazo en el rostro - ¡Éste idiota y el pseudodruida morirán mientras os damos placer, putita! ¡Seguro que os gusta! - añadió, riendo a carcajadas.

Algunos jóvenes habían tratado en vano de evitar que se llevaran a las chicas, pero no había nada que hacer contra unos guerreros experimentados. Pronto los habían reducido a golpes, en el suelo, dejando a algunos inconscientes, como en el caso de Nuán. Solamente Yume, Anie y un pequeño grupo de jovencitas quedaba a merced de aquella guardia de Wail.

Entre las ramas, un resplandor rojo. Alaridos y gritos pidiendo auxilio. Los guerreros de Wail dejaron en el suelo, temblando y medio desnudas, a las jóvenes. El que quería violar a Anie se había llevado de ella unos serios arañazos en el pecho y paró para ver qué pasaba a su alrededor, justo cuando iba a golpearla con la empuñadura de su espada.

Silbidos de flechas. Y luego silencio.

-¡Deben haber sido unos bandidos que han atacado a nuestros arqueros! ¡No temais! ¡Ya los han silenciado cosiéndoles a flechazos! - exclamó el capitán asomándose entre unas ramas y tratando de entrever en la oscuridad de la floresta lo que había ocurrido.

No hubo tiempo de reaccionar.

Un gigantesco hombre calvo se lanzó sobre él y, con un limpio sesgo de su espada a dos manos, le cortó la cabeza límpiamente, haciendo que ésta cayera en el suelo justo después del corte. Viendo como aquel bandolero les había atacado por sorpresa y había conseguido asesinar a su capitán con aquella brutalidad, los demás guerreros empuñaron sus espadas y le atacaron todos a una. El gigantón tenía el rostro calmo, moviéndose en semicirculos con pasmosa agilidad y evitando los golpes que le propinaban de por todos lados. Parecía esperar algo...

...y aquel algo no tardó en aparecer.

Un ser con los cabellos rubios recogidos en una larga trenza, bajo de estatura, se lanzó hacia ellos en un salto increiblemente largo desde el bosque y, sonriendo de forma triunfal, rebanó las piernas al primero que encontró con una espada negra que iba envuelta de llamaradas rojas y quemaba todo lo que tocaba. El guerrero se consumió vivo en el suelo, mientras que el grandullón había decidido atacar de nuevo y hundir su espadón en el pecho del infeliz que había osado atacarle a traición, por la espalda.

Cuando el cuarto guerrero iba a huir hacia el interior del robledal dejando atrás su caballo, pues no tenía ya tiempo para retroceder e ir en su busca, una flecha se clavó en sus genitales, haciendo que al instante cayera de bruces y se retorciera de dolor, aullando con gritos que ponían la piel de gallina: la punta de la flecha estaba dentada y debía haber cortado la carne. En el caso de los genitales no hace falta decir qué había cortado y de qué forma. Una jovencita con los cabellos azulados apareció tras él con el rostro congestionado, y mirando con terror al hombre que se debatía moribundo en el suelo. Llevaba un arco corto y un carcaj en la espalda. Tenía los ojos color miel.

-Elrik, Hanuil, yo no quería...

Hanuil se echó hacia atrás y lanzó unas cuantas carcajadas. Fue hacia el hombre y le clavó su espada en el pecho, acabando así con su sufrimiento inhumano.

-¡No querías pero le jodiste bien ahí dónde más duele, jaja!

Elrik se había arrodillado ante Lúne, el cual ya había perdido el conocimiento. Con rostro grave, le estaba palpando la muñeca, buscando su pulso.

-Tiene el pulso muy débil - dijo, alzando sus ojos preocupados hacia la joven y frunciendo el ceño - ¡Ichiro! Ahora debes demostrar tus artes Amaru. Saca tus ungüentos, bendajes y brebajes. Se está muriendo.

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