Thursday, January 8, 2009

La Resistencia. Capítulo 3: Firya

Por todas partes se arremolinaban los marinos, comerciantes, curiosos, ladronzuelos y compradores alrededor de los buques y barcos atracados en aquel atestado puerto. Por doquier diversos puestos de comida, ropa, joyas, amuletos y todo tipo de accesorios, algunos de ellos de legalidad dudosa, se concentraban sin orden alguno en una sola callejuela, junto a las casas bajas, las tabernas y las posadas.

-¡Al ladrón! - gritó Nuán, dándose cuenta demasiado tarde que un chiquillo andrajoso le había robado uno de sus saquitos de hierbas colgadas en su cinturón plateado. Con gran maestría, el ladrón se las había ingeniado para desaparecer entre aquella marabunta, doblando la esquina que daba a una estrecha calle que desembocaba en la zona portuaria - ¡Aún no entiendo qué demonios hacemos aquí, en esa ciudad sin ley, repleta de pendencieros!

Elrick sonrió ligeramente, sin hacerle caso. Él sabía que en Firya, la única ciudad independiente de Espiral, ajena a cualquier Orden y a cualquier Capítulo, uno debía tener siempre los cinco sentidos alerta. Más de 2000 años atrás, las Órdenes se habían reunido para firmar un convenio con Firya, marginando así a los seres humanos que consideraban ruínes, en exceso rebeldes, parias y maleantes. A los que eran considerados así, les obligaban a restar ahí para siempre, en vez de encerrarlos en la cárcel, eliminando así suspicacias y problemas, alejándolos de sus pacíficas Órdenes. Así había nacido aquella población, junto al mar.

O eso creían.

Pero Firya había cambiado mucho, y había florecido gracias al comercio y a la pesca, pues 500 años atrás los jefes de las Órdenes habían permitido abrir el mercado hacia aquella ciudad. Aún así, y pese a todo, seguía conservando su mala fama, siendo la antítesis de todo lo virtuoso y sabio. No, allí jamás pisaban sus calles ni siquiera los miembros de Wail, en pie de guerra en su conquista de Espiral. Siempre quedaban exentos de esas contiendas. Y por eso precisamente, cuando uno tenía la osadía de aventurarse en aquellos parajes peligrosos, se sorprendía ante la gran cantidad, no sólo de maleantes, sinó también de nuevos ricos, de gente elegantemente vestida, de jardines de reciente creación por los cuales las parejas se paseaban tranquilas y sonrientes, palacetes erigidos por familias de comerciantes y de artistas famosos, de bardos y poetas interpretando sus canciones con gran recepción. Tampoco faltaban las peleas, numerosos duelos entre pretendientes, asesinatos entre bandas, borrachuzos metiendo mano a las doncellas aprovechándose de la gran multitud y marineros venidos a menos que apestaban a ron y a whiskey.

A Hanuil y a Elrik les encantaba aquella ciudad, puesto que era allí el único sitio dónde podían pasar siempre perfectamente desapercibidos. Hanuil, además, solía frecuentar las tabernas y los parques en dónde siempre conocía a alguna que otra mujer despistada, sorprendida y curiosa por el descaro de aquel jovencito que siempre lograba seducirlas con su labia. Sonreía pensando en todo eso, al contrario de Nuán, el cual se sentía agitado, inseguro, mirando a todos lados. Elrick, con su habitual racanería en palabras, le había explicado durante el camino que aquel era el único sitio dónde se podrían refugiar y estar seguros durante un tiempo. Y, además, podrían conseguir mucha información. ¿Pero qué información? Los Viajeros se limitaban a restar en silencio, y aquello le molestaba especialmente. Él, un hombre de mundo que había dedicado toda su vida a la música y a la naturaleza, él, que había sacrificado su libertad para permitir que los niños de Espiral estuvieran seguros en la Fortaleza, él, que se había volcado a la enseñanza con tanta pasión. Y ahora unos desconocidos llevaban a aquellos jóvenes a una ciudad sin ley, en dónde ni siquiera un adulto se sentía seguro entre sus calles.

Aquello era una locura, pero se sentía muy cansado cómo para discutir, y más después de haber dejado los caballos en el establo a la entrada de la ciudad, junto a la caseta de guardia y a la gruesa muralla que les separaba del mundo exterior. Le dolían las piernas, el trasero y la espalda.
Yume, que parecía haber vuelto a sonreir gracias a la vitalidad y a la suntuosidad de aquellos parajes, se había acercado a Lúne dando unos cuantos saltitos con las manos tras la espalda. Tenía que olvidar, volver a respirar nuevos perfumes, sentirse viva. Lo necesitaba. No podía ni quería mirar hacia atrás.

-¡Lúne! ¿No es maravilloso esto? - exclamó con una voz jovial la muchacha, con el rostro algo congestionado y las mejillas rojizas. ¿Cuánto hacía que no hablaba con él? Demasiado tiempo...y más después de comprobar que el joven no le guardaba ningún rencor por lo sucedido en el pasado. Sus ojos grises, intensamente abiertos de par en par, le sonrieron.

-Si, Yume. Aunque más maravilloso es ver que vuelves a ser la misma de siempre - replicó él, colocando una mano en el delicado y caliente hombro de la chica, la cual había decidido quitarse de encima el jersei de lana y lucir un sencillo vestido de tirantes que, aunque sucio por el viaje, le hacía sentirse mejor, fresca, renovada.

-¿Me...me perdonas por lo de...?

Lúne la cortó y, sin dudarlo un sólo momento, le tendió la mano, con una sonrisa y un guiño. Ella le correspondió y se la dió, juntándose ambas manos. La oscuridad había cesado. Caminaban todos junto al mar.

-Esa ciudad decían que era una porquería, y lo es. Pero a mi me ha puesto de buen humor - dijo él, besándola en los labios y haciendo que Yume casi se desmayara del rubor que le subió desde el pecho hacia su rostro - Algún día podríamos enrolarnos en un barco y navegar por el mar, con ese buen tiempo que hace. Me gustaría...recuperarme aquí, recuperar todo lo que perdí - sus ojos se encontraron y, sin que precisara una conversación más exhaustiva, se comprendieron perfectamente.

Ichiro y Anie hablaban animadamente y, como si se conocieran de toda la vida, ya se habían regalado mutuamente unos amuletos para cada una. En muy poco tiempo, se habían hecho amigas, con esa extraña química que existen entre determinadas personas, una química inexplicable que se da la mano con el Espíritu.

-...en serio! En las dos Órdenes bajo las que he vivido y estudiado, siempre me dijeron que, sobretodo como chica, no se me ocurriera para nada del mundo acercarme a Firya, pues allí todo era decrépito y decadente, refugio de gentes sin alma, de pordioseros y de malvividores - decía Anie, contemplando cómo unos marinos bajaban unas grandes botas que parecían de vino con gran ruido, entre imprecaciones, insultos y algunas carcajadas.

Ichiro estaba fascinada con todo lo que veía. Era todo tan caótico, desorganizado, sucio, ruidoso...era todo tan humano, que su mente empezó a soñar, a volar alto, a recordar todo lo que había leído en los cientos de novelas de autores de Espiral y del Mundo Ordinario. Se acordaba de descripciones así, de gentes peleando por las damas, de risas, enamorados escondidos en los rincones, intrigas, asesinatos, romances apasionados e imposibles. Venecia, le recordaba a Venecia, aunque nunca hubiera estado allí.

-¡Pero si esto es...es... -tartamudeaba la feérica, emocionada, su mirada nerviosa y sedienta de emociones fuertes posándose sobre cada tenderete, sobre cada taberna y escuchando los bardos con sus laudes y mandolinas interpretar sus canciones obscenas y divertidas entre los aplausos de las gentes, que se arremolinaban alrededor de ellos. Había pintores ambulantes, recitadores de poetas y esforzados bailarines que interpretaban las piezas de unos músicos avispados y pícaros - una maravilla! ¡Estoy que no quepo en mí, Anie! ¡Oh, fíjate en eso! - señaló un pequeño puesto de madera en el que un hombre recio y barbudo vendía todo tipo de sortijas hechas, supuestamente, de conchas, corales y otros productos del mar - ¡Quiero regalarte algo más!

Anie sonrió, satisfecha.

-¡A mi también me apetece hacer lo mismo!

Mientras se dirigían allí, Ichiro sintió como una mano le acariciaba el trasero sin ningún pudor. Se giró, violentamente, creyendo que Hanuil le estaba echando una broma. Pero no. Era un hombre viejo, lleno de cicatrices, con una ropa ajada y sucia, que olía a mar y a algas de forma bastante desagradable.

-¡Eres preciosa, niña!

Ichiro buscó huir de aquel hombre lo antes posible pero, de repente, una de sus recias manos de marino le agarraba por un brazo, y la sostenía, mirándola a un solo palmo de su rostro, babeante.

-Vente conmigo. ¿Ves? Este es mi barco. ¿Damos una vuelta?

No veía a los demás. ¡Los había perdido de vista!

No, Elrick siempre tenía los cinco sentidos pendientes, por suerte. Con rapidez, había agarrado de la ajada camisa a aquel viejo infeliz.

-Deja en paz a esta muchacha antes que te dibuje otra herida en esta cara de culo que tienes.

El anciano lo miró. Ante él se hallaba un hombretón calvo, imponente, con brazos gruesos y musculados. Le bastaron esas palabras y su mirada amenazante y oscura, para no tener ni siquiera que discutir con él. Se escabulló entre la muchedumbre, al instante. Pero Elrik no se hallaba para nada satisfecho por haber hecho desaparecer a aquel pervertido. Al contrario.

-Parece mentira que siendo las más mayores del grupo de refugiados, seais a la vez las más niñas. Es la última vez que os vigilo, pequeñas - el calvo se giró y se dirigió de nuevo hacia el grupo de viajeros, que se había parado observándolas a las dos, con risas ahogadas, todos menos Hanuil, que se dedicaba a alabar las cualidades de las jóvenes bonitas que pasaban a su lado, aunque a veces tuviera que verse con el marido y estuvieran a punto de lincharle en más de una ocasión.


Siguieron andando bajo aquel día radiante, y, sin querer, se habían olvidado de todas las preocupaciones.

Llegaron, al fín, a una posada que Elrick y Hanuil parecían conocer a la perfección.

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Ichiro miraba con los ojos desencajados y una sonrisa de oreja a oreja por una de las ventanas de aquel palacio. Un largo canal se extendía entre unos caóticos y enormes jardines desembocando en una orilla virgen, al otro lado del puerto. En aquel canal navegaban numerosas barcazas animadas por músicos ambulantes que acompañaban a las familias y parejas que habían decidido dar un paseo en ellas aprovechando el buen tiempo que se cernía sobre la pequeña ciudad. Se oía música de mandolinas y muchas risas. Y un perfume de flores silvestres que emanaba directamente desde aquellos jardines.

Se había enamorado de Firya, ya no había marcha atrás. Suspiró, sujetando la barbilla con ambas manos. Estaba en un sueño, en un sueño que parecía no tener fín. Escuchaba cómo Elrick y Lise, la alcaldesa de Firya, hablaban animadamente, sobretodo por parte de la última, la cual parecía feliz y emocionada por la inesperada visita.

-Pues la verdad es que últimamente las cosas no pintan tan bien como siempre, pero en Firya nos las arreglamos lo mejor que podemos. El último ataque de los Lamat fue hace dos días, pero ya sabes que estamos bien...hm...defendidos - le guiñó un ojo y Elrick sonrió de forma cómplice, como si conocieran un secreto por ambos compartido - Y conseguimos detenerlos sin muchos problemas.

A Ichiro le cayó bien desde la primera vez que la vió.

La mujer era de mediana edad, menuda, algo gruesa pero no lo suficiente para decir que tuviera sobrepeso. Tenía las mejillas rojizas, que le daban un tinte muy simpático y desenfadado, y unos cabellos largos y negros, recogidos en una gran variedad de trenzas dispuestas en extravagantes círculos. Mientras hablaba no paraba de sonreir, sus bonitos ojos verdes parpadeando, y su melodiosa y musical voz daban a su rostro bastante corriente un toque de belleza especial, resaltada por unas suaves arrugas a ambos lados de la comisura de sus labios.

Estaban todos reunidos en un salón decorado con todo tipo de tapices, cuadros y muebles tallados con preciosas formas, todos de madera de fresno. Allí dentro también había todo tipo de instrumentos musicales nuevos y viejos, peces disecados de todo tipo, grandes y pequeños y una gran arpa dispuesta en un rincón de la habitación junto a una silla. Pero lo que más le llamó la atención a Ichiro fue una biblioteca gigantesca que daba la vuelta prácticamente a toda la habitación conteniendo gruesos libros casi todos viejísimos, pero muy bien cuidados. Olía ligeramente a rosas y a canela... ¿Y decían que en Firya se encontraba la peor calaña de Espiral?

-¡No hace falta que me lo pidas, Elrick, ya sabes que siempre serás bienvenido a nuestra ciudad! ¡Os quedareis aquí el tiempo que haga falta! ¡Tenemos sitio de sobra! - gritó con entuasiasmo la rolliza y agradable mujer - ¡Oh, jovencita, siéntate aquí con nosotros, de seguro que tanto tú como tus amigos estaréis hambrientos! - Ichiro, al notar sus ojos en su espalda se ruborizó. Se giró con rapidez y trató de disculparse agachando la cabeza, como dirían en el mundo ordinario, a la japonesa, pero no le salió palabra.

Era cierto, estaban hambrientos, muy hambrientos. Y cansados.

La mujer requirió el servicio de un joven cocinero que, en poco tiempo, les preparó una especie de gran pizza con marisco y pescado absolutamente deliciosa, todo regado con el mejor licor de Cristal Ancestral de Espiral. Hasta Elrick sonreía ligeramente tras aquel delicioso banquete. Si algo superaban los humanos a los feéricos era en cocina, y eso los dos Viajeros lo sabían de sobras. En el mundo feérico casi todos los platos se basaban en verduras y frutos, aunque bien es cierto que en ocasiones especiales se cocinaba con carne.

Después de la comida, Elrick y Hanuil charlaron con la mujer durante un breve lapso de tiempo, repasando los acontecimientos que habían tenido lugar en ambos mundos. A ellos también se unió Nuán para relatarle cómo estaba la situación fuera de Fyria.
A todo ello la mujer escuchó con atención, asintiendo con interés, ya fuera real o fingido. Y habló.

-Sabéis que en Firya somos absolutamente ajenos a lo que pasa en el exterior. Ellos también són ajenos a lo que pasa aquí. Como veis - dió un sorbo a su copa y prosiguió - se trata de una simbiosis muy curiosa. No tomaremos partido, como siempre hemos hecho, aunque también es cierto - su rostro se oscureció ligeramente - que esta vez las cosas se han oscurecido más que nunca. Parece que una era se está acabando, para bien o para mal. Las órdenes han estado jugando al ajedrez entre ellas, y el jaque mate lo ha hecho Wail. Lo que no esperaban es que el odio y el afán de poder se volviera contra ellos - sonrió de forma sarcástica - Es curioso como los que se consideraban como los virtuosos y sabios del Mundo, han terminado hundidos en el barro. Nosotros, en cambio, los monstruos de Firya, sobrevivimos.

-Lise, esta vez la equidistancia no os salvará - espetó Elrik, también después de darle un largo sorbo a su copa. Sus ojos negros relampagueaban y la miraban algo siniestros - De cada vez los Lamat són más numerosos, y ni siquiera nosotros, feéricos como ellos, sabemos a qué se debe ese afán de destrucción sin precedentes, puesto que durante el Exilio, la última vez en qué Espiral fue invadida por los Lamat, era con nuestra supervisión. Y esta vez no es así. No podeis esconder la cabeza y pretender salir ilesos de esta guerra, Lise.

La alcaldesa se acomodó en su cómoda butaca y cruzó las piernas, mirando al techo, reflexiva y calmada.

-La Orden de Ciriol nos protege. Los Lamat y menos Wail, tienen nada que hacer con sus defensas mágicas.

El silencio se hizo en la sala. Un silencio incómodo, espeso, solamente quebrado por el trino de los pájaros que provenía del gran jardín que se abría a los pies del Palacete. Al fín, Hanuil lo rompió.

-La Orden de Ciriol no es infalible, Lise. Yo soy de los que opinan que existe algo mucho más peligroso que los Lamat y Wail detrás de todo esto - se combó hacia ella y sonrió de forma tenebrosa - Los primeros son instrumentos de algo o de alguien, ya sea de aquí o de nuestro Mundo, y los segundos, unos necios que pretenden aprovecharse del Caos para alzarse con el poder, con un poder efímero que les será arrebatado en menos que canta un gallo.

-¿Y quien sería tan necio como para usar a los Lamat, cuando estos odian a cualquier ser humano? - Lise le miraba incrédula con los ojos bastante abiertos y las cejas alzadas.

-Las sombras són siempre más alargadas de lo que nosotros creemos - intervino por fín Lúne, después de restar en silencio desde que entraran en el Palacio - Sea dónde sea, hay algo o alguien que pretende un poder que, seguramente, es mayor del que imaginamos. Y si es capaz de controlar a los Lamat...

-Es alguien muy poderoso - añadió Ichiro, algo distraída, su mente aún rondando por la ciudad de Firya.

-Eso solamente són elucubraciones - replicó Hanuil, con una sonrisa torba - Cualquier cosa es posible cuando se trata de humanos.

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Lúne entró en su nueva habitación. Una sencilla y práctica cómoda, una cama bastante pequeña pero confortable a primera vista con frazadas de seda y sábanas de lino, y un vetusto escritorio junto a una ventana abierta hacia el puerto que a esas horas parpadeaba con la luz anaranjada de las lámparas de aceite encendidas a lo largo del camino antaño repleto de mercaderes y de ajetreo, y ahora solitario, a excepción de los gritos de algún que otro borracho de una taberna cercana. Era aquella habitación muy pequeña, pero se mantenía caliente y era coqueta. Aquello le bastaba e incluso le parecía un auténtico lujo después de aquellos días infernales que le había tocado vivir. No, no quería volver a pensar en ello. Había sufrido demasiado y se sentía destrozado, demasiado cansado para hacer balance, para pensar.

Una cama...por fín una cama.

Al instante sopló las velas que ardían en el candelabro que se mantenía renqueante pero digno sobre la cómoda. Sopló con fuerza, y el aposento se sumió en las tinieblas a excepción de un leve rayo de Luna que cruzaba la habitación desde la ventana hacia la otra punta. Pero no le importaba, más al contrario. Se colocó de costado, con el equipaje aún sin abrir y sin molestarse en vestirse con la muda que le había prestado Lise. Necesitaba dormir, olvidar, renovarse.

Pero los pensamientos són libres, más libres que las golondrinas que revolotean durante el día y cantan con sus trinos refrescantes y luminosos sus odas marinas y veraniegas, de un verano que estaba a punto de terminar. Pensó en lo efímera que es la felicidad, en cómo en un sólo instante se puede pasar de la gloria a la tragedia. En lo delgada que es la línea entre el bien y el mal. En sus sentimientos confusos y contradictorios. En un camino sumido en la niebla, en un futuro inexistente.

El vacío...se sumió en el vacío, y aquello le sobresaltó. Abrió los ojos y los clavó en el techo oscuro, ligeramente plateado gracias a la Luna Creciente que extendía su abrazo desde la ventana semi-cubierta por una cortina blanca hasta su rostro. El vacío... ¿Cómo superar aquel vacío? ¿Contra qué y contra quien luchaban? ¿Por qué...por qué seguir luchando? ¿Por Espiral, por inercia...o por él mismo?
Se incorporó, y se agarró la cabeza con sus dos manos...

...El amor, quizá el amor era la respuesta. ¿Pero qué era el amor? No, no sabía definirlo. Escuchó el corazón, pero nada le dijo.

-Necesito ver a Yume - murmuró, hablándose a sí mismo, una práctica esta que todo el mundo realiza pero no reconoce - Tengo que salir de aquí. Empiezo a recordar, a hundirme...demasiado.

Salió presto de la habitación y cerró tras él con un sonoro portazo. Anduvo por los pasadizos sombríos con largos pasos. Recordaba dónde se hallaba la habitación de la joven...o no. Sólo sabía que estaba en el piso tercero, en el último, lo había oído de la alcaldesa. Piso tercero, celda...

¡Demonios! ¡No lo recordaba!

Sintió un gran desasosiego en su interior y una vez halló las escaleras de madera, empezó a subir con prisa por ellas, haciendo que los peldaños resonaran, resquebrajados, por todo el edificio. Llegó al último replano que ya conducía directamente al pasillo interminable del tercer piso. ¿Cómo diablos iba a encontrarla? No...debía encontrarla. Presto. No soportaba más aquella soledad, aquellos pensamientos sombríos. No quería volver a su vida anterior, a su fatalismo, no quería bajar los brazos nunca más, a pesar de qué se sentía...

Chocó violentamente contra un objeto blando, el cual le hizo caer de espaldas al suelo. Oyó un leve grito de sorpresa y alguien que retrocedía hacia atrás. Alzó la mirada, lentamente, y la luz de la Luna fue benévola con ambos. Sus rostros aparecieron iluminados con un aura plateada desde la oscuridad y se miraron con ojos recelosos y asustados, mútuamente.

Sus cabellos rubios, libres y cayendo en cascada sobre sus pechos como manzanas. Un vestido de tirantes resquebrajado y sucio, unas piernas desnudas y contorneadas que graciosas desembocaban sobre unos pies pequeños y desnudos sobre el pavimento de madera. Estaba asustada, como un inocente y grácil corzo, dispuesta a huir a toda prisa.
Pero se reconocieron al instante. Y no hizo falta verse con más claridad. Lentamente empezaron a andar uno hacia el otro, transformándose aquella marcha tambaleante en un galope alegre, sin bridas, uno hacia el otro...sí, uno hacia el otro, convencidos y abrazados.

Lúne y Yume. Yume y Lúne. Las palabras sobraban. Se abrazaron con fuerza, con fiereza, con empuje y casi con desesperación. La soledad, ¿Qué era la soledad? El vacío...¿Había pensado alguna vez en él? Ya no lo recordaba. Sus labios se encontraron y un intenso y caluroso beso con lengua los llevó a la habitación de ella. Sus manos agarraron su cintura con dulzura pero con intensidad, y las de ella su espalda. Con la mano izquierda Yume abrió la puerta y ambos cayeron al suelo, por el empuje, en el interior de la pequeña celda. Respiraban con rapidez, entrecortadamente. Se abrazaban, se amaban, la puerta abierta...y qué más da.

-¡Te amo! ¡Perdóname Lúne!

-¡No! - la levantó y la condujo hacia la cama, con suavidad, tumbándola en ella y colocándose sobre su cuerpo, acariciándola con precisión y ternura - ¡No digas nada más! -sonrió y le hizo unas cuantas cosquillas - No me perdones nada. ¡Basta de comedias...eso no es un drama! Yo... ¡Yo también te amo!

Se abrazaron, sus manos acariciando cada rincón de sus cuerpos. Empujando. Gemidos, risitas, la puerta abierta...¿Qué más da? Se amaban, dos jóvenes sedientos de pasión y de cariño.

Gritos de placer, rincones inexplorados, satisfacción. Sus sexos encontrándose por fín, acallando con dificultad los fuegos que ardían entre ellos, empujando, saltando, descubriendo nuevos rincones. Más risas. Ella cogiéndole del cuello, él besándola tras las orejas, sus manos tejiendo el placer en su cuerpo. Respiraciónes entrecortadas, pasión, lujuria, locura.

Hacían el amor...y nada más importaba.

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