Tuesday, June 10, 2008

Capítulo 12. La cabaña del vigía.

Volvieron sobre sus pasos y así, sin volver a mirar atrás, cruzaron el puente rojo y se internaron con paso rápido hacia el interior del bosque. La noche ya estaba cayendo y sin duda andar aquellos cinco quilómetros era una pequeña locura que ambos habían decidido llevar a cabo. Yume parecía conocer perfectamente cómo desenvolverse dentro de aquella gran arboleda que en aquel momento empezaba a cobrar un color débilmente azulado o púrpura, según cómo se mirara. Las tinieblas avanzaban y no iban por el camino principal por el que Lúne siempre había transitado aquellos días en que solía frecuentar aquel antro de mala muerte, sinó más bien por pequeños senderos débilmente hollados.

El rostro de Yume era radiante, como si en su mirada la primera estrella del firmamento ya se reflejara. O no. Quizá era la Estrella de la Tarde la que se reflejaba en ella.

¿Por qué toda aquella felicidad? ¿Qué sentido tenía aquel regocijo constante?

La joven andaba velozmente, de forma grácil y determinada a la vez y, cantando con dulce voz algunas canciones que habría aprendido de los juglares de Fortaleza, iba dando pequeños saltitos sobre la abundante y ya apagada hierba del bosque la cual volvía a iluminarse brevemente bajo aquella danza que ella practicaba sin danzar.
De repente Yume se dirigió hacia Lúne cruzando las manos tras ella y poniéndose a andar hacia atrás delante suya como obstaculizándole el paso. Lo miró con una sonrisa expresamente tímida con los ojos abiertos como si de una niña con ansías de conocerlo todo se tratara.

-¡Lúne! ¡No paras de mirarme! Dime, ¿Me ves rara? ¿O quizá...te empiezo a gustar? - añadió guiñando uno de aquellos manantiales de agua clara y engalanada con pequeños nenúfares, que eran sus largos párpados.
Lúne se sobresaltó ante la actitud picante y directa de aquella jovencita. Ya volvía a tratarlo como si lo conociera de toda la vida y aquello lo odiaba profundamente.
Pero ella estaba en lo cierto. Jamás en su vida había sido testigo de aquella extraña forma de andar y de comportarse. Parecía como si en cada gesto y en cada movimiento había implícita una sutil danza que él solamente podía intuir.

-Si, estás en lo cierto...sobre el tema que no dejo de mirarte - contestó el joven con las manos en los bolsillos y desviando su mirada hacia la escasa luz rojiza y violeta que las ramas aún dejaban filtrar - Me preguntaba cómo puedes ir tan segura y despreocupada por esos tenebrosos bosques. Pareciera como si más de una vez hubieras andado por esos lugares olvidados de Fortaleza - añadió, levemente incrédulo y sorprendido, arqueando las cejas.

Yume volvió a a caminar a su altura y permaneció callada un tiempo, el tiempo que necesitó para hacerse dos coletas mediante dos coleteros negros con la forma de una serpiente enroscada en sí misma. Lyr se mordió el labio inferior para acallar un más que posible murmullo de asombro. ¿Uno de los símbolos de Varmal? ¿Aquella niña? No, tenía que ser una coincidencia.

-Oh, ¿Qué sucede mi gentil caballero, no se cree que yo sea capaz de rondar por lugares tenebrosos? - dijo Yume con un tono de voz airado, a la defensiva, como cuando una niña se ve contrariada ante una afrenta infantil - Yo tengo también mis sueños y mis deseos.

El joven la observó con cierta ternura. Así que se trataba de una de aquellas niñas repletas de sueños y de curiosidad...Vaya, en un principio nunca lo hubiera imaginado. Sin duda era el tipo de jovencita que aún vive en un Cuento Feérico y todavía no se ha topado con la cruda realidad que les ofrece Espiral y más en aquellos tiempos enigmáticos y oscuros asolados por la guerra. Sin embargo, si había cometido la insensata locura de acompañarla a la Cabaña del Vigía prefería estar al lado de una niña inmadura pero soñadora. Siempre le habían producido simpatía los ilusos pues, de alguna manera, él siempre lo había sido.

Finalmente, tras andar durante unos 20 minutos, terminaron llegando a los pies de una cabaña resfuerdada en un pequeño claro iluminado ya por las estrellas que poco a poco se iban haciendo más abundantes. Aquella cabaña era una pequeña y sencilla casucha de madera provista de un pequeño porche repleto de flores nocturnas que ya desprendían su inconfundible y maravillosa fragancia, y de pequeños setos descuidados que flanqueaban una entradilla cubierta de hierbajos que llevaba hasta una rústica puerta toscamente trabajada, sin ningún adorno. Desde las escasas ventanas que poseía aquella pequeña casa era visible una ténue luz que se mecía con suavidad, como si estuviera en perfecta armonía con el fresco viento de verano que da la bienvenida a la noche y a sus habitantes. ¡Oh, cuánto había añorado aquella sencilla visión de aquel antro perdido, como ese pedacito decadente de paraíso que se va desvaneciendo en los ecos del olvido!

-¡Entremos, Lúne! ¡Llevo años queriendo entrar aquí!- dijo Yume agarrándolo del brazo, visiblemente excitada a tenor de sus mejillas coloradas que eran como brasas que resucitan gracias al aire del soplador.

Lúne no pudo evitar esbozar una sonrisa al ver cómo Yume se entregaba al placer de lo desconocido y del misterio con tanto arrojo.

Cómo añoraba aquel sentimiento...

Entonces, sin más dilación, el joven abrió la pesada puerta y dejó pasar primero a una entusiasmada Yume que parecía estar iniciándose en un rito mistérico a tenor de la lentitud en su andar y el asombro en su rostro que demostró una vez se hubo introducido en aquella cabaña.
El aspecto que ofrecía el interior de esta era abrumadoramente diferente de aquel austero aspecto exterior que ofrecía al visitante una vez se iba acercando a ella. Los ojos azules de la joven, abiertos de par en par y ensimismados como entrados en trance, repasaban cada rincón de la estancia con devoción. Su corazón latía con fuerza y sentía como una calidez confortable y excitante a la vez se expandía progresivamente por su pecho. Todas las mesas, con sus patas talladas en forma de troncos de árbol y dibujando unas verdes ramas en la superficie, estaban atestadas de unas gentes que, vociferantes, discutían, reían, entrechocaban sus bebidas y lanzaban sus juramentos de manera un tanto ruda. Casi todos los presentes eran hombres ya en la madurez de sus vidas. Su analítica y aventurosa mirada entonces se posó en la decoración de la casa. Símbolos arcanos de las antiguas órdenes ya desaparecidas poblaban las paredes, al igual que sus blasones y escudos, inundando la cabaña en un gran colorido muy diverso: ciervos, leones, halcones, buhos, lobos, delfines...Yume jamás se habia imaginado la existencia de tantas Órdenes y, por primera vez en su vida, se apenó de veras por la desaparición de éstas. ¿Tanto colorido, tanta vida se había extinguido para siempre? Entre los blasones y los símbolos arcanos aparecían mezclados dibujos impresionistas de distintos tipos de vegetación junto con hombres y mujeres desnudos que bebían entre grandes viñas y hacían el amor.
Sin embargo, lo que más impresionó a la joven fue la visión de un viejo bardo tocando el arpa y cantando mientras andaba y daba brincos alrededor de las mesas provocando en los presentes sonoras carcajadas producidas gracias a unas ingeniosas bromas que introducía entre canción y canción. Era pelirrojo de pelo largo recogido en una coleta, y poseía un descuidado bigote del mismo color, con las puntas retorcidas hacia arriba. Unas simpáticas arrugas se dibujaban simétricamente alrededor de sus ojos verdes y avispados.

-Esta canción va dedicada a la madre de mi amigo Ted aquí presente y a mi mismo, también presente, me temo. Este tema se llama "Nuestro hijo"- carcajadas se sucedieron mientras empezaba a tocar los primeros acordes con una suave y traviesa sonrisa.

Lúne, dejando que aquella risueña jovencita se deleitara con el ambiente extravagante de la Cabaña del Vigía, se dirigió con grandes zancadas hacia la barra. Sus ojos grises, por primera vez en muchísimo tiempo, volvían a contener algo parecido a la vida. ¿Por qué había dejado de ir allí? Casi todos los presentes, incluyendo el bardo, le habían reconocido y saludado con efusividad al entrar y, sin duda, más tarde acudirían muchos a su mesa para hacerle un sin fín de preguntas. No le importaba.
De una puerta que llevaba a la despensa apareció, para gran felicidad y alivió del joven, el viejo Melack, el cual regentaba, junto a su esposa y sus tres hijos, aquella diminuta casa-taberna.

-¡Oh! ¡Dichosos los cansados ojos que te ven! ¡Eres tu, Lúne! ¡Oh!- Melack abrazó al joven con su obeso cuerpo de manera muy efusiva y cariñosa de tal manera que casi le hizo trastabillar, y le pinchó el cogote con aquella espesa barba blanca que lucía desde hacía lustros- ¡Nunca imaginé que hoy sería una noche tan especial...! ¿Qué es de tu vida, jovenzuelo? ¿Por qué nos has mantenido tan abandonados todo este tiempo? ¡Echábamos de menos al pequeñín!- los pequeños y saltones ojos castaños del viejo Melack no cesaban de moverse con gran jolgorio escrutando a Lúne como si su reaparición hubiera supuesto una auténtica bendición para su casa.

-Yo también me alegro de verte, viejo Melack, tan ocupado, nervioso, sonriente y...obeso como siempre- respondió Lúne, sonriendo de oreja a oreja. Sin embargo, justo después, su rostro se ensombreció- Verás, pasaron algunas cosas que no...

-¡Vamos Lúne, no me vengas con estas! ¡Has venido a relajarte y a pasarlo bien como en los viejos tiempos! Esta noche hay que dejar los problemas atrás- le interrumpió con su característica voz ronca y entrañable, dándole al mismo tiempo palmaditas en el hombro- Está toda la casa completa, pero por ser tu te sacaré una mesa y... ¡Oh, esa jovencita de ahí atrás que parece estar de viaje sin mover su esqueleto viene contigo? Parece contemplar con asombro mi entrañable y miserable casa- de repente, el viejo, habiendo ya desviado su atención del joven, reparó en una Yume todavía sumida en sus propios ensueños.

-Oh, que poco cortés fui al no presentarte a mi amig...

Justo cuando iba a terminar aquella frase y acto seguido girarse hacia ella para presentársela al posadero, la jovencita, que a pesar de todo siempre tenía un sentido puesto en todas las conversaciones que se desarrollaban a su alrededor, se subió sobre la espalda de Lúne con brusquedad, abrazándole alrededor del cuello, como si de un simple caballo se tratara y ella una guerrera dispuesta a cabalgar sobre él con energía, haciendo que el pobre infeliz cayera sobre la barra estrepitosamente.

-¡¿Qué diablos...?!

-¡Mi nombre es Yume! Encantada de conocerle señor...!- interrumpió una risueña Yume que se tambaleaba encima de un Lúne que no había tenido más remedio que con sus brazos agarrar los desnudos muslos de la joven.

-¡Melack! ¡El viejo Melack me llaman por aquí!- respondió el grueso posadero, meciéndose su nívea barba y sonriendo divertido ante la energía desbordada que demostrada aquella chica.

-¡Encantada de conocerle señor Melack! Este joven que me sostiene es mi novio. ¡No sabía que él fuera un cliente de esta casa! ¡Estoy tan contenta...!- dijo Yume abrazándose con más vehemencia a un ya semi-ahogado Lúne.

-Bajate...de ahí...maldita mentirosa-dijo entre dientes Lúne, con la voz rota por el esfuerzo, sin que nadie prestara atención a sus palabras.

-¿De veras? ¡Oh! ¡Oh jojojo!- el viejo estalló en carcajadas, echándose hacia atrás y con su gran barriga moviéndose con pequeños espasmos. Su risa era grave y muy amistosa- ¡Por Espiral! ¡Nuestro pequeño Lúne se hace mayor! Estoy muy regocijado de veros juntos. ¡Hacéis una pareja tan bonita...! ¡En serio lo digo!- añadió sin dejar de sonreir y de soltar alguna carcajada más.

-Gracias señor Melack. Es usted muy amable - contestó ella que, al ver que un Lúne molesto y agitado volvía a abrir la boca para replicar, le había vuelto a interrumpir. Su porte ahora era tímido, colocando sus manos en la espalda mirando y con los ojos clavados en el pavimento, conteniendo un rostro congestionado por la vergüenza.

-Oh, encantado de poder prestaros mi servicio, faltaría más. Os traeré una bonita mesa para dos en un abrir y cerrar de ojos. Esperad aquí, os lo ruego.

Melack desapareció tras la puerta que daba a la despensa con paso rapido y decidido. Lúne, entonces, aprovechando su breve la breve ausencia de aquel obeso y simpático posadero, observó torbamente a Yume, echándole una mirada recriminatoria y algo inquieta.

-¿Quien te mandó hacerte pasar por mi amada, pequeño incordio?

Yume, nuevamente, no le hizo el menor caso y lo miró con ternura y picardía a la vez, como si disfrutara de los enfados de Lúne más que con nada en el mundo. Sin duda, el hecho que ella le ignorara cada vez que le recriminaba alguna cosa referida a ella, hacía que el joven aspirante a miembro de Varmal aún se encendiera más.

-Eso no quedará así, te lo aseguro. No tienes ningún derecho a hablar por mí y más siendo una total desconocida. El problema es que tu eres una...

-¡La mesa, dulce parejita!- rugió feliz Melack, sosteniendo otra de aquellas mesas que emulaban árboles- ¡Os la pongo en aquel rincón vacío para que tengais algo de intimidad!- añadió, mientras se dirigía al rincón mencionado silbando y moviendo la cabeza, siguiendo la melodía de la canción que en aquel momento era interpretada por el bardo.

-¡Gracias!- gritó Yume dando un brinco y dirigiéndose a la esquina de la Casa donde había sido depositada aquella preciosa mesa sobre la cual había pintado un cerezo en flor- ¡Qué mesa más bonita! ¡Ven, Lúne!

Lúne se dió una sonora palmada en la frente y al momento estuvo sentado ante aquella joven alocada que le había arrastrado hasta allí y ahora pretendía ser su novia. Aún no estaba seguro si realmente quería hacer mofa de él. Aquella actitud no era normal, aquellos ademanes fastuosos y llenos de gracia hacia él, sin haber jamás cruzado una palabra hasta aquel día.
Finalmente se encontraron cara a cara, ligeramente apartados de las miradas del resto del personal. Cruzaron sus miradas y quedaron mirándose en silencio. Ella le sonreía y mantenía sus manos aguantando su barbilla con una gracia sumamente femenina y grácil, mientras movía armónicamente la cabeza pendiente de la música.

¿De dónde había salido aquella joven?

Lúne desvió la mirada hacia el bardo que ahora se hallaba sentado en una silla, justo en el centro de la cabaña. Oh, La letra de aquella canción...¡Qué preciosidad! Jamás la había escuchado. Un ambiente meláncolico se extendía por la posada, todos escuchándola en silencio con los ojos vidriosos sin atreverse ni siquiera a levantar una jarra de cerveza, como si haciendo el menor ruido que rompiera la comunión del silencio que evocaba, paradójicamente, aquella música y la voz dulce del bardo, se rompiera el conjuro que ahora gobernaba el aire. Decidió entonces recostarse contra el respaldero de la silla y cerrar los ojos, concentrándose en la interpretación, dejándose llevar.

Nuestra tristeza
permanece
no importa cuán lejos
huyamos.
No importa lo que
se nos cuente:
las notas trémulas
aún sobrevuelan el viento.
El perfume de la pérdida
aún puede olerse.
¡Oh, mi querida Espiral!
Rreso estoy
lloro por tí
solo deseo y amo
cuando libre soy
y sobre tí puedo andar
sin grilletes.


Y así, repitiendo la frase "sobre tí puedo andar, sin grilletes", terminó la canción con una gran ovación incluyendo los sonoros y apasionados aplausos del viejo Melack. Yume tenía los ojos abiertos de nuevo, observando con sorpresa cómo todos de repente se habían vuelto tristes, cómo todos estaban emocionados recordando algo que les acongojaba profundamente.

No lo entendía. ¿Por qué se lamentaban? ¿Qué deseaban?

Había observado como Lúne había permanecido con los ojos cerrados, totalmente abstraido, cerrándolos con más fuerza cada vez que alguna frase, seguramente, le llegaba al corazón. Tenía un semblante tan diferente al que tenía pocas horas antes en aquella colina...sin querer se sintió ligeramente sobresaltada por un sentimiento que recorría sus piernas y ascendía hacia su pecho.

Se le puso la piel de gallina.

- Veo que te ha gustado mucho la canción, Lyr - consiguió decir, en voz baja y mirándole con asombro - Yo...no la entiendo demasiado.

Lúne tenía la mirada perdida y, sin embargo, parecía más cercano a ella que nunca. Sus ojos brillaban ligeramente bajo las ténues lámparas que iluminaban con armonía la pequeña y confortable cabaña. No abandonó, sin embargo, su seriedad.

- ¿No la entiendes? ¿Por qué?

-Porque yo creo que tenemos que conformarnos con estar a salvo, estar agradecidos de ello...y...y vivir la vida de antes. Yo...yo también me siento libre aquí. Por ejemplo, ahora a tu lado me siento más libre que nunca- dijo Yume sin ahora atreverse a mirar al chico directamente a los ojos. Ella era muy extrovertida, sin embargo, ahora sentía como si sus palabras se talaran ante la presencia del chico.

-¿Y tú te crees todo lo que te cuentan sobre la Guerra, los Lamat, el Exilio, y el resto de las historias? ¿Cómo sabes que no nos esconden algo, que no nos manipulan? - preguntó con calma, adoptando una pequeña sonrisa irónica.

- Todos fuimos atacados, Lyr. ¿Por qué deberíamos desconfiar? Aquí tenemos un futuro mientras fuera de estos muros mucha gente ha muerto...y ya no podrán volver a tener esperanza, no podrán volver a amar, a reir, a soñar... - Yume empezaba a sentir como le venían ganas de romper en llanto. Sin embargo, con éxito, evitó que aquello fuera a llevarse a cabo. No quería verse aflijida por él a pesar de todo. Había mucha gente que la quería, y aquello era lo verdaderamente importante.

- Bien - Lúne hizó una pausa para hacer un pedido al camarero - ¿Quieres tomar algo, pequeña?

-Oh si, ¡Una jarra bien grande de cerveza! Me gustaría probarla. En mi casa me lo tienen prohibido.

- De acuerdo - asintió el joven, sin inmutarse y sin pedirle que tuviera precaución con el alcohol. Ella sabía lo que hacía, era mayorcita ya- ¡Dos jarras de cerveza del Valle, Melack! - gritó con una voz clara y firme - ¿Por dónde íbamos? Oh, si, ya lo recuerdo - alzó los ojos, pensando las palabras que había olvidado. Acto seguido, la volvió a observar a ella con unos ojos grises inquisitivos que rezumaban una fuerza y un poder difícil de definir. Yume, en aquel momento, se sentía empequeñecida, cuando antes era ella la que había llevado siempre la iniciativa. Se sentía una niña ante él y no le gustaba en absoluto aquel sentimiento. Lúne prosiguió, hablando con un tono de voz que casi parecía un susurro - No ha habido notícias del exterior desde que estalló la guerra. Solamente se nos asegura que los Lamat están asolando Espiral y que la Orden de Wail es la causante de esta guerra junto con los primeros, por haber sido tentados con un poder inmenso a través de sus archimagos corruptos. Pero...¿Por qué en 5 años solo se nos ha contado esto? Yume... - hizo una pausa para beber un sorbo de cerveza y aclararse la garganta - ¿Por qué conformarnos en vivir sin cuestionarnos nada y ya está?

Curiosamente, aquel pequeño discurso de Lyr le recordó aquella noche en que Anie tuvo aquel acceso de tristeza y le confesó dudas muy parecidas a las que ahora tenía él. En el fondo, los dos se parecían bastante. Había algo en sus miradas que era idéntico pero no sabía decir qué. Yume dió un sorbo de cerveza y se puso a toser con sonoridad. Luego replicó al joven, ante su abierta sonrisa debida seguramente a aquella tos que le había entrado.

-¿Qué ganaríamos con ello? -carraspeó y se encogió de hombros, como si aquello no le importara en absoluto - Aquí estamos protegidos, podemos seguir soñando, siendo felices como antaño éramos en nuestras tierras. ¿Por qué estar siempre de mal humor, por qué siempre estás triste, Lúne? - añadió, con una mirada de reprobación y de hastío - Estoy harta de verte amargado.

- Está bien - dijo Lúne cruzándose de brazos y recostándose en su silla de nuevo. Irónicamente, era él el que ahora sonreía y ella la que permanecía seria - Entonces dime, ¿dónde vivías antes si se puede saber? ¿Qué te gusta hacer en tu vida diaria?

Yume dió un suspiro de alivio. ¡Por fín empezaban a hablar de verdad! Aquellas conversaciones filosóficas solo le traían dolor de cabeza, pues era, para ella, hablar por hablar. Al cabo de un rato, y ya hablando algo más distendidamente, fueron sucediendose las cervezas una tras otra, y la conversación iba haciéndose más y más fluida. La confianza empezaba a brotar en el corazón de Lúne, empresa sumamente difícil y arriesgada para el que lo intentara. Pero Yume parecía haber salido ilesa de la operación.

- Estoy empezando a sentirme algo borracho - dijo Lúne, soltando una carcajada - ¿Sabes? Me has sorprendido. Ya conocía eso de que eras bailarina, o podía al menos imaginarlo por tu forma de andar tan graciosa, pero que me dijeras que existen rumores que dicen que tu madre proviene de hadas, no deja de sorprenderme. ¡Eres una caja de sorpresas, Yume! Sin duda encierras dentro de tí un alma salvaje y pasional. Oh, gracias por lo de hoy, por cierto - el joven se arqueó hacia su rostro y le lanzó una mirada profunda que hería como un cuchillo, pero un cuchillo repleto de belleza y arrojo- Llevo meses sintiéndome vacío y hoy solamente tengo ganas de luchar. Tu me has renovado. No sé cómo agradecértelo.

Yume enrojeció subitamente mientras que con uno de sus pies empezaba a seguir el ritmo de una canción dando toquecitos en el suelo. Aquella mirada encima de ella...Hasta aquel momento había fingido amarle intentando que al menos así enfadándose con ella le abriera el corazón. Pero poco a poco un sentimiento nuevo se apoderaba de ella y sentía como si la sangre le estuviera ardiendo por dentro. Sea como fuere, tenía que encontrar, urgentemente, alguna forma de acallar la timidez que la invadía, para que Lúne se olvidara de su turbación, en el caso probable que ya se hubiera percatado de ello.
Estaban ambos en silencio con el corazón alegre y confuso por la cerveza. El aire se podía cortar con un cuchillo mientras, desesperadamente, Yume trataba de encontrar alguna idea, alguna mísera palabra. Pero no era capaz. Su mente, de repente, se había paralizado, cosa la cual a ella jamás le había ocurrido. ¿Qué le pasaba? ¿Por qué se sentía tan insegura y tan disgustada ante él y, sin embargo, no podía más que pensar en su, ahora, poderosa y arrebatadora presencia?

Sumida en aquellos tormentosos y contradictorios pensamientos, de repente el bardo mandó callar a todos los presentes, subido a su silla. ¡Oh, por fín ocurría alguna cosa que le ayudara a desviar la atención de Lúne!

-¡Silencio todo el mundo!- gritó, con aquella voz jovial tintada ahora con el color oscuro del misterio- Ahora que el cielo vuelve a estar engalanado de estrellas, planetas y galaxias, me urge la necesidad de relataros una historia- añadió con voz profunda, las manos en los bolsillos - ¿Le importaría, señor Melack, apagar esas maravillosas lámparas y dejar solamente encendida la que ilumina la pared del fondo?
El viejo posadero esbozó una sonrisa, quizá acallando una carcajada, y asintió. Así pues, se hizo lo que el bardo quería y, en poco tiempo, la cabaña permanecía casi a oscuras. Yume estaba encantada y emocionada por aquel súbito arrebato protagonizado por el bardo. La joven volvía a sonreir, con ambas manos juntas y dispuestas sobre el pecho y moviendo nerviosamente las piernas bajo la mesa-árbol. Sus ojos destilaban emoción y ansia de emociones nuevas.
Yume, entonces, se giró hacia Lúne como buscando una respuesta ante aquella súbita y extraña actitud del bardo, pero fue verlo y quedar, de nuevo, paralizada. El joven ahora adoptaba un rostro grave y relajado y, sin embargo, con unos ojos que, por el efecto de la única lámpara encendida en la cabaña, resplandecían con una luminosidad misteriosa y penetrante, con un brillo plateado, como si la Luna viviera en cada uno de ellos. Yume volvió a sentir como le ardía el cuerpo entero y como le flaqueaban las piernas y, ante aquella señal de emergencia, decidió volverse de nuevo hacia el bardo. Le sorprendía que todos los presentes en la posada hubieran guardado silencio al instante, como si lo que estaba ocurriendo en aquel momento fuera algo de lo más común en la Cabaña del Vigía.

-Os voy a hablar sobre el Portal- prosiguió el bardo, con voz impregnada de ocultismo - Cuenta la leyenda que, por las inmediaciones de esta posada, existe un Portal oculto, sellado desde hace cientos de años para que ninguna otra atrocidad vuelva a llevarse a cabo - guardó silencio, para añadir tensión y gravedad en el ambiente. Segundos después prosiguió.

- Justo después del Retorno, en aquellos tiempos de regocijo en qué los Feéricos se comunicaban continuadamente con nosotros, en estos parajes dónde ahora resta, solitaria, esta humilde y noble casa, nació un pueblo pacífico y trabajador llamado Tols. A pesar de su reducido tamaño, aquel pueblo era independiente, pues no estaba bajo la ley de ninguna de las recién creadas Órdenes. El pueblo en su conjunto elegía a su propio rey, el cual debía regir siempre con ecuanimidad y sabiduría. Y así fue durante muchos siglos. Los lazos entre este pueblo y los de la raza feérica de Urien eran muy fuertes y se cuenta que el Portal, para ambos, estaba siempre abierto y que constantemente se hacían visitas los unos a los otros ya fuera para participar en festividades o para compartir conocimientos. Los Urien sentían tanta pasión por la aventura y el viaje que accedieron incluso en contactar con el único pueblo humano cercano en espíritu al Mundo Feérico.
Pero, como todos sabemos, a pesar que cada raza feérica está ligada inevitablemente a su mundo más mágico y puro, no están exentos ellos de las inquietudes y de la melancolía y el peso de los recuerdos y de los deseos. De hecho, creándonos los Feéricos a través de los sueños, demostraron que, en el fondo, viven aflijidos por culpa de esta condena.

El bardo hizo otro silencio, para coger aire y darle tiempo a ordenar sus pensamientos.

- Un buen día, un Urien llamado Oru, sintió que se había enamorado de la reina de Tols, un sentimiento, el amor, corriente entre los Feéricos de una misma raza, pero muy extraño entre Feéricos de otras razas y aún más entre Feéricos y humanos. La reina, llamada Syria, y Oru, llegaron a verse secretamente todas las noches en el interior de estos bosques que nos rodean. Se cuenta que, bajo la luz de la Luna y de las estrellas, se los veía bailando y besándose apasionadamente entre la maleza escuchándose siempre risas y gritos de alegría, como el canto de dos ruiseñores enamorados. Ambos planeaban algún día huir de todas sus obligaciones para siempre y así, conciliando el sentimiento inevitable del viajero que se albergaba en Oru, recorrerían Espiral juntos para siempre, aunque eso conllevara que el Urien tuviera que volver a su Mundo cada cierto tiempo para no consumirse, y que Syria fuera despojada de su corona. Oru era uno de estos casos extraños que a veces tambien se dan en el Mundo Feérico. Él era un espíritu libre e inquieto, y jamás se conformó con su propia naturaleza de Urien. Quería ir más allá, así como aquellos que nos crearon en sueños. El arte, señores, el arte es creador de todo y simboliza el deseo de ir más allá.
Al fín, rumores de algunos testigos que reconocían haber visto a la pareja merodeando por los bosques a altas horas de la noche, llegaron a oídos del Rey el cual, en un acceso de rabia, asesinó a Oru justo en medio de una fastuosa cena, estrangulándole con sus propias manos. La Reina, conmocionada, se dirigió junto al cadaver de Oru y rompió a llorar.
El rey, al observar la aflicción desesperada de su mujer, se llenó de ira y, agarrando un cuchillo de la mesa, se lo clavó a ella en el corazón, matándola al instante, cayendo ésta encima de su amante. Sus últimas lágrimas mojaron la camisa del Urien fallecido.
A partir de aquel entonces, Tols se transformó: el rey se convirtió en un tirano, creando un ejército y subyugando a la población contraria a su figura, a sus hechos y a su filosofía. Y fue así como, antes de cerrarse el Portal, unos Lamat, aprovechando la gran excusa del derramamiento de sangre de un Feérico, entraron en Espiral y atacaron de improviso el pueblo. Estalló entonces la guerra, que se prolongó durante meses y, a causa de ello, Tols desapareció y todos los Lamat murieron. Todos...menos uno.

El bardo hizo otra pausa, para dar mayor gravedad a aquellas últimas palabras, habiendo sido pronunciadas con una pizca de terror en su timbre de voz.

- En estas tierras dónde ahora se alberga esa cabaña existe una leyenda que dice que aún un Lamat sigue vagando solitario por los bosques, condenado a no retornar nunca más al Mundo Feérico. En estos bosques, durante siglos, ha desaparecido mucha gente sin dejar huella. Quizá - el bardo hizo una pausa, para darle un tenebroso tono al final de la historia - quizá aún nos observa receloso tras unas ramas...cada vez que nos dirigimos a esta casa.

Todos los asistentes aplaudieron con fervor, agradeciendo al bardo que les hubiese transportado, durante unos minutos, a otras épocas ya olvidadas. Sin embargo, Yume permanecía en silencio con los ojos ligeramente rojizos. Parecía a punto de romper en llanto. Lúne la observaba con las cejas algo arqueadas y con una ténue sonrisa, mientras las lámparas volvían a ser encendidas. Aquella jovencita era muy sensible sintiéndolo todo siempre a flor de piel. Bajo su sorpresa, de repente sentía unas tremendas ganas de estrecharla contra sus brazos, de proteger su aparente fragilidad. Yume era como esa flor vigorosa que se curva por efecto de la poderosa lluvia con riesgo de romperse pero que, no obstante, después de la borrasca sus colores són más vivos, intensos y brillantes.
Al observar que Yume se colocaba sus pequeñas manos en la cara y se ponía a sollozar sin remedio, Lúne se levantó alarmado y se acercó a ella. Una vez a su vera, se colocó de cuclillas sin dejar de mirarla.

- Yume, vamos, sólo es una leyenda - dijo, con un dulce y amable murmullo.

- Lo sé...pero...pero esas cosas me...me...- el hecho de cubrirse la cara aún dificultaba más su habla la cual se veía recortada por la profunda tristeza expresada por aquella riada de lágrimas.

- No tienes por qué ocultar tu rostro. Eres demasiado bonita para ello - dijo, con un tono desenfadado y cortés- Enséñame tus lágrimas. Me gusta cuando lloras, pero más me gustas cuando sonríes - añadió, acariciándole las manos y apartándoselas de su rostro con calma.

-¡Buh! - la joven saltó encima de él justo cuando su mirada poblada de lágrimas se cruzaba con la suya. Lúne, al no esperárselo, profirió un pequeño salto hacia atrás y se le descompuso algo la cara con semejante susto. Entonces Yume empezó a reirse a carcajadas sin que todavía sus últimas lágrimas se hubieran terminado de deslizar por sus rosadas mejillas.

- ¡Oh! ¡Dijiste que te gusto! ¡Lo dijiste! ¡Jajaja! ¡Caíste!

-Tú siempre sacas todo de contexto, parece - contestó, algo molesto y turbado.

Sí, era como una vigorosa flor después de la tempestad... ¡Y tanto que brillaba!
Aquella sonrisa abierta y alegre era como si el río de sus lágrimas hubiera desembocado en el océano de sus joviales ojos azules, en el carmesí sedoso de sus labios, en sus cabellos mucho más puros que el oro. Resplandecía, y Lúne no pudo mirarla más que con un deseo que no conseguía definir con claridad, ese extraño antojo que sentimos justo antes de llegar el alba. No la vemos, pero la podemos sentir.

-¡Lúne! ¡Lúne! ¡Hagamos una locura! - la voz entusiasmada de la chica le despertó de sus ensoñaciones. Al mirarla de nuevo ésta se levantó de un salto y se acercó a él con rapidez hasta colocarse a un solo palmo de su rostro. La manera en qué mecía su cuerpo de lado a lado le recordaba a una niña ávida de travesuras.

- Espero que no se atreva a besarme, la veo capaz de cualquier cosa - pensaba Lyr, desviando su mirada con indiferencia, como intentando autoconvencerse que no se sentía nervioso ante la proximidad de Yume. Pero no era así.

-¡Noooo! No te voy a besar, pervertido - dijo Yume sacando la lengua y guiñándole un ojo.

¿Cómo diablos había podido leer sus pensamientos? Nunca hubiera imaginado que la intuición femenina estuviera tan perfeccionada. Mientras pensaba aquello esbozaba una molesta e inquieta mueca.

-Bueno, ya está bien. ¿Qué demonios quieres? - le preguntó el joven, simulando seguridad y enfado.

-¡Oh! ¡Se me olvidaba!, jeje...¿Ves a aquel hombre estirado que se dirige hacia la puerta?

Un hombre alto, vestido con una casaca verde y pantalones de vieja pana negros, se disponía ya a abandonar la casa, despidiéndose friamente con vagos ademanes producidos con la cabeza, con el pecho inflado y la mirada sobre todos los hombros.

-¿Qué tiene de especial, aparte de parecer un gallo de corral?

La joven, entonces, dirigió su sensual boca hacia la oreja izquierda de Lyres.

-Acabo de escuchar que le decía a alguien que la historia del bardo había sido ridícula y que él no temía a aquellas patrañas. ¿Y si...le damos un escarmiento?!

Aquellos susurros, con suavidad, penetraban en el interior de su oído, y sintió como todo su cuerpo se estremecía, como una cuerda de arpa tocada por el bardo. Su voz era deliciosa y musical, una melodía variable, llena de contrastes, pero siempre bella y armoniosa.

-¿¡Me estás escuchando, Lúne?! - lo miró enfadada, poniendo los brazos en jarras.

-Ehm, si - Lúne volvió en sí repentinamente - Pensaba que estás mal de la cabeza - dijo con una sonrisa.

-¡Oh, eres tan aburrido! - dijo haciendo con la mano un gesto de desprecio y cansancio - ¡Vámonos ya! - añadió con ansiedad al observar que aquel hombre acababa de abandonar la Cabaña.

Entonces, como ya era costumbre en ella, Yume agarró con fuerza la mano izquierda de Lúne y lo arrastró literalmente hacia la barra, rebuscó en una bolsita que llevaba colgando de la falda algo de dinero y, acto seguido, se dirigió al joven con una cara de niña adorable que ella sabía poner a la perfección, juntando ligeramente los labios.

- Cariño... ¿Tienes...dinero?

El chico la miró con cara de pocos amigos.

-¿Siempre obligas de esta manera a la gente para conseguir tus propósitos?

-¡Si! - respondió ella, dando un salto fruto de su elevado nerviosismo y de su impaciencia crónica - ¡Vamos, el tiempo apremia! ¡Paga ya!

-¿Cómo que paga ya? - murmuró el joven, soltando un pequeño suspiro. Sin embargo tuvo que ceder, no le quedaba otra. Sacó unas monedas de su jergón y pagó al viejo Melack - ¡Gracias por todo, viejo amigo!

Justo al decir aquello, Lúne fue nuevamente arrastrado por la jovenzuela en dirección hacia la puerta, mientras en la barra se escuchaba una risotada y la grave y melosa voz del viejo aún audible por encima de las sonoras conversaciones de los clientes de la Cabaña.

¡Volved pronto, parejita!

Una vez en el exterior, Yume se puso a otear con gran concentración la oscura arboleda que rodeaba el claro en dónde se situaba la cabaña. Tenía que divisar alguna luz ténue, mucho más ténue que las escasas lámparas encendidas colgando de los árboles, los cuales se alzaban a lo largo de los caminos. De repente, el rostro de la jovencita se iluminó de nuevo.

-¡Alguien se aleja por el camino del norte! ¡Vamos!

-Puedes soltarme ya, si quieres. No voy a escaparme.

Yume negó con la cabeza de manera muy seria y, sin añadir nada más, siguió llevándolo de la mano en contra de su voluntad. En poco tiempo ya estaban corriendo por el interior de un bosque escasamente iluminado por las lámparas situadas a la vera del camino y, al cabo de un rato, divisaron a aquel hombre que, con la cabeza muy erguida y aquel pecho inflado andaba con extremos aires de grandeza, antorcha en mano. Al observar tal actitud, Lúne empezó a pensar que no era tan mala idea escarmentar a aquel sujeto.
Yume ahogó una risita con la mano mientras seguía con la mirada a aquel hombe. Se dirigió entonces a Lúne, observándolo con unos ojos fríos y calculadores. ¡Cuántas expresiones faciales tenía! ¡Era un libro abierto!

- Tengo un plan. Verás...mi papel será el de jovencita en apuros, cosa que se me da muy bien.

-Cualquiera lo diría - dijo Lúne con sarcasmo.

-¡Oh, Lúne, déjame terminar! - protestó, molesta e imperativa - Yo me iré corriendo ante él gritando: ¡Socorro! ¡Ayuda! y desapareceré en el interior del otro lado del bosque, cortado por el camino, mientras tú - le señaló, tocándole el pecho con determinación - tú harás sonidos guturales y lanzarás piedras.

A sus órdenes - contestó Lyr, con ironía - El problema es saber si se acordará de tu cara. Recuerda que él también estaba en la Cabaña... ¿Sabes qué? - Lyr cambió rápidamente de expresión y sonrió maliciosamente - ¡Al carajo tu plan! - murmuró, mientras se ponía a mover con energía los matorrales tras los cuales se habían escondido.

-Que...¡¿Qué haces?! - masculló Yume, con unos ojos tan abiertos que parecía que le saldrían de las órbitas - ¡No!

Pero ya era demasiado tarde. El hombre se había girado hacia dónde se albergaban ellos con prontitud, adoptando una actitud defensiva.

-¿¡Quien anda ahí!? - gritó, con un tono de voz ligeramente asustado.

Al no obtener ninguna respuesta, el hombre siguió caminando pero ahora su andar se parecía más al de alguien que se siente amenazado. Andaba encorvado, observando ambos lados del bosque de forma contínua y ansiosa, con una mirada febril.

-Míralo, Yume, está acojonado - dijo sonriendo divertido el joven, señalando sin reparos al hombre con el dedo.

La joven no contestó. Aún estaba enojada con Lúne por el hecho de haberle estropeado el plan y restaba sentada con los brazos cruzados y mirando hacia el otro lado dónde el chico no estaba.

-A ver si te gusta esto a tí ahora - espetó el joven, con aquella sonrisa malvada que adoptaba desde que había conseguido boicotear el plan de Yume.

Y así, sin previo aviso, la agarró de la mano con un veloz movimiento, la levantó a la fuerza y se la llevó tras él, tirando con dureza de su brazo, dirigiéndose hacia otros matorrales situados más adelante.

- ¡Suéltame, idiota! ¡Suéltame, te he dicho! - gritaba Yume desesperada y airada, mientras intentaba hacer fuerza hacia el lado contrario, sin éxito - ¡Esto no se le hace a una jovencita inocente como yo!

Lyr estalló de risa.

-¡Pobrecita!

Lógicamente, con todo aquel ruido, el hombre se percató en seguida de la presencia de aquellos escandalosos jóvenes y, al hacerlo, volvió a adoptar aquella pose estrambótica y pomposa con la que pretendía recuperar su perdida dignidad, mientras de vez en cuando les echaba miradas de reojo sombrías y rápidas.
Y fue en aquel momento cuando la lluvia empezó a caer primero de forma pausada, y luego de forma torrencial. Lúne ya se había puesto a correr, emulando la actitud de antes de la chica, con su mano agarrada a la de ella. Ésta seguía forcejeando en vano. ¡Menuda fiera era aquella jovenzuela! Sin embargo, aquella chica, a pesar de todo, le encantaba...y aún más cuando dejaba de lado su actitud alegre, inocente y divertida y se enfadaba de aquella manera tan infantil.

Y ocurrió que, debio al cuantioso barro ya acumulado debido a la lluvia, Lúne resbaló súbitamente y cayó estrepitosamente sobre la hierba repleta de aquella viscosidad marrón. Yume por fín pudo soltarse, con la mano dolorida, y sin pensárselo dos veces aprovechó para tirarse encima de él y empezar a propinarle patadas y puñetazos en las costillas mientras el joven, que aún no se había repuesto de la sorpresa de verla en aquella actitud tan violenta, intentaba protegerse hecho un ovillo en el suelo con manos y piernas a modo de escudo. Cuando ya se hubo rehecho de aquella inesperada ofensiva, Lúne reaccionó y, levantándose con un ágil brinco, esquivó una patada que iba directa a su pecho, la agarró con crueldad por el abdomen destabilizándola al instante y haciéndola caer con un duro empujón. Una vez encima de ella la inutilizó con agilidad empujando sus manos las de Yume contra el suelo, y clavando sus rodillas en sus muslos, que aún se movían intentando revolverse. Pero ya no tenía escapatoria.

-¡Eres una salvaje, pequeña! -exclamó él, soltando unas carcajadas y guiñándole un ojo - Estoy convencido que me acabas de romper un par de costillas por lo menos - añadió con una voz calma y relajada, como si aquella reacción ya estuviera en sus planes, cosa que no era cierta, pero él tenía ese don de la elocuencia, aunque no fuera consciente de ello.

-¡Y tu eres un traidor, un grosero y un tonto! - contestó Yume sacándole la lengua con vehemencia pero ya asomando en la comisura de sus labios una leve sonrisa casi imperceptible.

-¿De veras? Te lo agradezco - replicó él con sorna, aguantando una sonrisa llena de cortesía - Ahora veremos como aguantas... ¡Esto!

Lúne la soltó y, antes que aquella escurridiza joven se revolvira, se dispuso a hacerle cosquillas por las axilas y las costillas. Yume se empezó a retorcer en el suelo y a llorar de risa.

-¡Jajajaja!, nooo por favor, para, ¡te lo ruego! ¡Para!, ¡Jajajaja! - la pobre Yume ya estaba totalmente embadurnada de barro de los pies a la cabeza - ¡A...Ahora verás! - finalmente, con gran esfuerzo, la joven consiguió librarse de él rodando con mucha velocidad hacia un lado, rebozándose aún más de barro. Acto seguido, se dió impulso con los codos y cayó encima de un Lúne que ya se estaba incorporando para volver a la carga. Cayó con todo su peso y empezó a hacerle cosquillas y ahora era él quien se revolvía desesperado por el barro sin poder parar de reir y de pedirle clemencia, rojo como un tomate.

Después de muchos forcejeos y de rodar por la hierba embarrada durante minutos bajo la incesante lluvia, ya irreconocibles y riendo a carcajada limpia, los dos se tiraron por una pendiente y terminaron rodando por ella gritando como dos posesos hasta que, al fín, chocaron con gran impacto contra el tronco de un gran árbol, contra un roble. Recuperados ya del tremendo golpe, se vieron de repente abrazados el uno sobre el otro y su expresión cambió radicalmente, tornándose turbados y serios, sus cabellos totalmente mojados por la lluvia. Él estaba encima de ella, y numerosas gotas caían de su afilada nariz y de sus cabellos negros, todas encima del rostro serio y tímido de Yume, la cual tenía las mejillas ya no rosadas, sinó intensamente rojas, como dos rubíes puestos al fuego. Él tampoco era una excepción, pero su rostro no era tan visible gracias a que daba la espalda a las lámparas del camino. La chica, en medio de aquella comprometedora y extraña situación, recordó algo muy importante, a tenor de la expresión de angustia que, de forma súbita, invadieron sus ojos.

-Lúne...- susurró, con una voz compulgida y quebrada por la emoción- mis padres y todos mis amigos me tenían preparada una fiesta de cumpleaños en mi casa y no fuí- unas lágrimas aparecieron en sus dos preciosas piedras, de sus dos lapizlásulis encendidas por la congoja- Soy tan ton...

-Sshht - Lúne le colocó, gentilmente, un dedo mojado sobre su pequeña boca - Feliz cumpleaños - susurró, sonriendo con caballerosidad y sensualidad.

Agarrándola desde arriba firmemente por la cintura, sus labios descendieron poco a poco sobre los suyos. Al observar aquello, el corazón de Yume se disparó, y sintió como todo su cuerpo se estremecía con violencia. Finalmente, aquel sentimiento se selló con un apasionado beso en los labios. Una vez sus bocas se encontraron, dejaron atrás todas las fronteras que parecían haberse abierto entre ellos durante muchos momentos y sus lenguas se encontraron, revolviéndose y jugando entre ellas, con pasión y un deseo totalmente encendido y desatado. Ambos gemían con ansiedad mientras sus bocas no dejaban de morrearse con rapidez. Lúne la empezó a besar tras una oreja y a darle pequeños mordisquitos en el cuello y los gemidos y risitas de Yume aumentaron mientras ella le acariciaba el pecho y los cabellos. Él, al mismo tiempo, le acariciaba los muslos, ascendiendo sus manos cada vez más arriba, sintiendo la piel caliente y palpitante de la joven. Sus respiraciones eran rápidas y entrecortadas, como si llevaran mucho tiempo anhelando aquello. La lluvia no cesaba y parecía purificar estos momentos que quedan para la eternidad.

* Urien: La raza Urien se la denomina la raza del Viaje Eterno. Són altos, de tez oscura, ojos ligeramente rasgados y con rasgos armónicos y bellos. Van vestidos con ropajes sencillos y cómodos, normalmente blancos. Es considerada la raza del Contínuo Conocimiento, pues gustan mucho de viajar y de recorrer largas distancias a través del Mundo Feérico sólo para añadir sabiduría a sus corazones tras cada aventura.

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