Tuesday, June 10, 2008

Capítulo 3. Monstruo

-¡Es la última vez que me reuno contigo, Lúne! - espetó una airada Velia - ¿Quien nos dice que esos malditos seres no nos han mentido? ¿Quien diablos nos dice que no han jugado con nosotros? ¡Nos prometiste sabiduría y secretos, y todo lo que hemos encontrado es a un par de pequeños seres traviesos que no paran de balbucear ambigüedades!

Velia era una jovencita con unos cabellos de color plateados, muy extraños en aquellas latitudes, unos cabellos que caían con absoluta libertad sobre su espalda, como si se trataran de ríos repletos de argenta corriendo hasta su destino: sus nalgas. Poseía unos ojos ligeramente anaranjados, lo que hacía que cuando una luz medianamente fuerte se posaba en su rostro le resplandecían profundamente rojos. Eso junto con la fiereza con la qué Velia solía mirar a la gente, a veces le daba un aire casi terrible, oscuro. Aún así, su rostro en conjunto era de una belleza más bien carismática, con una nariz ligeramente larga.

-Yo también estoy con Velia. No podemos seguir dando pasos en falso. Si seguimos así... - dijo Ernel - ¡Si nos encuentran hoy, nos expulsarán, Lúne!

Lúne propinó un fuerte puñetazo a un árbol cercano, de tal intensidad que se abrió una pequeña herida en la mano.

-¡Callaos los dos! ¡Ahora ya estáis metidos en esto! Y tú, Ernel - dijo, empujándolo con fuerza y agresividad - ¿No eres lo suficientemente hombre como para tener los cojones de luchar por tus creencias? Veo que no, sólo basta ver lo cobarde y autocomplaciente que eres - Lúne se alejó de ellos, dándoles la espalda y encogiéndose de hombros - ¿Sabeis qué? No os preocupéis, ahora mismo me dirigiré a la Residencia por mí mismo y alegaré que fuí a conjurar contra el colegio bajo el abrigo de la noche. Vosotros dos solamente tendréis que decir que me buscabais.

-¡Encantada lo haría Lúne, pues igualmente nos tienes engañados! ¡Todo lo que dices y crees son pamplinas! ¿De qué creencias hablas? Te dejaría en la estacada pero bien sabes que no quedaría excesivamente creíble a ojos del Rector, así que iremos contigo tanto si queremos como si no. ¿Verdad, Ernel?

-Por supuesto - dijo Ernel, olvidándose de la confusión producida por el enfado de su amigo - Debemos ser cautos.

Lúne escupió en el suelo y sin decir una palabra siguió hacia adelante, como si hubiera olvidado la presencia de los jóvenes que le seguían. Mientras tanto, Velia seguía refunfuñando por lo bajo pero lo suficientemente alto para que Lyres lo escuchara.

-¡Ya no estoy para esos juegos de niños, soy adulta! (...), ¿Sabes lo que es? ¡Un egoista e inmaduro! (...), Hace años que nos enseñaron en Historia del mundo feérico que jamás jugáramos con Ellos. Son mundos totalmente diferentes y se rigen por otras reglas (...), Lyres es un irresponsable y nosotros tontos por seguirle (...), No sé qué hacemos siendo sus amigos (...).

Ernel se limitaba a asentir y a disimular, echando miradas periódicas al suelo o bien al cielo. Gracias a las antorchas dispuestas con cuidado en varios árboles que de vez en cuando iluminaban el interior del bosque, podían guiarse por él, de lo contrario hubiera sido imposible encontrar el camino que llevaba a la residencia de estudiantes. El problema mayor no era la luz sinó algo mucho peor: los guardianes de Varmal que poblaban la fortaleza. A cada paso que daban solamente estaban pendientes del mínimo ruido que podían escuchar por temor a ser descubiertos. Continuas rachas de un gélido viento les golpeaban los rostros y pequeños cristales de hielo se incrustaban en sus pieles. En las zonas dónde las antorchas eran más escasas, observaban algo que les dejó sin aliento.

A lo lejos vieron unas luces azules flotando grácilmente, y moviéndose con un movimiento independiente del viento, temblando levemente. No eran luciérnagas, sin duda, las luciérnagas solamente aparecen en las noches cálidas de verano. Lúne andaba distraido entre las tinieblas, esperando impasible una reprimenda o un nuevo castigo. No le importaba en absoluto. Indagar sobre la verdad que se estaba ocultando en la fortaleza era más importante que todo ello, y eso requería pequeños sacrificios. Pensaba qué haría al llegar a la Residencia de Estudiantes. Se marcharía directamente a su celda, en dónde dormía con su amigo Ernel, y estaría toda la noche en vela, escribiendo y releyendo las copias que había hecho sobre unos libros que había hojeado en la Biblioteca de Varmal, unos libros que permanecían en el anonimato. Sonrió con seguridad, y deseó llegar a la calidez de la chimenea y a la gruta secreta de las palabras. Oyó el canto de un búho y el aullido casi imperceptible de los lobos en las montañas y valles que rodeaban la Fortaleza.
Mientras andaba cerró los ojos. Los ruidos nocturnos despertaban en él una especie de anhelo ancestral que no podía definir, a pesar que siempre intentaba plasmarlo por escrito: una armonía oscura, tenebrosa, que descansa sobre los miedos más profundos del ser humano. La belleza en lo desconocido, en lo que permanece eternamente velado, prohibido a las almas que no saben ver más allá.

Nada, no conseguía pensar en algo mejor y, sin duda, para él aquellas noches frías, silenciosas y ventosas eran como una canción que solo escuchaba su propia alma, regocijándose en ella misma. ¿Para qué servía escribirlo?

Empezó a nevar de nuevo mientras que a lo lejos empezaban a divisar la imponente Residencia que se alzaba como si de un gran Castillo se tratara. Era el edificio más apartado de toda la fortaleza y, no en vano, el mejor vigilado. Lúne, a pesar de serle indiferente el hecho que un guardián le detuviera en su marcha hacia el edificio, estaba extrañado sobre el hecho que en todo el camino no habían visto ni oído el menor rastro de un solo guardián de Varmal, lo cual era en efecto muy sorprendente. Por las noches solían estar apostados sobre los grandes árboles, vigilando por turnos, la mayoría en un radio de unas 2 millas alrededor de la Residencia. Oyó un grito, y esta vez no fue un buho ni el lejano aullido de un lobo.

Era el grito de una mujer.

Temiendo lo peor miró hacia atrás y al hacerlo se encontró con algo absolutamente estremecedor, como si de repente se hubiera introducido en una pesadilla. Vió a un ser deforme y monstruoso al lado de Velia, con las fauces abiertas y la cabeza de la muchacha metida en ella en toda su integridad. Solamente podía ver la melena de la chica saliendo de ella. Y seguían andando tranquilamente, como si nada pasara, pero los gritos de ella no cesaban, eran lamentos desgarradores. Lúne se quedó parado al instante, como plantado sobre el suelo y sus ojos se abrieron al máximo, como dos flores que de repente reciben la luz del Sol después de mucho tiempo. Pero en este caso, el Sol no existía, solamente una oscuridad latente, una imagen horrible que parecía provenir de su propio inconsciente.

La luz brillante de la locura le asediaba.

Pensando que todo aquello era producto de un día agotador, decidió darse la vuelta y seguir andando como si nada hubiera visto ni oido. Los lamentos que provenían de Velia parecían haberse silenciado. Sin embargo, al volver la vista hacia adelante observó algo que le dejó totalmente petrificado: la Residencia de estudiantes ya no estaba ante sus ojos, solamente una pequeña colina iluminada por la Luna, una colina huérfana de árboles. Por lo que él sabía, en la fortaleza ninguna colina se alzaba, pues de hecho estaban situados en un enorme valle. Supuso que se habían perdido, obviamente, y no resultaba nada halagüeño el hecho que era de noche y no sabía como encontrar el buen camino.
Se giró para comprobar la lógica sorpresa que también debía hacer mella en los rostros de sus amigos.

Y de nuevo, la pesadilla.

Ahora 2 monstruos totalmente deformes con el cuerpo repleto de sangre le seguían a una distancia pasmosamente cercana: a unos 3 metros de distancia. Lúne retrocedió hacia atrás: no llevaba armas encima, estaba indefenso ante aquellos seres inmundos. Posiblemente se hubieran comido a sus amigos y él lo hubiese ignorado. Ahora venían hacia él y seguramente querían completar el festín. ¿Era aquello obra de los Lamat? ¿Habían cambiado su rumbo a propósito para así darle caza con más facilidad, usando su magia oscura?

Uno de los monstruos abrió unas fauces que solamente contenían 5 dientes medio podridos. Sin apenas darle tiempo de reacción, el escuálido monstruo se abalanzó sobre él. Lyres lo esquivó tirándose al suelo, rodando, hacia la espesura negra del bosque. No, no se iría de allí, no huiría. Si de verdad se había comido a sus dos amigos, los vengaría aunque con ello pagara con la muerte. Agarró una estaca del suelo, desprendida de alguna rama o raíz, y, volviendo hacia el camino, les plantó cara, con el rostro abrumado por la cólera.

-¡Varmal!

Con ese grito se abalanzó contra el otro monstruo, que ahora se estaba acercando a él con unas garras en forma de garfio. Sorprendido, observó como con el primer golpe, aquel ser despreciable cayó de rodillas, y con un segundo golpe en la cabeza se desplomó en el suelo. El otro lo miró y decidió atacar con el doble de empuje. Pero Lyres tenía los ojos inyectados en sangre, la ira le había consumido la razón y, sin miramientos, empezó a golpearle de derecha a izquierda y de arriba a abajo, hasta que aquel cuerpo demacrado cayó al suelo bañado en sangre.

-Són...Eran, muy débiles. ¿Qué significa esto?_se dijo a sí mismo Lyres, intentando recobrar el aliento.

De repente, unas manos duras y firmes le empujaron desde atrás y lo apresaron por el pecho. Gritos, maldiciones. Se giró y observó como unos guardias le reducían en el suelo, con fuerza y, tras ellos, la gran Residencia se alzaba a tan sólo 50 metros de dónde ellos estaban. Pudo observar cómo algunos de ellos corrían hacia la Residencia y hacia otras direcciones, con mucha prisa.

-¡Maldito asesino!

-¡Está loco!

Le insultaban, le propinaban patadas y le escupían. ¡Pero si había matado a dos monstruos él sólo! ¡Dos monstruos que se habían comido a sus amigos! Uno de los guardianes le agarró del cuello, con la cara desencajada por una mezcla de sorpresa y cólera y le giró la cabeza hacia los cuerpos que restaban en el suelo.

-¡Mira lo que has hecho, tarado mental! ¡Míralo! ¡¡Miralo!!

Y allí en el suelo, no pudo creer lo que veía. Eran Ernel y Velia, parcialmente desfigurados por los golpes y yaciendo sobre un charco de sangre oscura. Estaban muertos. Tenía que ser una pesadilla.

Sí, lo tenía que ser.

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