Friday, November 7, 2008

La Desaparición de Ichiro. Capítulo 1: Desesperación

Sedas rojas,
cabellos azules
rodeando los árboles
esmeralda.

Nos enamoramos
bajo la Luz Menguante.

Sedas rojas,
cabellos azules.

Y fuera de esto
nada más
existió.

Bajo la Luz Menguante.

La muchedumbre aplaudió emocionada y se secó las lágrimas al escuchar como aquellos últimos acordes de la canción tradicional de Húgaldic y en verdad una de las canciones más conocidas por toda la raza de Amaru era interpretada por aquel quinteto de inspirados y talentosos músicos.

Rívon se había citado con Ichiro para ver a los famosos Bardos Intemporales que habían vuelto a Húgaldic después de una larga década. Casi todos los habitantes del pueblo se habían reunido en la zona más elevada de uno de aquellos imponentes y mágicos árboles que se erigían como guardianes y protectores del pueblo.
Ichiro aún no había llegado a la cita, como siempre, aunque le extrañaba que a un evento como aquel llegara tarde, a ella que tanto le agradaba la música. Posó su mirada sobre aquel recinto al aire libre bajo las numerosísimas estrellas y ante él aparecían enredaderas por doquier colgadas de las ramas y rodeadas por un aura plateada. Aquello significaba que las Yrissi se encontraban ahí presentes, aunque no las vieran, algo sin duda extraño e inaudito que le llenó de alegría y de una gran paz interior.

Si Ichiro estuviera allí con él...¡Cuánto lo deseaba! Pero su deseo era más una pregunta sin respuesta que una afirmación. Apretó su mano derecha y su imaginación le traicionó agarrando la mano izquierda imaginaria de la chica ausente. No, solamente deseaba su presencia por su gran amistad, estaba convencido. Pero...últimamente se la veía más distante que de costumbre, algo triste y meditabunda. Si sólo pudiera abrirle un resquicio de su corazón...despejaría todas aquellas inquietantes dudas.

-Estará dando vueltas por el Bosque de las Yrissi Seguro que dentro de nada ya estará de vuelta, con una corona de flores en los cabellos y sonriente, pensando en el concierto y corriendo desesperada para no llegar demasiado tarde - pensaba el joven, intentando no pensar más en el tema y en disfrutar de aquella música que le elevaba a los firmamentos y más allá.

Los Bardos Intemporales habían creado con magia esmeralda un ambiente propicio para su arte: unas flores de cerezo caían sin cesar sobre ellos mientras interpretaban, y una brisa con fragancias de hierba fresca y repleta de rocío acariciaban el rostro a todos los presentes. Y es que el Árbol del Este siempre había sido el más propicio para la música, el arte y los sentimientos más profundos e íntimos. Ahí el conocimiento era relegado a un segundo plano, y el instinto y lo velado aparecía sin ninguna frontera ni impedimento.

Lejos, hacia puertas
escondidas
llevaremos nuestros pasos
siempre inquietos.

A un lado los ritos
y al otro la aventura.
Hogar en nuestros corazones
y la rosa
de los mil horizontes.

Cerrojos
un beso en la mejilla
que suena a despedida.

No hay esperanza
sin la perdición
del Viajero.

Por eso
lejos, hacia el asombro
escondido
llevaremos nuestros pasos
siempre inquietos.

E inquieto también se sentía ya Rívon, sobretodo de ver como un hombre alto y fornido, vestido con ropas de gala negras y una capa gris, se había acercado a la madre de Ichiro y le había susurrado unas palabras, con el rostro triste y nervioso. Entonces, los padres de la chica se habían levantado y habían abandonado con presteza el recinto.

¿Le habría pasado algo a Ichiro?

De todas formas Rívon siempre se dejaba llevar por los pensamientos negativos, y aquel día había decidido hacer una excepción. Quizá simplemente Ichiro había cometido alguna de sus típicas travesuras en la aldea. Se apretó las rodillas con fuerza y trato de seguir disfrutando del concierto.

-Ella se lo pierde - se decía a sí mismo.

Pero entonces ocurrió algo inesperado sobre aquel escenario improvisado sobre las ramas y enredaderas entrecruzadas del árbol. El grupo interrumpió aquel triste y melancólico tema que estaban interpretando y uno de ellos, el vocalista, el cual se trataba de un gracioso y simpático hombre obeso con una voz cristalina muy cálida, se dirigió a su público con el rostro grave y secándose el sudor de su frente con una mano temblorosa.

-Un triste y desgraciado suceso nos obliga a cancelar nuestro concierto de hoy - hizo una pausa para tragar saliva, y prosiguió - Una niña del pueblo ha desaparecido. Su nombre es Ichiro. A partir de ahora todos, incluido nosotros, saldremos en su busca por los alrededores de Húgaldic.

La luz plateada que rodeaba en un aura las enredaderas y las flores desapareció al instante, y el aire se enrareció, se llenó de inquietud y de un lamento apagado. Jamás en Húgaldic había desaparecido nadie, pues la vida en la aldea siempre había sido feliz y pacífica. Pero posiblemente el Mundo estaba cambiando, para bien o para mal, mientras que aquello para Rívon había sonado como una amarga pesadilla, volcándole el corazón hacia abajo, dejando que la sangre de sus latidos se derramara sobre sus pies hasta que pareció que la vida le había abandonado.

-Ichiro...¿Cómo has podido...? - se decía, entre unas lágrimas que aún no se atrevían a manifestarse - Lo sabía...sabía que terminaría yéndose esa maldita inmadura, esa egoísta. Siempre, siempre ha mirado para ella misma, y nunca se ha interesado por la felicidad de los demás...

Sin embargo, aquellas palabras le sonaban a una rabia injustificada, pues en verdad en el fondo siempre la entendió, pese a sus enfados y a sus quejas que siempre tenía sobre ella.

Se levantó y, justo cuando una lágrima empezaba a resbalar sobre su mejilla izquierda, dió la espalda a todos los presentes y se dirigió a la pasarela para abandonar el lugar a toda prisa.

-Creía que yo le importaba, aunque fuera solo un poco...creía que yo era su amigo, y no me ha dicho nada. Absolutamente nada.

Mientras caminaba con la cabeza gacha sobre las pasarelas en espiral que bajaban y bajaban hacia tierra firme, unos pensamientos empezaron a aparecer en su mente sin que él quisiera invocarlos, pues así són los pensamientos, libres, aún en el Mundo Feérico.
Recordó la vez que se conocieron, ya tantos años atrás, aún cuando eran dos niños inconscientes y libres de toda preocupación y de la carga de la vida adulta. Él estaba agazapado sobre un mosaico, con el rostro rojo de ira, después de una riña con sus padres y sus hermanos por haberles alzado la voz y por haberse rebelado a sus órdenes y a los planes que en aquellos tiempos tenían para él. Ellos querían que él fuera Astrónomo, como toda su familia, pero se había negado a acudir a la Sala del árbol norte, en dónde se impartían las clases de aquella materia. No, él jamás quiso ser esto, él prefería la Historia, prefería ser libre de las opiniones de los demás.

Una niña risueña llegó a su lado, dando pequeños saltos, bailando de forma algo ridícula. Llevaba una corona de flores color púrpura enroscada en la cabeza. Se puso de cuclillas y lo miró con aquellos ojos melosos los cuales, para siempre, desde aquel día, le abrazarían el alma, aunque fuera ahora que lo entendiera, en aquellos momentos aciagos.

-¿Qué te ocurre? ¿Por qué estás tan enfadado?

La miró con sus enormes ojos negros, engarzados sobre un fondo lila, y le hizo un ademán lleno de desprecio con la mano, exhortándola a irse de allí.

-No es de tu incumbencia.

-Oh, entonces si no es de tu incumbencia. ¿Por qué te empeñas en mostrar tus problemas a todo el mundo, en público?

Aquella pregunta sorprendió al niño y, en verdad, no supo qué responder. Era una forma de hablar demasiado adulta y complicada para su edad.

-Déjame en paz. Yo hago lo que quiero.

La niña, sin dejar de sonreir en ningún momento, le agarró la mano con sus pequeños y firmes dedos.

-¿Por qué no te levantas? Olvídate de eso y acompáñame.

El niño se levantó sonrojado por el arrojo de aquella niña, y la siguió hasta llegar a un jardín que se encontraba cerca del Bosque del Mar Esmeralda. Allí había flores de infinidad de colores.

-Siéntate aquí y relájate. ¿Vale? ¡Ahora vengo! - y desapareció corriendo y riendo sobre quien sabe qué, su falda blanca ondeando al viento con movimientos ondulados y gráciles. Al cabo de unos pocos instantes aquella niña volvió dando saltos como si de un cervatillo se tratara y, ante la incredulidad y estupefacción de Rívon, le colocó una corona de flores carmesíes sobre su cabeza.

-¡Aquí tienes! ¡Mi nombre es Ichiro! ¡Espero volver a verte, y que seas feliz! - le dió un besito en la mejilla y se dirigió corriendo de nuevo tras la floresta mágica repleta de cristales. El niño sonreía ligeramente, y ya no se acordaba de por qué se había enfadado tanto.

-¡Yo...Yo me llamo Rívon! ¡Espero volver a verte yo tambien! - exclamó, sonrojado, justo antes que aquella desapareciera entre las ramas y los troncos luminosos del bosque. Quizá fue la primera vez que había deseado volver a ver a alguien, de verdad.

Ichiro se limitó a girar su rostro hacia él, y, mientras reía sonoramente, le despidió con un expresivo ademán, agitando los brazos y, luego de darse un golpe contra una rama, se llevó la mano en el azulado cuero cabelludo y desapareció.

Quizá no era el momento de recordar más el pasado. Ahora sólo valía actuar. Se dirigió pues, con una renovada esperanza y energía, hacia la casa de Ichiro.

Entró cómo siempre se entraba en todas las casas de Húgaldic: por el techo y, sin avisar de su presencia, se dirigió al pequeño salón oval en dónde, en una silla de madera finamente tallada con árboles, la madre de Ichiro permanecía sentada, llorando desesperadamente. El hermano y el padre de Ichiro intentaban consolarla con los rostros desencajados.

-No te preocupes, Siri, iremos a buscarla y la encontraremos bien pronto - decía el padre de Ichiro, acariciándole las mejillas mojadas y hundidas por la pena - Te lo prometo. Solamente debe estar enfadada, ya sabes como es. Es muy inquieta e inconformista, pero todos unidos la devolveremos a casa.

La madre no contestaba y simplemente se limitaba a murmurar el nombre de su hija, lo cual aún la desesperaba y la hundía más y más.

Entonces, Rívon apareció en el salón, ante la sorpresa de todos, extrañamente seguro de si mismo y decidido.

-Como ya sabeis, desde pequeño he sido un gran amigo de vuestra hija - hizo una leve reverencia, y se incorporó - Estoy decidido a arriesgar y a sacrificarlo todo para encontrarla. Con vuestro permiso o sin él.

La madre de Ichiro, recuperada de su sorpresa inicial, se enjuagó las lágrimas y se dirigió a él, abrazándole con efusividad y rompiendo a llorar de nuevo.

-Tu la conoces incluso mejor que nosotros, Rívon. Siempre lo he sabido. Nosotros a pesar de todo, jamás la entendimos. Soy culpable por no haber sido capaz de entrar en su corazón.

Rívon se separó de ella y, haciendo un esfuerzo por no emocionarse, apretó los puños e hizo un esfuerzo por conservar su seguridad y su confianza.

-Nada puede igualar el amor de una madre, de un padre y de un hermano - parpadeó y miró hacia una ventana que daba al lejano bosque de las Yrissi, lugar favorito de Ichiro, dónde pasaba muchas tardes - Ella os ama, igual que vosotros a ella. Pero reconozco que es verdad, aquí nunca nadie la entendió. Y yo...yo haré todo lo posible por intentar comprenderla de una vez por todas, y para que abra su corazón al igual que nosotros se lo abrimos a ella. ¿Entendido? - el joven no supo de dónde le habían venido aquellas palabras tan graves y penetrantes, pero algo profundo en su interior le exhortaba a hacerlo, algo ajeno a él.

-¡Iremos contigo, Rívon! - exclamó el hermano de Ichiro, acercándose al joven y dándole unas palmadas en el hombro - No puedes realizar esa búsqueda sólo. ¡Tenemos que mantenernos unidos!

Los padres de Ichiro asintieron y se dispusieron a vestirse con ropa de viaje para emprender la terrible búsqueda de su hija. Pero Rívon negó con la cabeza y fue a observar cómo las débiles luces del bosque de las hadas parpadeaban en la noche, débiles y de colores oscuros, apagados.

-Lo siento, pero debo emprender este viaje solo - se giró de nuevo hacia ellos, manteniendo un brazo en la cornisa y sonrió con tristeza - Adiós.

Saltó por la ventana cayendo sobre la calle empedrada que llevaba a las afueras de Húgaldic y, corriendo veloz como el fuerte viento que soplaba en aquellas altas horas de la noche, pronto se convirtió en una sombra más, murmurando para sus adentros, cantando con la voz quebrada pero a la vez repleta de coraje.

Y fuera de esto
nada más
existió.

Bajo la Luz Menguante.

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