Tuesday, July 22, 2008

Cuento de hadas. Ichiro. Capítulo 2.

El centro de aquella villa estaba ocupado por una extraña y gigantesca plaza cubierta de multitud de mosaicos de los más diversos colores y formas narrando todos ellos las historias y las leyendas de Húgaldic. Contaban las historias orales, transmitidas de generación en generación, que aquella villa había sido la primera construída por los Amaru. Se desconocía cómo y cuando se habían construido aquellos mosaicos que se conservaban en perfectas condiciones, pero lo que era cierto es que aquella zona de la aldea era la única construída sobre una pequeña cuenca de "Mar Esmeralda" en los cuales como ya vimos la magia era presente en una cantidad inimaginable.
Así pues, todos aquellos lisos y pequeños baldosines resplandecían con un aura ligeramente verdosa, y los dibujos que se hallaban pintados sobre ellas se movían lentamente, recreando las historias allí narradas como si se tratara de una película de animación que ahora conocemos a la perfección, en nuestro Mundo Ordinario. Por ejemplo, cómo se decía que los Amaru habían construido su pequeña y pacífica civilización gracias a la ayuda de las Yrissi, viviendo en los bosques mágicos de alrededor, los dibujos de éstas se movían gracilmente, insuflando de magia con sus danzas a los constructores de aquel curioso material granítico.

¿Cómo se sabía que, aparte de aquel aura esmeralda, aquella plaza embaldosada estaba construída sobre un pequeño lago "mágico"? Pues por algo muy evidente y a la vez visible ya sín tener que recurrir a las creencias: cuatro árboles gigantescos que alcanzaban los 100 metros de altura y los cuales cubrían con sus ramas y sus enormes copas todo el pueblo, estaban dispuestos en cada uno de los puntos cardinales de aquella plaza sobre pequeños estanques de agua verdosa, la misma que se hallaba en el bosque de las hadas sobre el qué Ichiro había sobrevolado minutos antes.
Tampoco nadie sabía por qué ni para qué razón aquellos árboles se habían alzado justo en las aguas mágicas, pero sí que había creencias sobre su posible simbología. Para los habitantes de Húgaldic, simbolizaba el recuerdo de las Yrissi, de la unión que tenía su raza con ellas, para que jamás se olvidara.

Y así, esta unión cubría todo el pueblo de este a oeste y de norte a sur.

Sin embargo, lo más curioso de todo era cómo entre los árboles colgaban unos puentes de aquel material parecido a la plata, que abundaba en aquella zona, para que los Amaru, en sus momentos de Ocio, pasearan sobre su pueblo, de árbol en árbol, en diferentes y múltiples niveles. Eran tan extensos y sus ramas en algunos puntos tan gruesas, que incluso se alzaban sobre ellas algunas pequeñas casas que servían tanto a pequeños como adultos para refugiarse y buscar la paz interior, para meditar, para jugar y, sobretodo, para buscar armonía y pasión mágica entre enamorados. Cada uno de los árboles era un mini-universo para cada uno de sus habitantes. Además, cada uno de aquellos árboles era diferente del otro, de otra raza, y desempeñaba diferentes funciones para cada uno de los Húgaldics, dependiendo del corazón y el alma de cada uno.

Pero ahora no nos detendremos en ellos, pues la grácil, delgada y menuda niña de largos cabellos azules y ojos color miel acababa de llegar a la plaza, corriendo y con una sonrisa dibujada en sus labios sonrosados.
De repente, la muchacha se detuvo en un solo movimiento y miró hacia arriba, hacia el Árbol del sur. Allí se encontraba un niño con unos ojos grandes y negros, rodeados por una pequeña circunsferencia púrpura. Los ojos eran el único rasgo distintivo entre los Amaru, pues incluso sus caras eran todas muy parecidas: rasgos suaves, nariz algo puntiaguda, ojos grandes y expresivos, cabellos azules y de baja estatura, siempre dependiendo de la edad.

- ¡Ichiro! Te estuve buscando toda la tarde, pero te esfumaste después de la Instrucción. ¿Dónde te habías metido? - el niño la miraba con el ceño fruncido, visiblemente molesto, mirándola desde el puente plateado más bajo del árbol, a unos 10 metros de altura, apoyado sobre una barandilla decorada con motivos de plantas y flores - ¡Siempre haces lo mismo! ¡No te puedes quedar quieta! ¿No recordabas que habías quedado conmigo en Úril antes de que el Sol empezara a esconderse?

Ichiro sonrió nerviosa y miró a ambos lados de la plaza, sus mejillas sonrojándose a un ritmo alarmante. Colocó, entonces, sus manos en los encajes de su falda amarilla, y, mientras el niño se cruzaba de brazos expectante, sin abandonar su rostro enfadado y reprobable, recogió la mirada más lastimosa que pudo encontrar en su repertorio de miradas lastimosas y la expresó en todo su esplendor.

-Rívon, me entristece no habernos podido ver más tiempo, pero si no aparezco en casa se van a preocupar - su voz, además, había cogido unos tintes infantiles bastante sospechosos para el observador u oyente experimentado. Su mirada se dirigió a los baldosines, simulando una expresión triste - Me sabe muy mal si te hice esperar. Tenía asuntos urgentes que atender.

El niño suspiró, mirando hacia el cielo ya de color malva debido al anochecer, conociendo de antemano la obra de teatro que había acabado de interpretar su amiga...¡Cómo si no la conociera! Desde los tres años la conocía, desde que había empezado su Instrucción. Era una especie de hermana pequeña para él y nada se le escapaba a su mirada crítica y escrupulosa. Entonces, esbozó una leve sonrisa, apoyando sus manos en ambas mejillas, a su vez recostando sus codos sobre la baranda. Su mirada se hizo neutra y dura.

-Ichiro, te recuerdo que mañana hay que entregar un trabajo sobre la sociedad de los Fyru. Que yo sepa no lo tienes ni empezado. Pero yo estoy bien tranquilo, lo terminé esta mañana, mientras seguramente dormías a pierna suelta.

Los ojos de la muchacha se abrieron de par en par, más aún de lo que lo estaban normalmente, dejando que la poca luz que aún restaba en el ambiente por el moribundo Sol que ya había desaparecido, coloreara de forma oscura y trémula su color ambar. Un brillo mezcla entre la ansiedad y la agitación cruzó su corazón. ¡Se había olvidado de aquello! Odiaba las clases de sociedad, pero si mañana no entregaba aquel trabajo...

Iba ya a replicar cuando el interlocutor, que había previsto su reacción, siguió hablando, sin pestañear una sóla vez.

-Si, Ichiro, sí, bienvenida al mundo de la responsabilidad. Pero no creas que con esa cara de circunstancias lograrás convencerme, te conozco desde hace demasiado tiempo para eso - Rívon se incorporó y saltó, volando gracias a la magia que rodeaba al Árbol, hacia el siguiente nivel, situado a 30 metros del suelo - Por tu desplante y por tus mentirijillas, mereces que me marche ya a casa. Ya te las apañarás con tu instructora, yo me lavo las manos.

Empezó a caminar hacia el puente más bajo de todos, el cual conectaba el árbol del sur con el del norte desde el cual podía dirigirse, con más facilidad, hacia su casa, situada en la zona norte de la aldea, limítrofe con el campo. Entonces Ichiro lanzó un gemido de súplica (sonaba como un Ñññññm!, difícil de transcribir) y, acto seguido, corrió hacia el árbol y se dirigió volando, sus cabellos azulados dibujando olas en el viento, hacia dónde él se hallaba, con gran velocidad. Al fín, se plantó ante él, despeinada, apoyándose en la baranda e impidiéndole el paso.

-Ya...ya sabes cómo soy, Rívon - dijo con voz dulce y afectada, mientras lo miraba con unos ojos extremadamente abiertos, que recordaban a una niña pequeña, los labios apretados - ¿Me perdonas? ¿Sí?

El muchacho lanzó otro suspiro, agitando ligeramente la cabeza, como si ya conociera aquella escena a la perfección. Pese a todo, jamás se había podido resistir a sus súplicas, pues sabía que realmente su actitud era arbitraria, no se daba cuenta de sus actos, y realmente lo sentía. Había vuelto a caer en su trampa...que débil era con las mujeres, aún cuando se trataba de la impertinente Ichiro.

-Deja de comportarte así delante mío, cómo si no te conociera de nada - mientras decía eso, le pellizcó una mejilla haciendo que ella frunciera algo el ceño, lo cual divirtió al joven - Venga va, basta de palabrería y vayamos a Úril antes que se haga muy tarde. Eres un caos andante.

Al oir aquello, Ichiro se regocijó, abriéndose su sonrisa como una delicada flor que da la bienvenida al Sol después de haber disfrutado de la vida de la lluvia, y le cogió de la mano con ternura. Él no pudo evitar, a pesar de todo, el devolverle la sonrisa añadiendo un rápido guiño con su ojo derecho y, así, ambos se dirigieron, de un sólo salto, al penúltimo nivel del Árbol del Sur, dónde se encontraba la casa de Úril, construida de forma natural a partir de las ramas y de la magia que brotaba del Árbol. Estaba edificada a partir de hojas muertas, de sabia, de ramas y de plantas parasitarias como el muérdago. Para nosotros sería algo prácticamente imposible de imaginar, pero para ellos era la Realidad, algo corriente. Justo cuando cruzaron el umbral, que era una puerta compuesta de enredaderas y ramas, después de andar unos metros sobre la plataforma, sintieron, como siempre al entrar en aquel lugar, una sensación de plenitud interior que les llenó el alma de calidez y de libertad.

Úril también era llamada "La Casa de la Sabiduría", pues allí los pensamientos volaban más deprisa que las hojas arrastradas por un fuente vendaval. Si se entraba con las manos juntas a la otra persona, los pensamientos y sentimientos de ambos se unían y, así, podían observar ambos la misma estancia, como mezcla de lo que veían sus ojos y sus mentes en solitario. Cada uno veía la estancia de diferente manera que el otro, dependiendo de sus ilusiones, deseos y sueños. Así se entenderá que aquel lugar fuera de Ensueño para alguien que viviera en Espiral o en el mundo Ordinario, pues estaba repleto de cosas que hacían más fácil el flujo conjunto de pensamientos y sentimientos. Por ejemplo, desde el punto de vista de Ichiro, en el centro de la estancia corría un pequeño riachuelo que desembocaba en una ventana por la cual caía el agua libremente; y desde el punto de visde de Rívon, brillaba una extraña luna sobre sus cabezas, entre las ramas que formaban un entramado sobre ellos mostrando un cielo ya nocturno, aunque aún el Sol irradiara su energía, brillando el astro sobre un lago. Toda la estancia desprendía paz, y se parecía a una gran cueva natural dentro de la cual una voz femenina, muy lejana, cantaba con voz clara y dulce, acompañada por un arpa. Así era el poder de la mágia de los árboles.

Ambos se dirigieron, una vez felices por el reencuentro de aquel constante río de sueños encadenados y conjuntos, hacia unas piedras que se hallaban al lado de una ventana que daba directamente hacia el Bosque de las Yrissi. A 90 metros de altura, el horizonte, bello, acompañado por los menguantes colores del ocaso y del perfume del muérdago que pisaban y les rodeaba con sus rojizos frutos, aparecía de forma homogenea, sobre grandes extensiones de floresta, de montañas y valles lejanos, agudizando de forma curiosa sus intelectos.

Rívon, por fín, sacó de su séquito, un pequeño libreto y una bonita pluma de fénix, junto al bote de tinta.

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