Tuesday, July 15, 2008

Cuento de hadas. Ichiro. Capítulo 1

Sobre el océano esmeralda (lo llamaremos así para hacernos una idea aproximada de lo que era, pues de hecho no tenía mucho en común con un Océano. Era más bién un líquido tan denso como el agua pero por encima del cual se podía andar en perfectas condiciones), justo habiendo acabado de entrar en una resplandeciente y rojiza floresta que despedía con sus ramas de cristales multicolores el Ocaso, se hallaba Ichiro, una niña de aspecto peculiar, como todos los seres que habitaban el Mundo Feérico. Tenía los cabellos color celeste ensortijados con una preciosa diadema de algún metal parecido a la plata pero con la diferencia que esta destilaba un aura extraña a su alrededor, de color blanquecino. Sus iris parecían pintados por un pintor extremadamente cuidadoso, de color ambar, de un ambar profundo y líquido, como si dentro de ellos estuviera encerrada una cantidad inabarcable de magia. Respecto a su forma física, era más bien menuda (1,50) y bastante delgada, aunque ya empezaban a asomar en el amanecer de la adolescencia sus primeras curvas en las caderas y unos pequeños pechos como dos jóvenes manzanas. Llevaba un vestido largo de una sola pieza, de color amarillo chillón. Iba descalza, como todos los de su raza.

La niña volvía silbando una alegre canción, los ojos semi-cerrados y contemplando como el cielo se iba tiñiendo de fuego tras las enormes montañas del Oeste. Venía del pueblo vecino habiendo ido a cambiar unos productos por otros, en concreto frutos a cambio de hortalizas. Así pues, llevaba una gran cesta de caña diseñada con bonitos dibujos de Druks y Kameidas.

Justo al entrar dentro del bosque, le entraron ganas de dejarse llevar, como cada vez que penetraba en él y el aire tibio del verano le acariciaba y mecía sus larguísimos cabellos azulados que le llegaban hasta la parte superior de sus muslos, y entonces pensó para si misma, dibujando una bonita sonrisa hacia los cristales de todos los tamaños y colores que se amontonaban indistintos sobre su cabeza, que quería volver a sentirse libre.

Los árboles de cristal crecían de forma natural en aquellos océanos esmeralda, pues eran las zonas dónde la magia se concentraba con más fuerza. El tronco, las ramas, las hojas y los frutos, todo era de cristal. Cada vez que dos cristales, fueran de la forma, tamaño o color que fueran, chocaban entre sí, una melodía preciosa era arrancada, cada una distinta, sin que nunca se repitiera ninguna. Aquellas melodías eran audibles inconscientemente desde muchos kilómetros a la redonda y mantenían la paz y la armonía entre razas y pueblos, pues, entre aquellas melodías, merodeaban las Yrissi, una raza de Hadas presente en todo el Mundo Feérico, que se encargaban con sus florecidos cantos, sus dulces palabras y sus bellas danzas, de mantener la naturaleza y todos los seres que habitaban con ella en una paz inquebrantable.

Éstas estaban siempre presentes en aquellas grandes florestas situadas en los océanos esmeralda, junto al cual estaba situado el pueblo de Ichiro.
¡Había tenido tanta suerte de tener tan cerca a las Yrissi! Desde pequeña siempre había ido, todas las noches, a jugar, a bailar y a cantar con ellas, y también a escuchar sus alegres palabras y sus risas, que llenaban de colorido los cristales del bosque aún de noche, haciendo que la Luna brillara aún con más intensidad. Éstas Hadas tenían la apariencia exacta de niñas de 8 años, midiendo casi todas alrededor de 1,30, todas poseyendo gran belleza y sin embargo muy distintas entre ellas: las había tímidas, orgullosas, charlatanas, traviesas, ruidosas, juguetonas, algunas otras quizá ligeramente hurañas; unas tenían el pelo corto y pelirrojo con ojos negros, solamente hasta los hombros, otras tenían pelo largo y negro con los ojos violeta, y todas las variantes que cualquiera se pueda imaginar. Pero todas tenían algo en común: su magia regeneradora.

Ichiro, entonces, soltó una risita, alzó los brazos con lentitud, cerró los ojos y notó como una luz que era una mezcla de todos los colores de los cristales penetraba en su pecho, como siempre cuando se dejaba embriagar con aquella experiencia que ella tenía la suerte de repetir a menudo. Notó como su cuerpo se levantaba como si de una simple pluma arrastrada por el viento se tratara, y empezó a volar, riendo a carcajadas, rozando a menudo con sus pies los cristales para hacer resonar distintas notas armónicas, profundas y graves unas, agudas y alegres otras, mientras se iluminaban a su paso, gracias al aura que ahora despedía, un aura color púrpura.

Las Hadas le saludaban a su paso, encaramadas sobre las ramas acristaladas, tumbadas algunas, otras persiguiéndose entre pequeños saltos de árbol en árbol, y otras simplemente hablando o contemplando el ocaso en silencio, recostadas sobre los troncos.

-¡Ichiro! ¡¿A la noche vienes verdad?! - le gritaban con aquellas melosas y graciosas voces acampanadas y musicales - ¡La Luna hace tiempo que ya salió!

-¡Claro que sí! ¡Hoy es Luna Llena! - contestó la chiquilla, dando vueltas sobre si misma, sin parar de reir, con los ojos cerrados, mientras seguía tocando levemente los cristales con la yema de sus dedos.

Antes de salir definitivamente del Bosque, para evitar lo que le había pasado las primeras veces que se había dejado embriagar libremente por aquella magia casi infinita (al salir de él, su vuelo se había interrumpido de repente y había caído estrepitosamente sobre la playa arenosa que besaba suavemente el Océano Esmeralda), descendió suavemente y, sobre aquellos mares verdes, caminó hasta superar el arenal y, sobre él, volver encauzar el camino de alta hierba, florecido permanentemente con una veintena de diferentes flores que solamente se podían hallar en el Mundo Feérico.
Y entonces por fín llegó a Húgaldic, una pequeña Aldea de calles perfectamente empedradas con piedras preciosas y las casas construídas con una especie de piedra granítica y rosada llamada Rúi. Era uno de los orgullos de la raza Amaru, a la cual pertenecía Ichiro.

En las callejuelas había una gran actividad, repleta de hombres y mujeres con aquellos característicos cabellos celestes, todos silbando, cantando e interpretando una gran variedad de instrumentos, la gran mayoría invisibles, tocados con la mente. Aquellos extraordinarios músicos gozaban de una gran estima por parte de sus habitantes, pues sumían a estos en una permanente alegría y les conservaba la energía durante todo el día, haciendo también que sus sueños fueran armónicos y bailaran con sus melodías, mientras dormían, quedándose estas en los recuerdos.
Respecto a su forma de tocar, aquello no era extraño en un pueblo como el Amaru, pues estos se caracterizaban con poder comunicarse mediante telepatía. De hecho, era esta una forma de comunicación común en el Mundo Feérico, y la mirada jugaba un papel esencial en sus vidas, haciendo que sus relaciones fueran más profundas y sinceras. Sin embargo, los feéricos solían hablar en viva voz, dejando solamente la telepatía para los sentimientos que no podían traducir con palabras (el habla y el poder de la palabra era muy respetado). Los músicos mentales combinaban esas dos formas de comunicación y solían entrelazarlas, jugando con ellas, a veces cantando con música telepática de fondo, y otras tocando música y cantando a través de la mente.

A ambos lados de las callejuelas había una gran cantidad de tiendas en dónde se vendían innumerables libros de todo tipo y artilugios mágicos que servían para llevar a cabo pequeños conjuros casi siempre referentes a la salud y al amor, sin dejar de lado el ocio. Últimamente entre los chiquillos se habían puesto de moda unas pequeñas bolitas voladoras de un metal plateado con aura, que se usaban para hacer carreras entre ellos, para luchar mediante toquecitos o simplemente para juntarlas entre ellas y hacerlas danzar formando todo tipo de figuras en el aire.

Sin embargo, Ichiro se contentaba con la Instrucción, con salir por las noches con sus amigas hadas y con probar nuevos artilugios que su padre conseguía cada semana en una de aquellas tiendas, apropiándoselo sin que él se diera cuenta. Pero su actividad favorita era leer. Le encantaba leer, y sobretodo, soñadora y extraña como ella era incluso para su raza, le había dado por leer leyendas sobre el Mundo Ordinario, leyendas que no gozaban de demasiada popularidad, precisamente. Historias de heroes y guerreros famosos.

Aquel oscuro y terrible mundo. ¿Cómo sería en realidad?

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