Thursday, October 1, 2009

Capítulo 9: El camino de Lúne

-¿No se suponía que volvíamos al Palacio? - se atrevió a preguntar Ichiro en un susurro, en medio de aquel sepulcral silencio que se había instalado alrededor de aquel roble gigantesco. El árbol se hallaba justo en el centro de aquel enorme jardín, corazón de Ciriol, y era tan alto que la copa desaparecía entre las bajas nubes amenazantes de lluvia que cubrían el valle, y tan ancho que solamente podían rodearlo por completo unas 20 personas adultas.
¿Cuántos años debía tener aquel árbol? Se preguntaba Ichiro. Y solamente de pensarlo le entraba un escalofrío que le recorría todo el cuerpo.

Elrick se limitó a mirarle a los ojos y hacerle un ademán con el dedo en la boca, para que guardara silencio, y siguió observando con aquella mirada desapasionada que le caracterizaba cómo los sacerdotes del Palacio se congregaban alrededor del árbol, dándose las manos y murmurando unos extraños versos. Lúne se hallaba al lado de la feérica con sus ojos entrecerrados y grisáceos clavados en aquellos individuos ataviados con togas blancas.

Al cabo de unos minutos de oraciones, justo en la base del tronco, una luz azulada dibujó el contorno de una gran compuerta de unos 3 metros de alto por 2 de ancho. Lentamente fue abriéndose hacia dentro e instantes después apareció desde la oscuridad un individuo con un aspecto sumamente extraño. Era menudo, encorvado e iba ataviado con unos harapos verdosos que le colgaban por todo el cuerpo pero, cuando uno se fijaba mejor, veía que no eran harapos, sinó grandes cantidades de musgo que parecían surgir de su propio ser. Llevaba un bastón para andar y su cara aparecía cubierta por una máscara de aquella extraña ave presente en los Almacenes de Ciriol.

El círculo de sacerdotes se abrió mientras aquel enigmático personaje iba avanzando lentamente hacia afuera, creando finalmente un círculo alrededor suyo e inclinando su cabeza ante su presencia. Todos menos Kerrion, el sumo sacerdote, que mantenía su mirada firme hacia la figura renqueante que ya se hallaba en el centro del círculo, sin pestañear.

-¿Dónde está el joven? - siseó con lentitud el extraño, con un tono de voz que recordaba a cuando una rama cruje.

Lúne se prometió a sí mismo que aquella sería la última concesión que les haría a los sacerdotes de Ciriol puesto que ya había puesto en demasiadas dificultades a Elrick y a Ichiro. Tenía que hacer un último sacrificio y luego, de vuelta a Firya...

-Soy yo, Lúne de Guibush - replicó, con tono orgulloso y altivo.

El individuo se acercó renqueante hacia dónde el joven se hallaba, ante la atenta mirada del copioso grupo de sacerdotes y de los 3 Viajeros. A medida que se iba acercando, un fuerte y desagradable olor a raíces podridas se impuso al resto de fragancias, hasta el punto que Lúne sintió como le entraban nauseas. Pero se sobrepuso a ello, una vez la menuda y encorvada figura enmascarada se hallaba justo ante él.

-Veo mejor que nadie y soy ciego. Y en tí veo un suspiro del Sén, en tí y en cada uno de nosotros - susurró, como si estuviera hablando desde un pasado muy remoto - Y los suspiros cambian a cada instante, aún cuando su esencia siempre queda intacta - alargó su mano hacia el pecho del joven sin llegar a tocarlo, y en el cuerpo del joven se produjo un escalofrío. El anciano se combó hacia atrás y alzó su cabeza enmascarada hacia el cielo ya poblado por algunas estrellas.
Empezó a emitir sonidos extraños y confusos. Lúne esbozó una sonrisa ante el descontento de los sacerdotes. ¿Por qué toda aquella comedia? Seguramente habría ingerido una droga y ahora trataba de entrar en trance a través de una mezcla entre el efecto del narcótico y la concentración. Aquello no tenía nada de mágico.

Aquello era otra cosa y tenía ganas de que se acabara pronto.

No soportaba estar ante aquel viejo lunático un segundo más, el cual empezaba a hacer extraños gestos con las manos y a murmurar palabras inconexas. Observó a Ichiro de reojo, la cual le miraba también a él con ojos tristes, quizá por el distanciamiento que se había producido entre ellos, desde lo de Hánuil...Tenía ganas de abrazarla, de llevársela a un lugar a salvo de todo, dónde poder llevar una vida excitante y repleta de aventuras, pero con un hogar sin guerra al que volver. ¿Y Yume? Él la había traicionado, después de haberle dado esperanzas, después de haberse acostado con ella aquella noche en Firya. Se sentía un miserable. Tenía ganas de estar sólo.

Quería tiempo para pensar. Quería buscar un camino suyo, solamente suyo. Tenía que volver y hablar con Nuán, cuanto antes. "Más allá de las montañas de Ilmaren se halla el secreto" había dicho Solfka. El libro de Nuán también dejaba entrever algo parecido, con leyendas de seres extraños en la región. Todo le sonaba a un cuento de hadas difícil de creer. ¿Por qué Nuán no había mencionado nada sobre aquello, desde que le conocía y, sobretodo, desde que habían tenido que huir de la Fortaleza?

-¡Lyr! ¿No has escuchado lo que te ha dicho el Señor del Bosque? - Kerrion, el sumo sacerdote, se hallaba ante él en vez de aquel pintoresco personaje de antes. Sin duda, sus pensamientos le habían abstraído durante unos minutos de la realidad que le rodeaba - ¿No has sentido nada?

-¿Qué se suponía que debía sentir? - preguntó Lúne, encogiéndose de hombros.

-El Señor ha dicho que no tienes nada especial y que, sin embargo, tienes un Sén de un color que él jamás había sentido. Él pensaba que ya no existían, que se habían extinguido siglos atrás - Lúne observó el tronco del gigantesco roble, y no advirtió nada anormal en él. La compuerta mágica había desaparecido - Jamás el Señor ha sido incapaz de entrar en la consciencia de un ser humano, y así ha sucedido hoy. Pero, como siempre, lo ha aceptado con total serenidad.

Era increíble. No había notado que aquel anciano se hubiera marchado. ¿Tan pensativo había estado?

-De alguna manera - prosiguió el sumo sacerdote - sí has entrado en trance, pues es evidente que no te acuerdas de sus palabras ni de su partida. Has estado en trance y solamente has podido observar tus pensamientos - asintió, resignado, ante la evidencia de no haber podido desentrañar el misterio del supuesto poder del joven, y se mesó su larga barba.

-¿A qué te refieres con el color de mi Sén? - preguntó el joven, irritado e impaciente.

-El Sén no puede explicarse - espetó Kerrion, con el rostro grave y retraído - Fluye en todo el Universo, y va más allá del concepto de Universo, pues este concepto es humano. Los seres humanos y los seres feéricos tenemos unos colores que fluyen en nuestro interior, dependiendo de la naturaleza de nuestra alma, que constituye un suspiro de Sén. Los hay más comunes, y los hay más extraños. Pero el tuyo solamente se ha observado contadas veces y, para que lo comprendas, tienes el mismo color de Sén que Féntar, el mítico hombre que inició el Retorno a Espiral. ¿Si eso tiene importancia? No estoy seguro. Poco sabemos aún al respecto. Lo que me extraña...es que el Señor no ha visto un poder especial en tu interior.

Lúne había estado escuchando aquello con gran excepticismo. Nunca había creído en supersticiones, en linajes especiales ni en poderes inexplicables. Ya no soportaba por más tiempo que estuvieran analizándole constantemente.

-Todo esto que me estás explicando - replicó, con un tono de voz sarcástico - no són más que creencias religiosas que me importan bien poco. Creía que habíamos venido para buscar consejo, no para que indagara en mi interior un pseudo-mago que vive aislado en el interior de un roble. Me importa un rábano de qué color es mi alma, con todo el respeto hacia vuestras creencias - sin duda, Solfka había tenido razón: "Yo ya cometí el error de no ser valiente y de no saber seguir mi camino. Me niego que esto suceda con vosotros". Sonrió, satisfecho, y miró a ambos lados del consejo, como si estuviera buscando a alguien - ¿No falta nadie en vuestro consejo? - se limitó a preguntar.

Los ojos del sumo-sacerdote brillaron con la luz oscura de la ira, por primera vez desde que lo había conocido. Unos susurros y cuchicheos se alzaron entre los sacerdotes. Kerrion se dirigió hacia el centro del círculo y con un ademán de sus manos, mandó que se impusiera el silencio.

-Mañana se celebrará el último consejo por la mañana, y por la tarde los Viajeros y Lúne volverán a Firya. El ritual ha concluído.

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Aquella noche iban a hospedarse en el mismo Palacio, en unos sencillos pero coquetos dormitorios con una gran balconada central que miraba al inmenso patio en dónde habían estado andando aquella misma mañana en dirección a la Torre. En realidad muchas de las dependencias que rodeaban a la Torre servían para la instrucción de los estudiantes de Ciriol, así que por los pasillos los niños y las niñas, vestidos todos con togas celestes (las del aprendizaje integral), no podían evitar mirarles con curiosidad y a veces tratar de entablar convesaciones chapurreando el Idioma Común. No estaban acostumbrados a recibir visitas, ni mucho menos.

Lúne se hallaba sentado ante el balcón, en una sencilla silla de mimbre, observando las suaves y armoniosas formas del techo del complejo circular, que recordaba a las olas del mar. Uno de los sacerdotes se había sentado en el puente y estaba tocando una triste tonada con una pequeña flauta rudimentaria, quizá tan pensativo como él, aunque seguramente con preocupaciones muy dispares ocupando sus mentes. La tonada empezaba de una forma suave, cadencial, como si se tratara de una melancólica nana. Pero poco a poco, la tonada iba creciendo en intensidad hasta llegar a un estribillo que era más un lamento que el suspiro fugaz de un recuerdo. Le dieron ganas de cantar, como cuando pertenecía al coro de su escuela, mucho antes de que su familia se trasladara a Fortaleza. Siempre le había gustado mucho cantar, pero...¿Cuando tendría tiempo para mirar por él mismo?

Escuchó unos pasos que se aproximaban a él y, en un momento, una presencia se hallaba junto a él, asomada al balcón y observando seguramente al improvisado flautista que había cercenado el silencio que antes reinaba en todo el recinto.

Era Hanuil, su cabellera rubia cayendo en bucles por su espalda.

-No ha parecido sorprenderte la decisión del Consejo - dijo el feérico, con un tono de voz distante impropio de él.

Lúne se mantuvo en silencio, aún molesto con la actitud que había tenido para con él aquella misma mañana. No recordaba haber hablado nunca seriamente con él antes de aquella pelea.

-Solfka, ¿Verdad? - prosiguió Hanuil, el cual ya se había sentado junto al joven humano en otra silla de mimbre, cruzando las piernas y con sus ojos azules observando el cielo nocturno - Es un hombre extraño. Yo también le conocí - se incorporó unos segundos, cogiendo algo que había a su lado. Se oyó como vertía un líquido dentro de dos recipientes: eran dos vasos de vino. Le ofreció uno a Lúne, ante su sorpresa - No suelo hacerlo - dijo, con una sonrisa amistosa el rubio - pero te pido perdón por haberte juzgado sin conocerte. Tomémonos un vino juntos bajo las estrellas.

-Gracias - espetó el humano, tomando el vaso de vino con delicadeza mientras seguía escuchando el melancólico trino de la flauta. Todas las estancias del Palacio estaban ya iluminadas con débiles y mágicas velas de color púrpura las cuales, a la vez, teñían tímidamente las oscuras losas del patio de aquel color. Unos lejanos grillos se alzaban como si fueran el coro del flautista - No tiene importancia. Al fín y el cabo, el mundo de los humanos está a punto de cambiar para siempre ya sea para bien, o para mal. Las pequeñas disputas suenan ridículas al lado de todo esto - dió un sorbo a la copa y sonrió, tímidamente - Y pronto nos separaremos, también. Tal y como me dijo Solfka, los Viajeros debéis ir a la Órden de Wail e infiltraros ahí, para tratar de descubrir al verdadero Jefe de la Orden. Yo en cambio, seré retenido en Firya, bajo protección. Una cárcel al aire libre, hablando en plata - añadió, con una sonrisa sarcástica.

-Ciriol nunca da consejos en vano, por eso cuando no pueden darlo, no lo dan. Y éste ha sido tu caso - el feérico removía el vino dentro de la copa, observándolo, mientras hablaba - Pero gracias a ellos ahora tenemos una hoja de ruta y sabemos cual puede ser el mejor camino. Más vale una vela en la oscuridad que nada. Y, sin duda, Wail está tramando algo muy gordo. Con la muerte de Agros, no terminó la gran invasión de los Lamat. Hay alguien que los está atrayendo, de eso estoy convencido.

-Quizá a la muerte de Agros alguien le sucedió - los ojos de Lúne relampaguearon - Y quisiera pensar que la facción de Varmal que luchó contra él, sigue su camino de forma clandestina. Pero...albergo pocas esperanzas.

-¿Y conoces cómo funciona esta facción? ¿Sus ideales y objetivos? - Hanuil le sondeó con su mirada azulada.

De repente se acordó de Melack, del tabernero que realmente había resultado ser un archimago que conocía desde el principio las oscuras intenciones de Agros. Éste había llamado a los Lamat, de eso no cabía duda, y también le había estado manipulando. Pero...¿Por qué? ¿De verdad si seguía los consejos de Solfka hallaría la respuesta? ¿Por qué les había confinado a todos en una Fortaleza? ¿Fue él también el autor de las matanzas que sucedieron alrededor de Espiral? ¿Y por qué Melack había atacado justo el mismo día de su investidura como miembro de Varmal? ¿Qué había pretendido con ello?

Se llevó las manos a la cabeza, confuso, y con ganas de olvidarlo todo. Bebió otro sorbo de vino.

-Se hacen llamar Varmal Verdadero, pero aparte de su oposición contra el abuso de poder de Agros, no sé nada más. Demasiadas preguntas y casi ninguna respuesta.

-Varmal Verdadero... - se quedó pensativo, el feérico - Nunca dejará de sorprenderme la facilidad que tenéis los humanos en dividiros. En el Mundo Feérico los únicos que estamos separados del resto, somos, precisamente, nosotros, los Viajeros - compuso una sonrisa irónica - Pero ya no me importa.

Lúne alzó una ceja, extrañado.

-Lo más lógico es que os vieran como Héroes. Hay que tener mucho valor para viajar a Espiral en estos tiempos - sentenció el humano, oteando la oscuridad con sus ojos grisaceos.

-¿Héroes? - preguntó, riendo, Hanuil - Este concepto no existe en el Mundo de las Hadas. Ni ningún otro de estos conceptos tan subjetivos que tenéis aquí. Mezclarse con humanos ahora, es sinónimo de debilidad y de decadencia. No es considerado "malo", pero prefieren apartarnos de los demás.

Lúne le miró fijamente, retirándose sus largos y oscuros cabellos de delante de su rostro. Hacía un poco de viento.

-Entonces, ¿Por qué os empeñais en abandonar vuestro Mundo, un lugar dónde no hay guerras ni decadencia, un lugar dónde la magia fluye por todos lados y los individuos són más libres y felices?

-Verás, Lúne - el feérico se levantó y volvió a asomarse, con rapidez, por el balcón, como si las palabras que iba a pronunciar necesitaran de esa acción - Cada uno de nosotros tenemos una razón diferente para convertirnos en Viajeros.
Yo no huyo de mi mundo. Lo amo y lo odio a partes iguales, pero no huyo de él - sus ojos brillaban con una extraña aura morada producida por las antorchas encendidas en los recintos de enfrente, al otro lado de la plaza - También creo que has leído demasiada literatura feérica pues, ni somos más libres ni más felices que cualquier ser humano. Desde que los portales están casi todos cerrados, nos estamos apagando y desvaneciendo, como una débil vela ante un viento huracanado de autocomplacencia. Nuestro deber, desde hace miles de años, siempre fue el mantener la armonía entre Espiral y el mundo Feérico, pues ambos se colapsan el uno sin el otro. Espiral necesita de nuestra magia y de nuestra armonía, y el mundo feérico necesita de vuestra fuerza y de vuestro afán de superación.

Lúne, que siempre había considerado que lo ideal hubiera sido nacer en el Mundo Feérico, no podía aceptar aquello que estaba oyendo.

-Pero si vosotros nos creasteis, es evidente pensar que no nos necesitáis para sobrevivir - el humano también se levantó y se situó al lado del feérico, esta vez fumándose su pipa. Hacía tanto tiempo que no fumaba en pipa...El humo exhalado desaparecía en el aire perfumado de Ciriol, como si fueran fantasmas huidizos - Vosotros nos enseñasteis todas las artes, las ciencias y la civilización. Somos nosotros los que os lo debemos todo. Y os lo hemos pagado con guerras, caos y sufrimiento - dijo, con un tono de voz ácido.

-Bebe más vino anda, me jode verte siempre abatido, Lúne - replicó el feérico, divertido, echándole más líquido rojizo a su copa - Hay que olvidar lo pasado, y construir el futuro a través del presente. Lo que hayan hecho los demás humanos con Espiral no debería ser de tu incumbencia. Tú tienes tus ideales. La pregunta es: ¿Los quieres llevar a la práctica, sean cuales sean?

Lúne se quedó callado ante aquella pregunta tan comprometida. ¿Cuáles eran sus ideales, su visión del Mundo? Siempre se había quejado de lo que le rodeaba, pero nunca había ideado una solución para todo ello, más allá de querer marcharse a vivir al mundo feérico algún día. Y aquello, sabía él, era imposible. Agarró su copa de vino y se la bebió entera, de un trago. El calor empezó a subir por su rostro, y la angustia comenzó a aminorar dentro de su corazón. Rió, con algo de tristeza.

-Tienes razón, siempre estoy deprimido, Hanuil - el feérico se apresuró en verterle más vino, con una sonrisa amistosa - Pienso demasiado, y aún no tengo claro qué es lo que debo hacer. Debo...dirigirme tras las montañas de Ilmaren. Eso es lo único que sé. Y nadie me detendrá. No dejaré que nadie se entrometa, esta vez no - el orgullo volvió a crecer dentro de él, junto con el estado de relajación y de euforia que le traía el leve efecto del vino.

-Entonces ya tienes un punto de partida. Ya sabes cual es el camino y lo que venga después dependerá de tí mismo. No busques más. Retén esa senda y encamínate por ella. Y no, no pienses más - Hanuil también apuró su copa de vino de un trago. Le dió unas cariñosas palmadas al hombro del humano - Además tienes a Ichiro. Las mujeres nos alegran el corazón y són capaces de elevarnos sobre cualquier obstáculo, aunque éste sea más alto que la torre más alta de los 3 mundos - alzó las cejas y le guiñó un ojo, lo cual hizo enrojecer levemente al humano - Por cierto, mañana tendría que intentar apurar mi tiempo con la marinera, antes de marcharme - sus ojos le chispearon, maliciosamente.

Marcharse...Pronto se separarían. Hasta aquel momento no había querido hablar con nadie acerca de sus sentimientos, pero en aquellos momentos se sentía ligero, tenía ganas de confensarle a alguien lo que le estaba matando por dentro.

-A Ichiro... - suspiró, con ambas manos apoyadas en sus mejillas y tratando de retener sus lágrimas - Dentro de poco no la volveré a ver. Y quizá sea para siempre.

-La amas, ¿Verdad? - Hanuil le abrazó por la espalda y le miró muy de cerca con una mirada enigmática, lo cual hizo que Lúne aún se sintiera más indefenso con sus sentimientos. Sin embargo, de repente, le habían entrado ganas de reir.

-Me resulta extraño, pues la conozco desde hace tan poco tiempo...Pero...sí, la amo...con locura.

-¡Jajajaja! - Hanuil le atrajó hacia él abrazándole aún con más fuerza y desordenándole los cabellos. Lúne, al principio algo sorprendido por aquella repentina reacción, también se echó a reir aún con su rostro ardiéndole mezcla del vino y de la vergüenza - ¡Hay que amar con locura, hay que enloquecer por el cuerpo de una mujer!

-Oh, y que lo digas. Tengo unas ganas de abrazarla, de besarla, de...¡Jaja, en serio Hanuil, no quiero que se marche! Y no puedo hacer nada...

-¡Claro que puedes, Lúne! - le agarró de los hombros y lo miró con esa seriedad sagrada de borracho a borracho - Si de verdad la amas, harás cualquier cosa para que no se marche. Prescinde de cualquier otra cosa. ¡Recuérdalo, Lúne! Tienes el camino y tu princesa. ¿Qué más necesitas?

-Solamente necesito que los pensamientos oscuros desaparezcan - replicó, con una sonrisa.

-Eso está hecho - vertió más vino en la copa del humano. Ya ni siquiera prestaban atención al flautista, el cual seguía tocando la misma y monótona melodía del principio. El feérico alzó la copa, seguido por Lyr - ¡Por los sueños y las bellas mujeres!

-¡Y por el Consejo ese de mierda, de sabios aburridos! ¡Se lo merecen, por aguantarnos!

Ambos se combaron hacia atrás, y se unieron en un coro de carcajadas.

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Un rayo de Sol cruzó la habitación consiguiendo cruzar el estrecho umbral de las dos cortinas blanquecinas que se movían con brusquedad, a causa de un viento bastante fuerte. En Ciriol los fuertes vientos eran muy comunes. Lúne abrió los ojos lentamente, sintiendo, con rapidez, un severo dolor de cabeza y un embotamiento que se le extendía por todo el rostro.

Tenía una resaca de 3.000 demonios.

Oía respirar compasadamente a alguien a su lado, con lo cual, alarmado, se giró bruscamente hacia su izquierda y sus peores temores se hicieron realidad.

Era Hanuil. El rubio feérico se hallaba durmiendo a pierna suelta boca arriba, con un hilo de saliva cayéndole de sus labios de piñón. A los pies de la cama se hallaban dos botellas de vino totalmente vacías y alrededor de la habitación podían verse los desperfectos causados por una borrachera nocturna entre dos jóvenes: una mesita de noche tirada en el suelo, unos papeles con muchos garabatos ininteligibles, un lápiz roto por la mitad y un vaso hecho añicos. ¿Qué diantres había ocurrido? ¡¿Habían enloquecido?! Intentó hacer memoria y recordó algunas cosas que prefería no contar a nadie.
Horrorizado, recordó que Hanuil le había enseñado a besar bien, justo cuando ya empezaban a ir muy ebrios y se dedicaban a hablar sobre mujeres y amores no correspondidos. ¡Se habían besado! Se limpió los labios con fuerza, asqueado, y compuso una mueca repleta de resignación y enfado. Debían haberlos oído todo el Palacio, pues también se acordaba que habían empezado a escribir y luego vociferar poemas y a cantar canciones picantes que se acordaban de sus distintos pueblos. El humano se sentó de espaldas al feérico, sobre la cama, y se puso las manos sobre la cabeza. Necesitaba beber agua con urgencia.

-Buenos días, cariñito mío.

Una mano pequeña y suave le acarició la espalda. Lyr sintió un escalofrío y, automáticamente, se levantó y se giró hacia él, indignado.

-¡Déjate de bromas, Hanuil! ¡¿Qué coño hicimos ayer?!

-Tengo un resacón que no me aguanto - contestó el feérico, masajeándose las sienes - Pues nada, terminamos gritando y cantando como dos adolescentes en celo. Hacía tiempo que no me emborrachaba de esta forma. Fue divertido - se encogió de hombros y se levantó de la cama. Estaba desnudo.

-Vístete al menos. ¿Ves para qué ha servido venir a Ciriol? - empezó a sonreir de forma irónica - Me ha servido para que 4 viejos me digan que no saben quien soy y para acostarme con un tío. Menuda maravilla.

-Joder, necesito un café. ¿Tú no, Lúne?

-Por supuesto. Aunque creía que los feéricos no bebíais de esto.

-La costumbre. He viajado tanto por Espiral y por Ordinario que terminé siendo adicto, y más con una resaca encima. Al menos espero que ahora sepas besar mejor... - se acercó a él y le acarició una mejilla. Lúne se echó hacia atrás y suspiró, dándose una palmada en la frente.

-Si, encima recuérdamelo. Ichiro durmiendo plácidamente en la habitación contigua, y yo besándome con un feérico. ¿Alguien da más?

Golpearon a la puerta, sonoramente. A Lúne casi se le salió el corazón del pecho. ¡Mierda! ¡No podían verles así! Él tan solo llevaba unos calzoncillos y su camisa para dormir, pero el feérico iba totalmente desnudo y se paseaba de un lado a otro de la habitación, como si nada. Tan sólo se puso unos calzoncillos que, por cierto, llevaban unos corazoncitos pintados, y abrió la puerta.

Era Elrick, con su expresión rocosa de siempre, con la única diferencia de unas ojeras que casi le llegaban al suelo.

-Os debería matar aquí mismo por no dejarme dormir en toda la noche - espetó, seco y con cara de pocos amigos - Pero hay prisa y debemos marcharnos en seguida. Nos vemos directamente en el Puerto, dentro de 1 hora.

Y se fue dando un sonoro portazo. Hanuil empezó a reirse a carcajada limpia.

-Y seguro que había venido a Ciriol para, como dice él, "encontrar la paz interior" - le imitó, con una voz grave - Y se encontró con dos borrachos ávidos de vida, de batallas y de amores.

-Oh sí, cuanta razón tienes - replicó Lyr, con sarcasmo, mientras se vestía con rapidez y trataba de peinar sus abundantes y oscuros cabellos delante de un espejo.

Cuando ya estuvieron vestidos y habían intentado arreglarse lo mejor que podían y habían hecho ya los hatillos con ropa y comida de viaje (las ojeras era lo único que no podía esconderse), abrieron la puerta y se internaron por los bonitos pasillos de las dependencias estudiantiles, decoradas todas con mosaicos que representaban los colores de cada una de las especialidades, representadas a su vez por animales. Por ejemplo, el color rojo estaba representado con un dragón rampante. A ambos lados del pasillo, se abrían unas puertas que posiblemente llevaban a las clases. En aquellos momentos, por suerte, los niños se encontraban dentro. Lúne suspiró, aliviado de que no les vieran así.
Sin embargo, justo cuando enfilaban las blancas escaleras de caracol que llevaban directamente a la plaza central, se oyó un sonoro ruído de una puerta abriéndose y unos pequeños y rápidos pasos dirigiéndose hacia ellos.
Se giraron para ver quien era, y Lúne, al comprobarlo, se quedó con la boca abierta.

Ante ellos se hallaba un resoplante Neru, el hijo de Solfka, con los ojos emocionados y sonriente.

-Eh...¡Hola! ¡Yo muy feliz ver a tú! - le tiró de la camisa verde y desgastada que se había puesto Lyr (se había negado ponerse de nuevo su toga de Varmal) - Yo querer despedir de tú. Padre mucho trabajo. Yo ver a tú por ventana y... - de repente, el niño no supo cómo decir lo que quería decir en un idioma extraño para él y unas lágrimas asomaron por sus ojos - Eh...Eh...¡Halet! Ynä mariolen íos. Firya hy Ynä, trus lomme - dijo aquello entre lágrimas. A Lyr le resultó comprensible solamente una palabra: "Ynä", usada por todas las órdenes de Espiral para referirse a los miembros de esta. Significaba "Hermanos". ¿Qué habría querido decir? - Yo...sentir mucho. Común lengua, yo ser malo aún. Eh...

Lúne se arrodilló en el suelo y le abrazó, atrayéndole hacia sí. También le vinieron ganas de llorar, pero por la repentina ternura que sentía por aquel niño. Le revolvió sus cabellos castaños y sonrió, pellizcándole la nariz con dulzura.

-Ynä...hermanos. ¿Verdad? ¡Halet!...¿Cuidado?

El niño asintió, con un brillo esperanzado en sus ojos húmedos.

-Hermanos Ciriol...no buenos - se limitó a afirmar el niño, en voz baja y mirando hacia todos los lados, como si en cualquier momento pudieran descubrirle - Firya y Ciriol...

-Claro, Firya pertenece a Ciriol.

-¡Sí! - el niño volvió a recuperar la sonrisa, al observar que Lúne trataba de comprender lo que había dicho en su idioma - Yo...regalo padre y...de yo...para tú, para...Ichiro, también. ¿Dónde, ella?

Como si la hubiera invocado con sus palabras, Ichiro apareció al fondo del pasillo caminando enérgicamente hacia ellos y con el rostro cansado y serio. Sus ojos de color miel estaban entrecerrados y se notaba que tampoco había dormido bien. Incluso parecía haberse puesto lo primero que había cogido de su hatillo, sin pensar: una falda larga de color granate y una camisa larga y grisácea junto con unas sandalias también grises. No iba bien vestida pero, aún así, el corazón de Lúne se aceleró: estaba preciosa y, se notaba, enfadada con él. Pasó junto a ellos sin decirles nada, sus cabellos azules casi rozándole y una dulce fragancia de flores la seguía como si ella misma fuera una de ellas. Parecía no haber advertido a Neru, el cual se hallaba de espaldas a ella. Pero él sí advirtió a la feérica, al instante, justo cuando pasó por su lado.

-¡Ichiro! - gritó, con un agudo tono de voz - ¡Por favor!

La feérica se detuvo y se giró, mirándole al principio con ojos extrañados. Pero en un instante lo reconoció y su semblante pareció cambiar por completo. Sonrió, totalmente sorprendida, y corrió hacia él, abrazándole.

-¡Neru! ¡Me alegro mucho de verte! ¿Qué haces aquí? - le miró, también revolviéndole el pelo con cariño. Sin embargo, en ningún momento se giró para mirar ni a Hanuil ni a Lúne.

-Yo...despedir y triste...regalo para tú, para Lúne... - miró a ambos, sin entender por qué parecía que ahora no se conocían de nada. No sabía cómo decir en aquel idioma si se habían peleado o qué sucedía entre ellos para que parecieran dos extraños. Le vino una frase a la cabeza, pero no sabía si sería la apropiada. Después de pensarlo un rato, les miró de nuevo - Lúne, Ichiro...¿Ya no amor?

-Oh, no te preocupes Neru - dijo Lyr, rascándose la cabeza y evitando hablar de aquellas cosas con el niño - Estamos bien.

Ichiro miraba hacia el suelo, sin saber qué decir.

-¡No, mentira! - gritó el niño, visiblemente enfadado - ¡Lyr, Ichiro...amor!

Agarró la mano de Lyr y la de Ichiro, y, con una fuerza que no se habrían imaginado de un niño, las unió en un sólo instante. Ambos se quedaron de piedra. No sabían cómo reaccionar. De hecho...¿Por qué se habían peleado, realmente? Se miraron durante unos instantes, avergonzados, y apartaron las miradas para observar al niño que, de pronto, había empezado a revolver dentro de sus bolsillos. Finalmente, sacó dos pequeñas estatuas de arcilla. Una estaba hecha con una fineza asombrosa: representaba a dos amantes abrazados y mirando a lo lejos, sonriendo, con las palmas de sus manos sobre la frente. La otra seguramente estaba hecha por K'nol: se trataba de un monstruo alado hecho de forma muy irregular y, sobre él, se hallaban dos individuos abrazados y un niño montado sobre ellos. Todos sonrientes. Estaba mal hecho, pero tenía mucha gracia.

-Primera estatua: Ichiro, Lúne...esperanza, sueño, juntos; segunda estatua... - se puso a reir sin poder terminar aquella frase, con una risa contagiosa que hizo sonreir al humano y a la feérica.

Al fondo, un hombre vestido con una túnica roja empezó a llamarlo a gritos, muy enfadado, en su lengua. Seguramente le estaba diciendo que tenía que volver a clase cuanto antes. Neru le contestó, con un tono de voz entre aburrido y harto.

-¡Volver a ver! ¿Sí? ¡Yo visitar Firya! ¡Ir mucho!

-Claro que sí, Neru, nos volveremos a ver - respondieron ambos, al unísono, como si se hubieran puesto de acuerdo. Se miraron de nuevo, y se echaron a reir, rompiendo el hielo que había estado creciendo, sin saberlo, entre ellos.

El niño volvió a clase corriendo, despidiéndose de ellos con grandes ademanes con las manos y feliz por haber conseguido verles de nuevo.

Lúne e Ichiro, sin querer, se encontraron abrazados el uno al otro, viendo como se alejaba el hijo de Solfka. Se miraron y sonrieron, tímidamente. Hanuil lo miraba todo arramblado a la pared, como un espectador que está viendo una película romántica, también con una sonrisa en la boca, algo más burlesca.

Sin decirse nada, el humano y la feérica se besaron, sonriendo, tremendamente felices y aliviados.

-¡Bravo! ¡Bravísimo! ¡Aprendiste bien de mis clases de beso! - aplaudió Hanuil, desde la pared.

-¿Cómo? - la feérica no podía creer lo que le estaba diciendo Hanuil. ¿Clases de beso?

-Déjalo - replicó Lyr, asesinando con su mirada al feérico - Es la resaca.

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Me solía contar mi madre que, justo en el momento que nací, un rayo cayó por la chimenea de casa y luego salió por ella, con forma de bola de fuego. El trueno nos dejó momentáneamente sordos, a todos. En vez de ponerme a llorar, me quedé callado, mientras mi padre corría en busca de agua para apagar el fuego. Siempre pensé que, desde el principio, el Mundo no quería que yo naciera y así, envió un rayo para hacerme desaparecer. Esto permaneció en mi subconsciente durante mucho tiempo.

Crecí en un pequeño pueblo montañoso, siendo un niño distante y callado. Los otros niños me observaban con rabia, puesto que yo siempre les miraba con desprecio. Y la verdad, no me importaba. Me quedaba largas tardes en casa leyendo libros sobre el mundo feérico, observando a mi padre pintar y escuchando historias sobre hadas que me contaba mi abuelo, junto al fuego. Aún recuerdo que por las noches me encantaba quedarme media hora tumbado en la cama, imaginándome como un trobador de un reino de hadas, o también como un guerrero legendario que combatía a los Lamat.

De cada vez estaba más y más alejado de mi propio mundo. Empecé a volverme de cada vez más huraño y soberbio, y, ya en mi adolescencia, buscaba sin cesar libros dónde se narraran historias de viajes al Mundo Feérico. Empecé a obsesionarme con ello y a pensar que realmente había nacido en el sitio equivocado. Incluso dejé de hablarme con mis padres y con mis abuelos. Dejé de hablarme con todos y mi desconfianza era ya tan grande, que me negaba incluso a ir a la Escuela. Cada día que pasaba sabía que tenía que irme lejos, que aquel era mi destino, pero no sabía dónde y me asustaba pensar en la soledad, en un mundo dónde tendría que forjar mi propia identidad. Dos sentimientos encontrados que me herían hasta lo más profundo de mi corazón. Mis padres, desesperados por mi comportamiento y viendo que no había mejoría, decidieron dejarlo todo atrás y cambiarnos de casa hacia los dominios de la orden de Varmal, hacia una ciudad llamada Surä. Además, mis padres creían que allí tendrían más trabajo que en un pueblo solitario de las montañas.

Y fue un acierto.

Aún recuerdo como si fuera ayer, mi primer día en una de las Escuelas de Varmal. Entré con cara de pocos amigos, esperándome, como siempre, una fría bienvenida por parte de mis compañeros y de los profesores. Me senté en una mesa al final del todo y me crucé de brazos, totalmente apático, hasta que me llegó el turno de presentarme ante todos ellos. El profesor al instante me preguntó qué quería ser y hacer con mi vida, y, sin vacilar, le contesté: "Quiero ser un duende". Me acuerdo aún de las carcajadas de mis compañeros y de la sonrisa divertida de aquel profesor. Todos creyeron que había gastado una broma y aplaudieron mi supuesta ocurrencia y fue allí cuando sentí que por fín había encontrado mi lugar. Me sentí en paz conmigo mismo y, al cabo de unos meses, ya había hecho unos cuantos amigos con los que inventaba historias y cantaba antiguas canciones que aparecían en libros de leyendas. ¡Nos inventábamos el ritmo y las melodías!

Empecé a especializarme en canto y en leyendas del mundo feérico. Mis padres estaban alegres al verme tan concentrado en mis tareas y mi abuelo, el cual murió al año siguiente, se sentaba muchas veces a escucharme cantar aquellas canciones que había inventado con mis amigos. Aún albergaba muchas dudas y miedos en mi interior, pero tenía la certeza de que, si seguía progresando en mis estudios, algún día conseguiría cortar las marañas que me impedían saber dónde empezaba mi propio camino.

Y entonces sucedió, como una maldición.

Los Lamat atacaron la ciudad como una jauría de perros hambrientos. A pesar de todo tuvimos suerte, pues nuestra casa estaba situada en las afueras y los guardias tuvieron tiempo de evacuarnos y de indicarnos hacia dónde teníamos que encaminarnos para estar a salvo. ¿Pero mis amigos? ¿La vida que había empezado a forjar por mí mismo? ¿Dónde evacuarían todo esto? Los perdí para siempre, seguramente muertos mientras dormían. No sentí miedo en ningún momento. Lo único que sentí fue resignación y rabia. Dentro de mi ser quería convertirme en un soldado, en un maestro de la espada, para matar a aquellos Lamat que habían arrebatado mi vida.

En Fortaleza mi vida volvió a dar un brusco cambio. Empecé a tener ideas revolucionarias, a investigar quienes eran realmente los Lamat y sus oscuros motivos. Empecé a interesarme por la historia de Espiral, desde las primeras Órdenes, pasando por el retorno de Fentar y terminando en todas las acusaciones que pesaban sobre Varmal respecto a sus costumbres relajadas y a sus supuestas prácticas de magia negra. Estudié todas las Órdenes, sus prácticas y toda su historia. Me obsesioné en conocer la verdad de aquel misterioso ataque que me había arrebatado mis amigos y mis sueños. Me pasaba horas y horas yendo de la biblioteca al campo de entrenamiento, en dónde me preparaba para ser soldado y volví a desconfiar de cualquier persona que se me acercaba a mi lado. Empecé a frecuentar la Cabaña del Vigía y a emborracharme con parroquianos que tenían ideas parecidas a las mías, acusando al resto de órdenes por alejarse del Mundo Feérico por el afán de poder.

Y entonces Agros me atrajo hacia él y obró un conjuro para tenerme atado a sus designios.

¿Y cuales eran sus posibles intenciones?

Aún siguen los Lamat pululando por Espiral y él ya está muerto. Tiene que haber mucha más gente implicada. ¿La completa destrucción de las órdenes para volver a organizar a la humanidad de una forma más armoniosa? No, aquello era demasiado retorcido. Miles y miles de vidas perdidas no podían justificar aquella meta.

La muerte de mis dos mejores amigos de Fortaleza, saber que yo les asesiné por culpa de Agros. Eso aún pesa en mi consciencia. Eso hizo que mi vida se hiciera añicos y que, hasta ahora, haya estado caminando a ciegas, apático, como si tuviera que expiar todos mis pecados con mi muerte, sin que ésta me importara. Siempre les recordaré, y siempre querré pensar que, finalmente, solamente fue un espejismo y aún siguen vivos en algún lugar de este Mundo.

Ahora escribo estas lineas dirigiéndome a Firya en barco y, acordándome de mi pasado, ahora sé que, en contra de lo que he estado pensando últimamente, de cada vez estoy más y más cerca de mi propio camino. Es tortuoso, oscuro y a veces solitario, pero tengo el valor y el coraje de afrontarlo. Porque ahora sí sé cual es mi ideal, y sé por quien quiero luchar. Por mis padres, que quizá aún estén vivos en alguna parte, por Nuán, Yume, Anie, por los Viajeros y por Ichiro, que se halla junto a mí, durmiendo con una sonrisa en los labios. El amor te hace ver la vida de otra forma. Aprendes a sonreir con más facilidad. A abrir tu corazón y a desterrar la desconfianza y el temor.

¿He engañado a Yume? Sí, y creo que jamás podré perdonarme por ello. Pero...¿Tenía otra elección?

Ya no pienso en aquel rayo, no pienso en seguir huyendo de este Mundo. Aún creo que necesito visitar de nuevo el País de las Hadas, tal y como hice aquella vez en Fortaleza. Mantengo ese sueño de fantasía, repleto de magia, que no ha hecho más que crecer a medida que trato de reconciliarme con mi propio Mundo. Esté dónde esté, el camino empieza a serme revelado.

Lyr de Guibrush.
Barco Ciriol-Firya.

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