Tuesday, October 13, 2009

Capítulo 10: Un silencioso amanecer

-¡Anie!

La joven, que se hallaba arrebatada contra la pared y golpeando con impaciencia el suelo con uno de sus zapatos de charol, se giró reconociendo de inmediato la voz que la llamaba. Suspiró, repleta de paciencia y observándola de arriba a abajo con sus ojos rasgados.

Yume volvía a hacérsele tarde y la haría llegar tarde a clase también a ella. Tardaba siempre lo indecible para vestirse y arreglarse, al contrario de Anie, la cual se contentaba con mojarse el pelo con rapidez, peinarse sus cortos cabellos castaños por encima y vestirse con lo primero que encontraba en su nuevo armario de la Residencia. Llevaba puestos unos pantalones anchos y negros y un jersei a rayas de color azul y negro.

Yume, al contrario, era el contraste perfecto. Salió de la Residencia vestida a la última moda de Firya (ya se había encargado el día anterior de ir de compras y había sido un infierno para Anie). Ahora llevaba sus bonitos y dorados cabellos trenzados que le llegaban hasta la mitad de su espalda. Llevaba puesta una pintoresca falda de colores que parecía estar hecha de trapos superpuestos, unas calzas blancas acompañadas con zapatos de charol rojos y una blusa también roja decorada con flores blancas alrededor de sus torneados pechos.

Sus ojos azulados volvían a ser aquellos que había conocido Anie antes de toda la tragedia: vivos, inquietos y cálidos. Anie sonrió al verla tan animada.

Aunque no era para menos.

Lúne había vuelto de Ciriol y aquel mismo día iba a incorporarse a las clases, que ya hacía varios días habían empezado. Sin duda, se la veía muy bella y radiante, sus mejillas ligeramente sonrojadas.

-¿Lista para un nuevo día? - preguntó Yume, después de darle a su amiga dos enérgicos besos en las mejillas - ¡Arg! ¡Estoy histérica! - la agarró del brazo, con fuerza - ¡Anie! ¡Que hoy vuelve ÉL!

-¡Oye! ¡A mí no me metas en tus líos! Ya sé que estás emocionada por la vuelta de tu principito, pero por las mañanas nada de gritos ni de gestos de niñita enamorada.

-Jo... - Yume apretó el paso para ponerse a la altura de Anie, andando por una de las estrechas y animadas callejuelas de Firya y dirigiéndose hacia la enorme universidad de la ciudad - ¡No me digas que no te lo pasas en grande ahí! ¡Seguro que ya hay alguien que te gusta! - dicho aquello se puso a dar saltitos. Su amiga no tardó en fijarse que la mitad de los chicos que pasaban a su lado se fijaban en ella y se hablaban en susurros, mientras reían.

Anie resopló nuevamente y esbozó una sonrisa, mirándola de soslayo: volvía a ser la Yume plasta de siempre y la que se ponía a bailar y a hacerse notar por todo dónde iban.

-Acabamos de empezar. Estoy más preocupada por los estudios, sinceramente - se encogió de hombros - Hay que ponerse al día con los demás, pues nos llevan un mes de ventaja. Llevo también mucho tiempo sin tocar el cello. Ya habrá tiempo para... - puso los ojos en blanco - esas cosas.

Anie nunca había tenido éxito con los chicos, aunque Yume siempre le insistía que si se arreglaba más y se cuidaba su aspecto, los tendría a todos a sus pies con un simple chasquido de dedos. Pero aquello poco le importaba. No es que no le gustaran los chicos, al contrario. Pero todos le parecían estúpidos y simples como cazuelas vacías. Su amiga era muy diferente. A los pocos días ya se habían metido en el bolsillo a todos los jóvenes de la clase y a algunas chicas. Otras la evitaban siempre, celosas de su popularidad. Pero aquello aún parecía divertirla más.

-¿Cómo me ves, Anie? - preguntó Yume, con rostro preocupado.

-Arrebatadora - replicó ella, con voz seca - No te preocupes tanto, anda.

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Después de cercionarse qué clase habían asignado a Lúne, Yume entró en el aula con el corazón en un puño. ¡Solamente 4 horas le separaban de su reencuentro con él!
La última clase era la de Historia de Espiral, su asignatura más odiada después de Cálculo. Se la pasó mirando por la ventana la bella estampa que ofrecía Firya desde la colina dónde estaba ubicado el complejo universitario. Una caótica disposición de casas con los techos de color rojizo se extendía hasta llegar al mar. Sobre las colinas, unos bosquecillos brillaban con la ténue luz del Sol de principios de Invierno. Allá abajo, en el centro de la ciudad, se estaba celebrando el Mercado, repleto de vendedoras y vendedores que ofrecían sus productos gritando a mansalva. Los juglares, mientras tanto, deleitaban a los numerosos transeuntes y trabajadores que copaban las estrechas calles y las placitas. Nunca se hubiera imaginado que le gustara tanto aquello. No quería recordar, quería recuperar su vida, el tiempo que le habían robado.

Sonrió, al pensar que aquel día recuperaría del todo su alegría y su felicidad. Sin embargo, ante el profesor, su cara aparecía con una sonrisa embobada dirigida hacia las escasas nubes que flotaban en el cielo. Sus ojos se hallaban perdidos, reconcentrados en sus pensamientos.

-¡Yume! ¡Yume! - espetó el profesor, airado - ¡Te estoy haciendo una pregunta!

La joven salió del estupor, como si hubiera despertado de un sueño, y observó al profesor de forma desconcertada.

-Eh...dígame.

-¿Qué año los Lamat atacaron por primera vez Espiral?

-Eh...espere...lo tengo en la punta de la lengua... - en realidad no había escuchado nada de lo que le había preguntado - El...¡El año pasado!

Todos los compañeros de clase rieron a carcajadas y ella se sonrojó ligeramente. Pero aquel día solamente tenía ganas de sonreir y se unió a la risa general.

-A mí no me hace gracia, Yume. No creo que te rías tanto cuando saques el 0 que me espero de tí.

La joven se encogió de hombros y le guiñó un ojo al resto de la clase. Los chicos cambiaron su semblante, sonriéndole y, algunos de ellos, suspirando.

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Lúne aún se hallaba mareado por la larga travesía en barco y, encima, había tenido que aguantar otra vez un primer día en una Escuela desconocida. Había entrado en clase y, tal y como venía haciendo desde siempre, se había sentado en el pupitre de atrás, contemplando y analizando al resto de la gente sin interés aparente. Para rematarlo todo, él era el único alumno nuevo en aquellos momentos de toda la escuela y, por tanto, no dejaban de mirarle y de hablar de él a sus espaldas. Se había limitado a tomar unos cuantos apuntes con desgana, a escuchar a los varios profesores que les llenaban la cabeza de sermones sobre las diferentes asignaturas y a presentarse ante ellos con extrema frialdad, sin mencionar de dónde venía ni cuáles eran sus intenciones al acabar los estudios, pues aquel era el año previo a los Estudios Especializados.

Tenía preocupaciones mucho más grandes en su mente, sin duda alguna. Ya había tratado de entablar una conversación con Nuán (el cual había entrado en la escuela como nuevo profesor de una nueva asignatura en la escuela: Sociedades Feéricas. Al saber de la estancia en Firya de un hombre famoso y sabio como él, la misma directora del centro se lo propuso) justo una hora antes de empezar las clases, pero aquel le había dicho que reposara y que ya hablarían mañana. ¡Otro día! ¿Qué pretendía? ¿Cómo se podía mantener tan sereno rodeados de guerra como estaban? ¿Acaso ya se debía conformar con sentirse a salvo en Firya?

Se hallaba sentado en un banco cerca de la salida, justo debajo de un cerezo que, debido a la estación, estaba perdiendo poco a poco sus hojas, lo cual era un espectáculo precioso. Las hojas rosadas caían suavemente alrededor del banco, formando una bonita alfombra de aquel color. De hecho, la escuela se hallaba rodeada de cerezos y ciruelos. Observó cómo los jóvenes y las jovencitas pasaban a su lado riendo, gritando y hablando. Algunos de ellos le observaban con extrañeza y seguían haciendo comentarios en voz baja. Seguramente, muchos habrían escuchado los rumores que le atañían. Cuando alguno de ellos le miraba y él mantenía posados sus ojos sobre él, se la apartaba, con rapidez.

¿Le tendrían miedo? Si era así, no le importaba.

Aquel día iba vestido con una elegante casaca azul con botones y remaches con forma de espiral plateados, y pantalones y calzas negras junto con unas botas altas del mismo color. También se había puesto un pequeño sombrero con una pluma negra encima, que solía usar en Fortaleza para sus clases de esgrima. No solía ser partidario de vestirse de aquellas maneras, pero aquella mañana a Ichiro le había encantado verle así y le había rogado que se acostumbrara a vestir mejor. ¡Maldición! Pero le había prometido que se verían en la plaza de Firya 2 horas después de clase, para dar un paseo. Tenían que hablar de algunas cosas importantes, muy importantes. Y además, anhelaba estar en su compañía, besar sus labios, verla sonreir...

Imbuído en sus pensamientos y esbozando una sonrisa pensando en la feérica, no se percató que la persona que estaba esperando se acercaba corriendo hacia él.

-¡Lúne! ¡Lúne!

El joven se giró, súbitamente, como despertado de una bella ensoñación, y entonces la vió.

Era ella, más bella que nunca, con ojos llenos de emoción y con una sonrisa que era el símbolo de la felicidad más absoluta. Solamente habían pasado unos días, pero en ella volvía a reconocer a la Yume con la que había estado saliendo en Fortaleza. ¡Había cambiado tanto! Se alegraba mucho por ella, excepto por tener que confesarle aquello. Y, ahora más que nunca, sentía un miedo aterrador en decirle la verdad. Él no tenía derecho a interferir en su recuperada felicidad. Pero tenía que hacerlo por Ichiro.

-¡Ho...hola Yume!

La joven se tiró, literalmente, sobre él, sentándose sobre sus rodillas y, sin tiempo de reaccionar, recibió un intenso beso en los labios y un abrazo paralizador. En seguida, se levantó y se separó de ella, lleno de confusión y agarrándose al banco.

-¡Ala! ¿Y eso a qué viene, Lúne? ¿No te ha gustado verme de nuevo?

-S...sí, claro que me ha gustado - esbozó una sonrisa, sintiéndose más falso y mentiroso que nunca - Es que he venido muy cansado. Han sido días de muchas preocupaciones.

Yume le agarró ambas manos y sonrió, tranquilizadora. Notó que algunos jóvenes que aún salían de la escuela le miraban con desprecio y envidia.

-Para eso estoy yo, Lúne, para animarte y estar contigo cuando más lo necesites - fue a darle otro beso en los labios pero él se apartó y le dió la mejilla - Pero...¡Lúne! ¿Qué haces?

El rostro de Yume se oscureció un poco y frunció el ceño, extrañada.

-Yume...yo...necesito tiempo - en aquellos momentos sabía que no se vería con coraje de decirle toda la verdad, algo que aún le hirió más - Han pasado...algunas cosas. Pero no quiero que esto te entristezca. Creo que... - hizo un esfuerzo, al observar que los ojos de la chica empezaban a refulgir con una mezcla de rabia y tristeza - lo nuestro no puede funcionar. Además, estoy muy implicado en toda esta guerra, más de lo que crees.

-¡Tonterías! - gritó Yume, pellizcándole una mejilla, y tratando de recuperar su sonrisa - Estás confundido por el viaje, eso es todo. Necesitas a tu lado a una chica que te comprenda y te saque de tu burbujita - añadió, con un tono algo agresivo y mirándole de arriba a abajo.

"Ya la tengo" - pensó Lyr, suspirando y tratando en vano de decirle lo que sentía de verdad - "Pero...sería injusto decírtelo tan deprisa. No puedo permitir que vuelvas al infierno del que viniste"

-Te lo digo en serio, Yume - cruzó los brazos y decidió pasar al ataque, mirándola con sus expresivos e intensos ojos grises - Te ví en Fortaleza con otro joven, y estabais a punto de follar - decidió ser lo más incisivo posible - Así que no me mires con esa cara. Lo has pasado muy mal, pero yo también he perdido a mis padres y, encima, te ví a tí de esa forma. Y para más inri, estoy metido en toda esta mierda.

Las lágrimas empezaron a resbalar por las mejillas de la joven, las cuales estaban rojas como una ventosa puesta de Sol. Se separó de él y le miró con sus ojos abiertos como platos y empañados.

-¡Eso...eso quedó en el pasado, Lúne! ¡¿Por qué me vienes con esas ahora?! ¡¿Qué pasa?! - le agarró de la casaca, con fuerza - ¡Te has enamorado de otra! ¿Verdad? ¡Eres un sinvergüenza, un cretino y un mentiroso! - le dió una bofetada en la mejilla.

A Lúne empezó a arderle el pecho, lleno de ira, sintiendo un intenso cosquilleo en su mejilla izquierda. Yume no se merecía aquello, pero también estaba siendo muy egoísta y muy niña. Y odiaba aquello. Agarró sus brazos y tiró hacia abajo, quizá con demasiada fuerza, haciendo que la chica cayera de rodillas al suelo.

-Tú no eres la única que ha sufrido. Trata de entender un poco a los demás - dijo, frío como el hielo, a pesar de que la velocidad intensa de su corazón indicaba lo contrario - He tratado de hablarlo con tranquilidad, pero tú aún eres una niña. Si querías saber por qué quiero cortar, ahí tienes la respuesta, con tus propias acciones. Adiós.

Se dió la vuelta y se fue, con paso rápido, dejando atrás a la muchacha que ya había roto a llorar desconsoladamente, con sus manos en el rostro. Lyr solamente quería irse de ahí. En cierta medida sí, se sentía un completo sinvergüenza. Había dejado a una chica llorando y ni siquiera la había ayudado a levantarse. Y encima le había sacado algo del pasado que no venía a cuento. Pero...¿Qué otra cosa podía hacer?

Cuanto antes le odiara, mejor.

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Ichiro ya empezaba a sentirse un poco impaciente, a pesar que ella no era una persona nerviosa. Hacía ya 10 minutos que Lúne debería estar ahí, en la plaza de Firya, y solamente pensar que empezaba a ponerse el Sol y los comerciantes se afanaban en recoger sus tenderetes callejeros, le invadía una gran inquietud. Se había levantado un poco de frío y a lo lejos empezaban a escucharse rumores de tormenta. El ambiente estaba electrificado.

Sentada sobre el pedestal de una enorme estatua equestre dedicada a Féntar, jugueteaba con las bolitas blancas que colgaban de su rosada falda. Solamente había visto a Yume en contadas ocasiones, pero era una joven muy bella y coqueta, y sin duda sabía vestir muy bien. Era el tipo de chica que atrae a los hombres como un imán, con una especie de magnetismo inexplicable y Lúne le había comentado que aquella misma tarde cortaría con ella. Pero...¿Y si...?

No, no podía desconfiar de él, además, sabía que no querría hacer daño a Yume, escondiéndole sus sentimientos por más tiempo. Ella nunca había sido celosa, o eso al menos creía. Se observó sus medias azules y blancas a rallas, sus zapatos rosados y la blusa color miel que dejaba entrever un poquito de escote. No se lo había dicho a Lyr, pero aquella misma tarde había ido de compras para hacerse con algunos bonitos vestidos, que bien falta le hacían. En el Mundo Feérico la vestimenta estaba relegada a un lejano segundo plano, pero en los mundos humanos la gama de coloridos y diferentes vestidos era un calidoscopio que le llegaba a marear. Nunca se había preocupado por aquellos detalles, ni tampoco en peinarse cuidadosamente los cabellos.
Se descubrió a sí misma pensando como una frívola adolescente de Espiral. "¡Maldita sea!" - pensó y suspiró, derrotada.

-Bueno - susurró, para sus adentros - Un día es un día. Espero al menos que le guste.

-No me gusta.

¡Lúne se había deslizado por la parte de detrás de la estatua y la había pillado totalmente desprevenida! El rubor de sus mejillas empezó a intensificarse. Lo miró, torciendo una ceja.

-Lu...¡Lúne! ¿Cómo osas asustar así a una chica indefensa? - espetó, levantándose de improviso y planchándose con rapidez su ropa - Eres un cotilla... - lo miró, con recelo, sus ojos melosos empequeñecidos y simulando enfado - ¿De veras no te gusta?

El humano la agarró cuidadosamente por la cintura y le acarició los labios con el dedo índice.

-Quería decir que "gustar" se queda corto...Me encanta - la besó con ternura, atrayéndola hacia su cálido pecho - Lo siento por llegar un poco tarde. La conversación con Yume se alargó innecesariamente y luego tuve que volver a la Residencia para dejar todos los libros - añadió, con un tono de voz tranquilo y sosegado.

Ichiro ladeó levemente la cabeza, simulando despreocupación sin dejar de mirar a aquellos bonitos ojos grises.

-Al final...¿Cómo fue?

La mirada de Lyr varió ligeramente y pareció querer mirar el horizonte con melancolía, apartando su mirada de ella. Sin embargo, sonreía con tranquilidad, como si se hubiera quitado un peso de encima.

-Hemos cortado. Eso es todo. Ya no tenemos por qué escondernos, Ichiro - le devolvió la mirada y ella, con un impulso que venció a sus pensamientos, le abrazó por el cuello y le besó. Después, su rostro se ensombreció, sin poderlo evitar. Desvió su mirada.

-Siento...haber interferido entre vosotros dos. No...no lo hice a propósito - susurró, con la voz cortada - ¡Sé que muchas chicas en Espiral dicen eso para...quedar bien! Pero...pero es verdad, yo...lo siento...

-Lo importante ahora somos nosotros, esta tarde es nuestra. ¿De acuerdo? No debes pedir perdón de nada. Hay cosas en la vida que són inevitables, para mal...o para bien - le dió un pellizquito en la cadera y le guiñó un ojo.

-¡Sí! - Ichiro recuperó la sonrisa y le agarró de la mano. La tormenta, poco a poco, se aproximaba, pero aquello ya era lo de menos. Nada podría impedir que estuvieran juntos, fueran rayos, tsunamis o aludes de nieve - ¡Vamos a dónde está aquel grupo de gente! - señaló una gran multitud, al otro lado de la plaza, que rodeaba a algo o alguien que no podían ver - ¡Ardo en curiosidad!

-Será algún juglar. ¿No prefieres ir a pasear al lado del mar? - la miró, poniendo los ojos en blanco. Los juglares solían ser unos auténticos bandidos. Nunca había confiado en ellos.

Ichiro tiró de su brazo con insistencia y, al notar que se resistía y que no podía arrastrarle, empezó a entrarle una risa descontrolada.

-¡No seas tímido! ¡Vamos! - trataba de contener las carcajadas sin éxito - Por favor... - dejó de tirar y se acercó a él abriendo los ojos exageradamente y haciendo morritos. Lyr se sonrojó ligeramente y suspiró.

-Está bien...pero sólo un ratito.

-Jeje, lo sabía, tienes tu corazoncito - le sacó la lengua y esta vez sí se dejó arrastrar por ella hacia la multitud. Lúne la miró de arriba a abajo, pues ella iba delante suyo. Nunca la había visto vestida a la moda humana. Los vestidos de los viajeros eran muy sobrios, pero aquel día ella estaba realmente arrebatadora. Con los largos vestidos que solía llevar no había podido observar su cuerpo con todo detalle, pero por primera vez veía todas las curvas. Un fuerte calor descendió desde su pecho hacia abajo. "Maldito pervertido" - pensó - "Empiezas a parecerte a Hanuil".

Llegaron por fín junto a aquella marabunta y, efectivamente, todos coreaban diferentes canciones de todo lo largo y lo ancho de Espiral. Algunos de ellos, la mayoría los típicos hombres obesos de taberna, estaban en un estado ebrio muy avanzado, jarras de cerveza en mano.
En el centro se hallaba una figura muy familiar para Lúne, el cual había asistido a muchos recitales cuando era pequeño. Era sin lugar a dudas un juglar errante, de los que abundaban en Espiral: sombrero verde con pluma azul, una desgastada y vieja túnica también de color esmeralda, pantalones anchos de rayas azules y blancas y unos llamativos y puntiagudos zapatos rojos con cascabeles. Observando su alargada nariz roja y sus movimientos, pudo saber perfectamente en qué estado se hallaba aquel músico. Aún así, tocaba el laud más que bien pese a su voz ronca debido quizá a muchas copitas de ron.

Ichiro, entusiasmada, empezó a dar palmas junto al resto del público mientras miraba de reojo a Lyr.

-¡¿Te la sabes?! - gritó, en medio de la enfervecida muchedumbre - ¡Es increible! ¡Es como las leyendas que he leído! - casi lloraba de la emoción.

-Claro que me la sé. Es una vieja canción campesina del oeste - el joven miembro de Varmal, a pesar de su inicial negación para ir a ver el espectáculo, esbozaba una sonrisa, rememorando viejos tiempos - Se llama "La pastorcilla solitaria".

-Ovejas de día
y una pinta de cerveza
sobre la paja del establo
suspiraba
suspiraba la pobre
pastorcilla.

Una noche
borracha perdida
salió al bosque
y un oso la raptó
un oso se la llevó.

Días después
la família del oso
recibió una extraña
carta:
"2.000 monedas
o les envío
la cabeza de su hijo"

Y con aquel rescate
la pastorcilla
se hizo condesa
en un palacio lejano.

Y cuando se pone el Sol
los aldeanos cuentan historias:
de niños-oso
que pululan libres
en los bosques.

Ichiro se tuvo que secar las lágrimas con un pañuelo, de tanto reir. ¡Era la canción más divertida que había escuchado en toda su vida! Aplaudió con fervor. Lúne también se unió a los aplausos, pero de forma más desapasionada. Era una canción muy popular.
El juglar borracho paró de tocar el laud, supuestamente para descansar, aunque en verdad lo hacía para pasearse entre los presentes con su pandereta vuelta del revés, recaudando las pocas monedas que le daban. El músico, una vez hubo recogido el dinero, dando las gracias con profundas y exageradísimas reverencias, volvió a sentarse sobre su taburete. Sin embargo en vez de seguir tocando, empezó a escrutar a los presentes con una mirada brillante y perdida en alcohol.

-Bueeenio, buenio...Auorra nnneshesito unn vuoluntiario...sino...me negio a 'antar.

Todo el mundo estalló de nuevo en carcajadas al escuchar las palabras entrecortadas del juglar. Ichiro, sin pensarlo un sólo momento, agarró el brazo de la casaca azul de Lúne y tiró de ella con fuerza.

-¡Lúne! ¡Sal a cantar, por favor! - trató de componer de nuevo una mirada adorable y brillante con sus irresistibles y enormes ojos ámbar, pero Lúne, aquella vez, pareció no caer en la trampa.

-
¿Estás loca? - sonrió Lúne, amagando una carcajada burlesca y apretando con suavidad los carrillos de la feérica con una mano - ¿Y por qué no vas tú?

-Do dengo uena oz - replicó ella, con los carrilos apretados. Una vez se libró de sus manos, siguió empujando al humano hacia adelante - ¡Anímate, anda!

-¡Parieche que eshte moichiacho se va a 'nimar! - el juglar, que no se veía claro ni a sí mismo, creyó ver que Lúne trataba de acercarse al escenario sin observar que en aquellos momentos estaba siendo empujado por su chica. Se acercó dando saltos hacia dónde se hallaba Lúne, el cual ya estaba fulminando a la feérica con su mirada. Ella apretó sus dos manos, emocionada.

-¡Ánimo, Lúne, lo vas a hacer fenomenal!

-La venganza se sirve fría, Ichiro - sonrió, maliciosamente, mientras todos los presentes empezaban a aplaudirle con una gran ovación, más para que siguiera el espectáculo que por él. El juglar se abrazó a él y le enseñó sus asquerosos dientes amarillentos, no sin antes eruptar en su cara con un no demasiado agradable olor a ron.

-¿Cionoshes lllaa...canshiioon... - se puso a pensar, con ojos vidriosos, mientras volvía a sentarse al taburete y a empuñar su viejo laud - "¿Ll...la vidda puedie ser maravishosha?"

-En pocos lugares se permite cantarla - respondió Lúne, el cual se sentía totalmente abrumado por el gentío que le observaba desde todos los ángulos. No solía ponerse nervioso, pero en aquel momento sentía su corazón latir con una fuerza inconmensurable - Por supuesto que la conozco. La cantaré y luego me voy. ¿Entendido?

-Shi claro, joven - volvió a sonreir con aquellos dientes mellados - Vamos pues.

El juglar empezó a tocar, de forma grácil, la lenta y bonita melodía que servía de introducción a la canción. Por la expresión de los rostros de la gente, no se la sabía casi nadie. Eso, contra pronóstico, divirtió a Lúne, el cual empezó a sentirse con ganas de estrenar su voz después de tanto tiempo sin cantar. Carraspeó, justo cuando llegaban los acordes que indicaban la entrada de su voz. Se puso una mano en el pecho y cerró los ojos. La recordaba bien. ¡Vaya si la recordaba! Sólo permitían cantarla en Varmal, y se ve que también en Firya.

-La vida puede ser maravillosa
vayas dónde vayas
jugar con el destino podrás.

Bajo un árbol ancestral
copas de Lera
y magia flotando
en derredor.

Manjares y furcias,
ensalzaremos nuestra gloria
con humildad
rodeados de riqueza.

Todos escuchaban, embelesados, la dulce y aflautada voz de Lúne.
Ichiro se había quedado muda, con el pecho estallándole desde dentro.
En el parón instrumental, Lúne miró hacia el cielo, observando las primeras estrellas de la noche aparecer en el cielo azul oscuro, escuchando los truenos cada vez más cercanos. Luego, retomó la canción.

La vida puede ser maravillosa
entre bardos, condesas
y cortesanas.
¡Benditos sean los escotes
y los libros sagrados!

Luego miraremos a otro lado
señalando a otros
para seguir en nuestro camino
el más bello e iluminado
sin mácula que declarar.

La vida puede ser maravillosa
si se tiene dinero
para en una Orden entrar.

Lyr, por vez primera en su vida, se encontraba totalmente inmerso en un auténtico baño de multitudes. Todos le aplaudieron fervorosamente e inmediatamente ya le estaban pidiendo que cantara otra canción más. Esbozó una tímida sonrisa de agradecimiento junto con un gesto de negación con su cabeza, y volvió junto a la feérica, la cual le miraba como si el joven se hubiera convertido en un extraño.

-¡Es increible, Lúne! ¿Cómo...cómo es que no me lo habías dicho nunca? - le abrazó, mirándole con una mezcla de extrañeza y alegría - ¡Tienes una voz maravillosa!

-Bueno, no será para tanto - sonrió Lúne, encogiéndose de hombros - ¿Vamos a ver la puesta de Sol?

-¡Oh! ¡Está bien! ¡Vayamos!

El joven de Varmal se sentía extrañamente ligero, con ganas de gritar a los cuatro vientos. Agarró a Ichiro entre sus brazos, por sorpresa, y, levantándola del suelo, empezó a dar volteretas. Una vez volvió a dejarla en el suelo, Ichiro estaba roja de tanto reir.

-¿Ves? Por mucho que disimules, te ha gustado que te aplaudieran - le guiñó un ojo.

Lúne se limitó a sonreir y a cogerla de la mano. Si, en verdad no había estado nada mal.

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-¿Y para esto has venido a mi apartamento, para decirme que te sientes traicionada?

Anie estaba ya vestida con un sencillo pijama de rallas rojas y blancas, y escuchaba paciéntemente los lloros y los gritos de Yume sentada en una destartalada silla y con las piernas cruzadas. Movía hacia adelante y hacia atrás su pie derecho, tratando de contenerse.

-¡Me ha estado traicionando! ¡Me ha engañado! - la rubia dió un golpe sordo contra la mesa de madera que separaba a ambas amigas, sobre la cual reposaban un montón de libros y dos tacitas de te - ¡Me he vestido como una ramera por él, me doy vergüenza!

-Nunca te había visto así, Yume, tranquilízate un poco, anda - Anie dió un sorbo de te y lo dejó reposar de nuevo sobre la mesa, con toda la calma que pudo reunir. Prosiguió - Bueno, ahora ya estais en paz. ¿No? Tu también me viniste a llorar un día, diciéndome que le habías engañado con otro. Además, tú siempre vas vestida así - Anie cogió un libro que rezaba "Encantamientos" y empezó a hojearlo, como si estuviera dejando zanjado el tema.

-¡Pero como puedes ser tan fría! - Yume se arqueó hacia ella y se dió un puñetazo sobre la palma de su mano - ¡Claro! Tu también estás coladita por él. Es eso. ¿Verdad? Por eso le defiendes.

Anie alzó sus rasgados y escrutadores ojos castaño del libro y la observó con una mirada brillante llena de burla.

-Claro, Yume. He estado tirándomelo en secreto desde que os conocisteis. Yume, deja de ser tan niña, anda - volvió a hojear el libro, indiferente - Yo también he tenido problemas con algún chico y nunca me he puesto de esta manera. Me pregunto si Lúne te lo reprochó alguna vez, cuando nos sacó, junto con Nuán, de Fortaleza y nos salvó el pellejo.

-¿Ves? Antes le odiabas y ahora se te caen las babas, Anie. Deja de fingir - Yume sonrió y se sentó en otra silla junto a su amiga, echándole una intensa mirada - Si fueras tú la que me ha quitado a Lyr, no me enfadaría, te lo juro Anie. Pero confiésalo, anda. Y no me vengas con esas, que tú eres una solterona desde que te conocí.

Cuando Anie volvió a alzar su mirada, aquella ya no tenía nada de burlesco ni de calmado. Ya empezaba a sentirse harta. La fulminó con sus ojos.

-No sigas por ahí, Yume. Lúne nunca me ha interesado ni me interesa. Solamente estoy tratando de ver las cosas con perspectiva - cerró el libro y suspiró, profundamente - No es momento de obsesionarse por estas cosas, estamos en medio de una guerra, no sé si lo has olvidado. Además, sé que casi todos los chicos de la escuela van detrás tuya. En este sentido, no te puedes quejar - sonrió amargamente - Es cierto, nunca tuve éxito con los chicos. Pero los pocos con los que estuve, no lo he ido diciendo por ahí.

-¿Me estás llamando presumida, acaso? - la miró con los ojos entornados.

-Por supuesto que sí. Eres muy presumida y en eso rádica parte de tu encanto - replicó la interpelada, con una sonrisa torcida - ¿Podemos cambiar ya de tema?

Yume frunció el ceño y se llevó las manos a la cabeza, sintiéndose derrotada y frágil como una rosa en Invierno.

-No me rendiré, Anie, eso tenlo por seguro - dijo, con un hilillo de voz.

-No me esperaba menos de tí - Anie abrazó a su amiga, ahora con una dulce sonrisa en su rostro, acariciándole la espalda con cuidado - Ahora trata de distraerte con otras cosas. El tiempo es más sabio de lo que crees y no me gusta verte así - Yume había roto a llorar - Ya está, ya pasó. Tu sabes que todo lo que te propones, siempre que pienses en positivo, lo logras. Quiero a mi Yume de siempre. Sonriente y feliz.

Yume la miró con una sonrisa en los labios, sin que su torrente de lágrimas cesara de brotar de sus bonitos ojos claros.

-Gracias por aguantarme, Anie.

-Venga va, no te me pongas sentimental - se separó de ella y se levantó, dirigiéndose hacia el armario que compartía con otras chicas de la Residencia. Lo abrió y escogió dos pequeñas espadas de madera y volvió de nuevo a su sitio, con una sonrisa un tanto maliciosa. Yume se quedó perpleja, limpiándose las lágrimas con un pañuelo de seda rojo.

-¿Qué haces con esas espadas de entrenamiento? - preguntó, aún sollozando un poco - ¿Ahora te ha dado por ser guerrera?

-Oh, no exactamente - dejó la espada sobre las piernas de la rubia y se puso a observar la suya, con detenimiento - Digamos que he empezado a atender a clases de lucha con espada. Nunca se sabe cuándo te van a servir, y más en estos tiempos. Una mujer tiene que saber defenderse. Ah y también te recomiendo asistir a clases de encantamientos y contra-encantamientos - la miró con una seriedad llena de disciplina, como si se tratara de una profesora.

Yume la miró de arriba a abajo, aún sorprendida por lo que le estaba diciendo su mejor amiga. Luego, sin poder resistirse, empezó a reirse con fuerza.

-¡Anie! ¡Yo no sirvo para estas cosas! Prefiero dedicarme a la danza.

-Pues si no quieres aprender, te tendré que enseñar yo. Si alguien te ataca y mueres, al menos no me pesará la consciencia, porque te habrás defendido con un par de ovarios.

-¡Qué malvada eres! - gritó Yume, dándole un suave bofetón en el brazo con su puño - Te repito que yo estoy hecha de otra forma. Me gustan las cosas más...digamos... - pensó cómo lo podía decir para no enojar a su amiga - sutiles.

Anie se levantó espada en mano y, delante suya, la retó con el arma de madera dirigiéndose hacia ella.

-¡Querías decir que no soy suficientemente femenina! ¿Verdad? - espetó, con un tono de voz simulando enfado y con el ceño fruncido - ¡Levántate! Ahora vas a saber lo que es bueno. Coge tu espada. Voy a enseñarte, debilucha.

-¡Oye! ¡No me digas eso! - se levantó, empuñando la espada con una mano, como si estuviera sosteniendo un palo - ¡Ahora verás!

Yume dió un torpe y lento paso hacia adelante y, trazando una curva en el aire, le dirigió un espadazo directo a la pierna derecha de su amiga. Pero ésta, con facilidad, lo esquivó y, con un rápido giro, la agarró con suavidad pero con firmeza desde atrás por el abdomen con su mano libre, y rápidamente le colocó la espada en el cuello. Lo había hecho todo con una facilidad pasmosa.

-Tienes dos opciones - dijo Anie, sonriendo con sarcasmo - La primera es morir; y la segunda...¡Que me devuelvas los libros que te dejé el año pasado y aún no te has molestado en leer, ladrona!

-Sí, sí, te los devolveré, Anie. ¡Suéltame, te lo suplico!

-¡De rodillas!

-Ehm...Anie...

La muchacha dejó libre a su amiga y soltó la espada al suelo, empezando a reirse a carcajadas.

-¡Yume! Vamos a ver...mira cómo lo hago yo. Ponte en guardia, así, con las dos manos blandiendo la espada hacia arriba, recto, y adelantando tu pie izquierdo hacia adelante, quedándote de lado. ¡Así! ¿Ves? Eso sirve para esquivar mejor los golpes del enemigo en caso de que él ataque primero. Él tendrá menos espacio dónde golpearte, y tú más libertad de movimiento. ¡No! Aguanta la espada más arriba - era un espectáculo digno de ver: una delgada jovencita vestida con un pijama de rayas, dando lecciones a una presumida chica vestida a la última moda de Firya - ¡Así es! Ahora voy a hacer el ademán de atacarte.

-Oh, no, otra vez no Anie...he pasado un miedo... - tragó saliva, sus dos manos agarrando la espada como si le fuera la vida en ello.

-Tranquila. Ahora te estoy enseñando.

Fuera, a través de la ventana de madera, empezaron a caer las primeras gotas de lluvia y a escucharse con más claridad los truenos de la tormenta que empezaba a pasearse sobre la ciudad. Pronto, la llovizna se convirtió en un auténtico aguacero.

-Creo que me tendría que ir ya, Anie, recuerda que vivo en otro edificio de la Residencia. ¡Voy a empaparme toda! Este vestido me costó una fortuna...

-Te dejaré marchar si me prometes que asistirás, al menos, a una clase de entrenamiento - se acercó a ella con ojos amenazantes y apuntándola de nuevo con la espada. Yume tiró la espada al suelo y se apresuró a abandonar el apartamento, justo en el momento que llegaban las otras chicas que compartían vivienda con Anie, empapadas y caladas hasta los huesos.

-¡Te lo prometo, Anie! - sonrió, guiñándole un ojo y abriendo la puerta con rapidez - ¡Gracias por todo!

-A ver si has aprendido con esto el espíritu guerrero que te falta, jovencita - simuló la voz de un hombre de armas experimentado, poniendo los brazos en jarras e hinchando el pecho.

-Sí - replicó Yume, antes de cerrar la puerta - ¡Pero das miedo!

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