Friday, October 10, 2008

Cuento de hadas. El viajero. Capítulo 2

Después de pasar dos heladas noches al raso, a Elrik las piernas empezaban a dolerle, pero sin duda había llegado al bosque sagrado que rodeaba al río Mei en una espesura tal que ningún humano sería capaz de imaginarla, con árboles que se retorcían entre ellos con libertad, muérdago de varios metros de altura, frutos y flores que lo adornaban todo en colores encarnados. Y aquello era señal que el anciano y venerable Olivo de la Abundancia no se hallaba lejos de ahí.

¿Cuántos meses hacía que no se acercaba a aquel lugar, después de la riña que le alejó definitivamente de él? ¿Qué había ocurrido en el fondo de su alma para que el orgullo y el honor dejaran de ser importantes? No es que se sintiera feliz de volver, pero aquellos tiempos le obligaban a tener en cuenta otras cosas mucho más importantes e inmediatas que su propia persona, y en esos casos incluso un potente juramento pasaba a un segundo plano.

Había jurado no volver jamás, y por eso se había cortado el pelo y se había tatuado el símbolo de la Libertad en su cuero cabelludo.

Mientras sus botas hacían crujir las hojas de los árboles caducos que se alzaban en todas direcciones, mientras el viento del crepúsculo cantaba una solitaria y fría melodía que hacía temblar su maltrecho y rocoso corazón, la inquietud de cada vez se hacía más y más dueño de su ser. Sin duda, a pesar de todo, aún sentía interés por los demás, o eso creía. ¿O quizá sólo buscaba afán de protagonismo?

De repente, el milenario y oscuro bosque dió paso a un claro repleto de piedras preciosas que cubrían el suelo con una abundancia que, aún habiéndolo visto cientos de veces, seguía estremeciéndole de emoción. Piedras preciosas de todos los colores, formas y tamaños, muchas de ellas desconocidas en el mundo humano, muchas de ellas según cómo las mirabas cambiaban de lugar, de forma y de colores, siempre cambiantes hasta el punto de parecer que se movían como en un sereno movimiento de olas.

Y ahí en el centro, se alzaba el árbol más gigantesco que había visto en toda su vida: un olivo que, con sus ramas entrelazadas y su tronco accidentado, tenía un diámetro tal que la vista no podía abarcarlo por completo si uno no se ayudaba con el cuerpo. Las ramas crujían por el efecto del viento perfumado de la tarde, y el Sol rojizo se ponía creando un calidoscopio de colores anaranjados y violetas que engalanaban el aire como en un conjuro.

Solamente tenía que ir allí y...

De repente, algo que no debía estar allí le sobresaltó, una pequeña figura recostada bajo una enorme raíz que parecía refugiarse, durmiendo a la intemperie. ¿Se trataba de un nuevo Viajero? Una vez estuvo más cerca, pudo observar que se trataba de una niña menuda, con los cabellos azulados y vestida con un vestido rojo y apretado, que terminaba en una larga y desenfadada falda larga que le cubría las piernas y los pies por completo. ¿Una nueva viajera con aquella corta edad? No...no podía ser. La mayoría de los suyos eran bastante mayores, y los pocos jóvenes que habían casi todos habían renunciado o ya rehusaban de su oficio sin dejar de hacerse llamar así.

Aquello era muy extraño y no le entusiasmaba la idea que un desconocido hubiera encontrado la guarida del gremio de los Viajeros. Entonces, sin más dilación, se acercó a ella y, sin ninguna contemplación, la despertó con su voz profunda y cavernosa.

-¿Qué hace aquí una niña como tú en un sitio como este? ¿Dónde están tus padres?

La joven abrió los ojos pesarosamente y, frotándoselos, su melosa mirada fue a parar hacia los ojos de Elrik que le miraban de forma inquisitiva.

-Ah...por fín... - se estiró, como una gata - llevo dos días esperando a un Viajero...ya creía que os habíais extinguido...

Elrik frunció el ceño y puso los brazos en jarras.

-¿Cómo diablos sabes que soy un Viajero? ¿Quien te ha enseñado esto y cómo sabes que por aquí abundan?

La niña se levantó con lentitud y se sentó sobre la raíz, aún con los ojos medio cerrados y con unas grandes ojeras que hollaban su rostro. Sonrió, con timidez.

-Ah...es que en mi pueblo no es un secreto precisamente...

-Obviamente no nos escondemos de nadie, solamente es que me extraña que a tu edad ya...

La pequeña, sin previo aviso, dió unos cuantos trotes y, plantándose ante él, le dió la mano esbozando una leve reverencia.

-¡Me llamo Ichiro! ¡Por favor, llévame contigo! ¡Quiero viajar al mundo de los humanos!

Elrik alzó una ceja y, acto seguido, se puso a reir a carcajada limpia echando su cuerpo hacia atrás.

-Si tan informada estás sobre mi gremio, deberías saber que solamente los Viajeros tenemos permiso para entrar - su rostro se relajó y volvió a permanecer serio e inmutable - Vuelve sobre tus pasos y vive tu vida. Este no es tu sitio.

El hombre le dió la espalda y se abrazó al Olivo, concentrándose en las energías mágicas, para así poder pasar al Otro Lado.

-N...¡No es verdad! ¡Sé perfectamente que ahí no puede entrar cualquiera! ¡Por favor, dime, qué puedo hacer para convertirme en Viajera! ¡Haré cualquier cosa para lograrlo! ¡Desde muy pequeña siempre lo he querido ser...!

-No me interrumpas - espetó Elrik con sequedad - Ahora necesito concentración. Niña, los Viajeros ya no somos nadie. Estás llena de historias románticas sobre nosotros en tu cabeza. Vuelve a tu casa y sé feliz mientras puedas.

Pero Ichiro había esperado mucho, demasiado tiempo, para que sus sueños se hicieran realidad. Había huido de su casa, había llorado mucho, había sufrido demasiado como para volver de nuevo sobre sus pasos. Un nuevo camino se abría ante ella y en estas circunstancias era más testaruda que las rocas de un acantilado.

Entonces, se abrazó a él haciendo acopio de todas sus fuerzas, como si se tratara de una molesta lapa.

-¡No te dejaré marchar sin mí! ¿No decís que sois pocos y que no sois nadie? ¡A mi eso me da igual! ¡Yo quiero ser una más! ¡Nos hemos aislado de los humanos pero yo quiero viajar a su mundo! ¡Me da igual sufrir si eso implica que podré ser libre! ¡No eres...no eres nadie para despreciar mis sueños!

Elrik abrió los ojos con rotundidad y la miró sorprendido de las palabras que acababa de pronunciar. Aquella criaja insolente...¿Qué se creía, que viajar al Mundo Espiral era una jodida excursión? Aún así, su actitud le dejó desarmado, no se la esperaba. Nadie de su edad tenía el mínimo interés de conocer a los humanos, y más después de las sórdidas y terribles historias que se contaban sobre ellos en los colegios. Sin embargo...

-Está bien, pero luego tienes que volver por dónde has venido. No quiero problemas con críos, y más a estas alturas. Harás lo que yo te diga. ¿Entendido?

Ichiro, al escuchar aquellas palabras que, a pesar de estar revestidas de frialdad, albergaban una cierta dulzura y comprensión casi paterna. Saltó sobre su cuello y le besó en la mejilla.

-¡Gracias! ¡Eres un cielo! - gritó, toda emocionada, sus ojos vidriosos y bañados en lágrimas de alegría.

Elrik se sonrojó levemente ante aquellas palabras, pero sin añadir nada más cerró de nuevo los ojos y siguió concentrado, dejando que la magia fluyera sobre ellos para así crear un portal que les llevara a...

En un abrir y cerrar de ojos, como si aquel paso fuera lo más natural del mundo, ambos se encontraron, Ichiro abrazada aún a él como si de ello dependiera toda su vida, en un bonito callejón empedrado y solitario, en cuyos lados aparecían carteles decorados con un estilo parecido al gótico (para que los humanos nos hagamos una idea) y que invitaban a los Viajeros a entrar, pues eran tiendas de accesorios para los viajes entre los Mundos. A doquier podían verse amuletos de todo tipo para así poder protegerse de la influencia siempre confusa y caótica de los humanos; brújulas con símbolos arcanos; collares de flores mágicas para perpetuar la naturaleza feérica; instrumentos para poder ser interpretados en el Mundo Espiral que tenían como objetivo acompañar a las ya conocidas danzas feéricas de "corros de hadas" como las conocemos aquí; cintas de colores con espirales dibujadas en ellas para aislar árboles y plantas mágicas de la vista humana; libros arcanos con inscripciones para curar, maldecir o descubrir la naturaleza féerica de algún humano mezclado; raíces de mandragora que ayudaban a la fertilidad...; y una infinidad de objetos que, ante la mirada alucinada de Ichiro, parecían prever un mundo totalmente diferente al suyo, repleto de excitación y aventuras.

Resultaba un tanto curioso que aquellas calles estuvieran tan desiertas, hasta el punto que, desde que habían aparecido en aquella aldea, solamente se habían topado con un hombre menudo y encapuchado que parecía tener mucha prisa y caminaba en dirección contraria a ellos.
La niña, entonces, sin detenerse, observó a aquel desconocido hombre calvo al que había acompañado en un arrebato de locura del cual empezaba a arrepentirse.

-¿Hacia dónde vamos?

Elrik la miró de reojo y esbozó una sonrisa repleta de ironía.

-A un lugar dónde tu no deberías estar.

-¿Y de qué hablais los viajeros si se puede saber? ¿Trazáis coordenadas en mapas del Mundo Espiral y quedais todos juntos allí?

-Sabes demasiado, niña. Tus padres deberían haber vigilado mejor los libros que leíste - el hombre se detuvo y la miró más detenidamente - ¿Qué sabes de nuestro gremio, y por qué estás tan interesada?

Ichiro, al notar que los ojos castaños del hombre se clavaban en los suyos de forma analítica, se sonrojó y bajó ligeramente la mirada y se rascó la cabeza.

-Siempre he querido ser Viajera. Quiero visitar el Mundo Espiral y el Mundo Ordinario, y conocer nuevas gentes, nuevos universos...¿Qué hay de malo en ello?

La sonrisa de Elrik se suavizó.

-Conocer nuevas gentes, nuevos universos...suena bien - se limitó a replicar, mientras echaba de nuevo a andar, mirando de nuevo hacia adelante, con el semblante concentrado y serio.

Al fín, después de un breve tiempo andando por aquellas calles desoladas, Elrik giró por una bocacalle y, seguido por Ichiro, penetró en una estrecha callejuela en la cual un juglar harapiento interpretaba unas canciones con una vieja guitarra destartalada. En seguida, entraron en una taberna.

Una vez dentro, en lo que parecía una simple entrada de una pequeña y sórdida casa, se toparon con una gigantesca estancia, justo al abrir una puerta que rechinaba por su antigüedad. Toda la taberna estaba cubierta de tapices en las que había guerreros de tiempos antiguos dibujados en ellas. Había tal cantidad de diseños y detalles en ellos, que Ichiro tuvo la sensación de marearse durante un momento. Sin embargo, aquella desolación que invadía la aldea también estaba presente en aquel recinto. Solamente un hombre se hallaba en la barra, fumándose una pipa con la capucha echada y hablando en susurros con el tabernero.

Elrik se acercó al personaje con grandes zancadas.

-Loriley, ¿Dónde está el resto? A estas horas ya estábamos todos reunidos alrededor de una mesa. ¿Me he equivocado de día?

El rostro de Elrik parecía sorprendido, y una sombra había cruzado su cara.

-Oh, Elrik...creía que no te volvería a ver - Loriley era un hombre de gran estatura y obeso, imponente, pero se hallaba encorvado y su mirada era triste y vacía - ¿Quieres que te invite a un licor de Kruit? ¡Por los viejos tiempos!

-No quiero Kruit, gracias. Ya sabes que soy abstemio - Elrik parecía impacientarse -Parece que no me has oído. ¿Dónde diablos está el resto, Loriley?

El hombre robusto se echó a reir.

-Me temo que se metieron en mi vaso y me los bebí de un trago.

Elrik, ante aquellas palabras repletas de sorna y arrastradas por la borrachera, apretó los dientes y profirió un puñetazo sobre la barra con tal fuerza que hizo levantar el vaso de aquel personaje.

-Me estoy impacientando, Lori, y mucho. No soporto que se burlen de mí, y menos en estos tiempos que corren. No hace mucho volví de un Viaje. Las cosas no están para bromear.

-¿Aún sigues con ello? Hace tiempo que el Gremio de Viajeros se disolvió. Ahora solo quedamos unos pocos nostálgicos que vivimos de recuerdos. Lo típico que ocurre cuando uno está en el cúlmen de la decadencia, vamos - dió un trago más de su licor de Kruit y se urgó la nariz - Ya no quiero saber nada más de este mundo. Nada me importa ya más que venir aquí y echarme unos tragos con mi amigo Ruk. ¿Verdad que sí? - el tabernero no respondió y se limitó a asentir con la cabeza, mientras limpiaba unas copas.

-¿Cómo es posible? ¿Nadie se ha dado cuenta que los Lamat amenazan la estabilidad del Mundo Feérico?

Por primera vez una sombra de duda cruzó por el rostro de Elrik. Parecía no creerse nada de lo que estaba sucediendo. Quizá, al fin y al cabo, Ella tenía algo de razón...

-Se rumorea esto, pero durante miles de años ha habido millones de rumores. Ya solamente me interesa una vida sencilla, rodeado de los míos, o bueno, así piensa el resto del Gremio. Por lo que respecta a mí, solamente me queda este antro - sonrió nuevamente con ironía, bebiendo otro trago - Y ahora déjame en paz, Elrik, si es que aún albergas algo de aprecio hacia mí.

Elrik pareció entonces transformarse en piedra, pues el impacto sin duda había sido mayúsculo. Quizá esperaba encontrarse con una gran multitud de Viajeros discutiendo sobre el futuro de su Mundo y de Espiral, con aquella labia que les caracterizaba a todos. Pero en lugar de eso solamente había encontrado a un borracho que destilaba fracaso y olvido a raudales.

Por ello quizá, sin decir una palabra más y sin despedirse, salió de la taberna con la cabeza gacha, seguido de nuevo por una Ichiro que no comprendía absolutamente nada y que solo se limitaba a proseguir la aventura que aquel hombre calvo estaba forjando con sus idas y venidas. Sin embargo, pronto llegaron a una pequeña floresta que parecía rodear la aldea por el exterior y, sobre loma, se sentó, meditabundo y encorvado.

-Quizá todos tienen razón. ¿Qué podemos hacer nosotros, un puñado de feéricos ilusos y soñadores, para evitar que el Caos se apoderé de nuestros Mundos? - se preguntaba a sí mismo, mientras Ichiro le observaba recostada contra un abedul.

-No sé dónde lo leí - espetó ella, con un hilillo de voz - Pero hasta el hombre más insignificante, con valor, coraje y amor, es capaz de cambiar todo un mundo.

Elrik se giró hacia ella, pero esta vez, al ver que era suficientemente madura como para estar informada de todo lo que pasaba, no tuvo pelos en la lengua.

-Ichiro, esto es cierto en las leyendas y en las canciones, pero incluso en un mundo tan maravilloso y perenne como el nuestro esas palabras se pierden en el viento del atardecer, para siempre. El Viajero sabe tantas cosas que llega a tener la certeza que no conoce absolutamente nada. Desapareces, pues ya no estás a gusto en ninguno de los tres mundos. Por eso no quiero que tú sigas mis pasos. ¿Me entiendes?

Ichiro se encogió de hombros y sonrió con dulzura.

-No, no te entiendo. ¿Qué hay más excitante en este mundo que el saber que no conoces nada?

Abrió los ojos ligeramente sorprendido, analizándola de nuevo de arriba a abajo.

-Aprecio tus ganas de luchar, Ichiro. Pero ya nadie querrá escucharme. Creerán que estoy loco y que estoy extendiendo nuevos rumores para asustar a la gente. Quizá ahora mismo los Lamat estén destruyendo Espiral para instaurar un gobierno humano títere que, con el beneplácito de un archimago, quieran penetrar en nuestro mundo, pues los humanos siempre han tenido el secreto deseo de unirse a nosotros. Lo cual desencadenaría un Desastre. Pero somos sus creadores, es un deseo absolutamente normal. La ambición humana no tiene límites.

Ichiro se encaramó ella sola sobre una rama del abedul y empezó a balancear las piernas, divertida, pareciendo como si no le diera importancia a todo lo que hubiera dicho Elrik hasta el momento. O quizás sí, quien sabe...

-Entonces, ¿Prefieres quedarte aquí sin hacer nada?

Aquella pregunta desmontó al Viajero.

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